miércoles, 3 de abril de 2019

NACIMIENTO Y DESARROLLO DE LA FIGURA DEL PECADO ORIGINAL EN LA TRADICIÓN DOCTRINAL DE LA CRISTIANDAD OCCIDENTAL


CAPÍTULO V

NACIMIENTO Y DESARROLLO DE LA FIGURA DEL PECADO ORIGINAL EN LA TRADICIÓN DOCTRINAL DE LA CRISTIANDAD OCCIDENTAL

Es un hecho seguro que las iglesias cristianas de Occidente han mantenido la creencia en el PO con unanimidad y firmeza. En estos últimos decenios la enseñanza tradicional, en su globalidad, ha sido sometida a una crítica radical que afecta a su mismo ser o no ser. Los exégetas primero y los teólogos sistemáticos después han descubierto que no se puede invocar la “autoridad” de la Escritura a favor del PO. Dado este paso, será necesario someter a similar estudio histórico-crítico la Tradición que se dice ha surgido y afirmado en torno a esta doctrina.

1. ALGUNAS CAUTELAS PARA LEER LOS TESTIMONIOS DE LA TRADICIÓN

La primera, elemental, es estar advertido de la dificultad de obtener una conclusión global fiable sobre el asunto. Son muchos los cauces por los que la creencia tradicional se ha manifestado. Extendidos los testimonios a lo largo de más de quince siglos, en circunstancias culturales y religiosas dispares, sometidos a tan varias influencias, abruman por su multitud. Pero el teólogo no debe dejarse impresionar por la cantidad, debe buscar, críticamente, la calidad de los testigos y testimonios. Es fácil advertir que la enseñanza sobre el PO no puede ser sintetizada en una sola proposición, en un único enunciado. Se trata, como hemos repetido, de una verdadera 'constelación de afirmaciones' que la estructuran y contextualizan dentro de un sistema global de creencias. La afirmación sustantiva es ésta: 'Todo hombre entra en la existencia en situación teologal de PO'. En torno a ella y otras varias afirmaciones antecedentes, concomitantes, consiguientes. Pero sucede que ciertos textos tradicionales hablan de alguna de estas verdades concomitantes y no tiene intención ni posibilidad de hacer una exposición completa del tema. En tal caso, hay que andar con cautela a la hora de decir si un autor concreto habla o no del llamado PO. Finalmente, es obvio, que la figura del PO, como las demás magnitudes históricas y culturales, es una realidad evolutiva, procesual, en devenir, en trance de germinación y crecimiento hasta que logra su madurez. Lograda la cual por rutina, por cansancio mental, se le dota de categoría religioso-cultural de los famosos 'dogmas de granito', a los que tan aficionados somos los teólogos y los creyentes católicos. Pero un 'dogma de granito' puesto sobre la espalda de un creyente viandante, peregrino por la historia, corre el riesgo de convertirse en un peso muerto que entorpezca su libre caminar hacia la Verdad plena.
No desconozco la dificultad y el peligro que se corre al hablar de tan inmenso y complicado tema en cuatro páginas. Por eso, nuestras pretensiones son muy modestas: sugerir alguna idea para que el lector utilice, con sentido crítico, los testimonios de la Tradición que encuentre en sus reflexiones personales o en sus lecturas sobre el tema.

2. EL TEMA DEL PECADO ORIGINAL FUERA DE TRADICIÓN AGUSTINIANA

Se reconoce al obispo de Hipona como el punto crítico de inflexión en 'toda' la historia del PO. Res inevitable que esta historia haya de estudiarse en torno a la figura e intervención de Agustín. Indicamos, pues, cuál era la situación de esta creencia antes e independientemente de que san Agustín interviniera para darle estructura y consistencia sistemática. Al menos hasta mediados del siglo IV, parece cierto que los escritores eclesiásticos desconocen la doctrina del PO en su tenor específico, propio, técnico. Predicaron con amplitud e intensidad el mensaje sobre Jesús Salvador universal. Pero no pensaron que, como correlato indispensable de dicho mensaje, para salvaguardar su universalidad plena, fuera necesario decir que todo hombre es concebido en pecado. Con no menor fuerza denunciaban la situación pecadora del mundo precristiano, su incapacidad para salvarse, ni por la filosofía ni por las religiones tradicionales. Ni siquiera por la ley de Moisés. Pero, al mostrar esa dura imposibilidad soteriológica, nunca recurrieron a la corrupción congénita de la naturaleza humana, tal como la propone la teoría del PO. Fuera del campo de la ortodoxia, esa afirmación quedaba reservada a los gnósticos y maniqueos. Si bien la corrupción moral, histórica la palpaban y hasta la exageraban retóricamente los escritores cristianos en todas las direcciones de la vida social. Menos aún llegaron a proponer semejante teoría como 'dogma' basilar del cristianismo, como perteneciente a la entraña del Evangelio, como acontecimiento eje en torno al cual giraría la 'actual' economía de salvación. Conclusión ésta defraudante para los hodiernos cultivadores del PO, pero históricamente indiscutible.
Dicho esto, preciso es reconocer que Agustín encontró los hombres precursores y doctrinas precedentes para su original y personalísima doctrina sobre el PO. Indico estos dos temas: la teología de Adán era floreciente en la patrística anterior, y la teoría de la 'mala inclinación' de indudable raigambre bíblica.
La solemne 'teología de Adán', desglosada en sus elementos primeros implicaba:
La historificación dura y densa del Adán de Gn 2-3 y de Rm 5, 12-21 par; haciendo de Adán un individuo de historicidad tan rigurosa como la de Pablo de Tarso o Alejandro Magno. Sobre la historificación vino la ontologización del personaje, tal como aparece ya en Ireneo y avanza con los años. El influjo del mito, de las cavilaciones gnósticas, maniqueas, neoplatónicas es muy claro en todo el proceso.
Este proceso de historificación y ontologización de Adán conlleva la sublimación de su figura hasta cotas que hoy nos parecen arbitrarias, fantásticas, inverosímiles: la concentración en él de una exuberante floración de dones naturales, preternaturales, sobrenaturales. Al hombre primero de nuestra especie, la antropología moderna -incluso la teología bien informada- le ve más bien religado a sus inmediatos predecesores simiescos. En algunos casos, los filósofos paganos idealizaban a los hombres primordiales hasta convertirlos en seres de raza divina, cf. Hech 17,28. Los teólogos antiguos presentaban a su primer hombre Adán, como un ser semidivino, por la gracia de Dios.
En fuerza de un viejo axioma, recibido sin discusiones por hombres de mentalidad tribal, arcaica, patriarcal, se pone en acción como un axioma este dicho: UNO por todos, todos en UNO. Es decir, la tesis de la unidad, solidaridad física, moral, óntica, histórico-salvífica de toda la especie humana en el protoparente Adán.
Todo este armazón especulativo tenía un origen y una funcionalidad vivencial y pastoral: explicar el inconmensurable pecado de Adán como originante de la inaguantable miseria/corrupción de varia índole en la que la raza humana se debate inmersa. En un proceso inductivo, las diversas mitologías, filosofías y teologías partían de la experiencia de la miseria humana y llegaban a encontrar su origen en el “viejo pecado” del Hombre Originario”. Individualizado éste, se señalaba su comportamiento como 'originante' de la enorme miseria de la humanidad histórica por los siglos.
 Esta experiencia y la etiología que de la presente miseria humana surge, marcha en simbiosis con la “teología de Adán”, completamente mutante. En esta línea hay que buscar una tradición doctrinal realmente precursora de la teoría típicamente agustiniana sobre el PO. Ya que no es posible demorarse ahora en mayores explicaciones, recojo la conclusión de un estudio de G. H. Baudry sobre la teoría de 'la inclinación mala' como precedente de la teoría agustiniana sobre el PO.
Efectivamente, el AT es reiterativo en hablar de la inclinación al mal connaturalizada, congénita en el corazón del hombre. Hasta el extremo de que, cuando Dios requiere el buen comportamiento de los hombres, no le queda otro recurso que crear en ellos un 'corazón nuevo' en el cual aquella mala inclinación ya no exista o, al menos, quede superada, neutralizada por la fuerza del Espíritu. El judaísmo rabínico cultivó la teoría del 'mal deseo'. Inicialmente pudo hablarse de una doble tendencia, hacia el bien y hacia el mal; pero el pensamiento universal de la época consiguió que el 'mal deseo' fuese presentado como predominante y esclavizante del hombre bajo el imperio del Príncipe de este mundo, Satanás. El mensaje de salvación del NT se dirige a una humanidad situada bajo el imperio de Satanás, dominada por la concupiscencia: inclinación al mal (= epithymia) que desgarra lo más profundo del ser del hombre, Rm 7, par. Esta prevalencia de 'inclinación al mal', junto con la concomitante demonología y la boyante teología de adán, se tornan patrimonio doctrinal de la antropología y de la soteriología de los primeros siglos cristianos. El genio especulativo de Agustín sintetizaba la situación diciendo que, como consecuencia del pecado de Adán y como castigo divino por el mismo, la humanidad histórica se encuentra sujeta a la 'dura necesidad de pecar'. La cima de todas las otras miserias humanas. Hasta aquí, Agustín estaba profundizando en la Tradición. Pero llega un momento en que Agustín da un salto cualitativo y crea por su cuenta y riesgo la 'teoría del PO'. Cuando Julián de Eclana la vio surgir en la Iglesia, la calificó de 'auténtica barbaridad' = 'probata barbaries', 'monstruoso invento' = 'prodigiale commentum'. Pero la Cristiandad occidental, durante siglos, la recibió como una de sus conquistas doctrinales más cuidadosamente defendidas.
El empalme entre la tradicional doctrina de la inclinación mala y el 'novum' agustiniano del PO la señala oportunamente C. H. Baydry, hasta concluir con estas palabras:

«Pienso, finalmente, que la dominante teoría pesimista sobre la inclinación mala, reforzada por la demonología, apoyada por una exégesis sobre los orígenes y alimentada por el avance de las tendencias encratitas, han preparado el camino a la teoría del PO. La cual marcará en forma durable el pensamiento occidental, bajo la influencia de su doctor Agustín».

De acuerdo con la tradición sostiene Agustín que la gran miseria, / 'la dura necesidad de pecar', que aqueja a todo ser humano, incluidos los niños, no pertenece a la naturaleza humana instituida por el Dios creados bueno, generoso en enriquecer al primer hombre: es 'castigo' de Dios justo por el pecado del protoparente. En otras palabras: la miseria humana no es una realidad meramente penal en los que la sufren. Eso es lo que decían los predecesores. Se trata de una realidad “culpable”. Los niños no sólo entran en la existencia como seres “penados/castigados”, sino como seres culpables/pecadores. Y ¿qué otro pecado podría tener el 'nasciturus' sino el PO concluye, retórico y triunfante san Agustín?
A juicio de Agustín, la tradición doctrinal al respecto se había quedado corta y desprovista de lógica. En efecto, arguye él, «sería una intolerable injusticia por parte de Dios que castigase a los niños con 'tanta miseria' si no fuesen culpables: son miserables, luego son culpables; sufren un castigo, luego son pecadores». Comentaremos luego esta aforismo. En este proceso mental Agustín recoge el llamado 'mito de la pena' y lo transforma en argumento de pretensión metafísica. Obsesionado por la existencia del mal/miseria, de la 'dura necesidad de pecar' que él observa en los seres humanos y, virtualmente, también en los niños, no veía el obispo de Hipona cómo evitar el maniqueísmo si no recurría a la teoría del PO: originante-originado. Teoría que, en su metafísica pasional, convirtió en dogma basilar de su personal antropología y de su soteriología y, en buena medida, de todo sus sistema cristiano de creencias. Pero veamos ya más de cerca la enseñanza del propio Agustín.

3. SAN AGUSTÍN, TEÓLOGO DEL PECADO ORIGINAL

Los pelagianos acusaban a Agustín de ser el “inventor” del PO. Él rechazaba este tipo de originalidad, pero la historia dice que es, sin duda, el teólogo/arquitecto que reunió los elementos dispersos y articuló ese inmenso edificio: la teoría del PO que perdura, en sus líneas maestras, hasta las puertas del siglo XXI.
No es cuestión de exponer por enésima vez la doctrina agustiniana sobre el PO. Recojo algunas ideas que pueden ayudar a hacer una lectura crítica, tanto de lo incontables textos agustinianos sobre el tema del PO, como de las numerosas exposiciones que los estudiosos han realizado sobre el pensamiento del obispo de Hipona.
Dos graves problemas están en el fondo último de los muchos años y de los muchos textos que Agustín dedicó al plurifacético tema del PO. Para quien lo estudie con deseo de sintetizar la abundosa enseñanza del obispo de Hipona sobre el PO advertimos que ésta se le ofrece como una teoría subsidiaria, funcional, ancilar al servicio de los problemas básicos que inquietaron a Agustín como filósofo y teólogo: el problema del mal (especialmente del mal/pecado), y la necesidad de la gracia de Cristo para superar el mal en todas sus manifestaciones. Se aferra a la doctrina del PO porque sin ella no ve respuesta a la pregunta por el origen del mal: “de dónde el mal”: de dónde el pecado y, sobre todo, para salvaguardar la eficacia de la Cruz de Cristo = 'ne evacuatur Crux Christi! ¡No vaciar de contenido la Cruz de Cristo! Buscando respuesta a esta pregunta .de triple formulación- se fue Agustín joven al maniqueísmo. Como no encontró respuesta salvadora, se tornó al Cristo de su niñez. En este contexto se comprende que haya hecho de la gran miseria humana, especialmente la de los niños, un argumento 'teológico' decisivo para su afirmación del PO: “ya veis (pelagianos) cómo vuestra herejía naufraga en las aguas de esta miseria infantil; que, bajo un Dios justo, no existiría si la naturaleza humana no lo hubiese merecido al ser viciada y condenada por aquel enorme  pecado primero. Apoyados en el testimonio dela Escritura y  de la miseria humana, se demuestra la existencia del pecado original”.
No sé si debemos creerle, pero san Agustín opina que quien no admita esta su argumentación a favor del PO cae inevitablemente en el maniqueísmo. Dudo que, al menos hoy día, pueda convencer a alguien.
Pero san Agustín aduce otra argumentación más teológica a favor de su PO: no es posible salvaguardar la 'universalidad de la gracia de Cristo', la eficacia de su Cruz, si no se afirma que todo hombre es concebido en PO, heredero de una naturaleza corrupta y, por ende, necesitada de Salvador. Que si fuese sana, íntegra, sin pecado, no necesitaría de la gracia del Salvador en ese momento.
Sobre la base de esta bifronte y correlativa verdad: miseria humana, Salvación de Dios, ofrece otras argumentaciones colaterales, complementarias:
-'Motivo de teodicea': el Dios justo y bueno de los cristianos no puede castigar con tanta miseria a los hombres, especialmente a los 'niños', si no fuesen culpables de algún pecado. Pero ¿qué otro pecado puede tener un recién concebido si no es el PO? Luego todo hombre entra en la existencia con PO.
-'Motivo eclesiológico': fuera de la Iglesia no hay salvación; en la Iglesia se entra por el bautismo; el bautismo a los niños se les administra para remisión de los pecados; luego los recién nacidos tienen pecado. Y ¿qué otro pecado sino el PO? No es difícil ver, en la actualidad, la fragilidad extrema de toda esta argumentación teológica del doctor del PO, a favor de su tan querida doctrina. Tuvo su aceptación durante siglos; hoy mismo la proponen, en gran parte, los cultivadores de la teoría del PO. Más adelante señalaremos los pre-supuestos, y apriorismos de que está tupida semejante argumentación 'pro PO'.
San Agustín acude con mucha seguridad a la autoridad de la Escritura para mantener la tesis del PO. Ya hemos visto que la enseñanza sobre el PO, vigente durante siglos en occidente, 'no es doctrina bíblica', en el sentido propio y técnico de la palabra.
Respecto a la autoridad de los Padres, de la tradición, el doctor de Hipona realizó una lectura realmente innovadora/creadora, aunque la crítica puede dudar de que haya sido acertada. Me parece que la innegable 'novedad' de Agustín en esta cuestión consistió en lo que hemos indicado: estaba claro para todos los predecesores que la 'gran miseria' que aqueja a la humanidad es secuela de Adán. Los padres griegos cifraban esta miseria en la pérdida del don de la inmortalidad (Athanasia). Más que un castigo la veían como una consecuencia inmanente de la pérdida de dicho don. Puede incluso que hablen de 'castigo'; pero no hablan de que los hombres sean pecadores por el pecado de Adán. Según terminología que se hizo común en la Edad Media, las miserias de la vida eran penales/castigo del pecado; pero no serían culpables/no eran pecado (no implicaba pecado en los que las sufren). Existe suficiente garantía histórica para afirmar que los mayores teólogos orientales desconocen la doctrina agustiniana/occidental sobre el PO. El hecho parece más claro en Teodoro de Mopsuestia, en Teodoro de Ciro, en Juan Crisóstomo. El Niseno habla de la caída de Adán, pero en un sentido distinto y distante de la teoría agustiniana sobre el pecado “originante/originado”, según veremos más adelante. Máximo el Confesor habla de la herencia de Adán: pérdida de la inmortalidad, pero no de un pecado original originado.
La diferencia entre ambas interpretaciones es cualitativa. Agustín da un salto cualitativo y pasa a decir que la gran miseria humana -particularmente en los niños- no sólo tiene carácter de pena/castigo por pecado adánico, sino que tiene razón de culpa, de pecado en los que sufren esta gran miseria, nominalmente en los niños. El salto lo realizó el gran especulativo Agustín mediante el recurso a la ancestral 'ley del talión', al llamado 'mito de la pena'. Según la mentalidad primitiva existe una correlación inexorable entre la pena y la culpa, sufrimiento y pecado. Era normal en la época la pregunta que le hacían los discípulos a Jesús: “Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?”, Jn 9,2. Jesús no condesciende con el 'mito de la pena', pero Agustín condesciende. Por eso, al examinar la gran miseria de los niños exclama: «Son miserables porque son culpables. Tienen PO los niños... porque lloran al nacer... Ambos -pelagianos y yo- ven el castigo, tú dirás por qué delito. Confesáis la pena (miseria infantil), decid la culpa; confesado el suplicio, confesad cómo lo han merecido. Es claro que un Dios justo y santo no podría cargar con tanta miseria sobre los niños si éstos no fuesen culpables. Y ¿qué pecado podrían tener sino el viejo y ancestral pecado?». [Argüía Julián de Eclana: “No porque sean desgraciados los niños hay que decir que son pecadores”... pero Agustín insistía en lo anterior. Es claro que en su argumentación viene implicado y operante el 'mito de la pena': la correlación inexorable entre la culpa y el castigo, sufrimiento y pecado. Una especie de ley trascendental del talión, que regiría también el comportamiento de Dios con los hombres, que le han ofendido. Por otra parte, en esta argumentación 'ad hominem' no deja de haber un sofisma: Julián no admitía que el sufrimiento de los niños sea 'pena/castigo'. Para él, los sufrimientos de los infantes serían normales' en el desarrollo de la vida humana. Por tanto, tampoco podía admitir que, si un bebé sufre, es por ser 'pecador' y, por ende, justamente castigado por Dios con tanta miseria. En esta argumentación, parece que el Obispo de Hipona participa de la mentalidad popular de los discípulos, que al ver al ciego de nacimiento le preguntan a Jesús: “Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?”. Sin fijarse en la respuesta de Jesús: “La ceguera innata no es castigo de ningún pecado”, Jn 9,1-3. Cf. Lc 3, 1-5. Ni tampoco de los demás sufrimientos humanos. Ni en los niños, ni en los adultos].

4. FIJACIÓN Y OSCILACIONES DE LA TEORÍA AGUSTINIANA SOBRE EL PECADO ORIGINAL, EN LA CRISTIANDAD OCCIDENTAL

No necesitamos comentar el éxito total y la 'recepción' indiscutida que la tesis agustiniana tuvo en la Iglesia Occidental. En este punto concreto san Agustín podría hacer suya la célebre frase: “La Tradición soy yo”. Constatado el hecho, una historia de la teología que no sea meramente documental y descriptiva buscaría los motivos profundos de esta universal, pacífica, secular recepción de la enseñanza agustiniana. Sin entrar a fondo en el tema, me permito mencionar sólo algunos de los motivos que más interesan a nuestro tema:
-en la tesis agustiniana del PO es clara la impotencia soteriológica que afecta al ser humano, al menos a nivel de una predicación de conversión.
-queda muy clara la necesidad de la acción salvadora de Cristo. Maniqueos y pelagianos, los grandes herejes de Occidente, quedan refutados desde sus fundamentos. Sin embargo, por nuestra parte, vuelve la obstinada pregunta, ¿para explicar la gran miseria humana, para explicar la impotencia soteriológica del hombre, para afirmar la excelencia de la redención de Cristo, para refutar herejes maniqueos o pelagianos, es indispensable recurrir a la teoría del PO?, ¿no será posible, e incluso más beneficioso, explicar esas tres verdades por otros caminos no transitados por Agustín, ni por sus incondicionales, acríticos seguidores durante quince siglos?
Yo creo que a los incontables textos de la Tradición referentes al PO hay que someterlos al mismo método histórico-crítico al que se ha sometido a los textos bíblicos. Tarea mucho más complicada, pero no menos urgente y necesaria. El resultado final de la exégesis de la Tradición será correlativo al logrado por la exégesis bíblica: 'no existe una doctrina tradicional en referencia al PO'. Al decir esto se piensa en la Tradición en sentido teológico/técnico: la Tradición escrita con mayúscula, que por su universalidad, por afectar a verdades nucleares de nuestra ortodoxia tengan los rasgos indispensables de una Tradición fundante, que pudiera hacernos pensar, razonablemente, en la presencia e influencia del Espíritu que sigue hablando en las iglesias.
Sin embargo, preciso es reconocer que existe una secular, pluriforme tradición religiosa teológica, cultural universalmente humana referente a una caída primordial; a la existencia de un “viejo pecado” que habría causado la grave miseria que se abate sobre la raza humana. Pero 'se trata de una tradición humana, profundamente humana y demasiado humana', en muchos casos. Porque la teoría del PO no es una verdad caída del cielo, surge de los profundos limos del alma humana, individual y colectiva, que siente la pesadumbre del destino humano y busca sentido/logos a la abrumadora miseria del hombre;
-son incontables los mitos (incluso religiones, filosofías) que hablan de la caída del hombre en la miseria. Sea desde la preexistencia, sea en el tiempo originario, sea en el mismo hecho de nacer: “pues el mayor delito del hombre es haber nacido” (Calderón de las Barca);
-Agustín conoce y aprueba el mito del “viejo pecado”, y aduce testimonios de Cicerón y Aristóteles que explican la pesada miseria humana como castigo de un pecado ancestral.
-Firme lo dicho en el anterior apartado, como influyentes predecesores cristianos de la tesis agustiniana sobre el PO habría que señalar la secta judeo-cristiana de los encratitas. Éstos ligaban el pecado primero al ejercicio de la sexualidad por parte de Eva incitadora y de adán consentidor. En contra de lo preceptuado por Dios, llevaron a cabo de forma prematura, desordenada y, por ende, culpable el uso del matrimonio. Entre los encratitas nace y luego es recibida pro los ortodoxos, nominal y destacadamente por Agustín, la célebre teoría del “semen infecto” como vehículo transmisor del PO. El varón -el hombre sin más- estaba en lomos de Adán “secundum corpulentam substantiam”, con continencia biológico-física. Por eso, sufre castigo más humillante allí “por do más pecado había”. El semen varonil queda infecto e infeccioso, mancha/corrompe el alma que se le une en el momento de la generación biológica. Los teólogos de la Edad Media discutieron incansables sobre cómo era siquiera posible que esto sucediese. Opero siguieron afirmando que el PO se transmite 'por traducem': como por esqueje, de padres a hijos hasta el final de la historia. No hay bautismo capaz de eliminar la corrupción del semen infecto. También los padres cristianos, a pesar de que han sido limpiados de la “mancha del PO”, conservan la maldición de transmitir el PO al transmitir la vida a sus descendientes.

«Es sabido que, siguiendo el pensamiento agustiniano, esta curiosa teoría tuvo vigencia e importancia de primer grado en ciertos momentos de la antropología, mariología, cristología, d la moral. Cuando se comenzó a decir que la Virgen María no fue manchada por el PO, surgen hombres como san Bernardo y otros magnos y piadosos teólogos que reaccionan con firmeza: imposible que María, engendrada con concurso de varón, aunque fuese un santo varón como san Joaquín, no fuese manchada por el hecho de ser engendrada por un varón de la raíz adánica. ¿Cómo podría estar presente, en el corrupto y pecador proceso de generación normal, la gracia del Espíritu Santo? El beato Juan Duns Escoto tuvo que poner en acción su reconocido talento de “Doctor Sutil” para prescindir de la fantasiosa teoría del semen infecto y desconectar la transmisión del PO de cualquier vinculación interna con el proceso biológico de la generación. Más tarde veremos cómo su argumentación teológica a favor de la gracia inicial de María, de su inmunidad de toda mancha del PO, abre la puerta hacia la afirmación de la 'Gracia inicial' de todo ser humano, hacia la ausencia  en el PO y hacia su deseable eliminación del campo entero de la teología católica. Si bien el Doctor Sutil no pensó, ni de lejos en estas aplicaciones extensivas, ni en un 'inmaculismo universal'. Pero ahí quedan los principios teológicos desde los cuales se justifica el paso que nosotros damos desd el inmaculismo “mariano”, al inmaculismo universal. Con las cautelas que expondremos».
No tiene interés, en este momento, seguir la historia de la creencia en el PO durante la Edad Media. Sobre todo Abelardo, pero también san Anselmo y el bto. J.D. Escoto se apartaban de Agustín en puntos de importancia. El 'dogma' del PO gozaba de una vigencia eclesial, social e incluso cultural tan vigorosa y la interpretación agustiniana del mismo era tan segura que a nadie se le ocurría hacer un estudio teológico histórico-crítico sobre el origen, presupuestos y naturaleza interna de semejante creencia. Hecho nada extraño, ya que el método histórico-crítico para el estudio de los textos teológicos tradicionales, de primero o segundo grado, es una adquisición de la cultura moderna, a partir de la Ilustración. Ningún teólogo medieval era crítico en el sentido moderno de la palabra. Convendría no olvidar esta constatación, cuando se quiera valorar con rigor el estatuto epistemológico de enseñanzas calificadas como tradicionales.
Queda, pues la bien fundada sospecha de que la Iglesia occidental, durante quince siglos, al hablar del PO no ha mantenido ninguna verdad de nuestra fe. Ha realizado algo menos solemne y menos laudable: promocionar y solemnizar el modesto teologúmeno del PO, introducido por san Agustín en la forma sin duda genial y audaz, pero apriorística, que hemos comentado y comentaremos.

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