CAPÍTULO IV
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE
LA CLÁSICA DOCTRINA DEL PECADO ORIGINAL
Sobre el PO, el viejo pecado, dijo san Agustín: “Nada
más fácil para hablar, nada más difícil de entender”. Esta frase del
'doctor-inventor' del PO resulta hoy tan certera como hace quince siglos. El PO
sigue siendo un tema muy hablado, pero poco entendido. Es obvio que para los
conocedores del tema que, a finales del siglo XX,
no existe entre los católicos una teología pasablemente uniforme en referencia
al PO. Incluso a nivel de los llamados contenidos sustantivos de tal creencia
es visible la pluralidad, divergencia, confrontación existente entre los
expositores. De ahí la siguiente pregunta:
1. ¿QUÉ ES 'ESO' DEL PECADO ORIGINAL?
Conocemos la decisión de san Agustín quien, no pudiendo
entender ni sabiendo explicar qué es el PO, lo coloca en la zona del abismal
misterio de la predestinación divina, cf. Rom 11,33. A pesar de haber
reflexionado durante decenios sobre un tema de su “invención”, según algunos.
M. Lutero extremó la importancia del PO hasta ponerlo como uno de los cimientos
de su visión cristiana del hombre. Pero constata él que sobre el PO 'fabula
la turbamulta de los teólogos de muchas maneras'. Una renovada e intensa
preocupación por el PO la estamos presenciando entre los teólogos católicos
desde los años cincuenta. En ellos se realiza cumplidamente el dicho: 'tantas
cabezas, tantas opiniones'. Al menos entre los que han estudiado personalmente
el tema. Sería raro que alguien mantuviese, al iniciarse el siglo XXI algunas de las explicaciones ofrecidas por
los manuales neoescolásticos de hace unos decenios. Se emprenden
reformulaciones muy de fondo, de modo que, en casos, el clásico PO se conserva
ya solamente en 'estado gaseoso'. Un buen grupo de estudiosos del tema
niega taxativamente tal doctrina por diverso motivos y en varias formas. En consecuencia,
sólo en sentido amplio, por condescender con el uso establecido y convencional
del lenguaje religioso oficial teológico podríamos seguir hablando del PO como
de doctrina tradicional, clásica, 'común'. Más bien cabe llamarla 'oficializada',
oficial en la Iglesia 'latina/occidental', acotaciones estas que debemos
tener en cuenta a lo largo de nuestra exposición.
De todas formas, nosotros necesitamos un interlocutor
válido para seguir hablando a favor o
en contra del PO. Es decir, necesitamos contar un concepto de PO sobre el cual
versen nuestros comentarios y, llegado el caso, nuestro rechazo. Pues bien,
como la enseñanza de los teólogos actuales sobre el PO es imposible reducirla a
un común denominador, optamos por proponer como punto de referencia para el
diálogo el concepto 'oficial y oficializado' sobre el PO. Este concepto 'oficial'
viene expresado en los textos del Tridentino sobre el PO y en el nuevo 'Catecismo
de la Iglesia Católica' de reciente aparición [Catecismo de la Iglesia
Católica, Madrid 1982, 386-524, expresamente. Ver en el índice “pecado
original”. El Catecismo reproduce la 'opinión común' entre los teólogos
escolásticos por los años cincuenta. Sólo levemente refleja los últimos avances
de la exégesis y de la teología sistemática sobre el tema del PO. Postura, por
lo demás, normal en un Catecismo destinado a las grandes y estáticas masas de
creyentes, a nivel popular]. Ambos textos ofrecen la ventaja añadida de ser muy
accesibles. De ellos, puede extraer el concepto de PO que aquí tenemos a la
vista. Cuando se dice que todo hombre nace en PO, el contenido de esta fórmula
podría 'describirse' así:
«Todo hombre, al entrar en
la existencia, antes de cualquier decisión de su voluntad personal, se
encuentra-ya en situación teologal de pecado ante Dios, como consecuencia del
pecado cometido por los progenitores del género humano». Este pecado es propio de cada individuo humano, real y
formalmente pecado, aunque en sentido analógico. Implica que cada hombre nace
en muerte espiritual, bajo la ira de Dios, en muerte del alma, bajo la
esclavitud de Satanás. Las trágicas consecuencias de este pecado están
germinalmente presentes al nacer, pero se manifiestan plenamente en la edad
adulta; afectan a la dimensión corporal y espiritual, individual y social de
cada individuo humano, cualifican siniestramente la historia religiosa e
incluso civil de una humanidad caída, le impiden la consecución de su destino
verdadero y eterno para el cual Dios puso en la existencia al hombre, cf. DS
1511-1515.
Otros podrían hacer una descripción diferente de lo que es
eso del PO; o preguntar, sin descanso, por la siempre buscada y siempre
evanescente esencia del PO, aquel con que todos nacemos, heredado de nuestros
primeros padres, dice sibilino, el catecismo popular de Astete. En este PO
piensa la gente cristiana, a este protegen con su sombra los textos oficiales y
los teólogos que conservan su memoria. En realidad, nosotros no necesitamos
mayores precisiones. Porque nuestra opción por la “Gracia original” excluye en
el 'nasciturus' cualquier tipo de pecado, llámese original o de otra
forma que quiera suceder a la antigua designación.
2. ¿CÓMO LO SABES?
A todo el que nos da un informe o noticia, sobre todo si es
llamativa, extraña. Podemos/debemos hacer esta pregunta, obvia, pero
comprometedora, ¿cómo lo sabes? Al teólogo que nos dice que nacemos en
PO, al predicador que nos proclama una noticia tan notablemente hiriente para
nuestra sensibilidad humana y cristiana, podemos/debemos dirigirle, pues, la
sencilla, inofensiva descuidada pregunta, ¿cómo lo sabes? Pregunta
especialmente pertinente en nuestro tema. Porque, el momento de nuestra entrada
en el mundo es -valga la paradoja- a todas luces oscuro, nebuloso para todo el
saber humano: para la biología, la medicina, la psicología, la filosofía y
ciencias adyacentes. También para la teología. No hace falta insistir en que,
sobre ese momento concreto de la vida humana, la palabra de Dios guarda un
alto, comprensible, ininterrumpido silencio.
Pero, de todos modos, la fuente de información del teólogo
es la palabra de Dios. A ella puede referirse, bien en forma directa y
explícita, o bien en forma indirecta y deductiva. En el primer caso, contaría a
su favor con la “autoridad” de Dios, sin ulterior explicación; en el segundo,
el apoyo divino sería sólo indirecto,
lejano, logrado mediante razonamiento, como 'conclusión teológica'. En
cuyo caso, no hay que olvidar lo que decían los escolásticos, “lo que creemos
lo debemos a la autoridad, lo que entendemos a la razón”. Veamos, pues, las “autoridades”
y las “razones” que los mantenedores del PO pueden aducir a favor de su
teoría.
3. EL ANTIGUO TESTAMENTO ANTE LA DOCTRINA ECLESIÁSTICA
SOBRE EL PECADO ORIGINAL
Desde mediados del siglo XX,
se ha ido logrando un consenso, casi unánime, entre exégetas y teólogos sobre
el desconocimiento perfecto que el AT tiene respecto a la figura del PO, tal
como la propone la tradición de la Iglesia occidental. Con todo, también es muy
común añadir: en el AT se percibe una preparación real y, por ende, una cierta
manifestación germinal de la doctrina del PO. Concretamente, con su modo de
hablar sobre el pecado de los hombres y sobre la salvación de Dios, se abriría
un camino derecho hacia el mayor desarrollo
que estas ideas logran en el NT. Ideas que, a su vez, se completarían con las
vivencias y reflexiones de los creyentes en siglos posteriores. ¿Cuáles son
esas verdades del AT de las que, connaturalmente, los creyentes posteriores
habrían llegado a la idea del clásico PO? Ésa es la pregunta a la que vamos a
responder en primer término.
A) EL DESIGNIO SALVADOR
DE DIOS
Toda la secuencia de la historia humana, narrada desde el
Génesis al Apocalipsis, es una historia de salvación en el sentido más intenso
de la palabra. No necesitamos insistir en verdad tan obvia. Pero sí debemos
recordar que, todo a lo largo de la Biblia, el proyecto salvador de Dios se
ejerce y quiere realizarse sobre el terreno pedregoso e ingrato de una
humanidad tenaz y universalmente pecadora. Esta condición pecadora de la
humanidad, ¿implica que cada ser humano, desde su entrada en el mundo, está ya
empecatado, manchado por el PO, como proclama la Iglesia cristiana occidental?
B) CONDICIÓN PECADORA DE
LA HUMANIDAD, VISTA POR EL ANTIGUO TESTAMENTO
Sobre el hecho, crudo y duro, de esta condición pecadora de
los hombres, no v amos a aducir textos. Sería llevar agua al mar. Examinamos
las características con las que se describe esta universal índole pecadora.
Luego se verá si, desde los textos en los que es proclamada, hay paso hacia una
doctrina del PO, tal como aparece en la historia de la Iglesia cristiana
occidental y tal como -todavía hoy- es cultivada pro algunos teólogos
cristianos, desde diversas perspectivas. Las características de la situación
pecadora en la que el AT contempla de continuo a la humanidad podrían
sintetizarse en estas tres: universalidad, radicalidad, solidaridad. Veamos el
significado y alcance de cada calificativo.
'La universalidad de la situación pecadora'. Está
bien expresada en el conocido texto: “El Señor observa desde el cielo a los
hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios. Se corrompen
cometiendo execraciones, no hay quien obre el bien, no hay ni uno solo”,
Sal 14, 2-3; Rom 3, 9-18. Advirtamos el estilo oratorio, pasional, ponderativo
de la frase. La vehemente inculpación va dirigida al pueblo, a la 'comunidad'.
Tiene, pues, una universalidad de suyo colectiva, generalizadora. Los profetas
de éste y otros textos similares no cultivan una casuística que se preocupe por
la situación de cada individuo humano ante Dios. Así, es posible que, dentro de
este universalidad colectiva, haya individuos justos, agradables a Dios, como
Abel, Abraham, Job y otros. La propia severa mirada de Yhwh se enternece al
descubrir que viven en Nínive ciento veinte mil niños que no distinguen su mano
derecha de la izquierda, inocentes,por tanto, Jon 4,11. Amarga ironía de la
historia: los teólogos cristianos, durante siglos, encontraron en estos niños
una viscosa mancha de pecado, una 'naturaleza congénitamente viciada' (= natura
vitiata) que les excluía de la graciosa amistad del Padre celestial. Pero Yhwh,
que conoce la profundidad del ser humano, les encontraba inocentes de culpa y
pena.
Por otra parte, es indispensable tener a la vista la amplitud,
flexibilidad, falta de contornos, fluidez de concepto veterotestamentario de
'pecado': pecado/mancha ritual; pecado social, estructural, moral;
consecuencias y presupuestos del pecado; pecado en dimensión teologal/religiosa
de desobediencia a la voluntad de Dios, de ruptura de la alianza; el pecado
como 'situación' histórica generalizada. Nada de distinciones tan obvias para
nosotros, entre pecado actual, habitual, mortal, venial. Finalmente, los textos
aparecen en un contexto de 'conversión': buscada con la increpación, o
bien confesada por el hombre ya arrepentido. Por tanto, únicamente el 'hombre
adulto' puede ser el destinatario de tales increpaciones o confesiones.
Sólo en ellos es urgente la toma de conciencia de ser pecadores. ¿Por qué,
andando el tiempo, los cristianos han proclamado 'pecador' al mismo 'nasciturus'?
No creo que Dios quiera que se les califique (descalifique) nunca con tal
designación. En la universalidad se profundiza cuando se habla de la 'radicalidad'
de la situación/condición pecadora de la raza humana. No se trata,
exclusivamente, de que los hombres cometan pecados puntuales en cantidad
incluso enorme, pecados ocasionales, circunstanciales. Los textos reiterados
apuntan más al fondo: los hombres 'son' pecadores de raza: pueblo, raza
pecadora. Desde luego aquí el verbo 'ser' no tiene alcance ontológico,
metafísico, sino existencial concreto, dinámico, operativo, funcional. Esta
hondura de la condición pecadora se expresa en la doble categoría del tiempo y
del espacio. Desde la categoría del tiempo profundo, primordial hay que leer la
narración de Gn 2-3 en donde la situación pecadora de la humanidad se retrotrae
hasta los ancestros, hasta el primer patriarca de la tribu humana. Aquí el
tiempo 'primero' no tiene el valor de inicio o comienzo cronológico. En
esta narración cuenta la categoría de 'calidad': lo que está ya al
inicio, en los prestigiosos, divinales orígenes de la humanidad, '= in illo
tempore' es señal de que pertenece a su fundación y establecimiento en la
existencia: condición existencial, inseparable de su estar y actuar del hombre
en el despliegue de su ser en la historia. Desde esta mentalidad primitiva
surgieron las tradiciones que recibe el redactor último de Gn 2-3 y par.
Similar cala se hace en la dirección de profundidad/radicalidad, se realiza en
la categoría del 'espacio' interior. Así se dice, explicando los excesos
morales de los prediluvianos y como buscando su raíz: el corazón del hombre se
pervierte desde la juventud, Gn 8,21. El salmo 50 prolonga la observación y ve
la inclinación al mal en el mismo originarse del hombre en el seno materno. Si
Bien Ecclo 1,14 ve a la Sabiduría habitando en los fieles cuando inician la
vida en el vientre de su madre.
Pero la radicalidad aquí aludida expresa, sobre todo, la
imposibilidad absoluta de superar, por sus esfuerzos humanos, la situación de
pecado en la que ha incurrido. Más adelante, en el capítulo X, volveremos sobre esta impotencia
soteriológica del pecador y la raíz última de la misma.
'La solidaridad de todos los miembros en el pecado del
patriarca de las tribu'. Es otra de las características salientes de la
predicación veterotestamentaria sobre la condición pecadora de las diversas
tribus humanas: la tribu hebrea y las otras con las que los hebreos entraron en
contacto. Tema este muy presente en toda la Escritura y muy socorrido por los
defensores seculares del PO: todos han pecado 'en' y 'con Adán'.
Por eso nacen ya-pecadores: por ser de la tribu de Adán, patriarca de la
humanidad: 'ex semine Adán': de la semilla de Adán. Los clásicos
defensores de la doctrina del PO, durante siglos, han cifrado “el misterio del
PO” en el “misterio de la solidaridad de todos los hombres en Adán”.
Solidaridad adánica que encontraban expresada con claridad en Rom 5, 12-21, en
el célebre “in quo omnes peccaverunt”: 'en quien/Adán todos pecaron'.
Interpretado al modo agustiniano. Dejamos, pues, el comentario sobre esta
'adánica solidaridad' para cuando encontremos el tema en el NT.
Concluimos esta rápida referencia al AT recordando: a) la
prioridad que tiene la llamada de Dios al hombre (pueblo/humanidad) a su
amistad/alianza/salvación; b) llamada que se realiza sobre una humanidad en
situación perenne de pecado; c) situación pecadora de la que el hombre es
incapaz de librarse; d) la idea de la 'solidaridad' en tal situación, a
parte de los elementos culturales, epocales que la crean y sustentan, refuerza
la idea teológica de la radicalidad e insuperabilidad de tal pecadora
situación. Aceptado, en actitud creyente, este mensaje que el AT nos transmite
sobre la situación teologal de la humanidad histórica, preguntamos como
teólogos: el AT, ¿nos ha dicho algo cierto sobre la realidad del PO del que
habla la tradición cristiana posterior? Evidentemente 'no'. Incluso los
neoescolásticos de las últimas décadas habían llegado ya a esta conclusión.
Pero, al menos, ¿no tenemos ya una iniciación a una verdad que va a ser
desvelada con claridad en el NT? Bajo el impulso y exigencia de estas preguntas
hagamos una enésima lectura, pero esta vez más crítica, de los textos del NT.
4. EL NUEVO TESTAMENTO ¿CONOCE LA DOCTRINA ECLESIÁSTICA
DEL PECADO ORIGINAL?
En un anterior estudio sobre el tema llegábamos a la
siguiente conclusión:
«El NT desconoce del todo la doctrina teológica
(tradicional) sobre el 'pecado original'. La proclamación íntegra del Mensaje
sobre Cristo Salvador, la confesión y vivencia perfecta de este Mensaje para
nada nos exige la aceptación -siquiera sea colateral, subsidiaria, concomitante
o consiguiente- de la enseñanza sobre el pecado original. Más bien deberá
pensarse en la oscuridad que, sobre el Misterio de Cristo en su conjunto,
proyecta semejante creencia».
Si la teología cristiana actual quiere seguir manteniendo 'el
teologúmeno' del PO, pensamos que no tendrá éxito en la medida en que
quiera buscar en el NT una 'autoridad' segura, razonable (razonada) a favor del
mismo.
Nuestra seguridad en esta conclusión no ha hecho más que
intensificarse con el tiempo. Varios autores, desde hace años, vienen diciendo
que la llamada enseñanza común sobre el PO 'no es doctrina bíblica',
según testimonios citados. No es probable ni justificable un regreso hacia la
postura de Agustín, de los escolásticos o neoescolásticos en este punto.
Dado que cualquier enseñanza que sobre el PO quiera ofrecerse
no puede calificarse como 'doctrina bíblica' en el sentido técnico de la
palabra, la conexión con el NT -indispensable para un teólogo- hay que
establecerla en la línea de la conclusión teológica (de un 'teologúmeno')
que el sentir y el pensar de los creyentes haya deducido, extraído de la
virtualidad de ciertas verdades explícita e indudablemente contenidas en el NT.
Así, pues, estamos emplazados ante esta tarea: señalar, con la mayor precisión
posible, aquellas seguras verdades neotestamentarias de cuya virtualidad se iba
deduciendo, connaturalmente, dentro de la analogía de la fe, la existencia del
llamado PO.
Las verdades basilares invocadas en el estudio de esta
cuestión son las siguientes, por orden de importancia: a) universalidad y
sobreabundancia de la acción salvadora de Cristo; b) correlativa impotencia
soteriológica del hombre; c) situación de PO como explicación de la
universalidad y radicalidad de semejante impotencia soteriológica en cada
individuo humano.
A) UNIVERSALIDAD Y
SOBREABUNDANCIA DE LA ACCIÓN SALVADORA DE CRISTO
Ya anteriormente reclamábamos la necesidad de enmarcar
cualquier reflexión sobre el problematizado PO dentro del misterio de Cristo
Salvador. Todos los teólogos actuales: los conservadores, los reformuladores,
los negadores del PO lo hacen como consecuencia de un mayor empeño y acierto en
el modo de entender y comunicar este dogma basilar de nuestra fe: Jesús es el
Salvador universal, único de todo hombre que llega a este mundo. Ya se pueden
prever las conclusiones que cada uno de los grupos indicados puede deducir.
Pero, antes de llegar a ninguna tesis conclusiva, hablemos del asunto en forma
interrogativa, problemática, ¿es que, para salvaguardar la universalidad
absoluta y la 'sobreabundancia' de la acción salvadora de Cristo
-incluso para el recién nacido-, es necesario llegar a decir que todo hombre
entra en la existencia en situación teologal de PO?
Este enfoque intensamente cristocéntrico/soteriológico, no
siempre fue prioritario en la larga historia del dogma del PO. La teología
actual recupera la principalidad que tuvo en san Pablo, precisamente en la
carta a los Romanos. E incluso, en última instancia, también en el obispo de
Hipona, según hemos dicho y diremos. Efectivamente, desde el principio proclama
Pablo cuál es para él la sustancia del Evangelio, de la Buena nueva que quiere
difundir por el mundo: “que Jesús, el Cristo, es la fuerza de Dios para que
se salve todo el que cree, primero al judío, pero también al griego. Porque en
Él se manifiesta la fuerza salvadora de Dios”, Rom 1, 16-17. La
universalidad y absolutidad de este Salvador ofrecido por el Padre es una
convicción básica no sólo en Pablo, sino en todo el NT. Cuando los oyentes de
este Evangelio oigan hablar de la urgencia y absolutidad de Jesús/Salvador es
normal que pidan, secretamente, alguna aclaración. Pablo, percibe la pregunta
y, en el estilo oratorio, enfático de un pregonero, da el primer paso hacia la
respuesta: mostrar que ambos grupos -judíos y gentiles- se encuentran por una
parte necesitados de salvación, pero por otra parte es manifiesto que no pueden
conseguirla por sus propias fuerzas. Ni por la observancia de la ley los unos,
ni por la profesión de la filosofía los otros. No insisto más en una verdad tan
clara para san Pablo y para nosotros.
B) LA IMPOTENCIA
SOTERIOLÓGICA DE LA HUMANIDAD ENTERA
La proclamación de Cristo como Salvador absolutamente
necesario implica y co-anuncia otra verdad referida a los oyentes: que éstos se
encuentran en total 'impotencia soteriológica', incapaces de salvarse
por sus propios medios. ¿Cuál es la índole, la raíz de esta impotencia
soteriológica? Importa saberlo, porque ella es el correlato inseparable de
Cristo, Salvador absoluto. Su acción puede ser proclamada como absolutamente
necesaria sólo si la humanidad correlativamente, se encuentra en 'absoluta
impotencia soteriológica'. La afirmación sobre Cristo Salvador -mensaje
cristológico- tiene, como correlato inseparable, la proclamación de la
incapacidad soteriológica del hombre: enunciado antropológico. Veamos cómo,
para esclarecer el misterio del Salvador, Pablo se ve precisado a ilustrarnos
sobre el misterio del hombre llamado 'en' Cristo a la salvación, pero
incapaz de conseguirla por sí mismo. Esta impotencia soteriológica de la
humanidad entera la desvela Pablo desde tres perspectivas distintas, pero
convergentes en la intención y finalidad. El primer paso lo da con la célebre
diatriba contra los vicios de los paganos y la no menor indignidad moral de los
judío. Lo hace recordando las palabras del salmista que, en este contexto, son
particularmente duras y veraces: “Pues ya demostramos que tanto judíos como
griegos están todos bajo el Pecado, como dice la Escritura: no hay quien busque
a Dios. Todos se desviaron, a una se corrompieron: no hay quien obre el bien,
no hay siquiera uno”, Rom 1, 18-32; 3, 10-12.
Pero, la sombría situación religiosa de ambos grupos
humanos, de todo hombre, no es meramente circunstancial, coyuntural, un evento
debido a emergencias históricas desfavorables y que, por principio, podrían
superarse. La hondura de esta situación pecadora la intensifica Pablo haciendo
un aprovechamiento argumentativo del 'teologúmeno de Adán', corriente en
su época. Adán, para muchos de sus contemporáneos, podría pasar como el padre
biológico, histórico de la entera humanidad. Otros podrían pensar en una
paternidad y primacía simbólico/mítica, como la que disfruta el Hombre
Originario de tantas culturas antiguas. Pablo no tiene interés en dilucidar el
asunto. El recurso a Adán tiende, en la argumentación de Pablo y por lo que a
su autoría sobre el pecado se refiere, a desvelar 'la radicalidad' de la
situación pecadora de la humanidad. Porque, en el lenguaje del mito, del
símbolo, lo que está-ya presente y operante en los primeros, originarios
principios del hombre, es señal clara de que pertenece a su naturaleza, es como
algo fundacional y estructural que diríamos hoy: la humanidad es pecadora 'de
raza'. La categoría del tiempo primordial es empleada como categoría de
calidad. Rom 5, 12-21 refuerza la tesis paulina de que la humanidad se
encuentra en impotencia para salvarse, porque es pecadora desde su entrada en
la historia: ya 'in illo tempore', como dicen los mitos y como vimos al
mencionar la narración de Gn 2-3.
Todavía logra Pablo dar mayor intensidad y dramatismo a
esta impotencia soteriológica del hombre cuando nos lo presenta interiormente
desgarrado en la profundidad de su espíritu, en todo su ser. Dividido entre la
ley/fuerza del pecado (El Pecado, personalizado) y la ley/fuerza del Espíritu
de Dios, Rm 7, 12-23. es sabido que muchos exégetas han visto en este capítulo
una revelación muy enérgica del clásico PO, al menos en la dimensión
experimental/vivencial del mismo. El apoyo paulino a la teoría del PO se
repartiría entre Rm 5, 12-21 y Rm 7. En el primero de los textos encontraría
apoyo el PO originante (el de Adán). Rm 7 haría alusión al PO originado, esa
dura necesidad de pecar (Agustín) a la que el hombre está sujeto, según se
experimenta cada día, por efecto del pecado adánico. Se confirman, pues, las
características de universalidad, radicalidad (insuperabilidad) de la situación
pecadora de la humanidad, previstas ya en el AT. Ahora con más urgencia, a fin
de que queda más patente l a necesidad y sobreabundancia de la salvación obrada
por Dios en Cristo. Pero también respecto al NT se requiere algunas
matizaciones, de cara al desarrollo de la teoría del PO durante siglos.
'La universalidad que Pablo tiene a la vista es',
sin duda, la propia de un universal colectivo: la comunidad humana, antes de
Cristo, forma un pueblo de pecadores. No entra Pablo en casuística, ni tiene
una visión individualista del fenómeno. No tiene intención de decir, ni dice,
que, cada individuo humano, contados uno a uno, sea pecador, incapaz de cualquier
tipo de acción buena. Aunque todos, contados uno a uno, sean incapaces de
lograr por sí la salvación, no quiere decir que se encuentren antecedentemente
en pecado. Será pecador cuando, libre y conscientemente, se niegue a aceptar a
Jesús. Se trata de explicar una 'situación histórico-salvífica general'
que, ciertamente, afecta a todo pero de varias maneras y en grados diversos.
Las preguntas que la teología puede hacer son muchas,
imprevistas para Pablo. Por ejemplo, no hay dificultad en admitir que hayan
existido individuos adultos personalmente inocentes; mientras se añada que la
inocencia es fruto de la gracia previniente de Cristo. Los católicos tenemos el
caso paradigmático, ejemplar, solemne y aleccionador de María, perfectamente
inocente y llena de gracia y, al propio tiempo, la perfectísima, eminentísima
redimida por la acción de Cristo. Veremos más adelante que, 'desde el
misterio de María Inmaculada', se nos acerca el misterio de la redención
preventiva que Cristo ejerce sobre todo hombre al llegar a la existencia.
Respecto a esta universalidad del pecado, hay otro matiz
importante, decisivo para la actual discusión sobre la biblicidad del PO: Pablo
llama pecadores exclusivamente a los hombres adultos, capaces de oír/desoír el
mensaje de conversión. No se preocupó, en absoluto, de la situación teologal de
los niños. La tradición cristiana posterior metió a los niños en la zona de
pecado para salvar la universalidad perfecta de la acción salvadora de Cristo.
Esto no lo previó Pablo ni nadie en la Iglesia primitiva. Es decir, del mensaje
paulino sobre Cristo Salvador se dedujo: a) los niños, si han de ser salvados,
necesitan de la gracia de Cristo; b) por ende, los niños también tienen pecado
'original'. La primera deducción es correcta; la segunda encierra una cumplida
falsedad argumentativa, como veremos. 'Respecto a la radicalidad' de la
situación y la impotencia soteriológica que de ella resulta, Pablo -y no todo
el NT- enfatizan su convicción con energía, concretan esta impotencia en el
hecho del pecado generalizado. Y, ciertamente, el pecado crea dicha
imposibilidad soteriológica. Pero el NT no entra en otras preguntas que la
reflexión teológica puede hacerse. Por ejemplo, ¿sólo el pecado crea la
incapacidad soteriológica?, ¿es el pecado la raíz primera, originaria de dicha
incapacidad?, ¿cómo hay que entender la 'Salvación' respecto de la cual
el hombre está del todo incapacitado? Cuando lleguemos a la teología del PO,
será inevitable hablar de esto con cierta detención, ya que el ser o no ser del
PO se resuelve en el terreno de la reflexión teológica, no en el campo de la
Sagrada Escritura.
Ya conocemos el hecho de que la solidaridad de todos los
hombres en el pecado y la mentalidad tribal, primitiva en la que el AT expresa
este tipo de solidaridad. Pero ya el propio AT supera ese tribalismo y, por
medio de Ezequiel, se abre a la idea de la responsabilidad, exclusivamente
personal en el asunto del pecado [Ez 18: En rigor, Ezequiel no habla ni a favor
ni en contra del PO que desconocía. Pero si rechaza con firmeza una de las
'creencias' incorrectas que, posteriormente, fueron utilizadas para proponer y
explicar la teoría del PO: la creencia popular de que existe un pecado
colectivo, corporativo y de que, por ello, puede decirse que Dios castiga, justamente,
el pecado de los padres en los hijos. Incluso por generaciones sin fin.
Interpreta san Agustín que la protesta de Ezequiel contra el viejo refrán, se
cumple sólo en el NT. Sorprendente afirmación, cuando él mismo insiste hasta la
saciedad en que también los hijos de los cristianos sufren en sí mismos el
castigo impuesto al padre Adán].
Aunque recurre al simbolismo y al teologúmeno de Adán, sin
embargo, Pablo transforma radicalmente la idea de la solidaridad humana, supera
la creencia antigua de la solidaridad de todos para el mal en Uno-Adán, y nos
deja con el único principio de unidad/solidaridad humana: Cristo Jesús. En el
lenguaje de la teología cristiana no hay más solidaridad que la creada por Dios
en Cristo, para todos los seres humanos de todos los tiempos. Fuera de esta
solidaridad, independientemente de ella, hay solidaridad biológica,
psicológica, cultural, sociológica y múltiples co-responsabilidades morales,
pero la solidaridad teológica profunda, óntica entre los hombres se da sólo en Cristo
y en nadie más. En seguida hablaremos de la función de Adán en todo este asunto
del pecado. Y también de la solidaridad de Cristo y de la pseudosolidaridad de
Adán imaginada por la teología antigua y escolástica.
C) ORIGEN DE LA SITUACIÓN
PECADORA DE LA HUMANIDAD
Cuando Pablo escribió palabras tan tremendas y serias sobre
la impotencia soteriológica del hombre, es evidente que no pregonaba esta
oscura y mala noticia sino con una finalidad de gracia, de conversión: en orden
a que se comprenda y acepte la Enhorabuena de la acción salvadora de Cristo.
Por eso, la denuncia profética del pecado sólo es un recurso subsidiario, una
'triste necesidad' a la que se ve forzado el pregonero del Evangelio del amor,
de la elección divina. De ahí que, constatado el 'hecho': la triste
realidad del pecado, ni todo el NT ni tampoco Pablo tengan interés apreciable
en desvelar el origen de tal situación. Al menos en el sentido de buscar el
origen/causa, críticamente controlable, del hecho. Tarea ésta exclusiva de la
ciencia teológica.
De todas formas hay que subrayar dos constataciones seguras
tanto en Pablo como en todo el NT: a) que existen y se mencionan unas cuantas
fuerzas, agentes originantes de tal situación; b) que, después de todo, queda
claro esto: que la situación pecadora la provoca el propio hombre y que, en el
propio hombre, es el 'corazón' la fuente del pecar. Llegados aquí, la
teología científico-crítica se puede/debe preguntar por qué peca el corazón, la
libertad del hombre. Pero la teología kerigmática de Pablo, su predicación de
conversión necesita decirle al pecador únicamente esto: reconoce que tú eres
pecador, cambia de vida y cree en el Evangelio. El NT habla, en forma
narrativa, descriptiva, en lenguaje unas veces realista, otras veces simbólico,
de las fuerzas o energías, de los poderes que impulsan al hombre hacia el
pecado. Nos limitamos a una sucinta enumeración de las mismas, por ser tema muy
conocido por lectores del NT y conocedores de la tradición ascética cristiana.
–
El empecatamiento humano es provocado por
fuerzas demoníacas: energías, poderes, impulsos del maligno. El famoso
Satanás/diablo del NT y también de Pablo no es una 'persona individual', en
sentido filosófico/teológico de la palabra, sino una
personificación/prosopopeya literaria, retórico-simbólica de dichas fuerzas
adversas. Tal como podría llamarse 'Satanás' a un personaje que cumple un papel
ostentosamente siniestro en el drama que se representa en el 'gran teatro
del mundo'.
–
Rasgos de agresividad diabólica adquieren esas
fuerzas que Pablo llama “elementos del mundo” (stoijeia). Que serían las
mismas realidades del cosmos en cuanto supuestamente manejadas pero Satanás.
Incluso la misma 'ley' puede representar un impulso hacia el mal.
–
Nominalmente, en Pablo actúa otro personaje de
catadura tan aviesa como la del propio Satanás: 'El Pecado' (= He Hamartía),
tirano que entra en el mundo por culpa del hombre, con su consentimiento y que,
luego de instalado, esclaviza a todos los hombres que le dieron libre entrada.
–
San Juan, especialmente propone otra
figura/energía que impele a los hombres al pecado: 'el mundo'. Que puede
tener un significado cósmico o bien antropológico (conjunto de hombres malos),
cultural: lo que nosotros llamamos creaciones de la cultura humana en tanto en
cuanto vienen,a veces, del pecado e impulsan con fuerza y tenacidad hacia el
pecado.
–
También la mujer, Eva y las otras 'evas' son
consideradas como introductoras e inductoras del pecado. Eva es inseparable del
padre Adán de quien hablaremos luego.
–
Dentro ya del propio hombre tenemos, en primer
término, la concupiscencia, el deseo engendrador del pecado: la ley de la carne
que llama san Pablo.
–
El 'corazón' es, sin duda, el hontanar
verdadero y perenne del pecar humano, en cualquiera de sus inagotables
manifestaciones.
–
El padre Adán aparece como introductor de la
muerte/pecado en la historia humana y en cada uno de sus individuos. Veamos el
alcance y sentido de esta mortífera intervención adánica.
D) FUNCIÓN DE ADÁN EN LA
HISTORIA DE SALVACIÓN Y PERDICIÓN, SEGÚN EL NT
Para la teología del PO, en su versión clásica, tal pecado
es, por definición, un pecado 'adánico': un pecado que cada individuo
humano ha perpetrado 'en' Adán, 'con' Adán y para similares
fatídicos efectos. La narración de Gn 2-3 y la mención de Rom 5, 12-21 y Cor
15, 45-49, dieron texto y pretexto para elevar la grandiosa 'teología de
Adán', vigorosa hasta fecha reciente. En un primer momento, Adán era
presentado con la máxima grandeza deseable en un ser humano: una especie de
mesías originario representante y cabeza del género humano, inicio y base de
una peculiar (-la adánica) economía de gracia. Pero prevaricó y perdió su
misión de iniciador/fuente de vida para tornarse iniciador/causa de muerte. Su
pecado -grandioso e inconmensurable, según los antiguos- trajo la maldición
para todo sus descendientes, por los siglos de los siglos sin fin. Costó duras
luchas el poder ver exenta a la Madre del Señor de tamaña maldición. Pero, la
función de Adán en el NT, nominalmente en Pablo, es más modesta. Resumimos sus
rasgos:
–
Para san Pablo 'Adán nunca fue inocente'.
Siempre lo presenta como pecador, portador de muerte/pecado. “Thanatóforo”,
como dice algún exégeta. La figura de un primer Adán “santísimo”, tan del gusto
del cristianismo tradicional, carece de base fiable en el NT.
–
La imagen de este Adán sublimemente santo
primero e inmensamente pecador después, se dibujó con los rasgos engañosos de
una exégesis ingenuamente historicista y literalista. Y, sobre todo, sobre las
categorías mentales, culturales y expresivas de una 'gnosis' que
ontologizaba, abusivamente, el mito del 'Hombre Primordial'; junto con el
recuerdo del 'Anthropos'/Hombre ideal de platónica alcurnia. Los teólogos
cristianos en su empeño, en principio laudable, por inculturar y aculturar el
Evangelio de Salvación, no lograron el suficiente distanciamiento crítico
respecto a tales mitos y enredos metafísicos.
–
El paralelismo antitético propuesto por
Pablo ofrece a Adán portador de
muerte/pecado, frente a Cristo portador de vida/justicia. Pero, mientras
Jesucristo goza de la más densa realidad histórica y ontológica en su función
salvadora, Adán tiene en el texto de Pablo, la función de re4presentar, a nivel
de símbolo, de la parábola, el comportamiento de cada pecador humano.
Aprovechado por Pablo como recurso literario, con finalidad pastoral,
catequética. Sería duro para un creyente aceptar la idea de que hay UNO en quien Dios habría puesto para la
perdición de todos. Aunque sí que hay UNO en
quien Dios ha puesto la salvación del género humano. El paralelismo antitético
Adán-Cristo ha sido malentendido, y malbaratado su rico contenido por los
cultivadores de la teoría del PO. Profundizamos esta sugerencia en el apartado
siguiente.
E) SOLIDARIOS EN CRISTO,
¿SOLIDARIOS EN ADÁN?
El hecho misterioso de la solidaridad de todos los hombres
en Cristo es una verdad nuclear de nuestra fe católica: aparece en la decisión
del Padre de dar participación de su vida divina 'en' Cristo, Ef 1,
3-23; en la acción de Cristo 'por todos' los hombres. La doctrina del
Cuerpo Místico contiene y conlleva la idea de la solidaridad en Cristo
notablemente ampliada. De la primordial importancia de esta doctrina nos puede
dar idea el laudable intento de hacer de ella centro de una interesante
sistematización teológica, como propone la conocida obra de E. Mersch, 'Le
Corps Mystique'.
Pablo quiere hacer aceptable y, como diríamos hoy,
inculturar su nuevo, difícil mensaje acerca de la sobreabundancia de la gracia
de Cristo que muere por todos y para todos, UNO
por todos y en quien todos encuentran la justificación; todos en UNO. Por eso recurre a la comparación con Adán
y del teologúmeno que en su tiempo corría sobre su influencia en la ruina del
género humano. Ya que se dice y acepta que por UNO/Adán
se perdieron todos, mucho más se debe aceptar que Dios, en UNO/Cristo haya puesto la salvación de todos.
Durante siglos, para salvaguardar el vigor y el éxito
argumentativo del texto paulino, se creyó indispensable dotar a la mencionada
solidaridad en Adán de las cualidades de historicidad, realismo y densidad
óntica que le son reconocidas a Cristo. Tal traspaso de funciones -en sentido
contrario, antitético- desde Cristo a Adán, no pudo realizarse sino bajo la
protección de una falsa lectura (el celebérrimo 'in quo' de la Vulgata y sus
seguidores), una defectuosa exégesis y, sobre todo, a impulsos de un crítico
deseo de inculturar el mensaje en las categorías de la ontología platónica y en
la imaginativa metafísica de los gnósticos, incluida la de los llamados
'ortodoxos'. En la actualidad, no sólo los exégetas, también los teólogos
sistemáticos rechazan la historicidad de Adán y la interpretación literalista
de Gn 1-3. Con ello queda desarbolada la llamada “teología de Adán” con todas
sus concomitancias doctrinales. En forma expresa también las elucubraciones que
sobre la solidaridad de los hombres en Adán realizaban los neoescolásticos de
décadas recientes. Además de su falta de fundamento en los textos que hablan
del proyecto divino de salvación, el teologúmeno de la solidaridad -real-óntica
trascendente de todos en Adán y en su pecado- sufre dificultades internas
insolubles. Es un misterio de Gracia, por el cual debemos dar-glorificar al
Padre, con Pablo en Ef 1, 1-25, el que nos haya elegido desde la eternidad 'en'
Cristo, y que, por el bautismo, nos haya justificado 'en' Cristo sin
colaboración ninguna nuestra. Pero repugna a la bondad del Padre que, sin
colaboración ninguna nuestra, sin demérito personal, nos haya constituido
pecadores reales en Adán. Se lesiona la dignidad y primacía de Cristo al decir
que entra en la historia de salvación como 'sustituto' de Adán, cabeza
primordial de la humanidad. Sólo 'de ocasión' (como 'bonum occasionatum',
dirá Duns Escoto) entra Jesús de Nazaret en nuestra historia para salvarnos. 'Sucesor',
aunque aventajado, del fracaso de Adán.
Al Adán genesíaco y paulino le queda la representación que
corresponde a un símbolo, a un personaje de parábola. Él es el paradigma, el
prototipo del hombre pecador. Siempre que a estas palabras no les ponga encima
la insoportable carga de la metafísica platónica y gnóstica. 'Adán somos
todos', repite la tradición, incluidos varios padres de Trento. Pero
incluso esta función de gran símbolo del hombre pecador, ha de compartirla con
otros símbolos bíblicos no menos significativos. El de Caín, que mata al
hermano, puede aspirar a ser el símbolo siniestro de todo pecado humano. Así
cabe interpretar las palabras de 1Jn 3,12-13. El cristiano encontrará en la
tradición de Judas el pecado prototípico, símbolo de todo pecado humano.
Estos personajes pueden aspirar a ser pecadores “originantes” con tantos
“merecimientos” como los que pueda presentar el viejo Adán [A nivel de la alta
ciencia escriturística y teológica puede conservar apreciable interés
histórico-crítico la reflexión sobre “los dos Adanes”, sobre “Cristo, segundo
Adán”. Porque, lejos del habla de la teología escolar en el lenguaje coloquial,
popular español, en las conversaciones de la gente, la mención de Adán, con
frecuencia va acompañada de connotaciones poco gratas. Ser un “Adán” es ser un
hombre descuidado, sucio, apático. O bien se le hace al padre Adán tema de
comentarios, en parte hilarantes y en parte enfadados por la enorme insensatez
que cometió al comer de la manzana, para perdición de todos sus descendientes.
El periodista A. Ussía opina que, en última instancia, es preferible aceptar la
hipótesis de que procedamos del mono antes que de Adán. Porque, sugiere él,
nuestra ascendencia animalesca podemos pensar que se ha purificado y sigue
purificándose tras millones de años de ascendente evolución biológica. Pero la
necedad de Adán que nos perdió por comer
de una manzana, es ano tiene cura. Y puede ser contagiosa].
Podemos concluir esta consideración sobre el PO en el NT,
reafirmando: a) los predicadores de la Buenanueva interpelan a una humanidad en
oscura situación religiosa de pecado [De todas formas, se ha observado con
frecuencia que el Jesús del Evangelio no tiene una visión tan sombría de la
humanidad. Aunque sí que siente una inmensa conmiseración por la debilidad y
abandono espiritual en que se encuentran sus oyentes. Pablo mismo dirige una
diatriba de oscuros y duros rasgos a judíos y griegos, en los primeros
capítulos de la carta a los Romanos. Pero luego esa misma carta y todo su
epistolario pone constantemente en primer plano la luminosidad, la
sobreabundancia y la fuerza vivificante de la Gracia. En realidad, Rm 5, 12-21
goza de un espléndido aislamiento en todo el contexto del NT. Por lo demás, es
obvio que Rm 5, 12-21 es una de las perícopas más enrevesadas, en fondo y
forma, de toda la Biblia. Sobre el evangelio de Lucas tenemos este testimonio
de F. Bovon: “Su antropología optimista (¿podríamos decir su humanismo?) le
impide hacer suya la concepción de la voluntad humana esclava del pecado, tal
como la expone Pablo en la carta a los Romanos]; b) se les hace ver a los
oyentes la imposibilidad total en que se encuentran para liberarse de tal
situación pecadora; c) en Cristo ha puesto Dios la salvación para todos los
hombres. Profundizando en la virtualidad de estas verdades fundantes de su fe,
el pensar y el sentir de los creyentes dedujo la conclusión de que todo hombre
entra en la vida 'manchado' con el PO. La teología crítica, atenta a la
problemática y a la sensibilidad religiosa de los cristianos de nuestro tiempo,
se ve precisada a reiterar la conocida pregunta de doble filo:
1)para mantener en toda su ortodoxia y ortopraxis el dogma
básico de la redención obrada por Cristo ¿es necesario decir que en todo hombre
nace el PO, como si de otra manera no pudiera ser beneficiario de esa
redención?; 2) para mantener la radical 'impotencia soteriológica' del
hombre ¿es necesario decir que en todo hombre nace el PO, como si de otra
manera no pudiese quedar clara aquella innegable capacidad salvífica? Aquí se
centra, en la actualidad, la discusión teológica en torno al PO. Nuestra
propuesta de un 'Cristianismo sin PO' no sólo salvaguarda sino que
mejora la explicación teológica que de aquellos dogmas troncales venían
ofreciendo los mantenedores de la teoría del PO y toda la Iglesia universal.
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