CAPÍTULO V
NACIMIENTO Y DESARROLLO
DE LA FIGURA DEL PECADO ORIGINAL EN LA TRADICIÓN DOCTRINAL DE LA CRISTIANDAD
OCCIDENTAL
Es un hecho seguro que las iglesias cristianas de Occidente
han mantenido la creencia en el PO con unanimidad y firmeza. En estos últimos
decenios la enseñanza tradicional, en su globalidad, ha sido sometida a una
crítica radical que afecta a su mismo ser o no ser. Los exégetas primero y los
teólogos sistemáticos después han descubierto que no se puede invocar la
“autoridad” de la Escritura a favor del PO. Dado este paso, será necesario
someter a similar estudio histórico-crítico la Tradición que se dice ha surgido
y afirmado en torno a esta doctrina.
1. ALGUNAS CAUTELAS PARA LEER LOS TESTIMONIOS DE LA
TRADICIÓN
La primera, elemental, es estar advertido de la dificultad
de obtener una conclusión global fiable sobre el asunto. Son muchos los cauces
por los que la creencia tradicional se ha manifestado. Extendidos los
testimonios a lo largo de más de quince siglos, en circunstancias culturales y
religiosas dispares, sometidos a tan varias influencias, abruman por su
multitud. Pero el teólogo no debe dejarse impresionar por la cantidad, debe
buscar, críticamente, la calidad de los testigos y testimonios. Es fácil
advertir que la enseñanza sobre el PO no puede ser sintetizada en una sola
proposición, en un único enunciado. Se trata, como hemos repetido, de una
verdadera 'constelación de afirmaciones' que la estructuran y
contextualizan dentro de un sistema global de creencias. La afirmación
sustantiva es ésta: 'Todo hombre entra en la existencia en situación
teologal de PO'. En torno a ella y otras varias afirmaciones antecedentes,
concomitantes, consiguientes. Pero sucede que ciertos textos tradicionales
hablan de alguna de estas verdades concomitantes y no tiene intención ni
posibilidad de hacer una exposición completa del tema. En tal caso, hay que
andar con cautela a la hora de decir si un autor concreto habla o no del
llamado PO. Finalmente, es obvio, que la figura del PO, como las demás
magnitudes históricas y culturales, es una realidad evolutiva, procesual, en
devenir, en trance de germinación y crecimiento hasta que logra su madurez.
Lograda la cual por rutina, por cansancio mental, se le dota de categoría
religioso-cultural de los famosos 'dogmas de granito', a los que tan
aficionados somos los teólogos y los creyentes católicos. Pero un 'dogma de
granito' puesto sobre la espalda de un creyente viandante, peregrino por la
historia, corre el riesgo de convertirse en un peso muerto que entorpezca su
libre caminar hacia la Verdad plena.
No desconozco la dificultad y el peligro que se corre al
hablar de tan inmenso y complicado tema en cuatro páginas. Por eso, nuestras
pretensiones son muy modestas: sugerir alguna idea para que el lector utilice,
con sentido crítico, los testimonios de la Tradición que encuentre en sus
reflexiones personales o en sus lecturas sobre el tema.
2. EL TEMA DEL PECADO ORIGINAL FUERA DE TRADICIÓN
AGUSTINIANA
Se reconoce al obispo de Hipona como el punto crítico de
inflexión en 'toda' la historia del PO. Res inevitable que esta historia
haya de estudiarse en torno a la figura e intervención de Agustín. Indicamos,
pues, cuál era la situación de esta creencia antes e independientemente de que
san Agustín interviniera para darle estructura y consistencia sistemática. Al
menos hasta mediados del siglo IV, parece cierto que los escritores
eclesiásticos desconocen la doctrina del PO en su tenor específico, propio,
técnico. Predicaron con amplitud e intensidad el mensaje sobre Jesús Salvador
universal. Pero no pensaron que, como correlato indispensable de dicho mensaje,
para salvaguardar su universalidad plena, fuera necesario decir que todo hombre
es concebido en pecado. Con no menor fuerza denunciaban la situación pecadora
del mundo precristiano, su incapacidad para salvarse, ni por la filosofía ni
por las religiones tradicionales. Ni siquiera por la ley de Moisés. Pero, al
mostrar esa dura imposibilidad soteriológica, nunca recurrieron a la corrupción
congénita de la naturaleza humana, tal como la propone la teoría del PO. Fuera
del campo de la ortodoxia, esa afirmación quedaba reservada a los gnósticos y
maniqueos. Si bien la corrupción moral, histórica la palpaban y hasta la
exageraban retóricamente los escritores cristianos en todas las direcciones de
la vida social. Menos aún llegaron a proponer semejante teoría como 'dogma'
basilar del cristianismo, como perteneciente a la entraña del Evangelio, como
acontecimiento eje en torno al cual giraría la 'actual' economía de
salvación. Conclusión ésta defraudante para los hodiernos cultivadores del PO,
pero históricamente indiscutible.
Dicho esto, preciso es reconocer que Agustín encontró los
hombres precursores y doctrinas precedentes para su original y personalísima
doctrina sobre el PO. Indico estos dos temas: la teología de Adán era
floreciente en la patrística anterior, y la teoría de la 'mala inclinación'
de indudable raigambre bíblica.
La solemne 'teología de Adán', desglosada en sus
elementos primeros implicaba:
La historificación dura y densa del Adán de Gn 2-3 y de Rm
5, 12-21 par; haciendo de Adán un individuo de historicidad tan rigurosa como
la de Pablo de Tarso o Alejandro Magno. Sobre la historificación vino la
ontologización del personaje, tal como aparece ya en Ireneo y avanza con los
años. El influjo del mito, de las cavilaciones gnósticas, maniqueas,
neoplatónicas es muy claro en todo el proceso.
Este proceso de historificación y ontologización de Adán
conlleva la sublimación de su figura hasta cotas que hoy nos parecen
arbitrarias, fantásticas, inverosímiles: la concentración en él de una
exuberante floración de dones naturales, preternaturales, sobrenaturales. Al
hombre primero de nuestra especie, la antropología moderna -incluso la teología
bien informada- le ve más bien religado a sus inmediatos predecesores
simiescos. En algunos casos, los filósofos paganos idealizaban a los hombres
primordiales hasta convertirlos en seres de raza divina, cf. Hech 17,28. Los
teólogos antiguos presentaban a su primer hombre Adán, como un ser semidivino,
por la gracia de Dios.
En fuerza de un viejo axioma, recibido sin discusiones por
hombres de mentalidad tribal, arcaica, patriarcal, se pone en acción como un
axioma este dicho: “UNO por
todos, todos en UNO”. Es
decir, la tesis de la unidad, solidaridad física, moral, óntica,
histórico-salvífica de toda la especie humana en el protoparente Adán.
Todo este armazón especulativo tenía un origen y una funcionalidad
vivencial y pastoral: explicar el inconmensurable pecado de Adán como
originante de la inaguantable miseria/corrupción de varia índole en la que la
raza humana se debate inmersa. En un proceso inductivo, las diversas
mitologías, filosofías y teologías partían de la experiencia de la miseria
humana y llegaban a encontrar su origen en el “viejo pecado” del Hombre
Originario”. Individualizado éste, se señalaba su comportamiento como 'originante'
de la enorme miseria de la humanidad histórica por los siglos.
Esta experiencia y
la etiología que de la presente miseria humana surge, marcha en simbiosis con
la “teología de Adán”, completamente mutante. En esta línea hay que buscar una
tradición doctrinal realmente precursora de la teoría típicamente agustiniana
sobre el PO. Ya que no es posible demorarse ahora en mayores explicaciones,
recojo la conclusión de un estudio de G. H. Baudry sobre la teoría de 'la
inclinación mala' como precedente de la teoría agustiniana sobre el PO.
Efectivamente, el AT es reiterativo en hablar de la
inclinación al mal connaturalizada, congénita en el corazón del hombre. Hasta
el extremo de que, cuando Dios requiere el buen comportamiento de los hombres,
no le queda otro recurso que crear en ellos un 'corazón nuevo' en el cual
aquella mala inclinación ya no exista o, al menos, quede superada, neutralizada
por la fuerza del Espíritu. El judaísmo rabínico cultivó la teoría del 'mal
deseo'. Inicialmente pudo hablarse de una doble tendencia, hacia el bien y
hacia el mal; pero el pensamiento universal de la época consiguió que el 'mal
deseo' fuese presentado como predominante y esclavizante del hombre bajo el
imperio del Príncipe de este mundo, Satanás. El mensaje de salvación del NT se
dirige a una humanidad situada bajo el imperio de Satanás, dominada por la
concupiscencia: inclinación al mal (= epithymia) que desgarra lo más
profundo del ser del hombre, Rm 7, par. Esta prevalencia de 'inclinación al
mal', junto con la concomitante demonología y la boyante teología de adán, se
tornan patrimonio doctrinal de la antropología y de la soteriología de los
primeros siglos cristianos. El genio especulativo de Agustín sintetizaba la
situación diciendo que, como consecuencia del pecado de Adán y como castigo
divino por el mismo, la humanidad histórica se encuentra sujeta a la 'dura
necesidad de pecar'. La cima de todas las otras miserias humanas. Hasta aquí,
Agustín estaba profundizando en la Tradición. Pero llega un momento en que
Agustín da un salto cualitativo y crea por su cuenta y riesgo la 'teoría del
PO'. Cuando Julián de Eclana la vio surgir en la Iglesia, la calificó de
'auténtica barbaridad' = 'probata barbaries', 'monstruoso invento' = 'prodigiale
commentum'. Pero la Cristiandad occidental, durante siglos, la recibió como
una de sus conquistas doctrinales más cuidadosamente defendidas.
El empalme entre la tradicional doctrina de la inclinación
mala y el 'novum' agustiniano del PO la señala oportunamente C. H.
Baydry, hasta concluir con estas palabras:
«Pienso, finalmente, que la dominante teoría pesimista
sobre la inclinación mala, reforzada por la demonología, apoyada por una
exégesis sobre los orígenes y alimentada por el avance de las tendencias
encratitas, han preparado el camino a la teoría del PO. La cual marcará en
forma durable el pensamiento occidental, bajo la influencia de su doctor
Agustín».
De acuerdo con la tradición sostiene Agustín que la gran
miseria, / 'la dura necesidad de pecar', que aqueja a todo ser humano,
incluidos los niños, no pertenece a la naturaleza humana instituida por el Dios
creados bueno, generoso en enriquecer al primer hombre: es 'castigo' de
Dios justo por el pecado del protoparente. En otras palabras: la miseria humana
no es una realidad meramente penal en los que la sufren. Eso es lo que decían
los predecesores. Se trata de una realidad “culpable”. Los niños no sólo entran
en la existencia como seres “penados/castigados”, sino como seres
culpables/pecadores. Y ¿qué otro pecado podría tener el 'nasciturus' sino el PO
concluye, retórico y triunfante san Agustín?
A juicio de Agustín, la tradición doctrinal al respecto se
había quedado corta y desprovista de lógica. En efecto, arguye él, «sería una
intolerable injusticia por parte de Dios que castigase a los niños con 'tanta
miseria' si no fuesen culpables: son miserables, luego son culpables;
sufren un castigo, luego son pecadores». Comentaremos luego esta aforismo. En
este proceso mental Agustín recoge el llamado 'mito de la pena' y lo transforma
en argumento de pretensión metafísica. Obsesionado por la existencia del
mal/miseria, de la 'dura necesidad de pecar' que él observa en los seres
humanos y, virtualmente, también en los niños, no veía el obispo de Hipona cómo
evitar el maniqueísmo si no recurría a la teoría del PO: originante-originado.
Teoría que, en su metafísica pasional, convirtió en dogma basilar de su
personal antropología y de su soteriología y, en buena medida, de todo sus
sistema cristiano de creencias. Pero veamos ya más de cerca la enseñanza del
propio Agustín.
3. SAN AGUSTÍN, TEÓLOGO DEL PECADO ORIGINAL
Los pelagianos acusaban a Agustín de ser el “inventor” del
PO. Él rechazaba este tipo de originalidad, pero la historia dice que es, sin
duda, el teólogo/arquitecto que reunió los elementos dispersos y articuló ese
inmenso edificio: la teoría del PO que perdura, en sus líneas maestras, hasta
las puertas del siglo XXI.
No es cuestión de exponer por enésima vez la doctrina
agustiniana sobre el PO. Recojo algunas ideas que pueden ayudar a hacer una
lectura crítica, tanto de lo incontables textos agustinianos sobre el tema del
PO, como de las numerosas exposiciones que los estudiosos han realizado sobre
el pensamiento del obispo de Hipona.
Dos graves problemas están en el fondo último de los muchos
años y de los muchos textos que Agustín dedicó al plurifacético tema del PO.
Para quien lo estudie con deseo de sintetizar la abundosa enseñanza del obispo
de Hipona sobre el PO advertimos que ésta se le ofrece como una teoría
subsidiaria, funcional, ancilar al servicio de los problemas básicos que
inquietaron a Agustín como filósofo y teólogo: el problema del mal
(especialmente del mal/pecado), y la necesidad de la gracia de Cristo para
superar el mal en todas sus manifestaciones. Se aferra a la doctrina del PO
porque sin ella no ve respuesta a la pregunta por el origen del mal: “de dónde
el mal”: de dónde el pecado y, sobre todo, para salvaguardar la eficacia de la
Cruz de Cristo = 'ne evacuatur Crux Christi! ¡No vaciar de contenido la
Cruz de Cristo! Buscando respuesta a esta pregunta .de triple formulación- se
fue Agustín joven al maniqueísmo. Como no encontró respuesta salvadora, se
tornó al Cristo de su niñez. En este contexto se comprende que haya hecho de la
gran miseria humana, especialmente la de los niños, un argumento 'teológico'
decisivo para su afirmación del PO: “ya veis (pelagianos) cómo vuestra
herejía naufraga en las aguas de esta miseria infantil; que, bajo un Dios
justo, no existiría si la naturaleza humana no lo hubiese merecido al ser
viciada y condenada por aquel enorme pecado
primero. Apoyados en el testimonio dela Escritura y de la miseria humana, se demuestra la
existencia del pecado original”.
No sé si debemos creerle, pero san Agustín opina que quien
no admita esta su argumentación a favor del PO cae inevitablemente en el
maniqueísmo. Dudo que, al menos hoy día, pueda convencer a alguien.
Pero san Agustín aduce otra argumentación más teológica a
favor de su PO: no es posible salvaguardar la 'universalidad de la gracia de
Cristo', la eficacia de su Cruz, si no se afirma que todo hombre es
concebido en PO, heredero de una naturaleza corrupta y, por ende, necesitada de
Salvador. Que si fuese sana, íntegra, sin pecado, no necesitaría de la gracia
del Salvador en ese momento.
Sobre la base de esta bifronte y correlativa verdad:
miseria humana, Salvación de Dios, ofrece otras argumentaciones colaterales,
complementarias:
-'Motivo de teodicea': el Dios justo y bueno de los
cristianos no puede castigar con tanta miseria a los hombres, especialmente a
los 'niños', si no fuesen culpables de algún pecado. Pero ¿qué otro
pecado puede tener un recién concebido si no es el PO? Luego todo hombre entra
en la existencia con PO.
-'Motivo eclesiológico': fuera de la Iglesia no hay
salvación; en la Iglesia se entra por el bautismo; el bautismo a los niños se
les administra para remisión de los pecados; luego los recién nacidos tienen
pecado. Y ¿qué otro pecado sino el PO? No es difícil ver, en la actualidad, la
fragilidad extrema de toda esta argumentación teológica del doctor del PO, a favor
de su tan querida doctrina. Tuvo su aceptación durante siglos; hoy mismo la
proponen, en gran parte, los cultivadores de la teoría del PO. Más adelante
señalaremos los pre-supuestos, y apriorismos de que está tupida semejante
argumentación 'pro PO'.
San Agustín acude con mucha seguridad a la autoridad de la
Escritura para mantener la tesis del PO. Ya hemos visto que la enseñanza sobre
el PO, vigente durante siglos en occidente, 'no es doctrina bíblica', en
el sentido propio y técnico de la palabra.
Respecto a la autoridad de los Padres, de la tradición, el
doctor de Hipona realizó una lectura realmente innovadora/creadora, aunque la
crítica puede dudar de que haya sido acertada. Me parece que la innegable 'novedad'
de Agustín en esta cuestión consistió en lo que hemos indicado: estaba claro
para todos los predecesores que la 'gran miseria' que aqueja a la humanidad es
secuela de Adán. Los padres griegos cifraban esta miseria en la pérdida del don
de la inmortalidad (Athanasia). Más que un castigo la veían como una
consecuencia inmanente de la pérdida de dicho don. Puede incluso que hablen de
'castigo'; pero no hablan de que los hombres sean pecadores por el pecado de
Adán. Según terminología que se hizo común en la Edad Media, las miserias de la
vida eran penales/castigo del pecado; pero no serían culpables/no eran pecado
(no implicaba pecado en los que las sufren). Existe suficiente garantía
histórica para afirmar que los mayores teólogos orientales desconocen la
doctrina agustiniana/occidental sobre el PO. El hecho parece más claro en
Teodoro de Mopsuestia, en Teodoro de Ciro, en Juan Crisóstomo. El Niseno habla
de la caída de Adán, pero en un sentido distinto y distante de la teoría
agustiniana sobre el pecado “originante/originado”, según veremos más adelante.
Máximo el Confesor habla de la herencia de Adán: pérdida de la inmortalidad,
pero no de un pecado original originado.
La diferencia entre ambas interpretaciones es cualitativa.
Agustín da un salto cualitativo y pasa a decir que la gran miseria humana
-particularmente en los niños- no sólo tiene carácter de pena/castigo
por pecado adánico, sino que tiene razón de culpa, de pecado en
los que sufren esta gran miseria, nominalmente en los niños. El salto lo
realizó el gran especulativo Agustín mediante el recurso a la ancestral 'ley
del talión', al llamado 'mito de la pena'. Según la mentalidad
primitiva existe una correlación inexorable entre la pena y la culpa,
sufrimiento y pecado. Era normal en la época la pregunta que le hacían los
discípulos a Jesús: “Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que
naciera ciego?”, Jn 9,2. Jesús no condesciende con el 'mito de la pena',
pero Agustín sí condesciende. Por eso, al examinar la gran miseria de
los niños exclama: «Son miserables porque son culpables. Tienen PO los
niños... porque lloran al nacer... Ambos -pelagianos y yo- ven el
castigo, tú dirás por qué delito. Confesáis la pena (miseria infantil), decid
la culpa; confesado el suplicio, confesad cómo lo han merecido. Es claro que un
Dios justo y santo no podría cargar con tanta miseria sobre los niños si éstos
no fuesen culpables. Y ¿qué pecado podrían tener sino el viejo y ancestral
pecado?». [Argüía Julián de Eclana: “No porque sean desgraciados los niños
hay que decir que son pecadores”... pero Agustín insistía en lo anterior. Es
claro que en su argumentación viene implicado y operante el 'mito de la
pena': la correlación inexorable entre la culpa y el castigo, sufrimiento y
pecado. Una especie de ley trascendental del talión, que regiría también el
comportamiento de Dios con los hombres, que le han ofendido. Por otra parte, en
esta argumentación 'ad hominem' no deja de haber un sofisma: Julián no
admitía que el sufrimiento de los niños sea 'pena/castigo'. Para él, los
sufrimientos de los infantes serían normales' en el desarrollo de la vida
humana. Por tanto, tampoco podía admitir que, si un bebé sufre, es por ser
'pecador' y, por ende, justamente castigado por Dios con tanta miseria. En esta
argumentación, parece que el Obispo de Hipona participa de la mentalidad
popular de los discípulos, que al ver al ciego de nacimiento le preguntan a
Jesús: “Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?”. Sin
fijarse en la respuesta de Jesús: “La ceguera innata no es castigo de ningún
pecado”, Jn 9,1-3. Cf. Lc 3, 1-5. Ni tampoco de los demás sufrimientos humanos.
Ni en los niños, ni en los adultos].
4. FIJACIÓN Y OSCILACIONES DE LA TEORÍA AGUSTINIANA
SOBRE EL PECADO ORIGINAL, EN LA CRISTIANDAD OCCIDENTAL
No necesitamos comentar el éxito total y la 'recepción'
indiscutida que la tesis agustiniana tuvo en la Iglesia Occidental. En este
punto concreto san Agustín podría hacer suya la célebre frase: “La Tradición
soy yo”. Constatado el hecho, una historia de la teología que no sea meramente
documental y descriptiva buscaría los motivos profundos de esta universal,
pacífica, secular recepción de la enseñanza agustiniana. Sin entrar a fondo en
el tema, me permito mencionar sólo algunos de los motivos que más interesan a
nuestro tema:
-en la tesis agustiniana del PO es clara la impotencia
soteriológica que afecta al ser humano, al menos a nivel de una predicación de
conversión.
-queda muy clara la necesidad de la acción salvadora de
Cristo. Maniqueos y pelagianos, los grandes herejes de Occidente, quedan refutados
desde sus fundamentos. Sin embargo, por nuestra parte, vuelve la obstinada
pregunta, ¿para explicar la gran miseria humana, para explicar la impotencia
soteriológica del hombre, para afirmar la excelencia de la redención de Cristo,
para refutar herejes maniqueos o pelagianos, es indispensable recurrir a la
teoría del PO?, ¿no será posible, e incluso más beneficioso, explicar esas tres
verdades por otros caminos no transitados por Agustín, ni por sus
incondicionales, acríticos seguidores durante quince siglos?
Yo creo que a los incontables textos de la Tradición
referentes al PO hay que someterlos al mismo método histórico-crítico al que se
ha sometido a los textos bíblicos. Tarea mucho más complicada, pero no menos
urgente y necesaria. El resultado final de la exégesis de la Tradición será
correlativo al logrado por la exégesis bíblica: 'no existe una doctrina
tradicional en referencia al PO'. Al decir esto se piensa en la Tradición
en sentido teológico/técnico: la Tradición escrita con mayúscula, que por su
universalidad, por afectar a verdades nucleares de nuestra ortodoxia tengan los
rasgos indispensables de una Tradición fundante, que pudiera hacernos pensar,
razonablemente, en la presencia e influencia del Espíritu que sigue hablando en
las iglesias.
Sin embargo, preciso es reconocer que existe una secular,
pluriforme tradición religiosa teológica, cultural universalmente humana
referente a una caída primordial; a la existencia de un “viejo pecado” que
habría causado la grave miseria que se abate sobre la raza humana. Pero 'se
trata de una tradición humana, profundamente humana y demasiado humana', en
muchos casos. Porque la teoría del PO no es una verdad caída del cielo, surge
de los profundos limos del alma humana, individual y colectiva, que siente la
pesadumbre del destino humano y busca sentido/logos a la abrumadora miseria del
hombre;
-son incontables los mitos (incluso religiones, filosofías)
que hablan de la caída del hombre en la miseria. Sea desde la preexistencia,
sea en el tiempo originario, sea en el mismo hecho de nacer: “pues el mayor
delito del hombre es haber nacido” (Calderón de las Barca);
-Agustín conoce y aprueba el mito del “viejo pecado”, y
aduce testimonios de Cicerón y Aristóteles que explican la pesada miseria
humana como castigo de un pecado ancestral.
-Firme lo dicho en el anterior apartado, como influyentes
predecesores cristianos de la tesis agustiniana sobre el PO habría que señalar
la secta judeo-cristiana de los encratitas. Éstos ligaban el pecado primero al
ejercicio de la sexualidad por parte de Eva incitadora y de adán consentidor.
En contra de lo preceptuado por Dios, llevaron a cabo de forma prematura,
desordenada y, por ende, culpable el uso del matrimonio. Entre los encratitas
nace y luego es recibida pro los ortodoxos, nominal y destacadamente por
Agustín, la célebre teoría del “semen infecto” como vehículo transmisor del PO.
El varón -el hombre sin más- estaba en lomos de Adán “secundum corpulentam
substantiam”, con continencia biológico-física. Por eso, sufre castigo más
humillante allí “por do más pecado había”. El semen varonil queda
infecto e infeccioso, mancha/corrompe el alma que se le une en el momento de la
generación biológica. Los teólogos de la Edad Media discutieron incansables
sobre cómo era siquiera posible que esto sucediese. Opero siguieron afirmando
que el PO se transmite 'por traducem': como por esqueje, de padres a
hijos hasta el final de la historia. No hay bautismo capaz de eliminar la
corrupción del semen infecto. También los padres cristianos, a pesar de que han
sido limpiados de la “mancha del PO”, conservan la maldición de transmitir el
PO al transmitir la vida a sus descendientes.
«Es sabido que, siguiendo el pensamiento agustiniano, esta
curiosa teoría tuvo vigencia e importancia de primer grado en ciertos momentos
de la antropología, mariología, cristología, d la moral. Cuando se comenzó a
decir que la Virgen María no fue manchada por el PO, surgen hombres como san
Bernardo y otros magnos y piadosos teólogos que reaccionan con firmeza:
imposible que María, engendrada con concurso de varón, aunque fuese un santo
varón como san Joaquín, no fuese manchada por el hecho de ser engendrada por un
varón de la raíz adánica. ¿Cómo podría estar presente, en el corrupto y pecador
proceso de generación normal, la gracia del Espíritu Santo? El beato Juan Duns
Escoto tuvo que poner en acción su reconocido talento de “Doctor Sutil” para
prescindir de la fantasiosa teoría del semen infecto y desconectar la
transmisión del PO de cualquier vinculación interna con el proceso biológico de
la generación. Más tarde veremos cómo su argumentación teológica a favor de la
gracia inicial de María, de su inmunidad de toda mancha del PO, abre la puerta
hacia la afirmación de la 'Gracia inicial' de todo ser humano, hacia la
ausencia en el PO y hacia su deseable
eliminación del campo entero de la teología católica. Si bien el Doctor Sutil
no pensó, ni de lejos en estas aplicaciones extensivas, ni en un 'inmaculismo
universal'. Pero ahí quedan los principios teológicos desde los cuales se
justifica el paso que nosotros damos desd el inmaculismo “mariano”, al
inmaculismo universal. Con las cautelas que expondremos».
No tiene interés, en este momento, seguir la historia de la
creencia en el PO durante la Edad Media. Sobre todo Abelardo, pero
también san Anselmo y el bto. J.D. Escoto se apartaban de Agustín en
puntos de importancia. El 'dogma' del PO gozaba de una vigencia eclesial,
social e incluso cultural tan vigorosa y la interpretación agustiniana del
mismo era tan segura que a nadie se le ocurría hacer un estudio teológico
histórico-crítico sobre el origen, presupuestos y naturaleza interna de
semejante creencia. Hecho nada extraño, ya que el método histórico-crítico para
el estudio de los textos teológicos tradicionales, de primero o segundo grado,
es una adquisición de la cultura moderna, a partir de la Ilustración. Ningún
teólogo medieval era crítico en el sentido moderno de la palabra. Convendría no
olvidar esta constatación, cuando se quiera valorar con rigor el estatuto
epistemológico de enseñanzas calificadas como tradicionales.
Queda, pues la bien fundada sospecha de que la Iglesia
occidental, durante quince siglos, al hablar del PO no ha mantenido ninguna
verdad de nuestra fe. Ha realizado algo menos solemne y menos laudable:
promocionar y solemnizar el modesto teologúmeno del PO, introducido por san
Agustín en la forma sin duda genial y audaz, pero apriorística, que hemos
comentado y comentaremos.
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