martes, 2 de abril de 2019

RAÍZ PRIMERA DE LA INCAPACIDAD SOTERIOLÓGICA DEL HOMBRE


CAPÍTULO X   

RAÍZ PRIMERA DE LA INCAPACIDAD SOTERIOLÓGICA DEL HOMBRE

1. IMPORTANCIA DEL TEMA A TRATAR

Cuando se habla de la beneficiosa influencia que la doctrina del PO ha ejercido sobre la ortodoxia y la ortopraxis de la Cristiandad occidental, se refieren, sobre todo, a esta verdad bifronte de la que hemos hecho reiterada mención: la necesidad absoluta de la Gracia de Cristo y la correlativa 'impotencia soteriológica' del hombre. En este apartado, vamos a comprobar si, de verdad, para una mejor confesión de esta doble verdad es necesario recurrir a la tesis del PO. O tal vez, para llegar a idéntico fin, tenemos otros caminos más luminosos y seguros. No vamos a quitarle a la doctrina del PO los buenos servicios prestados durante siglos. Sin embargo, pudiera suceder que, con el progreso de la teología católica, hubiera llegado el momento de “agradecer los servicios prestados” por la teoría del PO y buscar otra explicación teológica de aquellas verdades troncales que todos queremos mantener y comunicar del mejor modo posible al creyente de nuestros días.
Vamos a insistir ahora en la segunda verdad,de rango menor, antropológico. Pero también sobre ella conviene tener ideas claras a fin de mejor comprender la otra verdad más alta: la clara proclamación de Cristo como salvador único de la humanidad.

2. LA IMPOTENCIA SOTERIOLÓGICA CREADA POR EL PECADO

Señalan muchos que, uno de los grandes merecimientos adquiridos por la teología del PO, es el haber servido de admonición para que el hombre 'occidental' modere sus afanes prometéicos en el plano moral/espiritual y, por concomitancia e indirectamente, en todo el campo de su actividad. Que reconozca la imposibilidad en que se encuentra de autoliberarse de los poderes del mal, nominalmente del mal que él ha creado en sí mismo y en su entorno: de la dura esclavitud bajo El Pecado.
En el lenguaje de la teología se dirá que la creencia en el PO ha servido para rechazar la religión de las obras, de tipo farisaico o pelagiano; peligro constante de todos los profesionales de la vida espiritual. Entiendo por fariseísmo/pelagianismo no tanto como una 'herejía' concreta, surgida en un tiempo y espacio cultural determinado, sino como propensión universal del espíritu humano, empeñado en realizarse a sí mismo sin auxilio de la 'gracia', de cualquier gracia. Especialmente, en el humanismo radical, si esta gracia se presenta como venida del cielo.
Damos un primer paso en la explicación de la incapacidad soteriológica del hombre comentando el contenido del símbolo y prosopopeya de El Pecado, según lo propone Pablo y, bajo otros símbolos, todo el NT. Tanto la necesidad del Salvador como la correlativa incapacidad soteriológica del hombre, la señalan en el hecho, casi experimenta, de que la humanidad se encuentra bajo la esclavitud del tirano El Pecado. Pero El Pecado y sus fuerzas de ocupación dispersas por el universo se hacen fuertes y ejercen su dominación, desde tres puntos estratégicos: a) desde el pecado de Adán, 'originante' de los demás pecados que en el mundo han sido; b) desde el pecado original 'originado', inherente, interiorizado y hecho como “propio de cada uno”, presentado como efecto del pecado “adánico/originante” y fuente él mismo de los pecados personales; c) desde los 'pecados personales' con los que cada individuo se entrega voluntariamente al tirano El Pecado. Completando, mediante tales actos y consolidando el señorío de El Pecado que se introdujo en la historia humana por culpa de Adán.
Los tres momentos ponen de manifiesto un hecho único: que el dominio de El Pecado es esclavizador e irreversible. Por tanto, siguiendo el dinamismo del símbolo, diremos que la razón más perceptible, próxima y cuasi-experimental de la incapacidad del hombre para librarse de la esclavitud se encuentra en el propio hombre: en el hecho de haberse entregado voluntariamente a El Pecado. Él ha creado una situación en la cual se encuentra irremisiblemente perdido.
Podría pensarse razonadamente que, puesto que el hombre entró libremente en el reino de El Pecado, no le será imposible tomar la libre decisión de sacudir el yugo del tirano y gozar de nuevo de libertad espiritual. No es así, en absoluto. En efecto, si nos fijamos meramente en la vertiente antropológica del acto pecador, en el aspecto meramente ético, comportamental o psicológico del acto, parece no habría dificultad por principio, en admitir que, quien por debilidad de su voluntad se hizo vicioso, podría, con energía de voluntad y riguroso autodominio, tornarse hombre honrado, a nivel de la ética humana, civil.
Pero el pecar humano tiene una 'vertiente/dimensión teologal': implica una ruptura de la amistad con Dios, una repulsa de su amor, de la Alianza, como dice el AT. Y aquí entramos en la zona literalmente 'misteriosa' del pecado: el misterio de la gratuidad y libérrima decisión divina de perdonar (o no perdonar) al ofensor. Es absolutamente imposible que el hombre sepa si Dios le ha perdonado y restablecido la amistad, a menos que Dios se lo diga. Menos aún puede el hombre disponer del favor perdonador de Dios. Porque entonces la gracia no sería gracia, sino forzosidad y necesidad. Y Dios dejaría de ser Dios. Visto desde este ángulo teológico, el pecado crea en el pecador una 'absoluta incapacidad' para superar la situación de pecado y, en consecuencia, para la salvación. Aunque se mantenga el principio de que, 'al que hace lo que está de su parte, Dios no le niega la gracia'. No porque cualquier elevada 'honradez' humana le obligue a ser generoso, sino por fidelidad a Sí mismo, a su sincera voluntad de salvar a todos los hombres, a quienes creó con la intención de hacerlos co-partícipes de su vida divina.
Firme lo dicho, hay que añadir que el señalar la incapacidad soteriológica del hombre en el hecho de haber cometido un pecado, o incluso en el hecho de haber entrado en 'situación' de pecado es una razón verdadera y suficiente a 'cierto nivel', y para determinados efectos. Pero no es la 'raíz última', el motivo universal y primero del carácter absoluto de tal impotencia. En efecto, para una proclamación kerigmática, predicatoria, para el uso pastoral de la incapacidad que afecta al oyente de la Palabra, basta decirle al pecador: eres esclavo porque voluntariamente cediste a la tentación/seducción de El Pecado, eres responsable de la situación de perdición en que te encuentras. En realidad, el hombre pecador que es urgido a la conversión no necesita más “averiguaciones” ni más “teologías” sobre el origen del estado de perdición en que se encuentra; basta que acepte la la intimación del profeta: 'Tú eres el hombre', 2 Sam 12,7. Y diga con el Sal 50,6: 'Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces'. Y grite con Pablo por la venida del Salvador, Rm 7. Como es obvio, todos los textos de la Escritura que hablan de la incapacidad del hombre para librarse del pecado se encuentran en este nivel de lenguaje descriptivo, narrativo, exhortatorio, de conversión. Pero ello no impide, sino que está incitando a que la reflexión teológica, crítica y radical que quiere explicar los hechos 'por sus últimas causas', llegue a hablar de impotencia soteriológica del hombre desde mayor hondura.
Efectivamente, el pecar humano por muy frecuente y grave que se le encuentre, no pasa de ser un evento histórico, contingente, que podría ocurrir o no ocurrir, pues es acto libre. Y entonces si, por hipótesis, el hombre/humanidad no pecase, tampoco se encontraría en imposibilidad absoluta de conseguir la salvación. Y lo que es correlativo y más preocupante: no tendría necesidad absoluta del Salvador. A ese nivel de razonamiento surgió la creencia de que, si Adán no hubiese pecado, no habría entrado el Salvador en nuestra historia humana. Afirmación muy vieja, pero que hoy se juzga del todo impertinente. Agustín repite, incansable, que si la raza humana no hubiera contraído la enfermedad del PO -con el séquito de pecados personales-, no tendría necesidad de médico, Cristo. Conclusión a todas luces falsa, insostenible en buena teología católica. La impotencia soteriológica -la necesidad de Salvador- no surge, en primera y última instancia, del obrar, del comportamiento del hombre: radica en 'ser creatural', finito visto en su referencia al Infinito, a cuya participación ha sido llamado gratuitamente.
Volvamos al punto de partida de toda afirmación teológica sobre el hombre: la llamada que ha recibido para participar en la vida íntima de Dios-Trinidad. Sólo aquí encuentra el hombre la “Salvación”. Pero es obvio que esta “Salvación” es un bien (un objetivo, si vale la expresión) absolutamente trascendente, infinitamente alejado de las posibilidades humanas: sobrenatural, sobre-humano. Admitimos, con la mejor teología católica, que existe en el hombre un deseo natural, ontológico de la visión y amor intuitivo de Dios. Pero, aunque es un deseo natural, ontológico de la visión y amor  intuitivo, se trata de un deseo de 'recibir', que no implica en absoluto estar dotado de 'posibilidad', energía interna capaz de llegar a la vida eterna. Ésta es un don gratuito, total donación libre y generosa de Dios. Mirado en sí mismo y no obstante su 'deseo de Dios', el espíritu humano se encuentra en absoluta imposibilidad óntica y operativa, en absoluta indignidad e inmerecimiento moral para conseguir la Salvación. En otras palabras, mientras el ser humano no desborde su condición creatural, finita, se encuentra en absoluta impotencia de alcanzar la Salvación: la que la religión cristiana ofrece, absolutamente necesitado del Salvador. En consecuencia, independientemente y con anterioridad a que cada hombre llegue a encontrarse en situación de pecado y, aunque, por hipótesis, no llegase a tal situación, ya estaba en impotencia absoluta respecto a la Salvación. Por tanto y finalmente, no es preciso hablar de una universal condición pecadora en el hombre para explicar la 'necesidad que tiene de Salvador' y la imposibilidad de conseguir su gracia por sí mismo. 'No es lícito identificar impotencia soteriológica y necesidad del Salvador con situación universal de pecado'. Es una confusión de lamentables consecuencias en soteriología, en la caritología y en la teología del PO que nos ocupa. Porque toda situación de pecado crea, sin duda, impotencia soteriológica; pero esta impotencia soteriológica absoluta existe-ya allí donde no se ha incurrido todavía en pecado.

3. TEOLOGÍA DEL SOBRENATURAL “VERSUS” TEORÍA DEL PECADO ORIGINAL

Una de las ausencias y limitaciones más notables en la antropología teológica, pero también filosófica de san Agustín, es la carencia en ella de un concepto elaborado tanto de 'naturaleza' como del 'sobrenatural' y de sus mutuas implicaciones. No se trataría, en realidad, de un error del doctor de Hipona, sino de una de esas inevitables limitaciones epocales que el desarrollo doctrinal y cultual impone al teólogo viador, incluso a aquel que esté dotado de excelsa inteligencia. Esta carencia ha tenido consecuencias negativas, oscurecedoras en la caritología, soteriología, hamartiología de san Agustín. Recordamos, por principio, las repercusiones que ha tenido en el tema del PO.
La teología 'católica', a partir del siglo XIII y en continuado progreso, ha elaborado los conceptos técnicos de 'naturaleza' del 'Sobrenatural'. Los grandes escolásticos como santo Tomás de Aquino y el beato J. Duns Escoto hubieron de elaborar estos conceptos en diálogo con el amplio y fecundo 'naturalismo' de raíz aristotélica. En el siglo XVI los teólogos católicos hubieron de enfrentarse al exacerbado 'sobrenaturalismo' de agustinos como Bayo y Jansenio. En el decurso del siglo XX el problema ha sido discutido con vivacidad desde las categorías de inmanencia y trascendencia de la religión cristiana. Ésta se presenta como absolutamente transcendente 'sobrenatural' en todos sus momentos claves: revelación, encarnación, elevación del hombre, sacramentos. En este momento voy a poner en juego los resultados mejor contrastados de la teología del Sobrenatural, dejando los temas colaterales, más discutibles. Con la intención de hacer comprensible la afirmación que encabeza este apartado: que la teología católica del sobrenatural hace innecesaria, superficial la 'argumentación teológica' que, desde Agustín y durante quince siglos, se ha propuesto para fundamentar la teoría del PO. Sin contar las 'aporías' a las que, desde otros puntos de vista, lleva a nuestro sistema católico de creencias y los 'perjuicios' que ocasiona en la vida práctica de los creyentes. Volveremos sobre este punto.
Recuerdo aquí los datos más importantes y seguros que la teología del Sobrenatural nos ofrece.
-Para una visión cristiana del hombre es seguro que no existe más que un único fin supremo de su existencia: la visión y amor intuitivo de Dios que implica compartir la vida íntima de la Trinidad. En este 'convivir con Dios' encuentra el hombre la realización planificante y beatificante de su ser; encuentra su “Salvación”, en sentido más denso y alto de la palabra. Esta “Salvación” es la que tenemos presente en este momento.
-Por encontrar la visión de Dios la realización beatificante de su ser, hay que decir que tal visión/amor intuitivo es lo más hondamente 'natural' que al hombre puede acontecerle: es rigurosamente “naturalismo”. Lo llamamos 'sobrenatural' porque es don absolutamente gratuito de parte de Dios. Sobrenatural aquí se refiere al 'modo divino' de cumplirse el deseo 'natural': es cumplido en forma que excede en absoluto el modo y posibilidades humanas de obrar.
-Por este motivo, hay que decir que el hombre se encuentra en absoluta imposibilidad de conseguir su Salvación a la cual, sin embargo, está destinado por Dios, como fin único. Y, por ende, en absoluta necesidad de la gracia del Salvador.
-Por eso se comprende que la primera función que la gracia de Cristo ejerce sobre el hombre es promocionar y cumplir el deseo “natural/ontológico”. Su gracia “trans-naturaliza” al hombre, lo dota de un nuevo ser, lo hace nueva criatura según lenguaje de san Pablo. Desde el ser 'natural' lo eleva al ser 'sobrenatural': lo deifica/diviniza según fórmula de los Padres griegos.

A través de esta exposición se ve claro que el hombre no necesita llegar a encontrarse en situación de pecado para que se encuentre ya con anterioridad en absoluta incapacidad para conseguir la Salvación, y de hacer actos  que positivamente conduzcan a ella. Esta incapacidad se fundamente en la sobreexcelencia infinita del Ser divino y en la estructura metafísica del espíritu humano, finito. Está allí la impotencia antes de que tenga disposición inmediata para obrar el bien o el mal. Más aún, incluso aunque el hombre llegue a obrar el bien a nivel de una ética meramente civil, 'natural', todavía se encontraría en impotencia para conseguir la Salvación. Porque la Salvación de la que habla la teología es pura donación gratuita de Dios, de libérrima disposición divina: 'absolutamente sobre-humana'.
A mi juicio, todos los defensores del PO, en su argumentación teológica a favor del mismo, han sufrido una palmaria confusión argumentativa, a partir de san Agustín y hasta el presente día. La falsa argumentación o prejuicio lógico ha sido éste: “identificar impotencia soteriológica con 'situación pecadora' del hombre a salvar”. Veamos el proceso argumentativo:
-Hay que mantener, como dogma básico de nuestra fe, la necesidad universal y absoluta de la gracia de Cristo: ¡no desvirtuar l a eficacia de la Cruz de Cristo, era el lema y verdad indiscutible.
-Esta necesidad del Salvador presupone/exige que el hombre a salvar se encuentre en universal y absoluta incapacidad para salvarse por sus propias energías.
-Pero no tenemos ningún motivo para hablar de la universal incapacidad para salvarse -para obrar el bien que conduce a la salvación-, si no admitimos que todo hombre, sin excepción, incluso el recién nacido, se encuentra en situación del pecado. Que es lo que implica la doctrina del PO.

Agustín, el creador y máximo usuario de tal argumentación está marcado y, desde nuestra perspectiva actual, limitado por el planteamiento que los pelagianos hacían de todo el problema. Si Agustín no admitía el PO como creador de la situación pecadora de la humanidad, caía en la tesis pelagiana de que la humanidad era portadora de una naturaleza sana, dotada -por Dios, sin duda- de la posibilidad = 'possibilitas' de hacer el bien, todo el bien. Ante un hombre tan bien dotado y suficiente para la tarea de la salvación, la acción del Salvador quedaba en algo subsidiario, marginal, tangencial.
A la luz de lo dicho debe quedar clara  la inconsistencia de la mentada argumentación. Pero pienso que lograremos mayor firmeza para nuestra propuesta reflexionando sobre un texto del propio Agustín: leyendo a Agustín desde Agustín = Agustinum ex Agustino.
Exponiendo la necesidad del Salvador, tal como la veían los católicos, pelagianos y maniqueos -los interlocutores presentes en sus escritos- dice Agustín:
-Los católicos dicen que la naturaleza humana, creada buena por el Dios creador bueno, pero viciada por el pecado necesita del médico, Cristo.
-Los maniqueos dicen que la naturaleza humana, no fue creada buena y luego corrompida por el pecado, sino que desde la eternidad el príncipe de las tinieblas, mezclando dos naturalezas preexistentes, una buena y otra mala, produjo al hombre.
-Los pelagianos y celestinianos dicen: la naturaleza humana fue creada buena por el buen Dios y en los niños recién nacidos se encuentra tan sana, que no necesita en esa edad de la medicina de Cristo.

Pero hay otra cuarta opción. Los católicos, 'otros católicos' a finales del siglo XX pueden decir:
“Dios creó buena, íntegra, inocente y sana a la naturaleza humana y así la recibe cada hombre al entrar en la existencia. Y, sin embargo, también en aquella edad necesita de la gracia del Salvador para ser aceptable para la vida eterna. Y de hecho la recibe en aquel primer instante de su vida”. Es la opinión que nosotros venimos defendiendo. La diferencia respecto a las tres propuestas por Agustín es clara y decisiva para el tema que nos ocupa: señalar cuál es la raíz primera de la incapacidad soteriológica y de la correlativa necesidad del Salvador.
Coincidimos con los pelagianos, con la tradición cristiana anterior e independiente de agustín y con la ética natural más elemental al decir que el niño recibe la naturaleza humana sana, inocente, limpia de cualquier pecado. Es inmoral, erróneo, hablar de pecado allí donde no ha precedido un ejercicio libre de la voluntad personal. Pero nuestra diferencia es cualitativa cuando añadimos: y, sin embargo, entonces mismo, en esa situación está necesitado (y recibe) la influencia de la Cruz de Cristo, al modo por nosotros explicado. Tenemos que discrepar del presupuesto agustiniano-pelagiano (de ambos, aunque por motivos distintos): hablar de una naturaleza sana, íntegra, incorrupta es suponerla dotada de posibilidad = 'possibilitas pelagiana' para obrar todo el bien moral y, por ello, se haría innecesario el Salvador y su gracia. O bien en esta otra formulación: es indispensable que el hombre se encuentre en situación de pecado para poder presentarlo como sujeto beneficiario de la gracia de Cristo. Presupuesto agustiniano-pelagiano que ninguno de ellos sometió a control de la razón crítica, la que mira el problema desde el contexto general o analogía de la fe. Vale decir, desde otras verdades dogmáticas de más alta seguridad y valía. Ni Agustín ni sus contrincantes pelagianos llegaron a proponer la cuarta alternativa, la que hoy puede y debe proponer la teología católica actual y actualizada. Sería anacrónico, extemporáneo buscar esa opción en el siglo V de nuestra era. El déficit, la carencia que aquí comparten Agustín y pelagianos es el no haber llegado a descubrir el concepto preciso de 'naturaleza' y del 'Sobrenatural'/gratuito, tanto en sí mismos y en sus mutuas relaciones. Es un avance que se ha logrado en la teología católica occidental desde la Edad Media en adelante. Y, por cierto, armonizando el robusto 'naturalismo' aristotélico-estoico (que subyace también en la mentalidad de Juan de Eclana) con el intenso 'sobrenaturalismo' visible en la teología agustiniana. Como consecuencia de disponer hoy de una 'teología del sobrenatural' suficientemente consensuada en lo esencial, debemos decirles a pelagianos y agustinianos: aunque el niño reciba el ser creatural/naturaleza íntegra, sana, inocente, incorrupta, sin pecado alguno, sin embargo, necesita en forma absoluta de la Gracia. Sin ella, aunque ciertamente no es pecador, con todo se encuentra en absoluta imposibilidad de ser grato y aceptable por Dios para la vida eterna, que es el fin único de su vida.
Un texto de santo Tomás, en representación de los escolásticos, nos pone en la dirección correcta para señalar 'el fundamento último de la necesidad de la gracia' y de la correlativa incapacidad soteriológica del hombre que ahora nos ocupa: después del pecado (del PO y otros) el hombre necesita de la gracia para más cosas, pero no la necesita más. Porque, ya antes del pecado, necesitaba la gracia para conseguir la vida eterna, que es 'la principal necesidad de la gracia'. Si bien después del pecado, el hombre la necesita, además, para perdón del pecado y fortalecer su congénita debilidad.
En un momento crucial de su sistema teológico se pregunta santo Tomás cuál es la razón primera de la necesidad de la revelación divina. La razón primera la encuentra en el hecho de que el hombre ha sido llamado a un fin sobrenatural. Por luz de su razón no es posible que tenga noticia y menos que pueda alcanzar este fin. Sólo lo puede conocer si Dios se lo manifiesta. Motivo adyacente, colateral de esta necesidad la encuentra en el hecho de la congénita, si no incapacidad, si, al menos, imposibilidad moral de lograr certezas en el campo de lo religioso. Pero santo Tomás ha superado la idea agustiniana de que la inteligencia humana y la filosofía que ella produce, esté “herida por el PO”.
Duns Escoto plantea con notable amplitud y viveza polémica el problema de la necesidad de la revelación sobrenatural para el hombre viador. Lo hace así frente al humanismo filosófico de los averroístas, aristotélicos extremistas de su tiempo. Pues bien, el motivo de por qué es necesaria la revelación sobrenatural es porque el hombre está destinado a un fin sobrenatural: la vida íntima con Dios. Y, aunque Escoto insiste mucho en que existe un 'deseo natural ontológico' de ese fin sobrenatural, y en que tal fin es objeto de deseo natural, pero no es objeto de adquisición para las energías naturales del hombre; porque es un don voluntario, sobrenatural, de disposición absolutamente gratuita por parte de Dios. Necesita que Dios le revele el fin y le done la ayuda para conseguirlo.
En ambos máximos doctores nos encontramos con el hecho de que la necesidad de la gracia de la revelación no tiene una motivación hamartiológica: la situación de pecado del hombre (que desde luego es real), sino la desproporción óntica y operativa entre el ser finito y el ser Infinito. Y lo que vale de la gracia de la revelación vale por toda gracia: la gracia de los sacramentos, la gracia de la redención, la gracia de la deificación en cada hombre concreto. Que el pecar humano, de cualquier tipo, pueda intensificar la incapacidad soteriológica del hombre, es del todo obvio. Pero no la crea como agente primordial y previo indispensable.
De nuevo nos permitimos hacer una alusión a María “Inmaculada”. En este misterio, María se nos presenta como prototipo, arquetipo, ejemplo paradigmático de cómo administra Dios su gracia en la actual economía de salvación. No es “un caso/una excepción” de una imaginaria ley férrea = 'lex communiter conceptorum', es el 'hecho concreto' que tiene el privilegio de revelar el modo universal de comportarse la Gracia en relación al género humano. Todos los hombres somos concorpóreos, consanguíneos y consustanciales con la Madre del Señor y con el mismo Señor, Jesús de Nazaret. María recibe una “naturaleza” sana, íntegra, inocente, incorrupta y, sin embargo, necesitada de la acción salvadora de su Hijo. En frase lapidaria decía el beato J. Duns Escoto: «nadie más necesitada que Ella de la redención = maxime indiguit redemptione». Ella tuvo en Cristo el máximo y perfectísimo Salvador; ella fue la perfectísima/eminentísima redimida. Es obvio que María, por su condición de creatura finita, es óntica y dinámicamente lábil, caediza. En el lenguaje de la teología diríamos que es pecable, “pecadoriza”. Por todo ello, y aunque tenga una naturaleza sana, incorrupta la decimos absolutamente impotente para conseguir su salvación por sus energías naturales (per naturae vigorem, que decía el Arausicano), absolutamente necesitada de Salvador. Obviamente antes de que la pongamos en relación con cualquier tipo de pecado. Eso sería otra cuestión. Si sobreviniere el pecado, él crearía un nuevo motivo de impotencia; pero la radical, primordial ya la traía de antes: de su mera y neta condición creatural.
Hemos hecho alusión al doble nivel en que puede y debe ser presentada la incapacidad del hombre para salvarse: nivel de comunicación kerigmática, parenética pastoral, la que es apropiada para una 'predicación de conversión'; y la comunicación/propuesta de la misma idea a nivel de la teología científica/especulativa. Podemos matizar y completar un poco esta propuesta recurriendo al lenguaje de la Escritura a este respecto.
La Escritura en cada página, con palabras y hechos, proclama la necesidad de auxilio y Gracia de Dios para obtener la salvación, en el sentido más complexivo de la palabra. Con similar y correlativa frecuencia e intensidad proclama la incapacidad soteriológica del hombre. Como es obvio, la Escritura proclama, enuncia, describe, narra la impotencia humana, pero no la “explica” en el sentido y al nivel en que la ciencia teológica debe y puede hacerlo. Con todo, el lector atento observará que la Escritura proclama/pregona la 'impotencia soteriológica' de los humanos a este triple nivel:
-Proclamando la universalidad fáctica del pecar humano. A cada individuo humano parece decirle el mensaje de Natán: “¡Tú eres ese hombre. Porque no hay nadie que haga el bien, no hay ni uno solo!, Rm 3,1-18.
-Pero la corrupción moral que acosa a la humanidad no es una especie de andancio que va y viene por temporadas: tiene raíces hondas en la condición humana. Tiene cabida aquí la prédica de los profetas y enviados de Dios que hablan de la 'mala inclinación'/propensión al mal; del corazón duro, de la carne mísera y 'concupiscente'. Ante la palabra de Dios, el  hombre no sólo es pecador como ocasional y temporero, sino que es de condición pecadora, un ser pecable, “pecadorizo” por definición
-Pero la Palabra que increpa al pecador entra hasta lo más profundo del ser humano Hb 4,12. Le dice, en un lenguaje popular, descriptivo, lleno de figuras y símbolos, que el hombre en la última estructura de su ser, en su constitución metafísica/ontológica (valga la expresión) es fragilidad, vanidad, inconsistencia. Una “nulidad” en toda la línea del ser y del obrar [La teología del PO, tanto en su versión católica como en su versión protestante, 'sólo se supera con la teología del sobrenatural cultivada por la teología católica'. La Escritura desconoce la palabra 'sobrenatural', pero sí que habla de continuo del significado más hondo de la palabra: la gratuidad y libertad absoluta de Dios en la administración de sus dones. Y el correlativo inmerecimiento absoluto del hombre respecto al don de Dios]. Estos tres niveles de impotencia humana salvífica forman una sola magnitud, están interiormente conectados, traslapados el uno con el otro. A nivel más próximo y cuasi experimental, está el 'hecho' de la densa atmósfera de pecado que envuelve nuestra historia. A nivel más hondo y todavía universalmente accesible, está la inclinación congénita al mal. Por fin, y como raíz indispensable de todo, la condición creatural, finita del hombre a quien Dios sacó de la nada al ser: que es polvo y al polvo ha de tornar.
La “nulidad salvífica” se apoya en la nulidad ontológica. Sobre todo si la ponemos en relación con la grandiosidad de Dios tan subrayada en al Biblia. A la ciencia teológica, en cuanto tarea específica, le interesa hablar de la impotencia soteriológica humana a este nivel. El pastor de almas y, entre ellos, el 'predicador' del PO sólo hablan de la incapacidad humana al primero o segundo nivel indicados. Y desde ahí buscan y proclaman la necesidad del Salvador. Tal explicación, es decir, el recurso a la condición pecadora honda y universal es indispensable y puede ser suficiente a nivel de predicción y cura de almas. Pero la ciencia teológica, sin negar este motivo hamartiológico, ha de buscar la raíz última de la impotencia humana a más hondo nivel: desde la distancia ontológica existente entre el ser finito y el Infinito. No visto éste en abstracción filosófica, sino dentro de la concretez con que lo ofrece la teología católica del sobrenatural: Dios vida eterna, gratuita, “Sobrenatural” para el hombre. Y el hombre incapaz de acceder a esa Vida. Si Dios no viene graciosamente en su ayuda.
Al terminar las reflexiones de este capítulo, me parece consolidada nuestra opinión: para explicar en toda su universalidad y hondura la necesidad de la gracia de Cristo (y la correlativa incapacidad  soteriológica del hombre) 'no es pertinente el recurso a la doctrina del PO'. Y, en otra formulación: eliminada la doctrina del PO, en nada desvirtuamos la fuerza salvadora de la Cruz de Cristo. Más bien proyectamos mejor luz sobre la sobreabundancia de acción salvadora de Cristo, cf. Rm 5,15-17. No queremos imponerle restricciones respecto al recién venido al mundo ni a la 'humanidad infantil' en general.




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