miércoles, 3 de abril de 2019

PRESENTACIÓN




CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL
Fr. Alejandro de Villalmonte, OFM Cap.

PRESENTACIÓN
Hace algunos años hacíamos un análisis detenido de la situación en la que, por aquel entonces, 1950-1975, se encontraba la doctrina del pecado original (PO). Constatada la situación de confusión y de positiva decadencia en la que dicha doctrina se encontraba, avanzábamos la conclusión: en este terreno y para un futuro inmediato, a la teología católica se le ofrece una tarea urgente, pero complicada: elaborar una sistematización de la doctrina sagrada, rigurosa y armónica que evite todo compromiso interno y buscado con la creencia en el PO. Si vale la expresión, presentar un “Cristianismo limpio de toda mancha de pecado original”. Posteriormente hemos dado algunos pasos en esa dirección, ampliando y concretando aquella sugerencia. Al final, se percibirán, esperaba y espero, las beneficiosas consecuencias que para la ortodoxia y para la ortopraxis cristiana podrán derivarse del abandono de aquella secular creencia.
Entretanto, pienso haber cumplido con creces el consejo que Horacio da a los poetas ganosos de publicar sus poemas: que dejen reposar nueve años los pergaminos en el escritorio, antes de ofrecerlos al público. Obviamente el teólogo, sobre todo en este caso, debe conceder a sus ideas un reposo incluso más prolongado. Porque a cualquiera se le alcanza que la tarea propuesta ha de ser prolija y arriscada. Más que nadie lo juzgará así quien se considere bien informado sobre el tema del PO.
La cuestión del PO viene abrumada de dificultades y discusiones desde hace más de quince siglos. No es posible ignorarlas. Por otra parte, sería excesivo pedir que una creencia, vieja de quince siglos, pueda ser superada en pocos años de forma generalizada, indiscutida y fácil. La arduidad de la empresa es notable, tanto 'cuantitativamente', atendida la multitud de temas agrupados en torno a la figura del PO, como 'cualitativamente', por las solemnes certidumbres que venían cobijando, durante siglos, a esta enseñanza. Mirando a la 'cantidad', encontramos el hecho de que la creencia en el PO no se ciñe a un enunciado o proposición simple. La enseñanza clásica está integrada por una auténtica 'constelación de afirmaciones' antecedentes, concomitantes y consiguientes que enmarcan y contextualizan esta afirmación mantenida como sustantiva: «todo ser humano, al entrar en la existencia, antes de cualquier decisión personal, consciente y libre, se encuentra ya en situación teologal de pecado, específicamente denominado pecado “original”».
'Antecedente indispensable' para comprender esta situación teologal lo afirmaban el grupo de afirmaciones de la llamada 'teología de Adán', en la que éste era presentado como el padre del género humano, constituido por Dios en santidad y justicia paradisíacas; reo, luego, de un enorme pecado, 'originante' de aquella situación pecadora en que todo hombre habría de nacer, DS 1511.
'Concomitantes' de la afirmación central, matizando e intensificando su contenido, encontramos estas expresiones: todo hombre nace en muerte espiritual, muerte del alma, bajo la ira de Dios, alejado de su gracia y amistad, esclavo de Satanás, reo de eterna condenación, DS 1511-1513.
'Las consecuencias del PO' han sido tema inagotable de la reflexión de los teólogos, de las prédicas de los pastores, de las conversaciones de la gente cristiana, durante siglos. Tendremos oportunidad de constatar y someter a examen la omnipresencia del PO en la dogmática, la moral, la vida cotidiana de los cristianos de Occidente. Incluso la cultura secular surgida en esta zona del planeta, es incomprensible sin la referencia, amigable u hostil, a la creencia en el PO. En este contexto es comprensible y aceptable la observación de H. Haag: «Si eliminamos la doctrina del pecado original, no eliminamos únicamente un capítulo del Catecismo, habría que escribirlo todo de nuevo».
Es la tarea que en este libro nos hemos impuesto: buscar un 'Cristianismo sin pecado original'. Y luego, como consecuencia, se podría escribir un Catecismo que refleje esta ausencia. Los profesantes del dogma del PO pensarán que la tarea es pretenciosa, peligrosa, irreverente. Tales calificativos, enfáticos y medrosos, podrían ladearse si pensamos en la urgencia y en los resultados beneficiosos que el cumplimiento de la tarea comporta para la ortodoxia y ortopraxis de los cristianos. Para los creyentes de nuestros días, al menos.

«El P. Valensín decía confidencialmente a su amigo Teilhard de Chardin que el dogma del PO era para él una arqueta cerrada, en cuyo interior creo que hay algo porque la Iglesia lo dice, pero estaría dispuesto a esperar trescientos años antes de saber lo que es. Pero es seguro que Teilhard no se conformaba con verdades sagradas encerradas en una arqueta. Una verdad sin reacción vital, eficaz, actual, es inexistente y nula. En la actualidad son muchos los cristianos, teólogos o no, que no se conforman en creer una verdad encerrada en rico cofre sacral: quieren romper el enigma, su hechizo, el embrujo que parece se le otorga en ocasiones al presentarlo dentro de eso que los teólogos llaman “misterio del pecado original”. Quieren saber a qué atenerse sobre un asunto sentido, pensado y hablado tan profusamente durante siglos».

Durante más de veinticinco años mi ocupación con el 'misterio del PO' ha sido persistente, intensa. Dicho esto, tengo que añadir que tal preocupación por el PO ha sido subordinada y subsidiaria de otra de más radical y decisiva importancia para un teólogo y para un creyente: profundizar -intelectual y vivencialmente- en el 'misterio de Cristo': Ef 1, 1-15; 3, 14-19; Rom 5, 12-21. Y, por lo que he podido ver, el 'misterio del PO' oscurece claramente -valga la paradoja- el esplendor del 'misterio de Cristo' y todo el Cristianismo que sobre él se levanta. Y ello, no sólo al nivel de la alta reflexión teológica, sino sobre todo, a la hora de comunicar el Mensaje sobre Cristo Salvador a las personas de nuestro tiempo, tan lejanas de aquellas a las que hablaba Agustín o los teólogos escolásticos. Por eso, como he propuesto en trabajos anteriores, me parece razonable y madura la opción que he tomado a favor de 'Cristianismo sin PO'. Y, por cierto, bajo la misma consigna y preocupación rigurosamente teológica, cristológica bajo la cual realizó Agustín su tenaz defensa del PO: “No desvirtuar la Cruz de Cristo”. Si bien nosotros realizamos el empeño en dirección contraria y con menos dogmatismo que Agustín. Porque hablamos del estado de “Gracia Original” en el recién nacido 'para no desvirtuar la gracia salvadora de la Cruz de Cristo'... Mientras que Agustín y sus seguidores, también para no desvirtuar la Cruz de Cristo, se creían obligados a decir que todo ser humano nace en PO.
Acabamos de mencionar la 'constelación del problema' dentro de la cual está enmarcado el tema específico 'PO', tanto desde la perspectiva de la historia como desde una perspectiva sistemática. A comienzos del siglo XVI constataba M. Lutero: “Sobre el PO fabula la turbamulta de los teólogos de muchas maneras”. Él mismo no se privó de 'fabular' ampliamente sobre el tema. Al finalizar el siglo XX, nos hallamos abrumados por una vivaz controversia en la cual, sobre el rescoldo de viejas hogueras, se encienden nuevos problemas insospechados en tiempos anteriores.
En consecuencia, tenemos que caminar por una 'exuberante selva de opiniones; objeciones viejas y nuevas'; preguntas y respuestas de encontrada procedencia y dirección; críticas y rectificaciones de forma y fondo; negaciones veladas o explícitas de la doctrina clásica. En esta situación, la brevedad deberá ser norma obligada. Por motivos de tipo práctico no era aconsejable escribir un grueso volumen sobre el PO. Por otra parte, en problema tan abundosamente discutido, el ser breve puede resultar más convincente y podría ser mejor recibido. A ello anima también el conocido dicho de B. Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Pero sin olvidar el temor expresado por el viejo preceptor Horacio: “Trato de ser breve, resulto oscuro” (Brevis esse laboro, obscurus fio). De todas formas la oscuridad que se encuentre en la explicación nuestra podrá disiparla el lector interesado recurriendo a las referencias que, en momentos cruciales y puntuales, hacemos a estudios propios y ajenos. Finalmente terminada la redacción  y, en su caso, la lectura de este escrito, el tema del PO continúa 'abierto a todo viento de opiniones'. Nuestra teología es el saber de un viandante. Y, como decía Cervantes, 'mejor es el campo que la posada'. Para el teólogo 'viador' mejor es la inquietud que el reposo sobre el lecho de la historia.
El talante intelectual, el tono vital desde el cual nuestras prolongadas reflexiones sobre el PO han ido tomando cuerpo, sintonizan, es decir, están en armonía con lo que intentan decir estos antiguos maestros:
         “Mucho hicieron los que vivieron antes que nosotros, pero no culminaron (la tarea)... Todavía queda y quedará mucho (por hacer). Y a ningún nacido, pasados miles de años, se le priva de la oportunidad de añadir algo” (Séneca).
         “Amo y, por cierto, efusivamente; pero también juzgo y, por cierto, con tanto más rigor cuanto más intensamente amo” (Plinio).
         “Pues qué, ¿condenamos a los antiguos? En modo alguno. Sino que, después de ellos, trabajamos lo que podemos en la casa del Señor” (S. Jerónimo).
         “Se lee que la Iglesia ha mudado muchas veces sus costumbres... y que, según los diversos tiempos, ha variado su estilo el Espíritu Santo” (A, de Halverberg).
         “Por amor a  aquel en quien cree, desea (el teólogo) tener razones (para su fe)” (S. Buenaventura).
         “En la exaltación de Cristo prefiero excederme antes que faltar a la alabanza que le es debida sí, por ignorancia, hubiera de caer en uno de los extremos” (Bto. J. Duns Escoto).

Ya su primer teólogo, Agustín de Hipona, elevó el tema del PO a una notable altura especulativa, presentándolo dentro de una enmarañada urdimbre de cuestiones lógicas, metafísicas, teológicas y pastorales. Los teólogos sistemáticos, durante siglos, han mantenido el tema en este alto enredo intelectual. En la segunda mitad del siglo XX la complicación racional ha crecido: han surgido numerosos problemas colaterales, subsidiarios desconocidos en siglos pasados. Por eso, un estudio teológico serio no puede rebajar el nivel adquirido y hacer fácil y ligero el desarrollo.
Respondiendo a esta situación objetiva, mi ocupación y preocupación por el tema del PO no pudo menos de adoptar las características de un estudio teológico científico, crítico, especulativo, sistemático. En este contexto -desde mi modestia y lejanía- me permito hacer a los lectores el ruego que a los suyos hacía, en alguna ocasión, san Buenaventura: “El desarrollo de estas especulaciones no se ha de seguir apresuradamente, a la ligera, sino que se ha de reflexionar sobre ellas con extremada morosidad”.


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