martes, 2 de abril de 2019

LA GRACIA INICIAL DE TODO HOMBRE AL ENTRAR EN LA EXISTENCIA


CAPÍTULO  VIII
LA GRACIA INICIAL DE TODO HOMBRE AL ENTRAR EN LA EXISTENCIA

Cualquier investigación sobre este tema, al menos de entrada, podría ser tachada de vana curiosidad, difícil de satisfacer. Por eso, las primeras páginas de nuestro estudio las hubimos de dedicar a precisar los límites cognoscitivos y objetivos de la pregunta y de cualquier previsible respuesta. Nos mostrábamos cautelosos sobre el valor religioso real de la cuestión vista en sus propios límites y peso específico.

1. SENTIDO Y ALCANCE DE NUESTRA PROPUESTA

En este contexto se comprende que hayamos de empezar aclarando el sentido del título que preside este capítulo.
Recordamos, en primer término, que, durante siglos, la cristianada 'occidental' otorgó alta solemnidad e importancia de primer grado a la afirmación de que todo hombre es concebido con la mancha del PO. Se le proclamó “dogma” basilar de la ortodoxia y ortopraxis cristiana. Muchos teólogos proponían la doctrina del PO como realidad, como idea-eje sobre la que gira 'la actual historia y economía de salvación'. Llamada por ello, justamente, visión infralapsaria, hamartiocéntrica, adamocéntrica y hasta 'pecadorista' de la historia sagrada. Como si, eliminado Adán con su  pecado portador de muerte, perdiese su primaria razón de ser o hubiese de cambiar de sentido la entrada en nuestra historia de Cristo, portador de vida. Estamos realizando una crítica minuciosa y radical de la vieja teoría del PO. Al propio tiempo, con las cautelas y sobriedad indicadas, exponemos nuestra teoría, sin protección de grandes certidumbres dogmáticas y divinales. Se ofrece como una 'conclusión teológica'. Sólidamente encuadrada dentro de la analogía de la fe, dentro del contexto global de nuestro sistema católico de creencias, proponemos esta afirmación: “Todo hombre, al llegar a la existencia, se encuentra en situación teologal de amistad y Gracia de Dios, incorporado a Cristo, Sacramento universal de salvación”. Ante esta afirmación, extraña para el común de los creyentes, teólogos o no, surge espontánea la pregunta que pudiera parecer vulgar, pero que no deja de ser incisiva y hasta comprometedora: ¿cómo lo sabes?, ¿estás seguro? Los confesantes de la vieja teoría del PO la mantenían como una noticia venida del cielo, palabra de Dios. Con la certidumbre de que este altísimo origen comportaba. Sobre ellos pesaba entonces la tarea de demostrar su aserto. Parece que, al menos en la actualidad, no la cumplen satisfactoriamente, según opina la teología crítica que en nuestros días trabaja sobre y en contra de la teoría del PO.
Nuestra propuesta, y la certidumbre que la acompaña, es mucho más sobria: sabemos, por razonamiento teológico y tenemos la correlativa certeza científico-teológica, de que todo hombre nace en 'estado de gracia' ante Dios. La conclusión la valoramos como preciosa a su nivel, y también por las repercusiones favorables que tiene en el campo de nuestra teología 'católica'. Sintetizada, por ejemplo, en que limpia a la teología de la mancha del PO que le afecta en todas las direcciones del tiempo y del espacio. En todo caso, no pretendemos sustituir el “dogma del PO” por el “dogma de la Gracia original”, si bien éste sería más agradable y menos comprometedor para nuestra fe católica.

2. QUÉ ENTENDEMOS POR GRACIA ORIGINAL

Creo que la explicación más inmediata se logra si se la entiende como una situación teologal del recién nacido opuesta a la situación de “pecado original”. La teología tradicional, cuando llamaba pecado “original” a la situación del recién concebido, quería decir, bajo esa denominación y desde el significado gramatical de la palabra, que tal pecado se contraía: a) desde el origen de la humanidad; b) al originarse mismo de cada individuo (en el instante de ser concebido/originado); c) por el modo mismo de ser originado (libidinosamente, 'ex semine infecto', decían). Claro que esta constatación, que parece sencilla, implicaba afirmaciones transcendentes para la historia religiosa de la humanidad y de cada individuo humano. Ya lo explicaron largo y tendido los mantenedores de  la teoría del PO.
La fórmula (o lexema) “Gracia original” está construida a imitación y, al propio tiempo, en 'oposición' y con intención de desplazar a la fórmula (o lexema) “pecado original” a la hora de calificar la situación teologal del recién nacido. Describiendo ulteriormente el contenido de la fórmula adoptada diríamos:
-El hombre, al entrar en la existencia, no se encuentra en aquella situación denominada “pecado original”, sino que se encuentra en un estado de gracia calificada como “original”.
-El calificativo de “original”, aplicado al pecado en el que habría incurrido todo naciente ser humano, quería significar -desde san Agustín y hasta hoy mismo- que el pecado le afectaba individualmente desde el originarse mismo de su vida: desde el primer instante de su ser natural.
-Por ello era calificado como 'pecado de la naturaleza' (pecatum naturae). Y le calificaba (descalificaba) al hombre como 'pecador' verdadero ya antes e independientemente de cualquier posible ejercicio de su voluntad personal. El hombre sería un ser congénita y connaturalmente y radicalmente pecador, un ser malo de  nacimiento y de raza.
-La connotación de 'original', añadida al sustantivo 'pecador', testimoniaba también la convicción de que el PO se transmite desde el inicio de la historia hasta el  final de la misma, de padres a hijos, inmerso en el mismo proceso de la generación biológica por el que se transmite la vida. Las explicaciones de este singular hecho eran varias, tortuosas y oscuras todas ellas.
-El PO se calificaba de 'originante' porque: a) aplicado al padre Adán se veía en él el causante de la mísera condición de todos sus descendientes; b) en cada hombre se considera 'originante', raíz y fuente irrestañable del pecar en la posterior vida adulta.
-Por nuestra parte, al hablar de la Gracia inicial/original en la humanidad infantil, nos distanciamos de la opinión de los autores antes mencionados que hablan, en el caso, de un 'todavía-no' la incorporación a Cristo en el niño. O bien rechazan la legitimidad teológica de semejante estado de Gracia inicial. Positivamente, al hablar de la gracia original queremos decir:
-Cada hombre recibe esta gracia con el originarse mismo de su vida: en el primer instante de su ser natural como tal individuo humano.
-Obviamente, el así agraciado por Dios lo es antes e independientemente de que pueda co-laborar, co-operar personalmente en forma consciente y libre con la Gracia que en él actúa. Por tanto, la 'gratuidad absoluta de la gracia' tiene aquí una espléndida manifestación. Más perceptible que cuando se pide la co-operación del adulto.
-Con no menor claridad se ve que estar agraciado desde el origen no tiene conexión ninguna interna con el proceso de la generación natural. Sería una ocurrencia del todo desafortunada. Sencillamente en cada hombre coinciden cronológicamente -si es posible hablar así- la entrada en la vida natural y en la vida sobrenatural.
-Agradeceríamos al lector que nuestra propuesta sobre la “Gracia original” en modo alguno la ponga en cualquier tipo de conexión con la teoría de la 'santidad y justicia' con que habría sido agraciado el primer hombre/Adán. Integrada por tan grandes dones naturales, preternaturales, sobrenaturales. Hemos sido reiterativos en rechazar la secular “teología de Adán” como arbitraria, infundada. Querer ver reproducido aquel estado en cada naciente ser humano, sería contradicción flagrante y casi ridículo por parte nuestra.

3. TODO HOMBRE NACE EN ESTADO DE GRACIA

La idea expuesta bajo la fórmula “Gracia original” tal vez pueda ser mejor comprendida si la presentamos en esta otra más sencilla y usual en la antropología teológica: todo hombre se encuentra “en estado de gracia” desde el primer instante de su vida.
Al utilizar esta fórmula tan conocida es claro que no queremos, en este momento, introducir ninguna novedad en la caritología ni en la soteriología católica. Tan sólo subrayar alguna de las dimensiones que el “estado de gracia” tiene para nuestro tema:
-'Estar en gracia' significa para nosotros, ante todo y en forma primordial, una 'actitud divina' respecto del hombre. Se quiere decir que Dios, con absoluta libertad y liberalidad, acepta a este hombre que llega al mundo, en su individualidad y realidad personal, como hijo adoptivo suyo, digno de la vida eterna. Aquel designio salvador que existía desde la eternidad en el corazón del Padre, Ef 1,2-6 par., se historifica y comienza a realizarse en la vida de cada hombre que llega a este mundo. Usando la terminología escolar diremos que el hombre entra en la vida acogido pro la Gracia Increada: La Santísima Trinidad, el Espíritu Santo que hace sentir en él su presencia y su influencia.
-Pero, según la teología católica, el agraciamiento del hombre no ocurre ni se dice de alguien que 'está en gracia' sólo por la presencia en él de la Gracia Increada, el Espíritu Santo; ni es pura y mera actitud del amor benevolente y misericordioso de Dios. Ese amor es creador, conlleva la transformación del hombre amado por Dios. El realismo inmanente de esta transformación es necesario mantenerlo en la cristología católica, frente al extrinsecismo y justificación forense de sentido protestante. Este realismo está bien expresado cuando se habla de que la Gracia hace del hombre nueva creatura, nuevo ser en Cristo. Lo deifica, diviniza, según fórmulas de los padres griegos. Al proponer que el hombre entra en la vida en 'estado de Gracia', pensamos que el realismo de aquellas tradicionales fórmulas no se puede atenuar hasta convertirlas en pura metáfora o símbolo de otra realidad distinta. Claro es que, siendo la gracia un germen de vida, es, al propio tiempo, una realidad procesual, sujeta a evolución y crecimiento. Tanto en la humanidad infantil como en la de adultos. Con un ligero, pero comprensible juego de palabras, diríamos que el hombre entra en la vida en “estado de Gracia” y en “estado de gracia”.

4. UNA DIFICULTAD DE FONDO PARA NUESTRA TEORÍA

Están habituados nuestros oídos cristianos a que, durante siglos, se nos diga que somos concebidos en un pecado misteriosamente 'original'. Es de esperar que el discurso sobre la gracia original, aunque suene halagüeño, suscite la duda de 'si será verdad tanta belleza', como dice el adagio.
En páginas anteriores, hemos mencionado la opinión de A. Vanneste quien insiste en que los conceptos de “pecado” y de “gracia” no pueden aplicarse al niño, a la humanidad infantil: sólo del hombre adulto que responde consciente y libremente al amor de Dios puede decirse que está en Gracia. O bien, si rehúsa su amor, que es pecador. No tendría sentido teológico correcto y preciso hablar, en referencia a un niño, ni de 'pecado' personal u original ni de “gracia” original o personal.
La objeción es digna de ser atendida: a) por razón de los principios teológicos en que se apoya; b) porque A. Vanneste tiene a la vista, en forma más explícita, nuestra propuesta sobre la gracia original; c) su objeción toca nuestra teoría diríamos que en la que llamaríamos 'la línea de flotación'. Niega no sólo el 'hecho' que proponemos, sino, también, la legitimidad y corrección teológica de la propuesta.
Respecto a esta negada/discutida legitimidad y corrección teológica de nuestra teoría recordamos:
-Los teólogos católicos tiene por muy cierto que el alma de Jesús, ya en el seno materno, estuvo llena de la gracia santificante. No somos nada propicios a desvelar “dogmas” por cualquier campo dela teología. Pero no me atrevería a decir que el lenguaje teológico es aquí impropio, por extrapolación de ideas y conceptos.
-Bajo ciertos aspectos es más claro el caso de la Madre del Señor llena de Gracia desde el primer instante de su ser natural, según se confiesa al proclamar el dogma de la Inmaculada. Los “maculistas” antiguos negaban el  hecho de esta santificación original, pero nunca la legitimidad teológica de la propuesta. Ellos mismos decían que María, sin duda, contrajo el PO en el primer instante. Pero, en el instante siguiente, el de la animación = 'statim post animationem' fue plenamente santificada en el seno materno. Pueden leerse en san Buenaventura las excelencias de esta original santificación segunda', pero muy real. Desde siglos venían celebrando la santidad de María en su nacimiento. No sé si la Mariología católica podría aceptar que, cuando se habla d la Madre del Señor llena de gracia desde el primer instante, se hable de gracia en sentido impropio. Frente a la pretensión del beato Juan Duns Escoto y otros posteriores 'paladines de la Inmaculada', los 'maculistas' medievales hubieran tenido a mano una objeción demoledora de la piadosa creencia: es teológicamente incorrecto, ilegítimo hablar de “gracia” en el ser humano en el seno materno, en edad infantil. No lo hicieron ni, en mi opinión, podían hacerlo en buena lógica.
Podemos aceptar, sin reservas, la propuesta de A. Vanneste de que la palabra 'pecado' no tiene sentido ninguno real aplicada a un hombre en edad infantil. Pero no se debe extender la negativa a la realidad de la “gracia”. El 'pecado', por definición y esencialmente, es un acto por el que alguien voluntariamente, de modo consciente y libre, desobedece a Dios. Pero la gracia es efecto de la iniciativa gratuita de Dios que acepta al hombre para la vida eterna y al aceptarlo lo transforma en nueva criatura. Le dona un nuevo ser para que, en consecuencia, el hombre, cuando llega a disponer de sí mismo, responda a Dios consciente y libremente. La co-operación/colaboración del hombre viene después del ser. No hay paralelismo entre “pecado” y “gracia”, que resultaría nefasto para ésta. Parece que la objeción de A. Vanneste deja olvidada la vertiente óntica de la deificación del hombre. Reduce el acontecimiento de la deificación del hombre a sus aspectos dinámico, operativo y ético. Pero la nueva operación brota y es aceptable a Dios porque procede de un 'nuevo ser'. Este nuevo ser ha sido creado por Dios cuando creó el ser natural. La vida que llamamos 'natural' está allí, aún cuando todavía no haya llegado a manifestarse en forma plena y específicamente humana, en forma consciente y libre. En forma paralela, la vida, el ser sobrenatural está allí-ya en el naciente ser humano, dentro de las modalidades que su modo de existir exige.
Similar imprecisión observamos en el concepto de “persona”. Cierto es que el ser humano no es “persona” en sentido pleno hasta que no llega a ser adulto. Pero la persona es una realidad dinámica, evolutiva, procesual. Nada impide que sea realmente persona en edad infantil, aunque con una personalidad germinal, sujeta a desarrollo. De hecho, los moralistas católicos tratan a los niños -a la humanidad infantil- como personas con derechos humanos reales, aunque se digan incompletos. Incluso extienden esta clasificación al 'nasciturus'. Éste, ante la ética natural y cristiana, tiene derechos que sólo le competen porque se le considera persona humana. Tal es el derecho a la inviolabilidad de la vida. Aunque es seguro que no tiene obligación ninguna propia de una persona. La correlación derecho-deber hay que mantenerla, pero no es matemática. Por tanto, podemos decir que, en su propio orden y nivel de persona, el niño, puede ser y es sujeto de gracia santificante; pero, precisamente por ser persona, no puede hablarse en sentido teológico propio, de 'pecado': ni original, ni de otro tipo.
«En esta discusión convendría no confundir el concepto de “persona”, utilizado por la filosofía moderna y otras ciencias del hombre, con el concepto metaempírico, metafísico utilizado por la teología e incluso por la filosofía de inspiración cristiana. Según la antropología moderna, un hombre no es propia y plenamente “persona” hasta que no es capaz de actos conscientes y libres. Pero, en teología, el ser humano es 'persona' ya antes, desde el momento en que es individuo subsistente en una naturaleza o sustancia espiritual. Por ello, no de be haber reticencias en decir que el ser humano es 'persona' ya desde su edad infantil. Incluso en su vida como 'nasciturus', en el seno materno.
En conclusión: no vemos motivo para que nuestra propuesta sobre la santidad original/inicial sea rechazada como teológicamente no legitimada o incorrecta. Cierto, queda la tarea de demostrar el 'hecho', la existencia de tal situación teologal. Pero, por principio, no se niegue rigor teológico a la doctrina que, en otros campos, viene destilada desde siglos; que el hombre puede ser “santo” pro gracia de Dios, antes de llegar a la vida consciente y libre».

5. FUNDAMENTACIÓN TEOLÓGICA DE NUESTRA PROPUESTA

Ya hemos reiterado nuestra intención de no sustituir el 'dogma del PO' de color oscuro, por el 'dogma de la gracia original' de color luminoso. Calificábamos de desmesura intelectual y volitiva el dar seguridad de dogma a cualquier afirmación sobre la situación teologal del hombre al llegar a la existencia. Si se quiere y es conveniente hablar del tema, que se haga a nivel de una 'conclusión teológica, de un teologúmeno'. Y en la medida en que se pueda mostrarlo como derivación lógica -dentro de la analogía de la fe- de más altas, claras y seguras verdades de nuestro credo. Lo vamos a intentar a continuación.


A) LA VOLUNTAD SALVÍFICA DE DIOS Y LA GRACIA ORIGINAL

El tema lo hemos estudiado antes; podemos ser breves ahora. Él era el punto de partida para poder responder a la pregunta por la situación teologal del hombre al llegar a la existencia.
Calificar esta situación de PO en el sentido que lo hace la tradición católica 'occidental' nos parecía incompatible con el dogma de la voluntad salvífica  universal y operativa de Dios. Incluso con el concepto mismo cristiano de Dios, según estudiaremos más adelante.
Contábamos, también, con la respuesta de alguien que califica pregunta y respuesta como irrelevante curiosidad, perfectamente desatendible para una teología científica seria. Por su propio peso específico, el problema sería de escasa importancia. Pero la historia de la teología occidental no nos permite pasarlo por alto.
No parece aceptable hablar de un todavía-no de la gracia, una especie de situación indiferenciada e indiferenciable entre 'gracia' y 'pecado'. Me parece que en esta opción se volvería a dar por existente un estado de naturaleza pura para la humanidad infantil. Que no olvidemos es inmensamente numerosa.
Nos resta la tarea de retomar los principios mencionados en el capítulo II y desde ellos llegar a la conclusión propuesta.
La pregunta sea, pues, ésta: ¿es razonable -para una razón ilustrada por la fe- y sería lógico -dentro de la lógica interna del dogma de la voluntad salvífica- deducir que todo hombre nace en estado de gracia, en gracia 'original'?
Ya hemos explicado el concepto de voluntad salvífica sobre el cual trabajamos. Distante y distinto del que obraba en la mente de Agustín y de los cultivadores de la teoría del PO hasta fecha reciente. La decisión del Padre de dar participación de su vida divina a todos los hombres en Cristo -en esto consiste la Salvación a la que todos llama- es absolutamente gratuita y libérrima. Esta total gratuidad la mantiene la acción gratificante de Dios en cualquiera de los momentos de la historia humana, individual o comunitaria en los que el designio va cumpliéndose. Ya sea en la humanidad infantil, ya sea en la humanidad adulta, siempre que la Gracia actúe, lo hace con plena gratuidad, exclusivamente por fidelidad a su propia voluntad salvadora. Nunca en fuerza de cualquier necesidad o exigencia que brote de la criatura.
Ahora bien, según la caritología católica, la gracia elevante, santificante transformadora del ser natural, es medio necesario para ser grato a Dios y ser aceptado para la salvación. Por consiguiente, Dios no puede querer sincera y operativamente la Salvación de alguien sin donarle la gracia santificante, que le haga nuevo ser en Cristo. Me parece que éste es el sentido profundo y universal del secular adagio teológico: 'A quien no pone obstáculo, Dios no le niega la Gracia'.
En este momento, pudiera surgir la objeción espontánea -demasiado espontánea-: Dios no niega su gracia... al que sea capaz de ella. Pero, según los teólogos antes mencionados, el niño, la humanidad infantil, no sería capaz de gracia. Sin embargo, pensamos que el alma de todo ser humano, niño o adulto, tiene capacidad inmediata para recibir la gracia santificadora. Claro es que no poseemos certidumbres absolutas, imposibles, de suyo, en este caso. Pero tenemos la certeza prudencial y suficiente de una conclusión teológica, de importantes consecuencias en toda la teología católica. Con sutileza escolástica o bien dentro de un concepto exclusivamente “personalista y moralista” de la gracia, podría objetarse que la gracia santificante en el niño sería una gracia “ociosa”, superflua, ya que no confiere capacidad inmediata para una respuesta consciente y libre, a un diálogo amistoso con Dios. Objeción inaceptable
La gracia santificante en el niño, lejos de ser ociosa o superflua, es creadora de un nuevo ser, de nueva criatura, aceptada-ya por Dios para la vida eterna. Consiguientemente, todo hombre que muera en edad infantil podemos tener sobre él la prudente seguridad de que entra, por pura benevolencia divina, sin obras propias en la herencia de los hijos. Por otra parte, la objeción probaría demasiado. El niño que recibe la llamada “gracia bautismal”, ¿también recibiría una gracia “ociosa-superflua”, pues no le capacita de inmediato para dialogar con Dios? No parece sostenible tal afirmación.

B) LA GRACIA ORIGINAL FRUTO DE LA SOBREABUNDANCIA DE LA ACCIÓN SALVADORA DE CRISTO

Reiteradamente hemos señalado el hecho de que, cuando san Agustín, el Tridentino y muchos teólogos actuales afirman el PO en todo ser humano lo hacen bajo esta consigna: ¡no desvirtuar la Cruz de Cristo!; dejando aparte otros motivos menores y circunstanciales. Con ello se otorga su mejor nivel teológico a la discusión sobre el PO, al situarla en torno al misterio de Cristo para esclarecerlo. Y no en torno a la miseria humana cuya pesadumbre y misteriosidad no alivia, sino que contribuye a sobrecargarla. Pero, lo repetimos una vez más: para no desvirtuar la fuerza salvadora de la Cruz no es necesario recurrir a la teoría del PO. Nos queda la alternativa de afirmar que todo hombre nace en Gracia original, bajo la temprana influencia de la Cruz de Cristo. La teología católica actual se encuentra respecto al tema del PO, en una situación similar y proporcionalmente análoga a la que se encontraba a finales del siglo XIII y comienzos del XIV. Surgió por entonces la discusión sobre si la Madre del Señor habría o no habría contraído el PO. La férrea ley del PO = 'lex communiter conceptorum' operaba como un muro de acero que impedía el avance de la 'piadosa creencia' exencionista. Pero, a lo largo de la discusión, se demostró que, más al fondo de esa motivación hamartiológica y dándole consistencia teológica, se encontraba este motivo: afirmar la inmunidad del PO en María implicaría un atentado contra la dignidad del Salvador y la universalidad de su acción redentora.. Si María no tiene pecado, al menos el original, no necesitaría de Redentor. Sería una criatura que hno necesita de la gracia de Cristo para ser grata a Dios. Así ven el problema teólogos de la altura de santo Tomás o san Buenaventura.
A finales del siglo XIII y comienzos del XIV el beato J. D. Escoto reconoce que la máxima dificultad de los teólogos para aceptar la inmunidad del PO en María, su santificación en el primer instante, era la excelencia del Salvador: sólo está sin pecado el que vino a quitar los pecados de todos. Peligraría también la universalidad de su gracia salvadora, la cual no tendría sentido si el beneficiado no se encuentra previamente en pecado. Pretender que María no tuviese PO era intentar presentarla como no necesitada de la gracia de Cristo. Ante esta solemne argumentación, el Doctor Sutil realizó el ejercicio mental que los lógicos llaman “retorcer el argumento”, dando un giro copernicano a la discusión: si admitimos, arguye, que la Madre del Señor fue santificada en el primer instante, exenta del PO, no sólo no atentamos contra la universalidad y eficacia de la Cruz de Cristo, sino que únicamente entonces reconocemos a Cristo como el perfectísimo, sobreabundante, eminentísimo redentor, cf. Rm 5, 15-17. Cristo redime a María con la más perfecta de las redenciones: 'la redención preventiva', con gracia preveniente y elevante. María misma no sólo no aparece como 'irredenta' no-necesitada del Salvador (como objetaban los maculistas, al no tener PO), sino que ella es: a) la eminentísima perfectísima redimida; b) la máxima necesitada de redención = 'maxime indiguit redemptione'; c) la más obligada al amor agradecido hacia Dios que la agradeció con tanta generosidad.
Este argumento de Escoto sólo tiene validez y es concluyente si se piensa que la acción salvadora de Cristo es, primordialmente, de signo positivo, caritológico, emprendida para dar vida y darla en abundancia, Jn 10, 10. Lo que en lenguaje escolar llamaos privilegiar la función elevante, transformante, deificante, creadora de nuevo ser en el agraciado. La función negativa de quitar el pecado es consiguiente, adveniente y circunstancial: quita el pecado si lo hubiere, pero, aunque no lo hubiere, tiene otra tarea más noble que realizar: hacer de María (de todo hombre) nueva criatura en Cristo. Si se invierte la perspectiva y se hace de la función hamartiológica la primordial,  esencial, entonces el argumento escotiano pierde validez. Pero la historia ha mostrado que fue aceptado como valioso y recibido por la Iglesia y su Magisterio.
Entre los teólogos católicos surge ahora y asciende la opinión (en este caso también calificable de 'piadosa') de  que todo hombre es concebido/nace inmune al PO. Como no s soportable dejarlo en naturaleza pura o en imaginario espacio vacío entre el pecado y la gracia, se opta por hablar de la Gracia original. De nuevo, el muro de acero que impide el avance de esta 'piadosa opinión' es la universalidad de la redención de Cristo. Se dice, como en la Edad Media, que donde no haya pecador previo no hay sujeto de salvación. Se sigue repitiendo la consigna secular: para no desvirtuar la eficacia de la Cruz, es indispensable seguir manteniendo la tesis del PO. Pero tampoco en nuestro siglo esa afirmación es verdadera como no lo era en la Edad Media.
Por eso, provocados por el éxito de los principios teológicos manejados por Duns Escoto y por su estilo de argumentación, realizamos similar ejercicio mental, 'retorcemos el argumento' y proponemos: la universalidad y sobreabundancia de la gracia de Cristo, lejos de exigir que todo hombre, al entrar en la vida, se encuentre en situación teologal de pecado 'original', lo que realmente acontece es que se encuentra en situación teologal de gracia santificante. Únicamente si aceptamos este hecho percibiremos la sobreabundancia y universalidad de la salvación realizada por Cristo también a favor del recién llegado al mundo.
Nuestra opción por la 'santidad original' y no por el PO surge impulsada por la necesidad de mostrar a mejor luz, dentro de la analogía de la fe, la excelencia del Salvador. Cuando se está discutiendo si los hombres entran en la vida incorporados-ya a Cristo (deificados en Cristo) o bien dominados por El Pecado, nosotros hacemos nuestro un principio de la cristología escotista: “Al ensalzar a Cristo prefiero excederme entes que quedarme corto en la alabanza que se le debe si, por ignorancia, fuere inevitable caer en uno de los extremos”.
Me parece que no se comete ningún exceso al decir que la sobreabundante gracia de Cristo acoge y hace suyo a todo hombre cuando llega al mundo. En todo caso, si hubiere 'exceso' sería a favor de Cristo; y del hombre re-creado por su gracia. El bautismo -que sólo algunos reciben- intensifica la original incorporación a Cristo. Como la intensifica la recepción de la Eucaristía y toda vida cristiana posterior. Pero la vida del recién nacido ya estaba radicada en Cristo desde el primer momento en que se es hombre.

C) DESDE EL MISTERIO DE MARÍA INMACULADA AL MISTERIO DEL HOMBRE REDIMIDO

El tema lo hemos tratado en forma monográfica y detenida en otros momentos. Por ello me permito ser breve al exponer un argumento que, por otra parte, muchos estimarán discutible. Es fácil advertir su continuidad con el anterior, basado en similares principios de soteriología y caritología [Regla de oro de la Mariología escotista: “Si no repugna ni a la autoridad de la Escritura, ni a la autoridad de la Iglesia, parece probable atribuir a María lo más excelente”].
La relación entre el 'viejo dogma' del PO y el 'joven dogma' de la Inmaculada reviste notable interés desde la lejana Edad Media hasta hoy mismo. A finales del siglo XIII y durante siglos, el dogma del PO cumplió la tarea de mítico pez rémora que, al decir de los antiguos, retrasaba el avance de las naves de superficie del Mare Nostrum. El “dogma de granito” del PO impidió que la cristiandad 'occidental' avanzase hacia una más profunda y universal comprensión de la eficacia de la Cruz de Cristo y de su acción en la santificación de María. Proclamando el dogma de la inmunidad de María, los defensores de la doctrina del PO se apoderan del dogma mariano -al que muchos de ellos se habían opuesto tenazmente- y lo transforman en nueva trinchera desde la que siguen defendiendo el dogma del PO, de primordial importancia, irrenunciable para ellos.
Entre las razones teológicas a favor del dogma del PO se menciona ésta: al definirse que “por singular gracia y privilegio” no contrae el PO, se co-afirmaría (en el caso se reafirmaría) que todos los demás hombres si contraen dicho pecado. Sin embargo, nosotros, al reconsiderar la relación entre el dogma de la Inmaculada y el 'dogma' del PO, nos creemos autorizados a realizar un ejercicio dialéctico similar al que realizó Duns Escoto al hablar de la excelencia del Salvador: se retuerce la argumentación de los neoescolásticos, se le cambia de sentido y se afirma: “Al proclamarse por el pueblo católico que María, por los méritos de Cristo, está llena de gracia desde el primer instante de su ser (no contrae el PO) se abre camino llano y seguro para afirmar: en atención a los méritos de Cristo, todo hombre, al llegar a la existencia, se encuentra en estado de Gracia y amistad con Dios, inmune de toda mancha del PO”.
Esta propuesta será perfectamente aceptable si tenemos a la vista estas ideas: a) los principios de soteriología y caritología que llevaron a los inmaculistas primeros a descubrir el hecho de la plenitud de la gracia en María; b) el sentido auténtico del dogma de la Inmaculada; c) la relación existente entre María -la eminentísima redimida y santificada- y los demás hombres sus hermanos de carne y sangre, santificados por el mismo Redentor, dentro de idéntica economía e historia de salvación.
La soteriología/caritología manejada en todo el problema parte de la convicción de que la función primordial de la Gracia Increada y de la gracia creada es elevante, deificante, creadora de nuevo ser en el hombre. Esta función elevante es la primera, esencial y nunca puede estar ausente cuando se habla del acontecimiento de la santificación del hombre. La función medicinal, liberadora del pecado es adveniente y ocurre si hay pecado  previo. Podría no haberlo y, sin embargo, la Gracia sigue siendo absolutamente necesaria para la vida eterna. La cuestión nos ha ocurrido ya varias veces y la volveremos a encontrar más adelante.
La bula “Ineffabilis”, en sus palabras definitorias, proclaman lo que NO ocurrió a María en su primer instante de vida. Podrá advertirse que el misterio que se realiza en María se expresa en lenguaje negativo y, por ello, pobre de contenido. Por eso, es indispensable leer toda la bula, sobre todo sus páginas iniciales para llenar de contenido positivo las finales palabras definitorias. El contenido positivo es el hecho de la plenitud de Gracia en María. La piedad del pueblo cristiano y de los teólogos vieron a María llena de gracia progresivamente y retrospectivamente en el saludo del ángel, en su nacimiento, en el seno materno, hasta culminar en el primer instante de su ser. La plenitud de Gracia es la que hace que no tenga lugar en ella el contagio del PO, ni de cualquier pecado personal posterior. Para el desarrollo actual de la Mariología la referencia del dogma de la Inmaculada al PO es meramente contingente, ocasional, transitorio. Una referencia meramente 'histórica'. Válida en una época en la que la creencia en el PO era verdad común, universal e importante. Una exposición sistemática del dogma de la Inmaculada si quiere estar actualizada, no tiene motivos para hacer referencias al tema del PO. Sólo existen motivos cuando se hable de desarrollo de este dogma a lo largo de la historia.
Apoyándose en las palabras del texto definitorio que habla de “singular gracia y privilegio” concedido a la Madre del Señor, muchos entienden la 'singularidad' en sentido excluyente: a María se le concedió la gracia original y a los demás no. Sin duda que ésta era y es la interpretación que circuló durante siglos. Sin embargo, lo correcto es interpretar la 'singularidad' y el 'privilegio' en sentido incluyente, expresión de una forma más eminente y perfecta de poseer aquello mismo que todos poseen; si bien sea en forma proporcionalmente inferior, pero real, objetiva, por denominación intrínseca y formal.
Ya los primeros inmaculistas medievales apuntaban a la idea de que, la Gracia original eminentísima que María recibe según su elección en el plan divino de salvación, tiene la intención de hacer de la Madre del Señor fuente, medianera de las gracias. María está enriquecida con la Gracia original y de toda gracia en sentido pleno, eminente a fin de ser la medianera de la gracia de la redención para los demás redimidos. Se le concede la Gracia original en forma arquetípica, paradigmática, fontal. Ella es el inicio de la nueva Creación, de la Iglesia de los redimidos. Los demás agraciados con la gracia original obtienen el mismo don, siquiera sea en forma menos perfecta. Por eso, debemos decir que la diferencia entre María, santificada en su primer instante, no hay que verla en que ella 'sí' fue santificada y los demás hombres 'no' lo han sido. La diferencia hay que señalarla en que María recibe la santificación en forma plena/perfecta/eminente y los demás hombres en menos perfección y riqueza de contenido y de consecuencias. En nuestro lenguaje cotidiano tenemos expresiones similares: si decimos que Agustín de Hipona tiene una inteligencia 'singular, privilegiada', no sugerimos que los demás carezcan de ella, sino que la tienen, al parecer, con menos perfección y plenitud de desarrollo.

«María es una mujer de nuestra carne y sangre, consustancial, concorpórea y consanguínea de los demás hijos de Adán. Incluida en una historia y economía de gracia idéntica a la nuestra, pero María tiene una misión preferencial. Por ello se le dispensan los dones del Espíritu en forma más perfecta/eminente/plena que a los demás, que los reciben en forma menos perfecta, según la medida de Cristo. No podemos pensar que los dones de la adopción de hijos, la inhabilitación de la Trinidad/Espíritu Santo, la deificación que tienen lugar en María, por ser más eminentes y de singular perfección, no les sean concedidos, en absoluto, a los demás redimidos».

6. NACIDOS EN EL PARAÍSO DE DIOS

Abandonamos, por un momento, la rigidez del lenguaje teológico técnico y nos acogemos a la palabra vivaz del símbolo, del mito, de la figuración poético-literaria, de la parábola. En realidad, éste es el lenguaje más apropiado para hablar del misterio de los orígenes. Tanto de la humanidad en general, como de cada hombre en particular. Por desgracia, durante siglos, la teología cristiana abandonó el primer lenguaje simbólico, figurado y parabólico de la Biblia cuando habla de los inicios de la vida humana, Gn 1-3. En su lugar, pensaron que engrandecían y sublimaban la narración si la dotaban de una densa, infantil y bastante crasa historicidad que ha durado hasta nuestros días. Al mismo tiempo, la ontologizaban con materiales traídos de la especulación platónica y gnóstica.
Me parece que realizamos una labor de autenticidad y de saludable “retorno a los orígenes” si damos por superada toda 'la teología de Adán' y a todo el discurso secular sobre el tema le devolvemos su significado simbólico. Simbolismo semántico que nunca fue del todo abandonado.
Al teólogo actual bien informado le resultará fácil desplazar de raíz la 'teología de Adán' -con su grandioso estatuto teologal y su no menos fatalmente grandioso pecado- y sustituirlo por 'el símbolo, la parábola de Adán'. Mediante esta transposición mental y significativa, el sublime individuo de los orígenes se torna el modesto Adán/hombre que todos somos. Así lo viene pregonando la tradición teológica desde Agustín, Trento y la exégesis actual. El símbolo de Adán tiene un contenido religioso (e incluso humano) mucho más rico y goza de una perennidad de la que no goza el Adán historificado y ontologizado de la teología antigua. Lograda esta trasposición, tan hacedera, podemos afirmar: Todo hombre/todo adán, en fuerza del destino sobrenatural al que Dios le llama y para el cual le pone en el mundo, en virtud de la voluntad salvífica que sobre él actúa, entra en la vida en el paraíso de Dios, acogido al amor, la gracia, la amistad del Padre celestial, que el símbolo del jardín/paraíso tan bella y densamente describe.
La inagotable curiosidad intelectual de Karl Rahner le llevó a proponer un par de ideas para una teología de la infancia. Se trata de un simple esbozo rápido, sin mayores pretensiones. Recuerda Rahner la grandeza del niño humano, a quien Dios llama por el nombre que él mismo le  ha impuesto: “el niño es un ser humano siempre en diálogo con Dios”, acogido por la Gracia generosa del Padre. La salvación que Cristo trae a todo hombre ha captado para sí, previamente, al naciente ser humano. La serpiente no ha entrado todavía en este paraíso para realizar su tarea de seducción-tentación. Las fuerzas de El Pecado que operan en la historia ciertamente están presentes, operan en el exterior, pero no han logrado entrar en el alma del niño. El adversario, como león rugiente, busca devorarlo, pero todavía no ha llegado su hora ni el poder de las tinieblas. Por el contrario si ponemos el pecado y la tragedia en el inicio mismo de cada vida humana, pienso que es dejarse llevar por un infundado pesimismo humano y religioso, por una fuerte obsesión de pecado, cuyos antecedentes habría que buscar en la mentalidad encratita, gnóstica, maniquea dominante en el ambiente religioso-cultural en que fue germinando la doctrina del PO. Nunca en los textos del NT.
Finalizamos este capítulo, de importancia primaria para nuestra tarea de conjunto, con estas advertencias:
1.Nuestra propuesta sobre la Gracia y santificación original de todo hombre encuentra sólidas razones para ser mantenida al nivel que le es propio: 'como una conclusión teológica'. Ni necesita ser encumbrada a más solemnes certidumbres de rango semidivino. Pero, incluso a este modesto nivel, logra un notable interés científico-teológico que puede reflejarse tanto en el plano doctrinal como en el práctico pastoral.
2.No desdeñable ventaja ofrece el hecho de que nuestra propuesta elimina, por sobre-elevación y plenificación, la teoría del PO, con toda la constelación de afirmaciones que le acompañan. Tan negativas y desfavorables, a juicio nuestro, para la ortodoxia y ortopraxis de la Comunidad católica. Volveremos sobre este tema.
3.A tenor de lo advertido al comienzo de este libro, cualquier investigación sobre la situación teologal del naciente ser humano no puede tener más que un interés limitado, marginal dentro de nuestras creencias y teorías soteriológicas y caritológicas. Pero ya entonces extendíamos la reflexión a ese innumerable grupo humano que llamamos la “humanidad infantil” que muere sin bautismo. El tema ha preocupado con tenaz frecuencia. Anejo a éste es el tema del llamado “limbo de los niños”. No sería temerario decir que, al menos hasta fecha reciente, la mayoría de los seres humanos ha pasado de este mundo al otro en “edad infantil”, sin llegar a lo que llamamos uso de razón. Es decir, no habrían logrado la suficiente madurez psíquico-espiritual, aunque hubiesen logrado la fisiológica. Los tradicionales defensores del PO a estos hombres los consideran excluido del reino de los cielos. Pero si pensamos que todo hombre entra en la vida en Gracia, acogido al amor salvador de Dios, no necesitamos de ningún limbo, ni de rebuscadas cavilaciones teológicas para dejar de ser crueles con la humanidad infantil e irreverentes con su Creador, que negaría la felicidad eterna a los niños que mueren sin bautismo, pero que no han cometido ningún pecado personal.

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