CAPÍTULO VIII
LA GRACIA INICIAL DE TODO
HOMBRE AL ENTRAR EN LA EXISTENCIA
Cualquier investigación sobre este tema, al menos de
entrada, podría ser tachada de vana curiosidad, difícil de satisfacer. Por eso,
las primeras páginas de nuestro estudio las hubimos de dedicar a precisar los
límites cognoscitivos y objetivos de la pregunta y de cualquier previsible
respuesta. Nos mostrábamos cautelosos sobre el valor religioso real de la
cuestión vista en sus propios límites y peso específico.
1. SENTIDO Y ALCANCE DE NUESTRA PROPUESTA
En este contexto se comprende que hayamos de empezar
aclarando el sentido del título que preside este capítulo.
Recordamos, en primer término, que, durante siglos, la
cristianada 'occidental' otorgó alta solemnidad e importancia de primer
grado a la afirmación de que todo hombre es concebido con la mancha del PO. Se
le proclamó “dogma” basilar de la ortodoxia y ortopraxis cristiana. Muchos
teólogos proponían la doctrina del PO como realidad, como idea-eje sobre la que
gira 'la actual historia y economía de salvación'. Llamada por ello,
justamente, visión infralapsaria, hamartiocéntrica, adamocéntrica y hasta
'pecadorista' de la historia sagrada. Como si, eliminado Adán con su pecado portador de muerte, perdiese su
primaria razón de ser o hubiese de cambiar de sentido la entrada en nuestra
historia de Cristo, portador de vida. Estamos realizando una crítica minuciosa
y radical de la vieja teoría del PO. Al propio tiempo, con las cautelas y
sobriedad indicadas, exponemos nuestra teoría, sin protección de grandes
certidumbres dogmáticas y divinales. Se ofrece como una 'conclusión
teológica'. Sólidamente encuadrada dentro de la analogía de la fe, dentro
del contexto global de nuestro sistema católico de creencias, proponemos esta
afirmación: “Todo hombre, al llegar a la existencia, se encuentra en
situación teologal de amistad y Gracia de Dios, incorporado a Cristo,
Sacramento universal de salvación”. Ante esta afirmación, extraña para el
común de los creyentes, teólogos o no, surge espontánea la pregunta que pudiera
parecer vulgar, pero que no deja de ser incisiva y hasta comprometedora: ¿cómo
lo sabes?, ¿estás seguro? Los confesantes de la vieja teoría del PO la
mantenían como una noticia venida del cielo, palabra de Dios. Con la
certidumbre de que este altísimo origen comportaba. Sobre ellos pesaba entonces
la tarea de demostrar su aserto. Parece que, al menos en la actualidad, no la
cumplen satisfactoriamente, según opina la teología crítica que en nuestros
días trabaja sobre y en contra de la teoría del PO.
Nuestra propuesta, y la certidumbre que la acompaña, es
mucho más sobria: sabemos, por razonamiento teológico y tenemos la correlativa
certeza científico-teológica, de que todo hombre nace en 'estado de gracia'
ante Dios. La conclusión la valoramos como preciosa a su nivel, y también por
las repercusiones favorables que tiene en el campo de nuestra teología 'católica'.
Sintetizada, por ejemplo, en que limpia a la teología de la mancha del PO que
le afecta en todas las direcciones del tiempo y del espacio. En todo caso, no
pretendemos sustituir el “dogma del PO” por el “dogma de la Gracia original”,
si bien éste sería más agradable y menos comprometedor para nuestra fe
católica.
2. QUÉ ENTENDEMOS POR GRACIA ORIGINAL
Creo que la explicación más inmediata se logra si se la
entiende como una situación teologal del recién nacido opuesta a la situación
de “pecado original”. La teología tradicional, cuando llamaba pecado “original”
a la situación del recién concebido, quería decir, bajo esa denominación y
desde el significado gramatical de la palabra, que tal pecado se contraía: a)
desde el origen de la humanidad; b) al originarse mismo de cada individuo (en
el instante de ser concebido/originado); c) por el modo mismo de ser originado
(libidinosamente, 'ex semine infecto', decían). Claro que esta
constatación, que parece sencilla, implicaba afirmaciones transcendentes para
la historia religiosa de la humanidad y de cada individuo humano. Ya lo
explicaron largo y tendido los mantenedores de
la teoría del PO.
La fórmula (o lexema) “Gracia original” está construida a
imitación y, al propio tiempo, en 'oposición' y con intención de
desplazar a la fórmula (o lexema) “pecado original” a la hora de calificar la
situación teologal del recién nacido. Describiendo ulteriormente el contenido
de la fórmula adoptada diríamos:
-El hombre, al entrar en la existencia, no se encuentra en
aquella situación denominada “pecado original”, sino que se encuentra en un
estado de gracia calificada como “original”.
-El calificativo de “original”, aplicado al pecado en el
que habría incurrido todo naciente ser humano, quería significar -desde san
Agustín y hasta hoy mismo- que el pecado le afectaba individualmente desde el
originarse mismo de su vida: desde el primer instante de su ser natural.
-Por ello era calificado como 'pecado de la naturaleza' (pecatum
naturae). Y le calificaba (descalificaba) al hombre como 'pecador'
verdadero ya antes e independientemente de cualquier posible ejercicio de su
voluntad personal. El hombre sería un ser congénita y connaturalmente y
radicalmente pecador, un ser malo de
nacimiento y de raza.
-La connotación de 'original', añadida al sustantivo
'pecador', testimoniaba también la convicción de que el PO se transmite desde
el inicio de la historia hasta el final
de la misma, de padres a hijos, inmerso en el mismo proceso de la generación
biológica por el que se transmite la vida. Las explicaciones de este singular
hecho eran varias, tortuosas y oscuras todas ellas.
-El PO se calificaba de 'originante' porque: a) aplicado al
padre Adán se veía en él el causante de la mísera condición de todos sus
descendientes; b) en cada hombre se considera 'originante', raíz y fuente
irrestañable del pecar en la posterior vida adulta.
-Por nuestra parte, al hablar de la Gracia inicial/original
en la humanidad infantil, nos distanciamos de la opinión de los autores antes
mencionados que hablan, en el caso, de un 'todavía-no' la incorporación
a Cristo en el niño. O bien rechazan la legitimidad teológica de semejante
estado de Gracia inicial. Positivamente, al hablar de la gracia original
queremos decir:
-Cada hombre recibe esta gracia con el originarse mismo de
su vida: en el primer instante de su ser natural como tal individuo humano.
-Obviamente, el así agraciado por Dios lo es antes e
independientemente de que pueda co-laborar, co-operar personalmente en forma
consciente y libre con la Gracia que en él actúa. Por tanto, la 'gratuidad
absoluta de la gracia' tiene aquí una espléndida manifestación. Más
perceptible que cuando se pide la co-operación del adulto.
-Con no menor claridad se ve que estar agraciado desde el
origen no tiene conexión ninguna interna con el proceso de la generación
natural. Sería una ocurrencia del todo desafortunada. Sencillamente en cada
hombre coinciden cronológicamente -si es posible hablar así- la entrada en la
vida natural y en la vida sobrenatural.
-Agradeceríamos al lector que nuestra propuesta sobre la
“Gracia original” en modo alguno la ponga en cualquier tipo de conexión con la
teoría de la 'santidad y justicia' con que habría sido agraciado el
primer hombre/Adán. Integrada por tan grandes dones naturales, preternaturales,
sobrenaturales. Hemos sido reiterativos en rechazar la secular “teología de
Adán” como arbitraria, infundada. Querer ver reproducido aquel estado en cada
naciente ser humano, sería contradicción flagrante y casi ridículo por parte
nuestra.
3. TODO HOMBRE NACE EN ESTADO DE GRACIA
La idea expuesta bajo la fórmula “Gracia original” tal vez
pueda ser mejor comprendida si la presentamos en esta otra más sencilla y usual
en la antropología teológica: todo hombre se encuentra “en estado de gracia”
desde el primer instante de su vida.
Al utilizar esta fórmula tan conocida es claro que no
queremos, en este momento, introducir ninguna novedad en la caritología ni en
la soteriología católica. Tan sólo subrayar alguna de las dimensiones que el
“estado de gracia” tiene para nuestro tema:
-'Estar en gracia' significa para nosotros, ante
todo y en forma primordial, una 'actitud divina' respecto del hombre. Se
quiere decir que Dios, con absoluta libertad y liberalidad, acepta a este
hombre que llega al mundo, en su individualidad y realidad personal, como hijo
adoptivo suyo, digno de la vida eterna. Aquel designio salvador que existía
desde la eternidad en el corazón del Padre, Ef 1,2-6 par., se historifica y
comienza a realizarse en la vida de cada hombre que llega a este mundo. Usando
la terminología escolar diremos que el hombre entra en la vida acogido pro la
Gracia Increada: La Santísima Trinidad, el Espíritu Santo que hace sentir en él
su presencia y su influencia.
-Pero, según la teología católica, el agraciamiento del
hombre no ocurre ni se dice de alguien que 'está en gracia' sólo por la
presencia en él de la Gracia Increada, el Espíritu Santo; ni es pura y mera
actitud del amor benevolente y misericordioso de Dios. Ese amor es creador,
conlleva la transformación del hombre amado por Dios. El realismo inmanente de
esta transformación es necesario mantenerlo en la cristología católica, frente
al extrinsecismo y justificación forense de sentido protestante. Este realismo
está bien expresado cuando se habla de que la Gracia hace del hombre nueva
creatura, nuevo ser en Cristo. Lo deifica, diviniza, según fórmulas de los
padres griegos. Al proponer que el hombre entra en la vida en 'estado de
Gracia', pensamos que el realismo de aquellas tradicionales fórmulas no se
puede atenuar hasta convertirlas en pura metáfora o símbolo de otra realidad
distinta. Claro es que, siendo la gracia un germen de vida, es, al propio
tiempo, una realidad procesual, sujeta a evolución y crecimiento. Tanto en la
humanidad infantil como en la de adultos. Con un ligero, pero comprensible
juego de palabras, diríamos que el hombre entra en la vida en “estado de
Gracia” y en “estado de gracia”.
4. UNA DIFICULTAD DE FONDO PARA NUESTRA TEORÍA
Están habituados nuestros oídos cristianos a que, durante
siglos, se nos diga que somos concebidos en un pecado misteriosamente
'original'. Es de esperar que el discurso sobre la gracia original, aunque
suene halagüeño, suscite la duda de 'si será verdad tanta belleza', como dice
el adagio.
En páginas anteriores, hemos mencionado la opinión de A.
Vanneste quien insiste en que los conceptos de “pecado” y de “gracia” no pueden
aplicarse al niño, a la humanidad infantil: sólo del hombre adulto que responde
consciente y libremente al amor de Dios puede decirse que está en Gracia. O
bien, si rehúsa su amor, que es pecador. No tendría sentido teológico correcto
y preciso hablar, en referencia a un niño, ni de 'pecado' personal u original
ni de “gracia” original o personal.
La objeción es digna de ser atendida: a) por razón de los
principios teológicos en que se apoya; b) porque A. Vanneste tiene a la vista,
en forma más explícita, nuestra propuesta sobre la gracia original; c) su
objeción toca nuestra teoría diríamos que en la que llamaríamos 'la línea de
flotación'. Niega no sólo el 'hecho' que proponemos, sino, también, la
legitimidad y corrección teológica de la propuesta.
Respecto a esta negada/discutida legitimidad y corrección
teológica de nuestra teoría recordamos:
-Los teólogos católicos tiene por muy cierto que el alma de
Jesús, ya en el seno materno, estuvo llena de la gracia santificante. No somos
nada propicios a desvelar “dogmas” por cualquier campo dela teología. Pero no
me atrevería a decir que el lenguaje teológico es aquí impropio, por
extrapolación de ideas y conceptos.
-Bajo ciertos aspectos es más claro el caso de la Madre del
Señor llena de Gracia desde el primer instante de su ser natural, según se
confiesa al proclamar el dogma de la Inmaculada. Los “maculistas” antiguos
negaban el hecho de esta santificación
original, pero nunca la legitimidad teológica de la propuesta. Ellos mismos
decían que María, sin duda, contrajo el PO en el primer instante. Pero, en el
instante siguiente, el de la animación = 'statim post animationem' fue
plenamente santificada en el seno materno. Pueden leerse en san Buenaventura
las excelencias de esta original santificación segunda', pero muy real. Desde
siglos venían celebrando la santidad de María en su nacimiento. No sé si la
Mariología católica podría aceptar que, cuando se habla d la Madre del Señor
llena de gracia desde el primer instante, se hable de gracia en sentido
impropio. Frente a la pretensión del beato Juan Duns Escoto y otros posteriores
'paladines de la Inmaculada', los 'maculistas' medievales hubieran tenido a
mano una objeción demoledora de la piadosa creencia: es teológicamente
incorrecto, ilegítimo hablar de “gracia” en el ser humano en el seno materno,
en edad infantil. No lo hicieron ni, en mi opinión, podían hacerlo en buena
lógica.
Podemos aceptar, sin reservas, la propuesta de A. Vanneste
de que la palabra 'pecado' no tiene sentido ninguno real aplicada a un hombre
en edad infantil. Pero no se debe extender la negativa a la realidad de la
“gracia”. El 'pecado', por definición y esencialmente, es un acto por el que
alguien voluntariamente, de modo consciente y libre, desobedece a Dios. Pero la
gracia es efecto de la iniciativa gratuita de Dios que acepta al hombre para la
vida eterna y al aceptarlo lo transforma en nueva criatura. Le dona un nuevo ser
para que, en consecuencia, el hombre, cuando llega a disponer de sí mismo,
responda a Dios consciente y libremente. La co-operación/colaboración del
hombre viene después del ser. No hay paralelismo entre “pecado” y “gracia”, que
resultaría nefasto para ésta. Parece que la objeción de A. Vanneste deja
olvidada la vertiente óntica de la deificación del hombre. Reduce el
acontecimiento de la deificación del hombre a sus aspectos dinámico, operativo
y ético. Pero la nueva operación brota y es aceptable a Dios porque procede de
un 'nuevo ser'. Este nuevo ser ha sido creado por Dios cuando creó el
ser natural. La vida que llamamos 'natural' está allí, aún cuando todavía no
haya llegado a manifestarse en forma plena y específicamente humana, en forma
consciente y libre. En forma paralela, la vida, el ser sobrenatural está
allí-ya en el naciente ser humano, dentro de las modalidades que su modo de
existir exige.
Similar imprecisión observamos en el concepto de “persona”.
Cierto es que el ser humano no es “persona” en sentido pleno hasta que no llega
a ser adulto. Pero la persona es una realidad dinámica, evolutiva, procesual.
Nada impide que sea realmente persona en edad infantil, aunque con una
personalidad germinal, sujeta a desarrollo. De hecho, los moralistas católicos
tratan a los niños -a la humanidad infantil- como personas con derechos humanos
reales, aunque se digan incompletos. Incluso extienden esta clasificación al 'nasciturus'.
Éste, ante la ética natural y cristiana, tiene derechos que sólo le competen porque
se le considera persona humana. Tal es el derecho a la inviolabilidad de la
vida. Aunque es seguro que no tiene obligación ninguna propia de una persona.
La correlación derecho-deber hay que mantenerla, pero no es matemática. Por
tanto, podemos decir que, en su propio orden y nivel de persona, el niño, puede
ser y es sujeto de gracia santificante; pero, precisamente por ser persona, no
puede hablarse en sentido teológico propio, de 'pecado': ni original, ni
de otro tipo.
«En esta discusión convendría no confundir el concepto de
“persona”, utilizado por la filosofía moderna y otras ciencias del hombre, con
el concepto metaempírico, metafísico utilizado por la teología e incluso por la
filosofía de inspiración cristiana. Según la antropología moderna, un hombre no
es propia y plenamente “persona” hasta que no es capaz de actos conscientes y
libres. Pero, en teología, el ser humano es 'persona' ya antes, desde el
momento en que es individuo subsistente en una naturaleza o sustancia
espiritual. Por ello, no de be haber reticencias en decir que el ser humano es
'persona' ya desde su edad infantil. Incluso en su vida como 'nasciturus',
en el seno materno.
En conclusión: no vemos motivo para que nuestra propuesta
sobre la santidad original/inicial sea rechazada como teológicamente no
legitimada o incorrecta. Cierto, queda la tarea de demostrar el 'hecho',
la existencia de tal situación teologal. Pero, por principio, no se niegue
rigor teológico a la doctrina que, en otros campos, viene destilada desde
siglos; que el hombre puede ser “santo” pro gracia de Dios, antes de llegar a
la vida consciente y libre».
5. FUNDAMENTACIÓN TEOLÓGICA DE NUESTRA PROPUESTA
Ya hemos reiterado nuestra intención de no sustituir el
'dogma del PO' de color oscuro, por el 'dogma de la gracia original' de color
luminoso. Calificábamos de desmesura intelectual y volitiva el dar seguridad de
dogma a cualquier afirmación sobre la situación teologal del hombre al llegar a
la existencia. Si se quiere y es conveniente hablar del tema, que se haga a
nivel de una 'conclusión teológica, de un teologúmeno'. Y en la medida
en que se pueda mostrarlo como derivación lógica -dentro de la analogía de la
fe- de más altas, claras y seguras verdades de nuestro credo. Lo vamos a
intentar a continuación.
A) LA VOLUNTAD SALVÍFICA
DE DIOS Y LA GRACIA ORIGINAL
El tema lo hemos estudiado antes; podemos ser breves ahora.
Él era el punto de partida para poder responder a la pregunta por la situación
teologal del hombre al llegar a la existencia.
Calificar esta situación de PO en el sentido que lo hace la
tradición católica 'occidental' nos parecía incompatible con el dogma de
la voluntad salvífica universal y
operativa de Dios. Incluso con el concepto mismo cristiano de Dios, según
estudiaremos más adelante.
Contábamos, también, con la respuesta de alguien que
califica pregunta y respuesta como irrelevante curiosidad, perfectamente
desatendible para una teología científica seria. Por su propio peso específico,
el problema sería de escasa importancia. Pero la historia de la teología
occidental no nos permite pasarlo por alto.
No parece aceptable hablar de un todavía-no de la gracia,
una especie de situación indiferenciada e indiferenciable entre 'gracia' y
'pecado'. Me parece que en esta opción se volvería a dar por existente un
estado de naturaleza pura para la humanidad infantil. Que no olvidemos es
inmensamente numerosa.
Nos resta la tarea de retomar los principios mencionados en
el capítulo II y desde ellos llegar a la conclusión propuesta.
La pregunta sea, pues, ésta: ¿es razonable -para una razón
ilustrada por la fe- y sería lógico -dentro de la lógica interna del dogma de
la voluntad salvífica- deducir que todo hombre nace en estado de gracia, en
gracia 'original'?
Ya hemos explicado el concepto de voluntad salvífica sobre
el cual trabajamos. Distante y distinto del que obraba en la mente de Agustín y
de los cultivadores de la teoría del PO hasta fecha reciente. La decisión del
Padre de dar participación de su vida divina a todos los hombres en Cristo -en
esto consiste la Salvación a la que todos llama- es absolutamente gratuita y
libérrima. Esta total gratuidad la mantiene la acción gratificante de Dios en
cualquiera de los momentos de la historia humana, individual o comunitaria en
los que el designio va cumpliéndose. Ya sea en la humanidad infantil, ya sea en
la humanidad adulta, siempre que la Gracia actúe, lo hace con plena gratuidad,
exclusivamente por fidelidad a su propia voluntad salvadora. Nunca en fuerza de
cualquier necesidad o exigencia que brote de la criatura.
Ahora bien, según la caritología católica, la gracia
elevante, santificante transformadora del ser natural, es medio necesario para
ser grato a Dios y ser aceptado para la salvación. Por consiguiente, Dios no
puede querer sincera y operativamente la Salvación de alguien sin donarle la
gracia santificante, que le haga nuevo ser en Cristo. Me parece que éste es el
sentido profundo y universal del secular adagio teológico: 'A quien no pone
obstáculo, Dios no le niega la Gracia'.
En este momento, pudiera surgir la objeción espontánea
-demasiado espontánea-: Dios no niega su gracia... al que sea capaz de ella.
Pero, según los teólogos antes mencionados, el niño, la humanidad infantil, no
sería capaz de gracia. Sin embargo, pensamos que el alma de todo ser humano,
niño o adulto, tiene capacidad inmediata para recibir la gracia santificadora.
Claro es que no poseemos certidumbres absolutas, imposibles, de suyo, en este
caso. Pero tenemos la certeza prudencial y suficiente de una conclusión
teológica, de importantes consecuencias en toda la teología católica. Con
sutileza escolástica o bien dentro de un concepto exclusivamente “personalista
y moralista” de la gracia, podría objetarse que la gracia santificante en el
niño sería una gracia “ociosa”, superflua, ya que no confiere capacidad
inmediata para una respuesta consciente y libre, a un diálogo amistoso con
Dios. Objeción inaceptable
La gracia santificante en el niño, lejos de ser ociosa o
superflua, es creadora de un nuevo ser, de nueva criatura, aceptada-ya por Dios
para la vida eterna. Consiguientemente, todo hombre que muera en edad infantil
podemos tener sobre él la prudente seguridad de que entra, por pura
benevolencia divina, sin obras propias en la herencia de los hijos. Por otra
parte, la objeción probaría demasiado. El niño que recibe la llamada “gracia
bautismal”, ¿también recibiría una gracia “ociosa-superflua”, pues no le
capacita de inmediato para dialogar con Dios? No parece sostenible tal
afirmación.
B) LA GRACIA ORIGINAL
FRUTO DE LA SOBREABUNDANCIA DE LA ACCIÓN SALVADORA DE CRISTO
Reiteradamente hemos señalado el hecho de que, cuando san
Agustín, el Tridentino y muchos teólogos actuales afirman el PO en todo ser
humano lo hacen bajo esta consigna: ¡no desvirtuar la Cruz de Cristo!; dejando
aparte otros motivos menores y circunstanciales. Con ello se otorga su mejor
nivel teológico a la discusión sobre el PO, al situarla en torno al misterio de
Cristo para esclarecerlo. Y no en torno a la miseria humana cuya pesadumbre y
misteriosidad no alivia, sino que contribuye a sobrecargarla. Pero, lo
repetimos una vez más: para no desvirtuar la fuerza salvadora de la Cruz no es
necesario recurrir a la teoría del PO. Nos queda la alternativa de afirmar que
todo hombre nace en Gracia original, bajo la temprana influencia de la Cruz de
Cristo. La teología católica actual se encuentra respecto al tema del PO, en
una situación similar y proporcionalmente análoga a la que se encontraba a
finales del siglo XIII y comienzos del XIV. Surgió por entonces la discusión sobre si
la Madre del Señor habría o no habría contraído el PO. La férrea ley del PO = 'lex
communiter conceptorum' operaba como un muro de acero que impedía el avance
de la 'piadosa creencia' exencionista. Pero, a lo largo de la discusión, se demostró
que, más al fondo de esa motivación hamartiológica y dándole consistencia
teológica, se encontraba este motivo: afirmar la inmunidad del PO en María
implicaría un atentado contra la dignidad del Salvador y la universalidad de su
acción redentora.. Si María no tiene pecado, al menos el original, no
necesitaría de Redentor. Sería una criatura que hno necesita de la gracia de
Cristo para ser grata a Dios. Así ven el problema teólogos de la altura de
santo Tomás o san Buenaventura.
A finales del siglo XIII
y comienzos del XIV el beato J. D. Escoto
reconoce que la máxima dificultad de los teólogos para aceptar la inmunidad del
PO en María, su santificación en el primer instante, era la excelencia del
Salvador: sólo está sin pecado el que vino a quitar los pecados de todos.
Peligraría también la universalidad de su gracia salvadora, la cual no tendría
sentido si el beneficiado no se encuentra previamente en pecado. Pretender que
María no tuviese PO era intentar presentarla como no necesitada de la gracia de
Cristo. Ante esta solemne argumentación, el Doctor Sutil realizó el ejercicio
mental que los lógicos llaman “retorcer el argumento”, dando un giro
copernicano a la discusión: si admitimos, arguye, que la Madre del Señor fue
santificada en el primer instante, exenta del PO, no sólo no atentamos contra
la universalidad y eficacia de la Cruz de Cristo, sino que únicamente entonces
reconocemos a Cristo como el perfectísimo, sobreabundante, eminentísimo
redentor, cf. Rm 5, 15-17. Cristo redime a María con la más perfecta de las
redenciones: 'la redención preventiva', con gracia preveniente y
elevante. María misma no sólo no aparece como 'irredenta' no-necesitada del
Salvador (como objetaban los maculistas, al no tener PO), sino que ella es: a)
la eminentísima perfectísima redimida; b) la máxima necesitada de redención = 'maxime
indiguit redemptione'; c) la más obligada al amor agradecido hacia Dios que
la agradeció con tanta generosidad.
Este argumento de Escoto sólo tiene validez y es
concluyente si se piensa que la acción salvadora de Cristo es, primordialmente,
de signo positivo, caritológico, emprendida para dar vida y darla en
abundancia, Jn 10, 10. Lo que en lenguaje escolar llamaos privilegiar la
función elevante, transformante, deificante, creadora de nuevo ser en el
agraciado. La función negativa de quitar el pecado es consiguiente, adveniente
y circunstancial: quita el pecado si lo hubiere, pero, aunque no lo hubiere,
tiene otra tarea más noble que realizar: hacer de María (de todo hombre) nueva
criatura en Cristo. Si se invierte la perspectiva y se hace de la función
hamartiológica la primordial, esencial,
entonces el argumento escotiano pierde validez. Pero la historia ha mostrado
que fue aceptado como valioso y recibido por la Iglesia y su Magisterio.
Entre los teólogos católicos surge ahora y asciende la
opinión (en este caso también calificable de 'piadosa') de que todo hombre es concebido/nace inmune al
PO. Como no s soportable dejarlo en naturaleza pura o en imaginario espacio
vacío entre el pecado y la gracia, se opta por hablar de la Gracia original. De
nuevo, el muro de acero que impide el avance de esta 'piadosa opinión' es la
universalidad de la redención de Cristo. Se dice, como en la Edad Media, que
donde no haya pecador previo no hay sujeto de salvación. Se sigue repitiendo la
consigna secular: para no desvirtuar la eficacia de la Cruz, es indispensable
seguir manteniendo la tesis del PO. Pero tampoco en nuestro siglo esa
afirmación es verdadera como no lo era en la Edad Media.
Por eso, provocados por el
éxito de los principios teológicos manejados por Duns Escoto y por su estilo de
argumentación, realizamos similar ejercicio mental, 'retorcemos el
argumento' y proponemos: la universalidad y sobreabundancia de la gracia de
Cristo, lejos de exigir que todo hombre, al entrar en la vida, se encuentre en
situación teologal de pecado 'original', lo que realmente acontece es que se
encuentra en situación teologal de gracia santificante. Únicamente si aceptamos
este hecho percibiremos la sobreabundancia y universalidad de la salvación
realizada por Cristo también a favor del recién llegado al mundo.
Nuestra opción por la 'santidad original' y no por el PO
surge impulsada por la necesidad de mostrar a mejor luz, dentro de la analogía
de la fe, la excelencia del Salvador. Cuando se está discutiendo si los hombres
entran en la vida incorporados-ya a Cristo (deificados en Cristo) o bien
dominados por El Pecado, nosotros hacemos nuestro un principio de la
cristología escotista: “Al ensalzar a Cristo
prefiero excederme entes que quedarme corto en la alabanza que se le debe si,
por ignorancia, fuere inevitable caer en uno de los extremos”.
Me parece que no se comete ningún exceso al decir que la
sobreabundante gracia de Cristo acoge y hace suyo a todo hombre cuando llega al
mundo. En todo caso, si hubiere 'exceso' sería a favor de Cristo; y del hombre
re-creado por su gracia. El bautismo -que sólo algunos reciben- intensifica la
original incorporación a Cristo. Como la intensifica la recepción de la
Eucaristía y toda vida cristiana posterior. Pero la vida del recién nacido ya
estaba radicada en Cristo desde el primer momento en que se es hombre.
C) DESDE EL MISTERIO DE
MARÍA INMACULADA AL MISTERIO DEL HOMBRE REDIMIDO
El tema lo hemos tratado en forma monográfica y detenida en
otros momentos. Por ello me permito ser breve al exponer un argumento que, por
otra parte, muchos estimarán discutible. Es fácil advertir su continuidad con
el anterior, basado en similares principios de soteriología y caritología
[Regla de oro de la Mariología escotista: “Si no repugna ni a la autoridad de
la Escritura, ni a la autoridad de la Iglesia, parece probable atribuir a María
lo más excelente”].
La relación entre el 'viejo dogma' del PO y el 'joven
dogma' de la Inmaculada reviste notable interés desde la lejana Edad Media
hasta hoy mismo. A finales del siglo XIII
y durante siglos, el dogma del PO cumplió la tarea de mítico pez rémora que, al
decir de los antiguos, retrasaba el avance de las naves de superficie del Mare
Nostrum. El “dogma de granito” del PO impidió que la cristiandad 'occidental'
avanzase hacia una más profunda y universal comprensión de la eficacia de la
Cruz de Cristo y de su acción en la santificación de María. Proclamando el
dogma de la inmunidad de María, los defensores de la doctrina del PO se
apoderan del dogma mariano -al que muchos de ellos se habían opuesto
tenazmente- y lo transforman en nueva trinchera desde la que siguen defendiendo
el dogma del PO, de primordial importancia, irrenunciable para ellos.
Entre las razones teológicas a favor del dogma del PO se
menciona ésta: al definirse que “por singular gracia y privilegio” no contrae
el PO, se co-afirmaría (en el caso se reafirmaría) que todos los demás hombres
si contraen dicho pecado. Sin embargo, nosotros, al reconsiderar la relación
entre el dogma de la Inmaculada y el 'dogma' del PO, nos creemos autorizados a
realizar un ejercicio dialéctico similar al que realizó Duns Escoto al hablar
de la excelencia del Salvador: se retuerce la argumentación de los neoescolásticos,
se le cambia de sentido y se afirma: “Al
proclamarse por el pueblo católico que María, por los méritos de Cristo, está
llena de gracia desde el primer instante de su ser (no contrae el PO) se abre
camino llano y seguro para afirmar: en atención a los méritos de Cristo, todo
hombre, al llegar a la existencia, se encuentra en estado de Gracia y amistad
con Dios, inmune de toda mancha del PO”.
Esta propuesta será perfectamente aceptable si tenemos a la
vista estas ideas: a) los principios de soteriología y caritología que llevaron
a los inmaculistas primeros a descubrir el hecho de la plenitud de la gracia en
María; b) el sentido auténtico del dogma de la Inmaculada; c) la relación
existente entre María -la eminentísima redimida y santificada- y los demás
hombres sus hermanos de carne y sangre, santificados por el mismo Redentor,
dentro de idéntica economía e historia de salvación.
La soteriología/caritología manejada en todo el problema
parte de la convicción de que la función primordial de la Gracia Increada y de
la gracia creada es elevante, deificante, creadora de nuevo ser en el hombre.
Esta función elevante es la primera, esencial y nunca puede estar ausente
cuando se habla del acontecimiento de la santificación del hombre. La función
medicinal, liberadora del pecado es adveniente y ocurre si hay pecado previo. Podría no haberlo y, sin embargo, la
Gracia sigue siendo absolutamente necesaria para la vida eterna. La cuestión
nos ha ocurrido ya varias veces y la volveremos a encontrar más adelante.
La bula “Ineffabilis”, en sus palabras
definitorias, proclaman lo que NO
ocurrió a María en su primer instante de vida. Podrá advertirse que el misterio
que se realiza en María se expresa en lenguaje negativo y, por ello, pobre de
contenido. Por eso, es indispensable leer toda la bula, sobre todo sus páginas
iniciales para llenar de contenido positivo las finales palabras definitorias.
El contenido positivo es el hecho de la plenitud de Gracia en María. La piedad
del pueblo cristiano y de los teólogos vieron a María llena de gracia
progresivamente y retrospectivamente en el saludo del ángel, en su nacimiento,
en el seno materno, hasta culminar en el primer instante de su ser. La plenitud
de Gracia es la que hace que no tenga lugar en ella el contagio del PO, ni de
cualquier pecado personal posterior. Para el desarrollo actual de la Mariología
la referencia del dogma de la Inmaculada al PO es meramente contingente,
ocasional, transitorio. Una referencia meramente 'histórica'. Válida en una
época en la que la creencia en el PO era verdad común, universal e importante.
Una exposición sistemática del dogma de la Inmaculada si quiere estar
actualizada, no tiene motivos para hacer referencias al tema del PO. Sólo
existen motivos cuando se hable de desarrollo de este dogma a lo largo de la
historia.
Apoyándose en las palabras del texto definitorio que habla
de “singular gracia y privilegio” concedido a la Madre del Señor, muchos
entienden la 'singularidad' en sentido excluyente: a María se le concedió la
gracia original y a los demás no. Sin duda que ésta era y es la interpretación
que circuló durante siglos. Sin embargo, lo correcto es interpretar la
'singularidad' y el 'privilegio' en sentido incluyente, expresión de una forma
más eminente y perfecta de poseer aquello mismo que todos poseen; si bien sea
en forma proporcionalmente inferior, pero real, objetiva, por denominación
intrínseca y formal.
Ya los primeros inmaculistas medievales apuntaban a la idea
de que, la Gracia original eminentísima que María recibe según su elección en
el plan divino de salvación, tiene la intención de hacer de la Madre del Señor
fuente, medianera de las gracias. María está enriquecida con la Gracia original
y de toda gracia en sentido pleno, eminente a fin de ser la medianera de la
gracia de la redención para los demás redimidos. Se le concede la Gracia
original en forma arquetípica, paradigmática, fontal. Ella es el inicio de la
nueva Creación, de la Iglesia de los redimidos. Los demás agraciados con la
gracia original obtienen el mismo don, siquiera sea en forma menos perfecta.
Por eso, debemos decir que la diferencia entre María, santificada en su primer
instante, no hay que verla en que ella 'sí' fue santificada y los demás
hombres 'no' lo han sido. La diferencia hay que señalarla en que María
recibe la santificación en forma plena/perfecta/eminente y los demás hombres en
menos perfección y riqueza de contenido y de consecuencias. En nuestro lenguaje
cotidiano tenemos expresiones similares: si decimos que Agustín de Hipona tiene
una inteligencia 'singular, privilegiada', no sugerimos que los demás carezcan
de ella, sino que la tienen, al parecer, con menos perfección y plenitud de
desarrollo.
«María es una mujer de nuestra carne y sangre,
consustancial, concorpórea y consanguínea de los demás hijos de Adán. Incluida
en una historia y economía de gracia idéntica a la nuestra, pero María tiene
una misión preferencial. Por ello se le dispensan los dones del Espíritu en
forma más perfecta/eminente/plena que a los demás, que los reciben en forma
menos perfecta, según la medida de Cristo. No podemos pensar que los dones de
la adopción de hijos, la inhabilitación de la Trinidad/Espíritu Santo, la
deificación que tienen lugar en María, por ser más eminentes y de singular
perfección, no les sean concedidos, en absoluto, a los demás redimidos».
6. NACIDOS EN EL PARAÍSO DE DIOS
Abandonamos, por un momento, la rigidez del lenguaje
teológico técnico y nos acogemos a la palabra vivaz del símbolo, del mito, de
la figuración poético-literaria, de la parábola. En realidad, éste es el
lenguaje más apropiado para hablar del misterio de los orígenes. Tanto de la
humanidad en general, como de cada hombre en particular. Por desgracia, durante
siglos, la teología cristiana abandonó el primer lenguaje simbólico, figurado y
parabólico de la Biblia cuando habla de los inicios de la vida humana, Gn 1-3.
En su lugar, pensaron que engrandecían y sublimaban la narración si la dotaban
de una densa, infantil y bastante crasa historicidad que ha durado hasta nuestros
días. Al mismo tiempo, la ontologizaban con materiales traídos de la
especulación platónica y gnóstica.
Me parece que realizamos una labor de autenticidad y de
saludable “retorno a los orígenes” si damos por superada toda 'la teología
de Adán' y a todo el discurso secular sobre el tema le devolvemos su
significado simbólico. Simbolismo semántico que nunca fue del todo abandonado.
Al teólogo actual bien informado le resultará fácil
desplazar de raíz la 'teología de Adán' -con su grandioso estatuto teologal y
su no menos fatalmente grandioso pecado- y sustituirlo por 'el símbolo, la
parábola de Adán'. Mediante esta transposición mental y significativa, el
sublime individuo de los orígenes se torna el modesto Adán/hombre que todos
somos. Así lo viene pregonando la tradición teológica desde Agustín, Trento y
la exégesis actual. El símbolo de Adán tiene un contenido religioso (e incluso
humano) mucho más rico y goza de una perennidad de la que no goza el Adán
historificado y ontologizado de la teología antigua. Lograda esta trasposición,
tan hacedera, podemos afirmar: Todo hombre/todo adán, en fuerza del destino
sobrenatural al que Dios le llama y para el cual le pone en el mundo, en virtud
de la voluntad salvífica que sobre él actúa, entra en la vida en el paraíso de
Dios, acogido al amor, la gracia, la amistad del Padre celestial, que el
símbolo del jardín/paraíso tan bella y densamente describe.
La inagotable curiosidad intelectual de Karl Rahner le
llevó a proponer un par de ideas para una teología de la infancia. Se trata de
un simple esbozo rápido, sin mayores pretensiones. Recuerda Rahner la grandeza
del niño humano, a quien Dios llama por el nombre que él mismo le ha impuesto: “el niño es un ser humano
siempre en diálogo con Dios”, acogido por la Gracia generosa del Padre. La
salvación que Cristo trae a todo hombre ha captado para sí, previamente, al
naciente ser humano. La serpiente no ha entrado todavía en este paraíso para
realizar su tarea de seducción-tentación. Las fuerzas de El Pecado que operan
en la historia ciertamente están presentes, operan en el exterior, pero no han
logrado entrar en el alma del niño. El adversario, como león rugiente, busca
devorarlo, pero todavía no ha llegado su hora ni el poder de las tinieblas. Por
el contrario si ponemos el pecado y la tragedia en el inicio mismo de cada vida
humana, pienso que es dejarse llevar por un infundado pesimismo humano y
religioso, por una fuerte obsesión de pecado, cuyos antecedentes habría que
buscar en la mentalidad encratita, gnóstica, maniquea dominante en el ambiente
religioso-cultural en que fue germinando la doctrina del PO. Nunca en los
textos del NT.
Finalizamos este capítulo, de importancia primaria para
nuestra tarea de conjunto, con estas advertencias:
1.Nuestra propuesta sobre la Gracia y santificación
original de todo hombre encuentra sólidas razones para ser mantenida al nivel
que le es propio: 'como una conclusión teológica'. Ni necesita ser
encumbrada a más solemnes certidumbres de rango semidivino. Pero, incluso a
este modesto nivel, logra un notable interés científico-teológico que puede
reflejarse tanto en el plano doctrinal como en el práctico pastoral.
2.No desdeñable ventaja ofrece el hecho de que nuestra
propuesta elimina, por sobre-elevación y plenificación, la teoría del PO, con
toda la constelación de afirmaciones que le acompañan. Tan negativas y
desfavorables, a juicio nuestro, para la ortodoxia y ortopraxis de la Comunidad
católica. Volveremos sobre este tema.
3.A tenor de lo advertido al comienzo de este libro,
cualquier investigación sobre la situación teologal del naciente ser humano no
puede tener más que un interés limitado, marginal dentro de nuestras creencias
y teorías soteriológicas y caritológicas. Pero ya entonces extendíamos la
reflexión a ese innumerable grupo humano que llamamos la “humanidad infantil”
que muere sin bautismo. El tema ha preocupado con tenaz frecuencia. Anejo a
éste es el tema del llamado “limbo de los niños”. No sería temerario decir que,
al menos hasta fecha reciente, la mayoría de los seres humanos ha pasado de
este mundo al otro en “edad infantil”, sin llegar a lo que llamamos uso de
razón. Es decir, no habrían logrado la suficiente madurez psíquico-espiritual,
aunque hubiesen logrado la fisiológica. Los tradicionales defensores del PO a estos
hombres los consideran excluido del reino de los cielos. Pero si pensamos que
todo hombre entra en la vida en Gracia, acogido al amor salvador de Dios, no
necesitamos de ningún limbo, ni de rebuscadas cavilaciones teológicas para
dejar de ser crueles con la humanidad infantil e irreverentes con su Creador,
que negaría la felicidad eterna a los niños que mueren sin bautismo, pero que
no han cometido ningún pecado personal.
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