CAPÍTULO X
RAÍZ PRIMERA DE LA
INCAPACIDAD SOTERIOLÓGICA DEL HOMBRE
1. IMPORTANCIA DEL TEMA A TRATAR
Cuando se habla de la beneficiosa influencia que la doctrina
del PO ha ejercido sobre la ortodoxia y la ortopraxis de la Cristiandad
occidental, se refieren, sobre todo, a esta verdad bifronte de la que hemos
hecho reiterada mención: la necesidad absoluta de la Gracia de Cristo y la
correlativa 'impotencia soteriológica' del hombre. En este apartado,
vamos a comprobar si, de verdad, para una mejor confesión de esta doble verdad
es necesario recurrir a la tesis del PO. O tal vez, para llegar a idéntico fin,
tenemos otros caminos más luminosos y seguros. No vamos a quitarle a la
doctrina del PO los buenos servicios prestados durante siglos. Sin embargo,
pudiera suceder que, con el progreso de la teología católica, hubiera llegado
el momento de “agradecer los servicios prestados” por la teoría del PO y buscar
otra explicación teológica de aquellas verdades troncales que todos queremos
mantener y comunicar del mejor modo posible al creyente de nuestros días.
Vamos a insistir ahora en la segunda verdad,de rango menor,
antropológico. Pero también sobre ella conviene tener ideas claras a fin de
mejor comprender la otra verdad más alta: la clara proclamación de Cristo como
salvador único de la humanidad.
2. LA IMPOTENCIA SOTERIOLÓGICA CREADA POR EL PECADO
Señalan muchos que, uno de los grandes merecimientos
adquiridos por la teología del PO, es el haber servido de admonición para que
el hombre 'occidental' modere sus afanes prometéicos en el plano
moral/espiritual y, por concomitancia e indirectamente, en todo el campo de su
actividad. Que reconozca la imposibilidad en que se encuentra de autoliberarse
de los poderes del mal, nominalmente del mal que él ha creado en sí mismo y en
su entorno: de la dura esclavitud bajo El Pecado.
En el lenguaje de la teología se dirá que la creencia en el
PO ha servido para rechazar la religión de las obras, de tipo farisaico o
pelagiano; peligro constante de todos los profesionales de la vida espiritual.
Entiendo por fariseísmo/pelagianismo no tanto como una 'herejía' concreta,
surgida en un tiempo y espacio cultural determinado, sino como propensión
universal del espíritu humano, empeñado en realizarse a sí mismo sin auxilio de
la 'gracia', de cualquier gracia. Especialmente, en el humanismo radical, si
esta gracia se presenta como venida del cielo.
Damos un primer paso en la explicación de la incapacidad
soteriológica del hombre comentando el contenido del símbolo y prosopopeya de El
Pecado, según lo propone Pablo y, bajo otros símbolos, todo el NT. Tanto la
necesidad del Salvador como la correlativa incapacidad soteriológica del hombre,
la señalan en el hecho, casi experimenta, de que la humanidad se encuentra bajo
la esclavitud del tirano El Pecado. Pero El Pecado y sus fuerzas
de ocupación dispersas por el universo se hacen fuertes y ejercen su
dominación, desde tres puntos estratégicos: a) desde el pecado de Adán, 'originante'
de los demás pecados que en el mundo han sido; b) desde el pecado original 'originado',
inherente, interiorizado y hecho como “propio de cada uno”, presentado como
efecto del pecado “adánico/originante” y fuente él mismo de los pecados
personales; c) desde los 'pecados personales' con los que cada individuo
se entrega voluntariamente al tirano El Pecado. Completando, mediante tales
actos y consolidando el señorío de El Pecado que se introdujo en la historia
humana por culpa de Adán.
Los tres momentos ponen de manifiesto un hecho único: que
el dominio de El Pecado es esclavizador e irreversible. Por tanto, siguiendo el
dinamismo del símbolo, diremos que la razón más perceptible, próxima y
cuasi-experimental de la incapacidad del hombre para librarse de la esclavitud
se encuentra en el propio hombre: en el hecho de haberse entregado
voluntariamente a El Pecado. Él ha creado una situación en la cual se encuentra
irremisiblemente perdido.
Podría pensarse razonadamente que, puesto que el hombre
entró libremente en el reino de El Pecado, no le será imposible tomar la libre
decisión de sacudir el yugo del tirano y gozar de nuevo de libertad espiritual.
No es así, en absoluto. En efecto, si nos fijamos meramente en la vertiente
antropológica del acto pecador, en el aspecto meramente ético, comportamental o
psicológico del acto, parece no habría dificultad por principio, en admitir
que, quien por debilidad de su voluntad se hizo vicioso, podría, con energía de
voluntad y riguroso autodominio, tornarse hombre honrado, a nivel de la ética
humana, civil.
Pero el pecar humano tiene una 'vertiente/dimensión
teologal': implica una ruptura de la amistad con Dios, una repulsa de su
amor, de la Alianza, como dice el AT. Y aquí entramos en la zona literalmente
'misteriosa' del pecado: el misterio de la gratuidad y libérrima decisión
divina de perdonar (o no perdonar) al ofensor. Es absolutamente imposible que
el hombre sepa si Dios le ha perdonado y restablecido la amistad, a menos que Dios
se lo diga. Menos aún puede el hombre disponer del favor perdonador de Dios.
Porque entonces la gracia no sería gracia, sino forzosidad y necesidad. Y Dios
dejaría de ser Dios. Visto desde este ángulo teológico, el pecado crea en el
pecador una 'absoluta incapacidad' para superar la situación de pecado
y, en consecuencia, para la salvación. Aunque se mantenga el principio de que, 'al
que hace lo que está de su parte, Dios no le niega la gracia'. No porque
cualquier elevada 'honradez' humana le obligue a ser generoso, sino por
fidelidad a Sí mismo, a su sincera voluntad de salvar a todos los hombres, a
quienes creó con la intención de hacerlos co-partícipes de su vida divina.
Firme lo dicho, hay que añadir que el señalar la
incapacidad soteriológica del hombre en el hecho de haber cometido un pecado, o
incluso en el hecho de haber entrado en 'situación' de pecado es una
razón verdadera y suficiente a 'cierto nivel', y para determinados
efectos. Pero no es la 'raíz última', el motivo universal y primero del
carácter absoluto de tal impotencia. En efecto, para una proclamación
kerigmática, predicatoria, para el uso pastoral de la incapacidad que afecta al
oyente de la Palabra, basta decirle al pecador: eres esclavo porque
voluntariamente cediste a la tentación/seducción de El Pecado, eres responsable
de la situación de perdición en que te encuentras. En realidad, el hombre
pecador que es urgido a la conversión no necesita más “averiguaciones” ni más
“teologías” sobre el origen del estado de perdición en que se encuentra; basta
que acepte la la intimación del profeta: 'Tú eres el hombre', 2 Sam
12,7. Y diga con el Sal 50,6: 'Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la
maldad que aborreces'. Y grite con Pablo por la venida del Salvador, Rm 7.
Como es obvio, todos los textos de la Escritura que hablan de la incapacidad
del hombre para librarse del pecado se encuentran en este nivel de lenguaje
descriptivo, narrativo, exhortatorio, de conversión. Pero ello no impide, sino
que está incitando a que la reflexión teológica, crítica y radical que quiere
explicar los hechos 'por sus últimas causas', llegue a hablar de impotencia
soteriológica del hombre desde mayor hondura.
Efectivamente, el pecar humano por muy frecuente y grave
que se le encuentre, no pasa de ser un evento histórico, contingente, que
podría ocurrir o no ocurrir, pues es acto libre. Y entonces si, por hipótesis,
el hombre/humanidad no pecase, tampoco se encontraría en imposibilidad absoluta
de conseguir la salvación. Y lo que es correlativo y más preocupante: no
tendría necesidad absoluta del Salvador. A ese nivel de razonamiento surgió la
creencia de que, si Adán no hubiese pecado, no habría entrado el Salvador en
nuestra historia humana. Afirmación muy vieja, pero que hoy se juzga del todo
impertinente. Agustín repite, incansable, que si la raza humana no hubiera
contraído la enfermedad del PO -con el séquito de pecados personales-, no
tendría necesidad de médico, Cristo. Conclusión a todas luces falsa,
insostenible en buena teología católica. La impotencia soteriológica -la
necesidad de Salvador- no surge, en primera y última instancia, del obrar, del
comportamiento del hombre: radica en 'ser creatural', finito visto en su
referencia al Infinito, a cuya participación ha sido llamado gratuitamente.
Volvamos al punto de partida de
toda afirmación teológica sobre el hombre: la llamada que ha recibido
para participar en la vida íntima de Dios-Trinidad. Sólo aquí encuentra el
hombre la “Salvación”. Pero es obvio que esta “Salvación” es un bien (un
objetivo, si vale la expresión) absolutamente trascendente, infinitamente
alejado de las posibilidades humanas: sobrenatural, sobre-humano. Admitimos,
con la mejor teología católica, que existe en el hombre un deseo natural,
ontológico de la visión y amor intuitivo de Dios. Pero, aunque es un deseo
natural, ontológico de la visión y amor
intuitivo, se trata de un deseo de 'recibir', que no implica en absoluto
estar dotado de 'posibilidad', energía interna capaz de llegar a la vida eterna.
Ésta es un don gratuito, total donación libre y generosa de Dios. Mirado en sí
mismo y no obstante su 'deseo de Dios', el espíritu humano se encuentra
en absoluta imposibilidad óntica y operativa, en absoluta indignidad e
inmerecimiento moral para conseguir la Salvación. En otras palabras, mientras
el ser humano no desborde su condición creatural, finita, se encuentra en
absoluta impotencia de alcanzar la Salvación: la que la religión cristiana
ofrece, absolutamente necesitado del Salvador. En consecuencia,
independientemente y con anterioridad a que cada hombre llegue a encontrarse en
situación de pecado y, aunque, por hipótesis, no llegase a tal situación, ya
estaba en impotencia absoluta respecto a la Salvación. Por tanto y finalmente,
no es preciso hablar de una universal condición pecadora en el hombre para
explicar la 'necesidad que tiene de Salvador' y la imposibilidad de
conseguir su gracia por sí mismo. 'No es lícito identificar impotencia
soteriológica y necesidad del Salvador con situación universal de pecado'.
Es una confusión de lamentables consecuencias en soteriología, en la
caritología y en la teología del PO que nos ocupa. Porque
toda situación de pecado crea, sin duda, impotencia soteriológica; pero esta
impotencia soteriológica absoluta existe-ya allí donde no se ha incurrido
todavía en pecado.
3. TEOLOGÍA DEL SOBRENATURAL “VERSUS” TEORÍA DEL PECADO
ORIGINAL
Una de las ausencias y limitaciones más notables en la
antropología teológica, pero también filosófica de san Agustín, es la carencia
en ella de un concepto elaborado tanto de 'naturaleza' como del 'sobrenatural'
y de sus mutuas implicaciones. No se trataría, en realidad, de un error del
doctor de Hipona, sino de una de esas inevitables limitaciones epocales que el
desarrollo doctrinal y cultual impone al teólogo viador, incluso a aquel que
esté dotado de excelsa inteligencia. Esta carencia ha tenido consecuencias
negativas, oscurecedoras en la caritología, soteriología, hamartiología de san
Agustín. Recordamos, por principio, las repercusiones que ha tenido en el tema del
PO.
La teología 'católica', a partir del siglo XIII y en continuado progreso, ha elaborado los
conceptos técnicos de 'naturaleza' del 'Sobrenatural'. Los grandes escolásticos
como santo Tomás de Aquino y el beato J. Duns Escoto hubieron de elaborar estos
conceptos en diálogo con el amplio y fecundo 'naturalismo' de raíz
aristotélica. En el siglo XVI los
teólogos católicos hubieron de enfrentarse al exacerbado 'sobrenaturalismo' de
agustinos como Bayo y Jansenio. En el decurso del siglo XX el problema ha sido discutido con vivacidad desde las
categorías de inmanencia y trascendencia de la religión cristiana. Ésta se
presenta como absolutamente transcendente 'sobrenatural' en todos sus momentos
claves: revelación, encarnación, elevación del hombre, sacramentos. En este
momento voy a poner en juego los resultados mejor contrastados de la teología
del Sobrenatural, dejando los temas colaterales, más discutibles. Con la
intención de hacer comprensible la afirmación que encabeza este apartado: que
la teología católica del sobrenatural hace innecesaria, superficial la 'argumentación
teológica' que, desde Agustín y durante quince siglos, se ha propuesto para
fundamentar la teoría del PO. Sin contar las 'aporías' a las que, desde otros
puntos de vista, lleva a nuestro sistema católico de creencias y los
'perjuicios' que ocasiona en la vida práctica de los creyentes. Volveremos
sobre este punto.
Recuerdo aquí los datos más
importantes y seguros que la teología del Sobrenatural nos ofrece.
-Para una visión cristiana del
hombre es seguro que no existe más que un único fin supremo de su existencia:
la visión y amor intuitivo de Dios que implica compartir la vida íntima de la
Trinidad. En este 'convivir con Dios' encuentra el hombre la realización
planificante y beatificante de su ser; encuentra su “Salvación”, en sentido más
denso y alto de la palabra. Esta “Salvación” es la que tenemos presente en este
momento.
-Por encontrar la visión de
Dios la realización beatificante de su ser, hay que decir que tal visión/amor
intuitivo es lo más hondamente 'natural' que al hombre puede acontecerle: es
rigurosamente “naturalismo”. Lo llamamos 'sobrenatural' porque es don
absolutamente gratuito de parte de Dios. Sobrenatural aquí se refiere al 'modo
divino' de cumplirse el deseo 'natural': es cumplido en forma que excede en
absoluto el modo y posibilidades humanas de obrar.
-Por este motivo, hay que decir
que el hombre se encuentra en absoluta imposibilidad de conseguir su Salvación
a la cual, sin embargo, está destinado por Dios, como fin único. Y, por ende,
en absoluta necesidad de la gracia del Salvador.
-Por eso se comprende que la
primera función que la gracia de Cristo ejerce sobre el hombre es promocionar y
cumplir el deseo “natural/ontológico”. Su gracia “trans-naturaliza” al hombre,
lo dota de un nuevo ser, lo hace nueva criatura según lenguaje de san Pablo.
Desde el ser 'natural' lo eleva al ser 'sobrenatural': lo deifica/diviniza
según fórmula de los Padres griegos.
A través de esta exposición se ve claro que el hombre no
necesita llegar a encontrarse en situación de pecado para que se encuentre ya
con anterioridad en absoluta incapacidad para conseguir la Salvación, y de
hacer actos que positivamente conduzcan
a ella. Esta incapacidad se fundamente en la sobreexcelencia infinita del Ser
divino y en la estructura metafísica del espíritu humano, finito. Está allí la
impotencia antes de que tenga disposición inmediata para obrar el bien o el
mal. Más aún, incluso aunque el hombre llegue a obrar el bien a nivel de una
ética meramente civil, 'natural', todavía se encontraría en impotencia para
conseguir la Salvación. Porque la Salvación de la que habla la teología es pura
donación gratuita de Dios, de libérrima disposición divina: 'absolutamente
sobre-humana'.
A mi juicio, todos los defensores del PO, en su
argumentación teológica a favor del mismo, han sufrido una palmaria confusión
argumentativa, a partir de san Agustín y hasta el presente día. La falsa
argumentación o prejuicio lógico ha sido éste: “identificar impotencia
soteriológica con 'situación pecadora' del hombre a salvar”. Veamos el
proceso argumentativo:
-Hay que mantener, como dogma básico de nuestra fe, la
necesidad universal y absoluta de la gracia de Cristo: ¡no desvirtuar l a
eficacia de la Cruz de Cristo, era el lema y verdad indiscutible.
-Esta necesidad del Salvador presupone/exige que el hombre
a salvar se encuentre en universal y absoluta incapacidad para salvarse por sus
propias energías.
-Pero no tenemos ningún motivo para hablar de la universal
incapacidad para salvarse -para obrar el bien que conduce a la salvación-, si
no admitimos que todo hombre, sin excepción, incluso el recién nacido, se
encuentra en situación del pecado. Que es lo que implica la doctrina del PO.
Agustín, el creador y máximo usuario de tal argumentación
está marcado y, desde nuestra perspectiva actual, limitado por el planteamiento
que los pelagianos hacían de todo el problema. Si Agustín no admitía el PO como
creador de la situación pecadora de la humanidad, caía en la tesis pelagiana de
que la humanidad era portadora de una naturaleza sana, dotada -por Dios, sin
duda- de la posibilidad = 'possibilitas' de hacer el bien, todo el bien.
Ante un hombre tan bien dotado y suficiente para la tarea de la salvación, la
acción del Salvador quedaba en algo subsidiario, marginal, tangencial.
A la luz de lo dicho debe quedar clara la inconsistencia de la mentada
argumentación. Pero pienso que lograremos mayor firmeza para nuestra propuesta
reflexionando sobre un texto del propio Agustín: leyendo a Agustín desde
Agustín = Agustinum ex Agustino.
Exponiendo la necesidad del Salvador, tal como la veían los
católicos, pelagianos y maniqueos -los interlocutores presentes en sus
escritos- dice Agustín:
-Los católicos dicen que la naturaleza humana,
creada buena por el Dios creador bueno, pero viciada por el pecado necesita del
médico, Cristo.
-Los maniqueos dicen que la naturaleza humana, no
fue creada buena y luego corrompida por el pecado, sino que desde la eternidad
el príncipe de las tinieblas, mezclando dos naturalezas preexistentes, una
buena y otra mala, produjo al hombre.
-Los pelagianos y celestinianos dicen: la
naturaleza humana fue creada buena por el buen Dios y en los niños recién
nacidos se encuentra tan sana, que no necesita en esa edad de la medicina de
Cristo.
Pero hay otra cuarta opción. Los católicos, 'otros
católicos' a finales del siglo XX pueden decir:
“Dios creó buena, íntegra,
inocente y sana a la naturaleza humana y así la recibe cada hombre al entrar en
la existencia. Y, sin embargo, también en aquella edad necesita de la gracia
del Salvador para ser aceptable para la vida eterna. Y de hecho la recibe en
aquel primer instante de su vida”. Es la opinión que nosotros
venimos defendiendo. La diferencia respecto a las tres propuestas por Agustín
es clara y decisiva para el tema que nos ocupa: señalar cuál es la raíz primera
de la incapacidad soteriológica y de la correlativa necesidad del Salvador.
Coincidimos con los pelagianos, con la tradición cristiana
anterior e independiente de agustín y con la ética natural más elemental al
decir que el niño recibe la naturaleza humana sana, inocente, limpia de
cualquier pecado. Es inmoral, erróneo, hablar de pecado allí donde no ha
precedido un ejercicio libre de la voluntad personal. Pero nuestra diferencia
es cualitativa cuando añadimos: y, sin embargo, entonces mismo, en esa
situación está necesitado (y recibe) la influencia de la Cruz de Cristo, al
modo por nosotros explicado. Tenemos que discrepar del presupuesto
agustiniano-pelagiano (de ambos, aunque por motivos distintos): hablar de una
naturaleza sana, íntegra, incorrupta es suponerla dotada de posibilidad = 'possibilitas
pelagiana' para obrar todo el bien moral y, por ello, se haría innecesario
el Salvador y su gracia. O bien en esta otra formulación: es indispensable que
el hombre se encuentre en situación de pecado para poder presentarlo como
sujeto beneficiario de la gracia de Cristo. Presupuesto agustiniano-pelagiano
que ninguno de ellos sometió a control de la razón crítica, la que mira el
problema desde el contexto general o analogía de la fe. Vale decir, desde otras
verdades dogmáticas de más alta seguridad y valía. Ni Agustín ni sus
contrincantes pelagianos llegaron a proponer la cuarta alternativa, la
que hoy puede y debe proponer la teología católica actual y actualizada.
Sería anacrónico, extemporáneo buscar esa opción en el siglo V de
nuestra era. El déficit, la carencia que aquí comparten Agustín y
pelagianos es el no haber llegado a descubrir el concepto preciso de 'naturaleza'
y del 'Sobrenatural'/gratuito, tanto en sí mismos y en sus mutuas relaciones.
Es un avance que se ha logrado en la teología católica occidental desde
la Edad Media en adelante. Y, por cierto, armonizando el robusto 'naturalismo'
aristotélico-estoico (que subyace también en la mentalidad de Juan de Eclana)
con el intenso 'sobrenaturalismo' visible en la teología agustiniana. Como
consecuencia de disponer hoy de una 'teología del sobrenatural'
suficientemente consensuada en lo esencial, debemos decirles a pelagianos y
agustinianos: aunque el niño reciba el ser
creatural/naturaleza íntegra, sana, inocente, incorrupta, sin pecado alguno,
sin embargo, necesita en forma absoluta de la Gracia. Sin ella, aunque
ciertamente no es pecador, con todo se encuentra en absoluta imposibilidad de
ser grato y aceptable por Dios para la vida eterna, que es el fin único de su
vida.
Un texto de santo Tomás, en representación de los
escolásticos, nos pone en la dirección correcta para señalar 'el fundamento
último de la necesidad de la gracia' y de la correlativa incapacidad
soteriológica del hombre que ahora nos ocupa: después del pecado (del PO y
otros) el hombre necesita de la gracia para más cosas, pero no la necesita más.
Porque, ya antes del pecado, necesitaba la gracia para conseguir la vida
eterna, que es 'la principal necesidad de la gracia'. Si bien después
del pecado, el hombre la necesita, además, para perdón del pecado y fortalecer
su congénita debilidad.
En un momento crucial de su sistema teológico se pregunta santo
Tomás cuál es la razón primera de la necesidad de
la revelación divina. La razón primera la encuentra en el hecho de que el
hombre ha sido llamado a un fin sobrenatural. Por luz de su razón no es posible
que tenga noticia y menos que pueda alcanzar este fin. Sólo lo puede conocer si
Dios se lo manifiesta. Motivo adyacente, colateral de esta necesidad la
encuentra en el hecho de la congénita, si no incapacidad, si, al menos,
imposibilidad moral de lograr certezas en el campo de lo religioso. Pero santo Tomás
ha superado la idea agustiniana de que la inteligencia humana y la filosofía
que ella produce, esté “herida por el PO”.
Duns Escoto plantea con notable amplitud y viveza polémica
el problema de la necesidad de la revelación sobrenatural para el hombre
viador. Lo hace así frente al humanismo filosófico de los averroístas,
aristotélicos extremistas de su tiempo. Pues bien, el
motivo de por qué es necesaria la revelación sobrenatural es porque el hombre
está destinado a un fin sobrenatural: la vida íntima con Dios. Y, aunque
Escoto insiste mucho en que existe un 'deseo natural ontológico' de ese fin
sobrenatural, y en que tal fin es objeto de deseo natural, pero no es objeto de
adquisición para las energías naturales del hombre; porque es un don voluntario,
sobrenatural, de disposición absolutamente gratuita por parte de Dios. Necesita
que Dios le revele el fin y le done la ayuda para conseguirlo.
En ambos máximos doctores nos encontramos con el hecho de
que la necesidad de la gracia de la revelación no tiene una motivación
hamartiológica: la situación de pecado del hombre (que desde luego es real),
sino la desproporción óntica y operativa entre el ser finito y el ser Infinito.
Y lo que vale de la gracia de la revelación vale por toda gracia: la gracia
de los sacramentos, la gracia de la redención, la gracia de la
deificación en cada hombre concreto. Que el pecar humano, de cualquier tipo,
pueda intensificar la incapacidad soteriológica del hombre, es del todo obvio.
Pero no la crea como agente primordial y previo indispensable.
De nuevo nos permitimos hacer una alusión a María
“Inmaculada”. En este misterio, María se nos presenta como prototipo,
arquetipo, ejemplo paradigmático de cómo administra Dios su gracia en la actual
economía de salvación. No es “un caso/una excepción” de una imaginaria ley
férrea = 'lex communiter conceptorum', es el 'hecho concreto' que
tiene el privilegio de revelar el modo universal de comportarse la Gracia en
relación al género humano. Todos los hombres somos concorpóreos, consanguíneos
y consustanciales con la Madre del Señor y con el mismo Señor, Jesús de
Nazaret. María recibe una “naturaleza” sana, íntegra, inocente, incorrupta y,
sin embargo, necesitada de la acción salvadora de su Hijo. En frase lapidaria
decía el beato J. Duns Escoto: «nadie más
necesitada que Ella de la redención = maxime indiguit redemptione».
Ella tuvo en Cristo el máximo y perfectísimo Salvador; ella fue la
perfectísima/eminentísima redimida. Es obvio que María, por su condición de
creatura finita, es óntica y dinámicamente lábil, caediza. En el lenguaje de la
teología diríamos que es pecable, “pecadoriza”. Por todo ello, y aunque tenga
una naturaleza sana, incorrupta la decimos absolutamente impotente para
conseguir su salvación por sus energías naturales (per naturae vigorem,
que decía el Arausicano), absolutamente necesitada de Salvador. Obviamente
antes de que la pongamos en relación con cualquier tipo de pecado. Eso sería
otra cuestión. Si sobreviniere el pecado, él crearía un nuevo motivo de impotencia;
pero la radical, primordial ya la traía de antes: de su mera y neta condición
creatural.
Hemos hecho alusión al doble nivel en que puede y debe ser
presentada la incapacidad del hombre para salvarse: nivel de comunicación
kerigmática, parenética pastoral, la que es apropiada para una 'predicación
de conversión'; y la comunicación/propuesta de la misma idea a nivel de la
teología científica/especulativa. Podemos matizar y completar un poco esta
propuesta recurriendo al lenguaje de la Escritura a este respecto.
La Escritura en cada página, con palabras y hechos,
proclama la necesidad de auxilio y Gracia de Dios para obtener la salvación, en
el sentido más complexivo de la palabra. Con similar y correlativa frecuencia e
intensidad proclama la incapacidad soteriológica del hombre. Como es obvio, la
Escritura proclama, enuncia, describe, narra la impotencia humana, pero no la
“explica” en el sentido y al nivel en que la ciencia teológica debe y puede
hacerlo. Con todo, el lector atento observará que la Escritura proclama/pregona
la 'impotencia soteriológica' de los humanos a este triple nivel:
-Proclamando la universalidad fáctica del pecar humano. A
cada individuo humano parece decirle el mensaje de Natán: “¡Tú eres ese hombre.
Porque no hay nadie que haga el bien, no hay ni uno solo!, Rm 3,1-18.
-Pero la corrupción moral que acosa a la humanidad no es
una especie de andancio que va y viene por temporadas: tiene raíces hondas en
la condición humana. Tiene cabida aquí la prédica de los profetas y enviados de
Dios que hablan de la 'mala inclinación'/propensión al mal; del corazón
duro, de la carne mísera y 'concupiscente'. Ante la palabra de Dios,
el hombre no sólo es pecador como
ocasional y temporero, sino que es de condición pecadora, un ser pecable,
“pecadorizo” por definición
-Pero la Palabra que increpa al pecador entra hasta lo más
profundo del ser humano Hb 4,12. Le dice, en un lenguaje popular, descriptivo,
lleno de figuras y símbolos, que el hombre en la última estructura de su ser,
en su constitución metafísica/ontológica (valga la expresión) es fragilidad,
vanidad, inconsistencia. Una “nulidad” en toda la línea del ser y del obrar [La
teología del PO, tanto en su versión católica como en su versión protestante, 'sólo
se supera con la teología del sobrenatural cultivada por la teología católica'.
La Escritura desconoce la palabra 'sobrenatural', pero sí que habla de continuo
del significado más hondo de la palabra: la gratuidad y libertad absoluta de
Dios en la administración de sus dones. Y el correlativo inmerecimiento
absoluto del hombre respecto al don de Dios]. Estos tres niveles de impotencia
humana salvífica forman una sola magnitud, están interiormente conectados,
traslapados el uno con el otro. A nivel más próximo y cuasi experimental, está
el 'hecho' de la densa atmósfera de pecado que envuelve nuestra
historia. A nivel más hondo y todavía universalmente accesible, está la
inclinación congénita al mal. Por fin, y como raíz indispensable de todo, la
condición creatural, finita del hombre a quien Dios sacó de la nada al ser: que
es polvo y al polvo ha de tornar.
La “nulidad salvífica” se apoya en la nulidad ontológica.
Sobre todo si la ponemos en relación con la grandiosidad de Dios tan subrayada
en al Biblia. A la ciencia teológica, en cuanto tarea específica, le interesa
hablar de la impotencia soteriológica humana a este nivel. El pastor de almas
y, entre ellos, el 'predicador' del PO sólo hablan de la incapacidad humana al
primero o segundo nivel indicados. Y desde ahí buscan y proclaman la necesidad
del Salvador. Tal explicación, es decir, el recurso a la condición pecadora
honda y universal es indispensable y puede ser suficiente a nivel de predicción
y cura de almas. Pero la ciencia teológica, sin negar este motivo
hamartiológico, ha de buscar la raíz última de la impotencia humana a más hondo
nivel: desde la distancia ontológica existente
entre el ser finito y el Infinito. No visto éste en abstracción
filosófica, sino dentro de la concretez con que lo ofrece la teología católica
del sobrenatural: Dios vida eterna, gratuita, “Sobrenatural” para el hombre. Y
el hombre incapaz de acceder a esa Vida. Si Dios no viene graciosamente en su
ayuda.
Al terminar las reflexiones de este capítulo, me parece
consolidada nuestra opinión: para explicar en toda su universalidad y hondura
la necesidad de la gracia de Cristo (y la correlativa incapacidad soteriológica del hombre) 'no es
pertinente el recurso a la doctrina del PO'. Y, en otra formulación:
eliminada la doctrina del PO, en nada desvirtuamos la fuerza salvadora de la
Cruz de Cristo. Más bien proyectamos mejor luz sobre la sobreabundancia de
acción salvadora de Cristo, cf. Rm 5,15-17. No queremos imponerle restricciones
respecto al recién venido al mundo ni a la 'humanidad infantil' en general.
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