CAPÍTULO XII
LA “MANCHA” DEL PECADO ORIGINAL EN EL CAMPO DE LA
MORAL CRISTIANA
Conocemos el andamiaje teórico/especulativo que en el
Occidente cristiano se ha levantado sobre y en torno a la figura del PO.
Siguiendo el usual simbolismo de la ‘mancha’
decíamos que el PO ha manchado amplios y básicos sectores de nuestro sistema
cristiano de creencias. Pasamos a comentar el hecho de que también nuestra
ética, nuestro comportamiento cristiano, ha sido afectado por la larga y densa
sombra del PO. A nivel individual y comunitario, a nivel doctrinal y a nivel
del comportamiento práctico cotidiano.
1.EL TEMA A TRATAR
EN ESTE CAPÍTULO
Las reflexiones que vamos a ofrecer podrían oponerse, en
gran parte, también bajo el epígrafe de “consecuencias del PO”. De estas
presentas consecuencias hablaremos expresamente en el capítulo siguiente. En
ambos casos no necesitamos ser prolijos. Por varios motivos convergentes: son
hechos conocidos no sólo por los teólogos, sino también por la masa de los
creyentes. O bien se conocerán lo suficiente por la exposición que vamos
haciendo. Lo más importante será fijarse siempre en la influencia que la
doctrina del PO ha ejercido en los diversos momentos considerados. Y,
consiguientemente, la importancia que pueda tener el contemplar esas mismas
realidades morales desde la perspectiva de una antropología que no sabe nada de
una ‘mancha original’, de un pecado
de la naturaleza que la habría tornado congénitamente corrompida, viciada,
caída; sino que entra en la vida con la inocencia, la integridad original que
le corresponde como obra recién salida de las manos de Dios y acogida a su
voluntad salvífica. Descargada de cualquier fatalidad originaria, antecedente
que haga al hombre pecador ‘necesario’. Menos aún grabada con un castigo divino
incurrido por mor del viejo, ancestral pecado, cometido ‘in illo tempore’, por un rudimentario primer ejemplar del ‘homo
sapiens’, apellidado Adán.
2.CONCEPTO TEOLÓGICO
DE PECADO Y EL PECADO ORIGINAL
Una de las realidades (conceptos, fuerzas) con las que debe
contar toda ética es la de ‘pecado’. Incluso aunque no llegue a darle a la
palabra la densidad que logra en la ética teológica.
Dentro de la general ‘hamartiología teológica’, al menos en
los últimos tiempos, viene enmarcado el estudio específico del PO. No se suele
poner a cuenta del PO todo lo pecaminoso que del corazón humano brota, pero sí
se afirma que el PO es raíz/manantial perenne de todo ulterior pecar humano, de
los pecados en el sentido verdadero y más denso de la palabra: los pecados
‘personales’. Los escolásticos hablan del PO como de un ‘habitus operativus malus’: una energía y poder que impulsa
constantemente hacia el mal. Permanente energía maligna, en la medida en la que
suscita y alimenta la concupiscencia radical inextinguible.
A)CÓMO SURGE EL PROBLEMA
Partimos de un hecho de doble cara, muy perceptible en la
historia del PO. Por una parte, el concepto de pecado, ya existente en la
tradición teológica anterior, sirve de marco para recibir y calificar la nueva
forma de ‘pecado’ humano que es puesta en circulación. El recién nacido PO es
recibido en el campo de una teología del todo preocupada por el pecado
personal. Recibido en este campo, el PO influye notablemente en la índole y
características con las que el pecado personal va a ser presentado en la
posterior hamartiología cristiana.
El concepto cristiano de ‘pecado’ había sido elaborado por
los teólogos orientales, ante todo, en polémica con el gnosticismo, el
maniqueísmo, el paganismo. En cualquiera de estas corrientes
filosófico-religiosas el comportamiento humano se consideraba determinado ‘a
tergo’ por la fatalidad, la forzosidad, el mecanismo de Hado, de la Heimarmene.
En sus formas populares por la influencia de los astros, por la magia, por las
taras atávicas, ancestrales que, según los mitos, arrastra la especie humana en
su caminar por la historia. Pero subrayamos el hecho de que el concepto
cristiano de pecado, el sentido religioso del mismo, no era ni siquiera posible
que surgiese dentro de la filosofía y cultura del paganismo grecorromano. Los
teólogos cristianos dedujeron su concepto de pecado, de forma preferencial,
analizando el comportamiento y situación del Adán genesíaco, al que presentaban
como testigo privilegiado de que el mal/sufrimiento/pecado entra en la historia
por culpa del hombre, no de Dios. Le concedían a Adán plena realidad histórica,
pues ello favorecía su tesis de la responsabilidad/libertad del hombre. Pero se
distanciaban de las interminables elucubraciones y simbolismos de los
gnósticos. Insistían con tenacidad en la voluntariedad y libertad perfecta con
que Adán había transgredido el mandato divino. Si ya tempranamente la figura de
Adán comienza a ser sublimada, ello se debe al deseo de magnificar la
convicción de la libertad absoluta con la que Adán desobedeció a Dios, y su
perfecta responsabilidad en la aparición de la ‘miseria’ que abruma a la raza
humana. Pero, obviamente, esta defensa de la libertad humana no la hacían tan
sólo ni principalmente en favor del lejano padre de la raza. En forma implícita
o explícita se trabaja con la convicción de que “Adán somos todos”. Todos disfrutamos de la libertad de que estaba
dotado Adán. Con estas salvedades: en Adán estaba reforzada la libertad
connatural del ser humano, por especiales dones divinos de los que ahora
estamos despojados/desvestidos; pero incluso ocurrida la caída, se mantenía
firme el axioma teológico: ‘Natura manent
integra’ = lo que es natural en el hombre, nominalmente lo más excelso de
él, la libertad, permanece íntegra, incorrupta en su ser, aunque la
experimentemos mediatizada en su obrar cotidiano.
El primer Agustín,
fuertemente antimaniqueo, insiste en la voluntariedad/libertad del pecado, en
forma reiterada y destacada. ¡Sólo en la voluntad hay pecado! Pero luego cambia
de rumbo y somete a revisión/retractación su primera opinión.
El cambio fue progresivo, acompasado a la aparición y
robustecimiento en él de la idea del PO. En los relatos de las ‘Confesiones’ tenemos la descripción de
las experiencias que dieron base a la teorización que aparece en la
controversia antipelagiana. Agustín vivió en sí mismo la tensión entre forzosidad
y libertad, en doble dimensión: por una parte, su voluntad se afirma frente a
la fatalidad impuesta por fuerzas externas, como los astros a cuyo influjo
apelaba la moral popular pagana. Ni tampoco la materia corporal, no obstante,
su conocido dualismo antropológico, imponía necesidad a la voluntad. La tensión
necesidad-libertad brota, según experimenta y proclama Agustín, de lo más hondo
de su espíritu. Siente la lucha y contrariedad entre dos ‘voluntades’ que
guerrean entere sí.
Dos ideas permanecen firmes en toda esta discusión: frente
a los maniqueos, sostiene la bondad del Creador que dotó al primer hombre de
una libertad plena y triunfadora. Pero frente a los pelagianos, sostiene que,
por el pecado de Adán, la voluntad quedó viciada, corrompida. Goza de autonomía
y libertad, p ero es la libertad propia de un esclavo. Nace en nuestra teología
cristiana la atormentadora figura de la “libertad esclava” = ‘servum arbitrium: siervo albedrío.
Cualquiera que oiga enunciar esta paradoja se preguntará que responsabilidad
sobre el mal y el bien puede tener el hombre que, al venir al mundo, recibe la
ambigua, peligrosa herencia de una ‘libertad esclava’.
Agustín somete al concepto tradicional de ‘pecado’ y su
relación con la voluntad de una reformulación original, arriscada, por nadie
antes intentada. La reformulación se centra en torno a la ‘voluntariedad, que
es consustancial al tradicional concepto cristiano de pecado. Se resume en
estos cuatro puntos: 1) existe un pecado que se contrae por ‘contagio’; 2) existe
un pecado ‘involuntario’; 3) existe el pecado ‘castigo’ del pecado; 4) existe
el pecado ‘necesario’.
La presencia del PO en la historia humana y en cada
individuo que entra en el mundo, advertiría a los pensadores cristianos de que
el ‘pecado’ humano ocurre con ingredientes de contagio, involuntariedad,
necesidad y de penalización que antes no habían sido detectados por ellos. Por
su parte, Agustín es reiterativo en afirmar que esos cuatro factores modifican,
restringen la culpabilidad/voluntariedad, pero no la anulan. El hombre posee
una libertad esclava, pero libertad; es pecador forzado, pero pecador real.
Veamos si es posible esclarecer esta paradoja, a fin de que el recién venido
pecado ‘original’ encuentre un puesto cómodo en la hamartiología cristiana.
B)EL PECADO ORIGINAL COMO PECADO HEREDITARIO,
PECADO/CONTAGIO
Ya antes de san Agustín circulaba por el Occidente
cristiano la teoría del “tradux peccati”: un pecado que se transmitiría por la
generación biológica, como un esqueje = ‘per
traducem’, de padres a hijos. En textos claros y reiterados habla Agustín
de que el pecado cometido por Adán corrompió el semen del protoparente del
género humano. Desde entonces todos los hombres son engendrados de los genes
corruptos y corruptores de Adán y de los otros progenitores varones
descendientes de él. Al entrar en contacto con esta “corrompida sustancia
corporal”, el alma queda manchada de pecado, en situación teologal de pecado
“original”. Esta vulgar/popular ley del ‘tradux
peccati’ es elevada por Agustín a una categoría cuasi-metafísica con su
teoría de las ‘razones seminales’. Según ella, las semillas de los vivientes y,
por antonomasia, la de los vivientes humanos, estarán dotadas de una energía
misteriosa, poderosa, sobre-natural, celeste, divinal para influir en la
actividad espiritual y hasta en el ser del alma. Obviamente, estas fuerzas
actúan en el naciente ser humano y le ponen en situación teologal negativa,
cuando su voluntad, en estado germinal, no tiene aún capacidad próxima para
obrar ni a nivel psicológico ni menos a nivel de responsabilidad moral.
Esta teoría de un pecado que se propague ‘por contagio’, por generación
biológica, un pecado ‘hereditario’ se considera hoy del todo inadmisible. El
propio Agustín encontró serias dificultades para mantenerla. Nominalmente
frente a la opinión -que iba siendo común ya en su tiempo- de que el alma
humana es directamente creada por Dios e infundida en el cuerpo. Agustín se
repliega, para salvar su querida teoría del PO, hacia un traducianismo antiguo
y anticuado respecto al origen del alma humana. De todas formas, en el mismo
texto encontramos la frase lapidaria: ‘dummodo
redemptio clareat, periculum non est’ = mientras quede claro que el alma
necesita ser redimida, poco importa saber cómo adviene al incipiente ser
humano. Nosotros hemos hecho una aplicación extensiva, pero lógica, a todo el
problema del PO: mientras quede claro que el hombre necesita del Salvador,
incluso al nacer, no importa si esa necesidad viene con motivo del PO o de otra
fuente.
En la Edad Media y en fechas posteriores, la idea del
pecado/contagio se concretó en la fórmula del ‘semen infectum’ = semen infecto e infectante que mancharía el alma
del naciente ser humano en el primer instante de la vida, con la mancha del PO.
Esta convicción era tan firme y generalizada que ella constituyó una de los
magnos obstáculos para que avanzara la ‘piadosa creencia’ popular y luego
teológica en la Inmaculada Concepción de la Madre del Señor. Porque, se decía,
al entrar en la vida por generación natural (no virginal), María forzosamente
hubo de contraer el PO, según la llamada ‘ley de todo nacido de varón’ = ‘lex comuniter conceptorum’. A los
primeros inmaculistas medievales les costó mucho tiempo y esfuerzo mental
demostrar la inanidad de esta dificultad y de la arbitraria y empecinada teoría
que la sustentaba. Los actuales defensores del PO rechazan taxativamente la
idea de un pecado hereditario (Erbsünde) y de un pecado contraído por ‘contagio’ biológico. Si bien recurren a
la idea de un contagio social-histórico-psicológico-cultural del pecado entre
los humanos. Lo encontraremos más adelante.
C)EL PECADO ‘INVOLUNTARIO’, SEGÚN SAN AGUSTÍN
Pudiera parecer que hablar de un pecado ‘involuntario’
fuese hablar de un ‘hierro de madera’.
Pero es indudable que Agustín, en su polémica con Julián de Eclana, para
defender su tesis de que los niños nacen en pecado ‘original’ antes de que
hayan ejercido acto alguno por su personal libertad, llegó a la compleja
afirmación de que los niños han incurrido en pecado real, pero ‘involuntario’,
aunque no del todo involuntario. El pecado de los párvulos no deja de ser
‘voluntario’ en absoluto, puesto que sus voluntades estaban de algún modo
misterioso, aunque real, en la voluntad de Adán. Pero no es voluntario respecto
a la voluntad personal del niño. Sim voluntad personal, arguye Agustín, el niño
(bautizado) es admitido a participar de la gracia de la redención, por decisión
de una voluntad ajena -la fe la Iglesia, de los padres- y no por decisión de su
propia libertad. Lo mismo aquí, al hablar del pecado de los niños: su pecado
original lo incurren sin voluntad personal, pero sí por voluntad de Adán. Sólo
en el pecado del Adán paradisíaco se cumple la exigencia de voluntariedad
plena, esencial a todo pecado. Los demás hombres tienen una voluntad viciada,
sujeta a la ‘necesidad de pecar’, voluntad ‘esclava’, pero voluntad verdadera.
En los niños la voluntariedad de su pecado se la concede el hecho de estar
contenidos en la voluntad de Adán.
Con esta solución Agustín proporcionó a la teología
occidental un complicado tema de reflexión: ‘cómo
salvaguardar la voluntariedad del pecado original’. Por ejemplo, y yendo a
la raíz del problema, ¿es necesario mantener la voluntariedad en todo pecado?,
¿basta para salvarla el recurso agustiniano a la voluntad de Adán? La búsqueda
de la ‘voluntariedad’ del PO ha constituido un auténtico tormento intelectual
para los teólogos, una áspera ‘crux
theologorum’ a lo largo de la historia. En mi opinión en ella siguen
colgados sin poder bajar, pasados los siglos. A esta inclusión/continencia de
todas las voluntades en la voluntad de Adán, Agustín, en varios textos, le da
un sentido biológico: continencia de todos en las razones seminales del
protoparente. ‘In lumbis Adae’ = en
los lomos de Adán. En clara conexión con la mentalidad de los primitivos y sus
mitos. Incluso podría buscársele apoyo en ciertos textos de la Biblia.
Expresión ellos mismos de una mentalidad primitiva, tribal y mítica. Otras
veces, al menos en algunos de los agustinianos medievales, podría pensarse en
una inclusión metafísica/ontológica. A modo como en “Anthropos”/“Hombre ideal”
platónico están contenidos todos los “Anthropoi”/”hombres individuales”.
Finalmente, también se ha pensado en una decisión divina de ‘recapitular’ en
Adán el destino (y, de algún modo, las voluntades) de los hombres todos, para
el bien y para el mal. Por desgracia aconteció el mal: todos pecaron ‘en’ él y ‘con’ él.
Las explicaciones en sí mismas cada una me parecen
arbitrarias. Quien no tenga una mentalidad y muy platónica no puede acomodarse
a ver condensados en un primordial padre a todos los millones de seres humanos
por los siglos. Sobre todo, a un teólogo del siglo XXI a quien suponemos
razonablemente impregnado de la mentalidad evolucionista, de una visión
dinámica y procesual del acontecer cósmico e histórico. Desde el momento en que
‘la teología de Adán’ ha caído irremediablemente por tierra, la viabilidad de
aquellas teorías, han perdido todo apoyo. Incluso las podemos ver como
positivamente contrarias a lo que hoy sabemos en el campo de la biología, de la
filosofía, de la ética racional contemplada a la luz de la palabra de Dios.
D)EL PECADO ORIGINAL COMO ‘CASTIGO’ DIVINO POR EL
PECADO DE ADÁN
La convicción de que el PO existente en cada ser humano que
llega a este mundo -y que sigue operando durante toda la vida- se deba a un
castigo divino por el pecado del protoparente, por el ‘viejo pecado’, es
explícita y recurrente en el empeño agustiniano por perfilar y defender de
objeciones la figura del PO.
Hay que distinguir, dice Agustín, estas tres cosas: el
pecado, el castigo del pecado y el que es ambas cosas, pecado y castigo del
pecado. “Pertenece el PO al tercer género, puesto que es pecado y también
castigo del pecado; existe en los niños que nacen en este mundo, pero sólo
aparece cuando empiezan a crecer… El origen de ese pecado viene de la voluntad
de un pecador: Existió Adán y en él estábamos todos, en Adán y en él perecimos”
(Ambrosio). La primera impresión producida por esta figura agustiniana no deja
de ser inquietante, ¿no compromete peligrosamente la bondad inagotable de Dios
el compasivo, el misericordioso? Un Dios que castiga un pecado con otro pecado,
¿no sería un Dios demasiado próximo al Dios malvado de que hablan los maniqueos?
Al menos esa es la impresión del contrincante de Agustín, Julián de Eclana,
según hemos visto.
Tema difícil para la hermenéutica de textos agustinianos.
Ya aludimos a la sensación de sadismo que suscitan estas expresiones y la
teoría general del PO. Según una tradición teológica posterior, el ‘castigo’
consistiría en que Dios habría privado de los dones gratuitos al Adán pecador y
a sus descendientes: les despojó de los dones gratuitos, con lo cual la
concupiscencia quedaría desembridada. Otros, más duros, pensaron que la
naturaleza humana, por castigo divino, quedó positivamente viciada, vulnerada =
‘vulneratus in naturalibus’. Este
agustinismo duro se plasma en la manoseada frase escolástica: la persona (Adán)
corrompió la naturaleza y la naturaleza corrompe a la persona de los demás
descendientes = ‘persona corrupit
naturam, natura corrumpit personam’. El que no admita la teología de Adán
en su forma pura y dura no puede admitir esta fórmula tan redonda, como
gratuita y falsa.
E)LA FIGURA TEOLÓGICA DEL ‘PECADO ORIGINAL’
Las anteriores matizaciones impuestas por Agustín al
concepto tradicional de pecado, indisolublemente unido al concepto de
voluntariedad/libertad culminan, a mi entender, en la figura del pecado
‘necesario’: el PO (originante y originado) impone a la humanidad entera y a
cada individuo la ‘dura necesidad de
pecar’. Hasta que la Gracia nos lo libere. El obispo de Hipona es taxativo
y reiterativo en afirmar esta dura necesidad de pecar en el hombre caído. Tal
necesidad actúa con pleno vigor en el hombre adulto. Pero ya desde el seno
materno el hombre está sujeto a ella siquiera sea en forma germinal. Por este motivo, dice Agustín que los niños
nacen en pecado ‘original’: connatural, congénito. A esta necesidad de pecar se
le añaden los calificativos de castigo divino, de herencia, contagio,
forzosidad, al modo indicado.
Con este discurso sobre la dura necesidad de pecar en el
hombre caído, Agustín pone en circulación un grave tema, no sólo en el campo de
la hamartiología, sino también en la antropología, tanto teológica como
filosófica: el arduo problema de armonizar, de marcar -en el actuar humano-, la
frontera entre la necesidad y la libertad. Incluso en la misma teología, el
discurso sobre la voluntad divina es impactado por esta problemática. Vamos a
dedicar algún espacio al tema. Porque si la tesis del PO implica un ‘novum’
absoluto respecto al concepto tradicional de ‘pecado’, no implica menos una
inquietante novedad en torno al concepto cristiano tradicional de ‘libertad’.
3.LA TENSIÓN NECESIDAD-LIBERTAD
EN EL ACTUAR HUMANO. DESDE LA LIBERTAD SEÑORA A LA LIBERTAD ESCLAVA
El Agustín luchador antipelagiano, para defender su querido
PO y, en última instancia, la omnipotencia de la Gracia, se vio impulsado a
poner en circulación una profunda transformación al concepto cristiano de
‘libertad’. Y no sólo cristiano. Agustín va también en contra del concepto de
libertad vigente en el aristotelismo y, sobre todo, estoicismo de su época. La
reformulación se refiere a estos dos puntos, interiormente enlazados entre sí:
la libertad del hombre caído carece de la indiferencia activa respecto del mal
y del bien y, de forma concomitante, carece también del debido dominio y
autonomía sobre sus propios actos. No es una libertad ‘señora’, sino una libertad ‘esclava’ en su comportamiento; al
menos religioso moral, el que ahora interesa.
a)Agustín
trabaja sobre el concepto/realidad de la libertad tal como ahora nos es dado
experimentar y conocer. Lenguaje paralelo al empleado cuando habla de la
concupiscencia/líbido: ‘ésta tal como
ahora existe’ (prout nunc est) es viciosa y connaturalmente corrupta. De
igual modo, la libertad, tal como ahora la tenemos, carece de indiferencia
activa y del domino sobre debido sí misma.
Expresamente coincide Agustín con los pelagianos al afirmar
que el hombre, en estado de naturaleza íntegra, inocente, tal como la poseía el
Adán genesíaco, gozaba de plena, perfecta y expedita libertad, de activa
indiferencia frente al bien o al mal. Esta indiferencia se expresaba con el
símil de la balanza, instalada en perfecto equilibrio hacia una u otra parte,
entre el bien y el mal. Como se trata de una ‘indiferencia activa’, la voluntad podría decidir en perfecta
franquía y autonomía, encaminar su actividad hacia un lado o hacia otro, hacia
el bien o el mal. Aceptado, insiste Agustín, pero ¡eso era antes!, en el estado paradisíaco. Ocurrido el pecado
adánico, convertido en pecado permanente en cada hombre, la voluntad ha perdido
irremediablemente aquella original, connatural indiferencia activa. Ahora la
voluntad está inclinada, vencida hacia al mal por fuerza de la concupiscencia,
del egoísmo radical o bien vencida hacia el bien por la fuerza de la Gracia.
b)Así pues, el
noble espíritu humano ha perdido la hegemonía sobre el mundo inferior que le
era connatural y debida, e incluso sobre sus propios actos y, de señora y
dominadora, se ha tornado libertad esclava al servicio del mal. Con este
razonamiento agustiniano entró en la historia del cristianismo el explosivo
concepto de ‘libertad esclava’ que adquirió pleno vigor desde los días de M.
Lutero hasta los nuestros. No podemos entrar más a fondo en problema tan
enorme. Afecta a la teología de la libertad estudiada por los cristianos, pero
también a la filosofía y metafísica de la libertad a nivel filosófico: el
problema de armonizar necesidad y libertad en el ejercicio de la voluntad de la
que el hombre histórico dispone.
c)Nos detenemos
un momento en señalar los motivos que impulsaron a san Agustín a poner en
circulación la figura de la ‘libertad
esclava’ y presentarla como armonizable en el contexto general o analogía
de la fe cristiana.
Encontramos, en primer término, el argumento de
experiencia. Agustín era testigo de excepción, según propone en las Confesiones. En polémica con los
pelagianos apela de continuo a la experiencia cotidiana. Y también al
testimonio y autoridad de la palabra de Dios em Rm 7. Pablo asumiría aquí la
representación de todo hombre, esclavizado por la ley de la carne hasta que le
libere la ley del Espíritu. Por otra parte, no son sólo los hombres
profundamente religiosos, como Pablo y Agustín, los que sienten este desgarro
interior y la esclavitud provocada por alguna misteriosa fuerza maligna. Un
hombre poco religioso como el poeta romano Ovidio se hace eco de esta experiencia
universal en la conocida frase paradigmática: ‘veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor’.
Utiliza también Agustín uno que llamaríamos argumento ‘ad
hominem’, basado en las convicciones del propio adversario. No tienen inconveniente los pelagianos en
admitir el dicho común de que ‘la costumbre es una segunda naturaleza’. Es
decir, crea una sobreveniente necesidad en el consuetudinario. Más aún, los
pelagianos frente a la tesis agustiniana que explicaba la sobreabundancia de
pecados y males en la sociedad como fruto de una ‘naturaleza’ corrompida, ellos
apelaban a la costumbre (consuetudo)
como fuente de los pecados sociales e individuales. Y todos convenimos, arguye
Agustín en que la ‘necesidad’ de la costumbre imprime a la voluntad del consuetudinario
no le exime de responsabilidad y de libertad suficiente para pecar. Por tanto,
no hay oposición entre necesidad-libertad. Libertad esclava no quiere decir
libertad nula. Existe libertad verdadera, pero ‘esclava’.
Como es usual en él, el Doctor de Hipona eleva la discusión
al más alto nivel teológico-metafísico. En Dios y en los bienaventurados
coexiste la necesidad y la libertad en el amor el Bien infinito. Dios posee
perfectísima libertad, a pesar o precisamente porque se ama necesariamente. No
tiene indiferencia activa para dejar de amarse. En Dios y en los
bienaventurados existe la feliz necesidad (beata
necessitas) de amar al sumo Bien. Lo único que excluye la libertad es la
violencia o la forzosidad impuesta desde fuera. No la necesidad que brota de la
naturaleza misma del agente que decimos libre, puesto frente al Bien infinito.
Dada nuestra actitud crítica respecto as la teoría del PO
en cualquiera de sus apariciones históricas, parece conveniente ofrecer al
lector alguna consideración sobe la teoría agustiniana de la ‘libertad
esclava’, sobre su modo de explicar el origen (la etiología) del hecho de la
tensión existente, en el hombre, entre necesidad-libertad, en la ‘actual’
historia de salvación.
Todo el razonamiento agustiniano a favor de la ‘libertad
esclava’ se apoya en el presupuesto de la ‘teología
de Adán’ llevada por él a su pleno vigor. Dentro de ella puede hablar de
una libertad viciada, corrompida y congénitamente enferma por efecto del PO.
Pero ya en su tiempo otros teólogos cristianos en Oriente y los pelagianos en
Occidente, si bien admitían la historicidad de Adán y de su pecado, no querían
oír, sin embargo, hablar de una libertad viciada, congénitamente enferma por el
PO. Incluso admitido el pecado adánico tan perjudicial para la descendencia, lo
que pertenece a la naturaleza del hombre permanece íntegro, incorrupto: ‘naturalia manet integra’. Incluso en
los condenados, decían los orientales, según veremos.
Respecto a la necesidad creada por la costumbre y a la que
se dice es creada por el PO la diferencia es cualitativa. En la costumbre la
voluntad del consuetudinario está siempre presente: en el inicio, en el
mantenimiento, en la superación de la mala costumbre, que sin duda es, por
principio, superable. En el origen de la necesidad inducida por el PO no hay
voluntad personal en ejercicio. Se recurre a una imaginada voluntad de un
imaginable individuo llamado Adán. Y, luego, esta necesidad de pecar inducida
por el PO es absolutamente insuperable para la libertad del hombre caído.
Tampoco es convincente el paralelo que se establece entre
la necesidad con la que el bienaventurado ama al Bien infinito y la necesidad
con la que el pecador ama al bien finito, que es lo que se hace al pecar.
Especialmente en la antropología agustiniana la comparación es falsa. El Bien
infinito, al que con toda la fuerza de su ser/naturaleza tiende a la voluntad
por ser el objeto plenificante y beatificante de la misma, no sólo no la
limita, sino que despierta en ella todas las posibilidades de perfeccionamiento
y, por ende, de dominio gratificante sobre toda su actuación. Pero el amor
irresistible/necesario a un bien finito, en la medida en que irresistible,
amplía el campo de la forzosidad y limita, y hasta anula el campo de la
libertad. Finalmente, el problema de armonizar necesidad/libertad en la
voluntad humana queda abierto para la filosofía y la teología. Aunque no se
hable del tema del PO, como se comprueba en lo que llamamos filosofía
‘materialista’ de la edad moderna. Buscar la explicación de la ‘dura necesidad de pecar’ en el evento
del PO carece de fundamento y ofrece una etiología inaceptable sobre el hecho.
Aún en el supuesto de que el hecho como tal fuese incontrovertible.
Concluimos, pues, esta reflexión diciendo que hablar de una
‘dura necesidad de pecar’, introducida en la historia de los hombres por el
evento del PO, resulta del todo inaceptable. Se corre el riesgo seguro de
distorsionar tanto el concepto cristiano de ‘pecado’ como el de ‘libertad’,
básicos en nuestra dogmática y en nuestra moral. Hemos tenido ocasión de
señalar la inconsistencia de la explicación ofrecida.
4.EL PECADO
ORIGINAL. ¿PECADO ANALÓGICO?
A lo largo de la historia de la teología, el recién venido
PO logró ser domiciliado y adquirir carta de ciudadanía dentro de la
hamartiología católica bajo la denominación de pecado “analógico”. Calificativo
que advierte tanto de la de la singularidad y peculiaridad de este pecado, como
de su posible legitimación dentro de la moral cristiana. El pecado, en su
realidad plena, paradigmática (el analogado principal) es el pecado actual
personal, el que es cometido con clara conciencia y libertad. Por analogía se
llama ‘pecado’ a la falta venial, al pecado habitual, y hasta las
imperfecciones morales. Sin duda que el lenguaje analógico es indispensable en
hamartiología como lo es en toda la teología en general. Ahora se trata de
examinar si la situación teologal en que cada hombre llegue a la existencia
puede ser calificada correctamente como ‘pecado analógico’. Una teología crítica
no puede menos de preguntarse por la legitimidad de esta designación, de uso
tan común.
Preguntamos, en primer término, al Doctor del PO, al obispo
de Hipona. Es seguro que él no utiliza el término de “analógico” cuando quiere
precisar la peculiaridad del pecado ‘original’ por él introducido en la
teología. Por otra parte, es conocida la plurivalencia de significados, la
‘plurisemia’ con que utiliza la palabra ‘pecado’. Conocemos el texto en que
habla de pecado que es sólo pecado, pecado es ‘castigo’ y pecado que es castigo
del pecado. Además, se ha hecho célebre su designación de la
concupiscencia/líbido como pecado: porque es ‘hija del pecado’ (adánico) y
‘engendra el pecado’ (personal). Tenemos otro texto también significativo al
respecto: “existe pecado cuando no existe la caridad que debería existir, o es
menor que la que debería darse. Sea que esto lo pueda o no lo pueda evitar la
voluntad. Si lo puede evitar, es voluntario con voluntad actual. Si no lo puede
evitar ello depende de una anterior voluntad (la de Adán). Pero sí que lo puede
evitar, no alabando la soberbia de la voluntad, sino cuando la ayuden en su
humildad”. Reuniendo estos y otros textos, podemos reconstruir la plurivalencia
de la palabra ‘pecado’ en la hamartiología de san Agustín: 1) el pecado por
excelencia, pleno y hasta sublimado, perfectamente libre del Adán paradisíaco;
2) el pecado personal actual; 3) el pecado venial (pecados cotidianos, dice
Agustín); 4) el pecado-castigo y a mencionado; 5) el pecado como deficiente
cumplimiento del mandamiento de la caridad con Dios y con el hermano. Surge
entonces inevitable la preguntas: ¿en qué sentido podemos calificar de ‘pecado’
a la situación teologal en que cada hombre entra en la existencia?
En mi opinión y por lo que se refiera a Agustín, semejante
situación nativa la podemos calificar de ‘pecado’ en el mismo sentido en que el
propio Agustín llama pecado a la concupiscencia: porque procede del pecado y
engendra el pecado. Esta interpretación se apoya en el hecho de la unión
inseparable que Agustín establece entre concupiscencia y PO. Podrá discutirse
si formalmente se identifican, pero es seguro que funcionalmente podemos
identificarles. Ahora bien, la concupiscencia es calificada de ‘pecado’ por
Agustín en sentido metonímico, traslaticio. Incluso en sentido metafórico.
Pienso que en la hamartiología agustiniana no hay base para hablar del PO como
pecado ‘analógico’. Es pecado, pero en sentido metonímico, traslaticio,
metafórico. Metonimia (y algo similar vale de la metáfora) es un tropo que
traslada el significado de un termino desde su sentido propio a otro distinto,
tomando el efecto por la causa, el signo por el significado, o algún género de
semejanza natural o convencional. A un hombre robusto lo llamamos un roble.
¿Qué similitud de situaciones pudo ver Agustín entre el que comete un pecado
personal consciente y libremente y la situación teologal del recién llegado a
la existencia? Pienso que ésta: en ambos casos tenemos un hombre, a) en radical
impotencia para realizar acciones saludables para la vida; b) radicalmente
necesitado de la gracia de Cristo. Aunque la etiología de tal situación es
distinta en cada caso: en el adulto ha sido provocada por propia voluntad; en
el naciente individuo se dice heredada desde el protoparente del género humano.
La etilogía que de la situación original pecadora propone
el obispo de Hipona es del todo inadmisible para quien no admita en su
integridad la teología de Adán. Hoy día no cuenta ésta con seguidores entre los
teólogos. Pero en sí misma la situación de pecado no es necesario presuponerla
en el recién nacido para proclamarlo, con todo rigor, necesitado de la Gracia y
en radical impotencia para salvarse. En el capítulo X he tratado expresamente
este tema. El razonamiento de Agustín pudo tener vigencia en el contexto de la
polémica antipelagiana y de la peculiar soteriología y caritología imperfecta
que ambos manejaban, pero no puede aceptarse en otra perspectiva teológica que
nosotros hemos juzgado y demostrado mejor. Para proclamar que todo hombre
recibe la naturaleza/existencia radicalmente necesitada de la Gracia, en
absoluta incapacidad de hacer nada ‘saludable’ por sí mismo, no es, en modo
alguno, necesario afirmar que reciba una naturaleza viciada, corrompida por el
viejo pecado. Además de innecesario, tal razonamiento lo hemos calificado de
superficial y poco crítico.
En conclusión, calificar la situación teologal del recién
nacido de ‘pecado’ no admite analogía real e intrínseca de ningún género con el
pecado personal. Pero tampoco es correcto de calificarla de ‘pecado’ ni
siquiera en sentido metonímico, traslaticio: sencillamente, se trata de una
designación equivocada y equivocadora. En su lugar, ya he propuesto la teoría
de la “Gracia inicial” en que todo hombre es concebido dentro de la economía de
salvación que en la Escritura se nos revela.
A tenor de lo que acabo de exponer, apenas será necesario
insistir en nuestra postura respecto a la designación de ‘analógico’ con que
los hodiernos mantenedores del PO lo siguen calificando. La situación teologal
del recién entrado en la existencia, si es que de ella podemos decir algo
seguro, nunca podrá ser calificada de ‘pecado’, en ningún sentido que no sea
abusivo y comprometedor para el concepto cristiano de pecado. Donde no hay nada
de libertad personal, no hay nada de pecado. No hay base ninguna para calificar
a un individuo humano de pecador ‘analógico’, con las fatídicas consecuencias
que tal hecho trae consigo.
El punto de convergencia de la analogía sería, según
explican muchos, en que en ambos casos el pecador personal adulto y el
‘pecador’ original, se encuentran privados de Gracia y en radical imposibilidad
de salvación. El punto de divergencia estaría en que el adulto llegó libre y
conscientemente a la situación de carencia de Gracia y recién nacido carece de
ella sin concurso de su voluntad; ¿por qué ley, justicia o razón,
preguntaríamos con el poeta? Esperamos que ningún teólogo actual diga que el
‘nasciturus’ se ve privado de gracia como castigo por la culpa de Adán. Es un
absurdo teológico pensar que una carencia de gracia, provocada por una voluntad
ajena a la voluntad personal pueda llamarse pecado. Se acude a decir que carece
de una gracia ‘que debería tener’. Pero ¿qué significa ese ‘deber tener’ en el
caso? Esperamos que no se le imponga ningún deber moral al ‘nasciturus’. Se
apela entonces a esta teoría: por un decreto divino todo hombre estaría
recapitulado en Adán para desgracia y para gracia. Al pecar el protoparente,
todo hombre, en contra de la voluntad de Dios, nace sin la Gracia que debería
tener. De nuevo nos sale al paso la inevitable y tozuda teología de Adán. Tal
vez no sea necesario que nosotros nos distanciemos de ella por enésima vez, en
forma tajante. Llamarlo analógico, no sé si será conveniente para salvar la
teoría del PO; pero me parece que se hace a costa de sembrar oscuridad sobre
otras doctrinas cristianas más importantes y seguras: la doctrina del pecado
como acto al cual le es consustancial la libertad de la persona que lo
perpetra: “Todo pecado de tal manera es
voluntario que, si no es voluntario, no es en absoluto pecado”. Frase
agustiniana que ya hemos citado.
5.EL PECADO ORIGINAL
Y SUS SUCESORES EN LA ACTUAL HAMARTIOLOGÍA CATÓLICA
En los últimos decenios la ya exuberante hamartiología
católica se ha enriquecido con la aparición y cultivo de nuevas figuras: el
pecado del mundo, el pecado social, el pecado colectivo, el pecado estructural.
Se habla de la atmósfera de pecado que envuelve y atosiga a cada individuo
humano: de un existencial de perdición que, desde el seno materno, “sitúa”
pecaminosamente el actuar de cada hombre. Con todas estas designaciones se
quiere profundizar en el misterio del pecar que acompaña al ejercicio de la
libertad humana. En forma directa la libertad del adulto, pero la figura del PO
aporta una sobrecarga de misteriosidad: proclama -por referirnos a lo
sustantivo- que cada individuo, al iniciar la existencia, antes del ejercicio
de su personal libertad, se encuentra -ya en situación de pecado (muerte del
alma, bajo la ira de Dios).
Para el obispo de Hipona esto equivale a decir que, ya
desde el seno materno, el ser humano está sometido a la dura necesidad de
pecar. Los pelagianos proponían que no hay otra necesidad de pecar que la que
impone la costumbre = ‘consuetudo
peccandi’, que no es liviana. Los hodiernos cultivadores del pecado del
mundo y similares figuras se encuentran -aunque no lo intentan expresamente- en
la línea de la hamartiología pelagiana. Con estos matices: en vez de fijarse en
la costumbre como algo que le ocurre sólo al individuo, subrayan la dimensión
social/comunitaria de la misma; en el influjo de factores histórico-culturales
y hereditarios del más amplio espectro. Diríamos que hablan de ‘costumbres
sociales’, cuando los pelagianos hablan de la costumbre que cada individuo
puede contraer. Insisten, asimismo, en la hondura con que estos factores
condicionan la libertad de cada individuo. Debido, sin duda, a que ellos
cultivan con peculiar interés la dimensión existencial, pastoral del pecar
humano.
Me fijo en la figura del ‘pecado del mundo’, puesta en
circulación, sobre todo por P. Schoonenberg, y que ha sido bien recibida por
otros teólogos, especialmente por los preocupados por la dimensión pastoral y
kerigmática del problema.
Podemos considerar esta figura en cuanto aporta nuevas
perspectivas para el estudio del pecar humano en general. Sobre todo ésta: los
antiguos teólogos, al menos los cultivadores de la teología dogmática,
especulativa, estudiaban la libertad humana y el fenómeno del pecado a un nivel
abstracto y esencialista, atentos al en-sí tanto de la libertad, como del
pecado. Los modernos están interesados en la dimensión existencial, concreta,
histórica, práctica de la libertad y del pecado. Atentos a los
condicionamientos, a la circunstancia vital y viva en que se ejerce la libertad
y se comete el pecado. Y, a este nivel, descubren que la libertad de cada
hombre es una libertad profundamente ‘sitiada’ y condicionada por las
mencionadas fuerzas pecaminosas del pecado del mundo, pecado social, estructural,
etc. Podemos estar de acuerdo, por principio, con esta consideración
existencial e histórico-concreta de la libertad y del pecado humano.
Lo discutible llega, en mi opinión, cuando se establece
relación entre la figura del PO y la figura del pecado del mundo. Y ello como
si el hablar del ‘pecado del mundo’ o bien hiciera innecesario seguir hablando
del viejo PO, o bien sirviese de aclaración de lo que es más misterioso en el
PO: que un ser humano sea constituido pecador antes e independientemente del
ejercicio de su libertad, en el primer instante de su ser. La figura del pecado
del mundo no puede suplir las funciones que se atribuían durante siglos al
viejo PO. En esta teoría, la etiología del mal/pecado en que nace inmerso cada
hombre, se buscaba en el comportamiento del protoparente de la raza humana. En
la nueva ‘teoría del pecado del mundo’,
¿es razonable, apoyándose en este realidad, decir que el pecado del mundo
provoca la situación del pecado en que el hombre se dice nacer? Me parece
imposible y hasta absurdo. Porque la fuerza del pecado del mundo (o similares
fuerzas pecaminosas) afecta exclusivamente a la conducta del hombre adulto, en
forma de tentación, seducción, impulsión hacia el mal. Las estructuras
pecaminosas de diversa índole obran en cada hombre por vía de conocimiento y
amor, en cuanto son conocidas y amadas. Si bien hay que reconocer que las
formas de conocer y de amar, y las impulsiones que cada uno recibe de las
estructuras se produzcan de mil maneras. Pero lo que es seguro es que las
estructuras, el pecado del mundo y similares fuerzas malignas, no tienen poder
para constituir en situación teologal de pecado a un hombre en el seno materno.
Podría concederse que las estructuras pecaminosas pueden crear en el hombre
adulto la “dura necesidad de pecar”. No en el sentido en que lo proponía
Agustín, sino en el sentido evangélico: “es necesario que haya escándalos”.
Pero no se comprende que el pecado del mundo cree, en el naciturus, la dura
necesidad de pecar, por una parte, y, por otra, le prive (o impida en él) la
acción de la Gracia de Dios y lo ponga en situación de muerte espiritual, como
exigía la tradicional teoría del PO. Por mucho que se diga que la fuerza del
pecado del mundo, de las estructuras acosan, sitian y sitúan existencialmente
al hombre, sigue en pie la repugnancia de la razón ilustrada por la fe a
admitir que un individuo humano sea real y objetivamente calificado de pecador,
que nazca en muerte espiritual independientemente y con anterioridad al
ejercicio de su voluntad. No se nos ha aclarado nada del ‘misterio’ del PO tal
como lo proponía la teología tradicional. Su inconsistencia la hemos comentado
ampliamente.
Muchos de los que proponen la figura del pecado del mundo,
tiene, al parecer, esta intención bastante perceptible: para explicar la
sobreabundancia del pecar humano, su universalidad y su radicalidad, dejemos de
hablar del viejo, problematizado y avejentado PO y expliquemos el hecho, tan
importante en la moral y pastoral, recurriendo al pecado del mundo, pecado social,
estructural. Me parece una propuesta correcta y aceptable referida a los
adultos, objeto de la preocupación pastoral. Pero ya se ve que en esta
propuesta el tema de la situación teologal del recién llegado a la existencia
es marginado como irrelevante. También esta afirmación me parece del todo
asumible, a tenor de lo explicado en páginas anteriores. Si bien nosotros
dábamos un paso más y, como ‘conclusión
teológica’, ofrecíamos la afirmación de que todo hombre entra en la
existencia en estado de inocencia, de Gracia y amistad con Dios. Con la
intención de desplazar del todo de nuestra teología católica en forma positiva,
constructiva, la teoría del PO, cuya carencia de fundamento e influencia
negativa estamos exponiendo.
Como conclusión global de nuestras reflexiones a lo largo
de este capítulo, me permito proponer esta afirmación que, obviamente, queda
sujeta a todo viento de discusiones: “la
mancha del PO afecta a la moral cristiana en forma profunda y peligrosa”.
Pone en crisis, a mi juicio insuperable, conceptos tan nucleares como los de
‘pecado’ y de ‘libertad’; en sí mismos y en su interdependencia. Dos pilares
sin los cuales cualquier moral, pero sobre todo la cristiana, no puede
sostenerse.
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