miércoles, 3 de abril de 2019

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA CLÁSICA DOCTRINA DEL PECADO ORIGINAL


CAPÍTULO IV

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA CLÁSICA DOCTRINA DEL PECADO ORIGINAL

Sobre el PO, el viejo pecado, dijo san Agustín: “Nada más fácil para hablar, nada más difícil de entender”. Esta frase del 'doctor-inventor' del PO resulta hoy tan certera como hace quince siglos. El PO sigue siendo un tema muy hablado, pero poco entendido. Es obvio que para los conocedores del tema que, a finales del siglo XX, no existe entre los católicos una teología pasablemente uniforme en referencia al PO. Incluso a nivel de los llamados contenidos sustantivos de tal creencia es visible la pluralidad, divergencia, confrontación existente entre los expositores. De ahí la siguiente pregunta:

1. ¿QUÉ ES 'ESO' DEL PECADO ORIGINAL?

Conocemos la decisión de san Agustín quien, no pudiendo entender ni sabiendo explicar qué es el PO, lo coloca en la zona del abismal misterio de la predestinación divina, cf. Rom 11,33. A pesar de haber reflexionado durante decenios sobre un tema de su “invención”, según algunos. M. Lutero extremó la importancia del PO hasta ponerlo como uno de los cimientos de su visión cristiana del hombre. Pero constata él que sobre el PO 'fabula la turbamulta de los teólogos de muchas maneras'. Una renovada e intensa preocupación por el PO la estamos presenciando entre los teólogos católicos desde los años cincuenta. En ellos se realiza cumplidamente el dicho: 'tantas cabezas, tantas opiniones'. Al menos entre los que han estudiado personalmente el tema. Sería raro que alguien mantuviese, al iniciarse el siglo XXI algunas de las explicaciones ofrecidas por los manuales neoescolásticos de hace unos decenios. Se emprenden reformulaciones muy de fondo, de modo que, en casos, el clásico PO se conserva ya solamente en 'estado gaseoso'. Un buen grupo de estudiosos del tema niega taxativamente tal doctrina por diverso motivos y en varias formas. En consecuencia, sólo en sentido amplio, por condescender con el uso establecido y convencional del lenguaje religioso oficial teológico podríamos seguir hablando del PO como de doctrina tradicional, clásica, 'común'. Más bien cabe llamarla 'oficializada', oficial en la Iglesia 'latina/occidental', acotaciones estas que debemos tener en cuenta a lo largo de nuestra exposición.
De todas formas, nosotros necesitamos un interlocutor válido para seguir hablando a favor    o en contra del PO. Es decir, necesitamos contar un concepto de PO sobre el cual versen nuestros comentarios y, llegado el caso, nuestro rechazo. Pues bien, como la enseñanza de los teólogos actuales sobre el PO es imposible reducirla a un común denominador, optamos por proponer como punto de referencia para el diálogo el concepto 'oficial y oficializado' sobre el PO. Este concepto 'oficial' viene expresado en los textos del Tridentino sobre el PO y en el nuevo 'Catecismo de la Iglesia Católica' de reciente aparición [Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid 1982, 386-524, expresamente. Ver en el índice “pecado original”. El Catecismo reproduce la 'opinión común' entre los teólogos escolásticos por los años cincuenta. Sólo levemente refleja los últimos avances de la exégesis y de la teología sistemática sobre el tema del PO. Postura, por lo demás, normal en un Catecismo destinado a las grandes y estáticas masas de creyentes, a nivel popular]. Ambos textos ofrecen la ventaja añadida de ser muy accesibles. De ellos, puede extraer el concepto de PO que aquí tenemos a la vista. Cuando se dice que todo hombre nace en PO, el contenido de esta fórmula podría 'describirse' así:
«Todo hombre, al entrar en la existencia, antes de cualquier decisión de su voluntad personal, se encuentra-ya en situación teologal de pecado ante Dios, como consecuencia del pecado cometido por los progenitores del género humano». Este pecado es propio de cada individuo humano, real y formalmente pecado, aunque en sentido analógico. Implica que cada hombre nace en muerte espiritual, bajo la ira de Dios, en muerte del alma, bajo la esclavitud de Satanás. Las trágicas consecuencias de este pecado están germinalmente presentes al nacer, pero se manifiestan plenamente en la edad adulta; afectan a la dimensión corporal y espiritual, individual y social de cada individuo humano, cualifican siniestramente la historia religiosa e incluso civil de una humanidad caída, le impiden la consecución de su destino verdadero y eterno para el cual Dios puso en la existencia al hombre, cf. DS 1511-1515.
Otros podrían hacer una descripción diferente de lo que es eso del PO; o preguntar, sin descanso, por la siempre buscada y siempre evanescente esencia del PO, aquel con que todos nacemos, heredado de nuestros primeros padres, dice sibilino, el catecismo popular de Astete. En este PO piensa la gente cristiana, a este protegen con su sombra los textos oficiales y los teólogos que conservan su memoria. En realidad, nosotros no necesitamos mayores precisiones. Porque nuestra opción por la “Gracia original” excluye en el 'nasciturus' cualquier tipo de pecado, llámese original o de otra forma que quiera suceder a la antigua designación.

2. ¿CÓMO LO SABES?

A todo el que nos da un informe o noticia, sobre todo si es llamativa, extraña. Podemos/debemos hacer esta pregunta, obvia, pero comprometedora, ¿cómo lo sabes? Al teólogo que nos dice que nacemos en PO, al predicador que nos proclama una noticia tan notablemente hiriente para nuestra sensibilidad humana y cristiana, podemos/debemos dirigirle, pues, la sencilla, inofensiva descuidada pregunta, ¿cómo lo sabes? Pregunta especialmente pertinente en nuestro tema. Porque, el momento de nuestra entrada en el mundo es -valga la paradoja- a todas luces oscuro, nebuloso para todo el saber humano: para la biología, la medicina, la psicología, la filosofía y ciencias adyacentes. También para la teología. No hace falta insistir en que, sobre ese momento concreto de la vida humana, la palabra de Dios guarda un alto, comprensible, ininterrumpido silencio.
Pero, de todos modos, la fuente de información del teólogo es la palabra de Dios. A ella puede referirse, bien en forma directa y explícita, o bien en forma indirecta y deductiva. En el primer caso, contaría a su favor con la “autoridad” de Dios, sin ulterior explicación; en el segundo, el apoyo divino sería sólo  indirecto, lejano, logrado mediante razonamiento, como 'conclusión teológica'. En cuyo caso, no hay que olvidar lo que decían los escolásticos, “lo que creemos lo debemos a la autoridad, lo que entendemos a la razón”. Veamos, pues, las “autoridades” y las “razones” que los mantenedores del PO pueden aducir a favor de su teoría.

3. EL ANTIGUO TESTAMENTO ANTE LA DOCTRINA ECLESIÁSTICA SOBRE EL PECADO ORIGINAL

Desde mediados del siglo XX, se ha ido logrando un consenso, casi unánime, entre exégetas y teólogos sobre el desconocimiento perfecto que el AT tiene respecto a la figura del PO, tal como la propone la tradición de la Iglesia occidental. Con todo, también es muy común añadir: en el AT se percibe una preparación real y, por ende, una cierta manifestación germinal de la doctrina del PO. Concretamente, con su modo de hablar sobre el pecado de los hombres y sobre la salvación de Dios, se abriría un  camino derecho hacia el mayor desarrollo que estas ideas logran en el NT. Ideas que, a su vez, se completarían con las vivencias y reflexiones de los creyentes en siglos posteriores. ¿Cuáles son esas verdades del AT de las que, connaturalmente, los creyentes posteriores habrían llegado a la idea del clásico PO? Ésa es la pregunta a la que vamos a responder en primer término.

A) EL DESIGNIO SALVADOR DE DIOS

Toda la secuencia de la historia humana, narrada desde el Génesis al Apocalipsis, es una historia de salvación en el sentido más intenso de la palabra. No necesitamos insistir en verdad tan obvia. Pero sí debemos recordar que, todo a lo largo de la Biblia, el proyecto salvador de Dios se ejerce y quiere realizarse sobre el terreno pedregoso e ingrato de una humanidad tenaz y universalmente pecadora. Esta condición pecadora de la humanidad, ¿implica que cada ser humano, desde su entrada en el mundo, está ya empecatado, manchado por el PO, como proclama la Iglesia cristiana occidental?

B) CONDICIÓN PECADORA DE LA HUMANIDAD, VISTA POR EL ANTIGUO TESTAMENTO

Sobre el hecho, crudo y duro, de esta condición pecadora de los hombres, no v amos a aducir textos. Sería llevar agua al mar. Examinamos las características con las que se describe esta universal índole pecadora. Luego se verá si, desde los textos en los que es proclamada, hay paso hacia una doctrina del PO, tal como aparece en la historia de la Iglesia cristiana occidental y tal como -todavía hoy- es cultivada pro algunos teólogos cristianos, desde diversas perspectivas. Las características de la situación pecadora en la que el AT contempla de continuo a la humanidad podrían sintetizarse en estas tres: universalidad, radicalidad, solidaridad. Veamos el significado y alcance de cada calificativo.

'La universalidad de la situación pecadora'. Está bien expresada en el conocido texto: “El Señor observa desde el cielo a los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios. Se corrompen cometiendo execraciones, no hay quien obre el bien, no hay ni uno solo”, Sal 14, 2-3; Rom 3, 9-18. Advirtamos el estilo oratorio, pasional, ponderativo de la frase. La vehemente inculpación va dirigida al pueblo, a la 'comunidad'. Tiene, pues, una universalidad de suyo colectiva, generalizadora. Los profetas de éste y otros textos similares no cultivan una casuística que se preocupe por la situación de cada individuo humano ante Dios. Así, es posible que, dentro de este universalidad colectiva, haya individuos justos, agradables a Dios, como Abel, Abraham, Job y otros. La propia severa mirada de Yhwh se enternece al descubrir que viven en Nínive ciento veinte mil niños que no distinguen su mano derecha de la izquierda, inocentes,por tanto, Jon 4,11. Amarga ironía de la historia: los teólogos cristianos, durante siglos, encontraron en estos niños una viscosa mancha de pecado, una 'naturaleza congénitamente viciada' (= natura vitiata) que les excluía de la graciosa amistad del Padre celestial. Pero Yhwh, que conoce la profundidad del ser humano, les encontraba inocentes de culpa y pena.
Por otra parte, es indispensable tener a la vista la amplitud, flexibilidad, falta de contornos, fluidez de concepto veterotestamentario de 'pecado': pecado/mancha ritual; pecado social, estructural, moral; consecuencias y presupuestos del pecado; pecado en dimensión teologal/religiosa de desobediencia a la voluntad de Dios, de ruptura de la alianza; el pecado como 'situación' histórica generalizada. Nada de distinciones tan obvias para nosotros, entre pecado actual, habitual, mortal, venial. Finalmente, los textos aparecen en un contexto de 'conversión': buscada con la increpación, o bien confesada por el hombre ya arrepentido. Por tanto, únicamente el 'hombre adulto' puede ser el destinatario de tales increpaciones o confesiones. Sólo en ellos es urgente la toma de conciencia de ser pecadores. ¿Por qué, andando el tiempo, los cristianos han proclamado 'pecador' al mismo 'nasciturus'? No creo que Dios quiera que se les califique (descalifique) nunca con tal designación. En la universalidad se profundiza cuando se habla de la 'radicalidad' de la situación/condición pecadora de la raza humana. No se trata, exclusivamente, de que los hombres cometan pecados puntuales en cantidad incluso enorme, pecados ocasionales, circunstanciales. Los textos reiterados apuntan más al fondo: los hombres 'son' pecadores de raza: pueblo, raza pecadora. Desde luego aquí el verbo 'ser' no tiene alcance ontológico, metafísico, sino existencial concreto, dinámico, operativo, funcional. Esta hondura de la condición pecadora se expresa en la doble categoría del tiempo y del espacio. Desde la categoría del tiempo profundo, primordial hay que leer la narración de Gn 2-3 en donde la situación pecadora de la humanidad se retrotrae hasta los ancestros, hasta el primer patriarca de la tribu humana. Aquí el tiempo 'primero' no tiene el valor de inicio o comienzo cronológico. En esta narración cuenta la categoría de 'calidad': lo que está ya al inicio, en los prestigiosos, divinales orígenes de la humanidad, '= in illo tempore' es señal de que pertenece a su fundación y establecimiento en la existencia: condición existencial, inseparable de su estar y actuar del hombre en el despliegue de su ser en la historia. Desde esta mentalidad primitiva surgieron las tradiciones que recibe el redactor último de Gn 2-3 y par. Similar cala se hace en la dirección de profundidad/radicalidad, se realiza en la categoría del 'espacio' interior. Así se dice, explicando los excesos morales de los prediluvianos y como buscando su raíz: el corazón del hombre se pervierte desde la juventud, Gn 8,21. El salmo 50 prolonga la observación y ve la inclinación al mal en el mismo originarse del hombre en el seno materno. Si Bien Ecclo 1,14 ve a la Sabiduría habitando en los fieles cuando inician la vida en el vientre de su madre.
Pero la radicalidad aquí aludida expresa, sobre todo, la imposibilidad absoluta de superar, por sus esfuerzos humanos, la situación de pecado en la que ha incurrido. Más adelante, en el capítulo X, volveremos sobre esta impotencia soteriológica del pecador y la raíz última de la misma.

'La solidaridad de todos los miembros en el pecado del patriarca de las tribu'. Es otra de las características salientes de la predicación veterotestamentaria sobre la condición pecadora de las diversas tribus humanas: la tribu hebrea y las otras con las que los hebreos entraron en contacto. Tema este muy presente en toda la Escritura y muy socorrido por los defensores seculares del PO: todos han pecado 'en' y 'con Adán'. Por eso nacen ya-pecadores: por ser de la tribu de Adán, patriarca de la humanidad: 'ex semine Adán': de la semilla de Adán. Los clásicos defensores de la doctrina del PO, durante siglos, han cifrado “el misterio del PO” en el “misterio de la solidaridad de todos los hombres en Adán”. Solidaridad adánica que encontraban expresada con claridad en Rom 5, 12-21, en el célebre “in quo omnes peccaverunt”: 'en quien/Adán todos pecaron'. Interpretado al modo agustiniano. Dejamos, pues, el comentario sobre esta 'adánica solidaridad' para cuando encontremos el tema en el NT.
Concluimos esta rápida referencia al AT recordando: a) la prioridad que tiene la llamada de Dios al hombre (pueblo/humanidad) a su amistad/alianza/salvación; b) llamada que se realiza sobre una humanidad en situación perenne de pecado; c) situación pecadora de la que el hombre es incapaz de librarse; d) la idea de la 'solidaridad' en tal situación, a parte de los elementos culturales, epocales que la crean y sustentan, refuerza la idea teológica de la radicalidad e insuperabilidad de tal pecadora situación. Aceptado, en actitud creyente, este mensaje que el AT nos transmite sobre la situación teologal de la humanidad histórica, preguntamos como teólogos: el AT, ¿nos ha dicho algo cierto sobre la realidad del PO del que habla la tradición cristiana posterior? Evidentemente 'no'. Incluso los neoescolásticos de las últimas décadas habían llegado ya a esta conclusión. Pero, al menos, ¿no tenemos ya una iniciación a una verdad que va a ser desvelada con claridad en el NT? Bajo el impulso y exigencia de estas preguntas hagamos una enésima lectura, pero esta vez más crítica, de los textos del NT.

4. EL NUEVO TESTAMENTO ¿CONOCE LA DOCTRINA ECLESIÁSTICA DEL PECADO ORIGINAL?

En un anterior estudio sobre el tema llegábamos a la siguiente conclusión:
«El NT desconoce del todo la doctrina teológica (tradicional) sobre el 'pecado original'. La proclamación íntegra del Mensaje sobre Cristo Salvador, la confesión y vivencia perfecta de este Mensaje para nada nos exige la aceptación -siquiera sea colateral, subsidiaria, concomitante o consiguiente- de la enseñanza sobre el pecado original. Más bien deberá pensarse en la oscuridad que, sobre el Misterio de Cristo en su conjunto, proyecta semejante creencia».
Si la teología cristiana actual quiere seguir manteniendo 'el teologúmeno' del PO, pensamos que no tendrá éxito en la medida en que quiera buscar en el NT una 'autoridad' segura, razonable (razonada) a favor del mismo.
Nuestra seguridad en esta conclusión no ha hecho más que intensificarse con el tiempo. Varios autores, desde hace años, vienen diciendo que la llamada enseñanza común sobre el PO 'no es doctrina bíblica', según testimonios citados. No es probable ni justificable un regreso hacia la postura de Agustín, de los escolásticos o neoescolásticos en este punto.
Dado que cualquier enseñanza que sobre el PO quiera ofrecerse no puede calificarse como 'doctrina bíblica' en el sentido técnico de la palabra, la conexión con el NT -indispensable para un teólogo- hay que establecerla en la línea de la conclusión teológica (de un 'teologúmeno') que el sentir y el pensar de los creyentes haya deducido, extraído de la virtualidad de ciertas verdades explícita e indudablemente contenidas en el NT. Así, pues, estamos emplazados ante esta tarea: señalar, con la mayor precisión posible, aquellas seguras verdades neotestamentarias de cuya virtualidad se iba deduciendo, connaturalmente, dentro de la analogía de la fe, la existencia del llamado PO.
Las verdades basilares invocadas en el estudio de esta cuestión son las siguientes, por orden de importancia: a) universalidad y sobreabundancia de la acción salvadora de Cristo; b) correlativa impotencia soteriológica del hombre; c) situación de PO como explicación de la universalidad y radicalidad de semejante impotencia soteriológica en cada individuo humano.

A) UNIVERSALIDAD Y SOBREABUNDANCIA DE LA ACCIÓN SALVADORA DE CRISTO

Ya anteriormente reclamábamos la necesidad de enmarcar cualquier reflexión sobre el problematizado PO dentro del misterio de Cristo Salvador. Todos los teólogos actuales: los conservadores, los reformuladores, los negadores del PO lo hacen como consecuencia de un mayor empeño y acierto en el modo de entender y comunicar este dogma basilar de nuestra fe: Jesús es el Salvador universal, único de todo hombre que llega a este mundo. Ya se pueden prever las conclusiones que cada uno de los grupos indicados puede deducir. Pero, antes de llegar a ninguna tesis conclusiva, hablemos del asunto en forma interrogativa, problemática, ¿es que, para salvaguardar la universalidad absoluta y la 'sobreabundancia' de la acción salvadora de Cristo -incluso para el recién nacido-, es necesario llegar a decir que todo hombre entra en la existencia en situación teologal de PO?
Este enfoque intensamente cristocéntrico/soteriológico, no siempre fue prioritario en la larga historia del dogma del PO. La teología actual recupera la principalidad que tuvo en san Pablo, precisamente en la carta a los Romanos. E incluso, en última instancia, también en el obispo de Hipona, según hemos dicho y diremos. Efectivamente, desde el principio proclama Pablo cuál es para él la sustancia del Evangelio, de la Buena nueva que quiere difundir por el mundo: “que Jesús, el Cristo, es la fuerza de Dios para que se salve todo el que cree, primero al judío, pero también al griego. Porque en Él se manifiesta la fuerza salvadora de Dios”, Rom 1, 16-17. La universalidad y absolutidad de este Salvador ofrecido por el Padre es una convicción básica no sólo en Pablo, sino en todo el NT. Cuando los oyentes de este Evangelio oigan hablar de la urgencia y absolutidad de Jesús/Salvador es normal que pidan, secretamente, alguna aclaración. Pablo, percibe la pregunta y, en el estilo oratorio, enfático de un pregonero, da el primer paso hacia la respuesta: mostrar que ambos grupos -judíos y gentiles- se encuentran por una parte necesitados de salvación, pero por otra parte es manifiesto que no pueden conseguirla por sus propias fuerzas. Ni por la observancia de la ley los unos, ni por la profesión de la filosofía los otros. No insisto más en una verdad tan clara para san Pablo y para nosotros.

B) LA IMPOTENCIA SOTERIOLÓGICA DE LA HUMANIDAD ENTERA

La proclamación de Cristo como Salvador absolutamente necesario implica y co-anuncia otra verdad referida a los oyentes: que éstos se encuentran en total 'impotencia soteriológica', incapaces de salvarse por sus propios medios. ¿Cuál es la índole, la raíz de esta impotencia soteriológica? Importa saberlo, porque ella es el correlato inseparable de Cristo, Salvador absoluto. Su acción puede ser proclamada como absolutamente necesaria sólo si la humanidad correlativamente, se encuentra en 'absoluta impotencia soteriológica'. La afirmación sobre Cristo Salvador -mensaje cristológico- tiene, como correlato inseparable, la proclamación de la incapacidad soteriológica del hombre: enunciado antropológico. Veamos cómo, para esclarecer el misterio del Salvador, Pablo se ve precisado a ilustrarnos sobre el misterio del hombre llamado 'en' Cristo a la salvación, pero incapaz de conseguirla por sí mismo. Esta impotencia soteriológica de la humanidad entera la desvela Pablo desde tres perspectivas distintas, pero convergentes en la intención y finalidad. El primer paso lo da con la célebre diatriba contra los vicios de los paganos y la no menor indignidad moral de los judío. Lo hace recordando las palabras del salmista que, en este contexto, son particularmente duras y veraces: “Pues ya demostramos que tanto judíos como griegos están todos bajo el Pecado, como dice la Escritura: no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se corrompieron: no hay quien obre el bien, no hay siquiera uno”, Rom 1, 18-32; 3, 10-12.
Pero, la sombría situación religiosa de ambos grupos humanos, de todo hombre, no es meramente circunstancial, coyuntural, un evento debido a emergencias históricas desfavorables y que, por principio, podrían superarse. La hondura de esta situación pecadora la intensifica Pablo haciendo un aprovechamiento argumentativo del 'teologúmeno de Adán', corriente en su época. Adán, para muchos de sus contemporáneos, podría pasar como el padre biológico, histórico de la entera humanidad. Otros podrían pensar en una paternidad y primacía simbólico/mítica, como la que disfruta el Hombre Originario de tantas culturas antiguas. Pablo no tiene interés en dilucidar el asunto. El recurso a Adán tiende, en la argumentación de Pablo y por lo que a su autoría sobre el pecado se refiere, a desvelar 'la radicalidad' de la situación pecadora de la humanidad. Porque, en el lenguaje del mito, del símbolo, lo que está-ya presente y operante en los primeros, originarios principios del hombre, es señal clara de que pertenece a su naturaleza, es como algo fundacional y estructural que diríamos hoy: la humanidad es pecadora 'de raza'. La categoría del tiempo primordial es empleada como categoría de calidad. Rom 5, 12-21 refuerza la tesis paulina de que la humanidad se encuentra en impotencia para salvarse, porque es pecadora desde su entrada en la historia: ya 'in illo tempore', como dicen los mitos y como vimos al mencionar la narración de Gn 2-3.
Todavía logra Pablo dar mayor intensidad y dramatismo a esta impotencia soteriológica del hombre cuando nos lo presenta interiormente desgarrado en la profundidad de su espíritu, en todo su ser. Dividido entre la ley/fuerza del pecado (El Pecado, personalizado) y la ley/fuerza del Espíritu de Dios, Rm 7, 12-23. es sabido que muchos exégetas han visto en este capítulo una revelación muy enérgica del clásico PO, al menos en la dimensión experimental/vivencial del mismo. El apoyo paulino a la teoría del PO se repartiría entre Rm 5, 12-21 y Rm 7. En el primero de los textos encontraría apoyo el PO originante (el de Adán). Rm 7 haría alusión al PO originado, esa dura necesidad de pecar (Agustín) a la que el hombre está sujeto, según se experimenta cada día, por efecto del pecado adánico. Se confirman, pues, las características de universalidad, radicalidad (insuperabilidad) de la situación pecadora de la humanidad, previstas ya en el AT. Ahora con más urgencia, a fin de que queda más patente l a necesidad y sobreabundancia de la salvación obrada por Dios en Cristo. Pero también respecto al NT se requiere algunas matizaciones, de cara al desarrollo de la teoría del PO durante siglos.
'La universalidad que Pablo tiene a la vista es', sin duda, la propia de un universal colectivo: la comunidad humana, antes de Cristo, forma un pueblo de pecadores. No entra Pablo en casuística, ni tiene una visión individualista del fenómeno. No tiene intención de decir, ni dice, que, cada individuo humano, contados uno a uno, sea pecador, incapaz de cualquier tipo de acción buena. Aunque todos, contados uno a uno, sean incapaces de lograr por sí la salvación, no quiere decir que se encuentren antecedentemente en pecado. Será pecador cuando, libre y conscientemente, se niegue a aceptar a Jesús. Se trata de explicar una 'situación histórico-salvífica general' que, ciertamente, afecta a todo pero de varias maneras y en grados diversos.
Las preguntas que la teología puede hacer son muchas, imprevistas para Pablo. Por ejemplo, no hay dificultad en admitir que hayan existido individuos adultos personalmente inocentes; mientras se añada que la inocencia es fruto de la gracia previniente de Cristo. Los católicos tenemos el caso paradigmático, ejemplar, solemne y aleccionador de María, perfectamente inocente y llena de gracia y, al propio tiempo, la perfectísima, eminentísima redimida por la acción de Cristo. Veremos más adelante que, 'desde el misterio de María Inmaculada', se nos acerca el misterio de la redención preventiva que Cristo ejerce sobre todo hombre al llegar a la existencia.
Respecto a esta universalidad del pecado, hay otro matiz importante, decisivo para la actual discusión sobre la biblicidad del PO: Pablo llama pecadores exclusivamente a los hombres adultos, capaces de oír/desoír el mensaje de conversión. No se preocupó, en absoluto, de la situación teologal de los niños. La tradición cristiana posterior metió a los niños en la zona de pecado para salvar la universalidad perfecta de la acción salvadora de Cristo. Esto no lo previó Pablo ni nadie en la Iglesia primitiva. Es decir, del mensaje paulino sobre Cristo Salvador se dedujo: a) los niños, si han de ser salvados, necesitan de la gracia de Cristo; b) por ende, los niños también tienen pecado 'original'. La primera deducción es correcta; la segunda encierra una cumplida falsedad argumentativa, como veremos. 'Respecto a la radicalidad' de la situación y la impotencia soteriológica que de ella resulta, Pablo -y no todo el NT- enfatizan su convicción con energía, concretan esta impotencia en el hecho del pecado generalizado. Y, ciertamente, el pecado crea dicha imposibilidad soteriológica. Pero el NT no entra en otras preguntas que la reflexión teológica puede hacerse. Por ejemplo, ¿sólo el pecado crea la incapacidad soteriológica?, ¿es el pecado la raíz primera, originaria de dicha incapacidad?, ¿cómo hay que entender la 'Salvación' respecto de la cual el hombre está del todo incapacitado? Cuando lleguemos a la teología del PO, será inevitable hablar de esto con cierta detención, ya que el ser o no ser del PO se resuelve en el terreno de la reflexión teológica, no en el campo de la Sagrada Escritura.
Ya conocemos el hecho de que la solidaridad de todos los hombres en el pecado y la mentalidad tribal, primitiva en la que el AT expresa este tipo de solidaridad. Pero ya el propio AT supera ese tribalismo y, por medio de Ezequiel, se abre a la idea de la responsabilidad, exclusivamente personal en el asunto del pecado [Ez 18: En rigor, Ezequiel no habla ni a favor ni en contra del PO que desconocía. Pero si rechaza con firmeza una de las 'creencias' incorrectas que, posteriormente, fueron utilizadas para proponer y explicar la teoría del PO: la creencia popular de que existe un pecado colectivo, corporativo y de que, por ello, puede decirse que Dios castiga, justamente, el pecado de los padres en los hijos. Incluso por generaciones sin fin. Interpreta san Agustín que la protesta de Ezequiel contra el viejo refrán, se cumple sólo en el NT. Sorprendente afirmación, cuando él mismo insiste hasta la saciedad en que también los hijos de los cristianos sufren en sí mismos el castigo impuesto al padre Adán].
Aunque recurre al simbolismo y al teologúmeno de Adán, sin embargo, Pablo transforma radicalmente la idea de la solidaridad humana, supera la creencia antigua de la solidaridad de todos para el mal en Uno-Adán, y nos deja con el único principio de unidad/solidaridad humana: Cristo Jesús. En el lenguaje de la teología cristiana no hay más solidaridad que la creada por Dios en Cristo, para todos los seres humanos de todos los tiempos. Fuera de esta solidaridad, independientemente de ella, hay solidaridad biológica, psicológica, cultural, sociológica y múltiples co-responsabilidades morales, pero la solidaridad teológica profunda, óntica entre los hombres se da sólo en Cristo y en nadie más. En seguida hablaremos de la función de Adán en todo este asunto del pecado. Y también de la solidaridad de Cristo y de la pseudosolidaridad de Adán imaginada por la teología antigua y escolástica.

C) ORIGEN DE LA SITUACIÓN PECADORA DE LA HUMANIDAD

Cuando Pablo escribió palabras tan tremendas y serias sobre la impotencia soteriológica del hombre, es evidente que no pregonaba esta oscura y mala noticia sino con una finalidad de gracia, de conversión: en orden a que se comprenda y acepte la Enhorabuena de la acción salvadora de Cristo. Por eso, la denuncia profética del pecado sólo es un recurso subsidiario, una 'triste necesidad' a la que se ve forzado el pregonero del Evangelio del amor, de la elección divina. De ahí que, constatado el 'hecho': la triste realidad del pecado, ni todo el NT ni tampoco Pablo tengan interés apreciable en desvelar el origen de tal situación. Al menos en el sentido de buscar el origen/causa, críticamente controlable, del hecho. Tarea ésta exclusiva de la ciencia teológica.
De todas formas hay que subrayar dos constataciones seguras tanto en Pablo como en todo el NT: a) que existen y se mencionan unas cuantas fuerzas, agentes originantes de tal situación; b) que, después de todo, queda claro esto: que la situación pecadora la provoca el propio hombre y que, en el propio hombre, es el 'corazón' la fuente del pecar. Llegados aquí, la teología científico-crítica se puede/debe preguntar por qué peca el corazón, la libertad del hombre. Pero la teología kerigmática de Pablo, su predicación de conversión necesita decirle al pecador únicamente esto: reconoce que tú eres pecador, cambia de vida y cree en el Evangelio. El NT habla, en forma narrativa, descriptiva, en lenguaje unas veces realista, otras veces simbólico, de las fuerzas o energías, de los poderes que impulsan al hombre hacia el pecado. Nos limitamos a una sucinta enumeración de las mismas, por ser tema muy conocido por lectores del NT y conocedores de la tradición ascética cristiana.
         El empecatamiento humano es provocado por fuerzas demoníacas: energías, poderes, impulsos del maligno. El famoso Satanás/diablo del NT y también de Pablo no es una 'persona individual', en sentido filosófico/teológico de la palabra, sino una personificación/prosopopeya literaria, retórico-simbólica de dichas fuerzas adversas. Tal como podría llamarse 'Satanás' a un personaje que cumple un papel ostentosamente siniestro en el drama que se representa en el 'gran teatro del mundo'.
         Rasgos de agresividad diabólica adquieren esas fuerzas que Pablo llama “elementos del mundo” (stoijeia). Que serían las mismas realidades del cosmos en cuanto supuestamente manejadas pero Satanás. Incluso la misma 'ley' puede representar un impulso hacia el mal.
         Nominalmente, en Pablo actúa otro personaje de catadura tan aviesa como la del propio Satanás: 'El Pecado' (= He Hamartía), tirano que entra en el mundo por culpa del hombre, con su consentimiento y que, luego de instalado, esclaviza a todos los hombres que le dieron libre entrada.
         San Juan, especialmente propone otra figura/energía que impele a los hombres al pecado: 'el mundo'. Que puede tener un significado cósmico o bien antropológico (conjunto de hombres malos), cultural: lo que nosotros llamamos creaciones de la cultura humana en tanto en cuanto vienen,a veces, del pecado e impulsan con fuerza y tenacidad hacia el pecado.
         También la mujer, Eva y las otras 'evas' son consideradas como introductoras e inductoras del pecado. Eva es inseparable del padre Adán de quien hablaremos luego.
         Dentro ya del propio hombre tenemos, en primer término, la concupiscencia, el deseo engendrador del pecado: la ley de la carne que llama san Pablo.
         El 'corazón' es, sin duda, el hontanar verdadero y perenne del pecar humano, en cualquiera de sus inagotables manifestaciones.
         El padre Adán aparece como introductor de la muerte/pecado en la historia humana y en cada uno de sus individuos. Veamos el alcance y sentido de esta mortífera intervención adánica.

D) FUNCIÓN DE ADÁN EN LA HISTORIA DE SALVACIÓN Y PERDICIÓN, SEGÚN EL NT

Para la teología del PO, en su versión clásica, tal pecado es, por definición, un pecado 'adánico': un pecado que cada individuo humano ha perpetrado 'en' Adán, 'con' Adán y para similares fatídicos efectos. La narración de Gn 2-3 y la mención de Rom 5, 12-21 y Cor 15, 45-49, dieron texto y pretexto para elevar la grandiosa 'teología de Adán', vigorosa hasta fecha reciente. En un primer momento, Adán era presentado con la máxima grandeza deseable en un ser humano: una especie de mesías originario representante y cabeza del género humano, inicio y base de una peculiar (-la adánica) economía de gracia. Pero prevaricó y perdió su misión de iniciador/fuente de vida para tornarse iniciador/causa de muerte. Su pecado -grandioso e inconmensurable, según los antiguos- trajo la maldición para todo sus descendientes, por los siglos de los siglos sin fin. Costó duras luchas el poder ver exenta a la Madre del Señor de tamaña maldición. Pero, la función de Adán en el NT, nominalmente en Pablo, es más modesta. Resumimos sus rasgos:
         Para san Pablo 'Adán nunca fue inocente'. Siempre lo presenta como pecador, portador de muerte/pecado. “Thanatóforo”, como dice algún exégeta. La figura de un primer Adán “santísimo”, tan del gusto del cristianismo tradicional, carece de base fiable en el NT.
         La imagen de este Adán sublimemente santo primero e inmensamente pecador después, se dibujó con los rasgos engañosos de una exégesis ingenuamente historicista y literalista. Y, sobre todo, sobre las categorías mentales, culturales y expresivas de una 'gnosis' que ontologizaba, abusivamente, el mito del 'Hombre Primordial'; junto con el recuerdo del 'Anthropos'/Hombre ideal de platónica alcurnia. Los teólogos cristianos en su empeño, en principio laudable, por inculturar y aculturar el Evangelio de Salvación, no lograron el suficiente distanciamiento crítico respecto a tales mitos y enredos metafísicos.
         El paralelismo antitético propuesto por Pablo  ofrece a Adán portador de muerte/pecado, frente a Cristo portador de vida/justicia. Pero, mientras Jesucristo goza de la más densa realidad histórica y ontológica en su función salvadora, Adán tiene en el texto de Pablo, la función de re4presentar, a nivel de símbolo, de la parábola, el comportamiento de cada pecador humano. Aprovechado por Pablo como recurso literario, con finalidad pastoral, catequética. Sería duro para un creyente aceptar la idea de que hay UNO en quien Dios habría puesto para la perdición de todos. Aunque sí que hay UNO en quien Dios ha puesto la salvación del género humano. El paralelismo antitético Adán-Cristo ha sido malentendido, y malbaratado su rico contenido por los cultivadores de la teoría del PO. Profundizamos esta sugerencia en el apartado siguiente.


E) SOLIDARIOS EN CRISTO, ¿SOLIDARIOS EN ADÁN?

El hecho misterioso de la solidaridad de todos los hombres en Cristo es una verdad nuclear de nuestra fe católica: aparece en la decisión del Padre de dar participación de su vida divina 'en' Cristo, Ef 1, 3-23; en la acción de Cristo 'por todos' los hombres. La doctrina del Cuerpo Místico contiene y conlleva la idea de la solidaridad en Cristo notablemente ampliada. De la primordial importancia de esta doctrina nos puede dar idea el laudable intento de hacer de ella centro de una interesante sistematización teológica, como propone la conocida obra de E. Mersch, 'Le Corps Mystique'.
Pablo quiere hacer aceptable y, como diríamos hoy, inculturar su nuevo, difícil mensaje acerca de la sobreabundancia de la gracia de Cristo que muere por todos y para todos, UNO por todos y en quien todos encuentran la justificación; todos en UNO. Por eso recurre a la comparación con Adán y del teologúmeno que en su tiempo corría sobre su influencia en la ruina del género humano. Ya que se dice y acepta que por UNO/Adán se perdieron todos, mucho más se debe aceptar que Dios, en UNO/Cristo haya puesto la salvación de todos.
Durante siglos, para salvaguardar el vigor y el éxito argumentativo del texto paulino, se creyó indispensable dotar a la mencionada solidaridad en Adán de las cualidades de historicidad, realismo y densidad óntica que le son reconocidas a Cristo. Tal traspaso de funciones -en sentido contrario, antitético- desde Cristo a Adán, no pudo realizarse sino bajo la protección de una falsa lectura (el celebérrimo 'in quo' de la Vulgata y sus seguidores), una defectuosa exégesis y, sobre todo, a impulsos de un crítico deseo de inculturar el mensaje en las categorías de la ontología platónica y en la imaginativa metafísica de los gnósticos, incluida la de los llamados 'ortodoxos'. En la actualidad, no sólo los exégetas, también los teólogos sistemáticos rechazan la historicidad de Adán y la interpretación literalista de Gn 1-3. Con ello queda desarbolada la llamada “teología de Adán” con todas sus concomitancias doctrinales. En forma expresa también las elucubraciones que sobre la solidaridad de los hombres en Adán realizaban los neoescolásticos de décadas recientes. Además de su falta de fundamento en los textos que hablan del proyecto divino de salvación, el teologúmeno de la solidaridad -real-óntica trascendente de todos en Adán y en su pecado- sufre dificultades internas insolubles. Es un misterio de Gracia, por el cual debemos dar-glorificar al Padre, con Pablo en Ef 1, 1-25, el que nos haya elegido desde la eternidad 'en' Cristo, y que, por el bautismo, nos haya justificado 'en' Cristo sin colaboración ninguna nuestra. Pero repugna a la bondad del Padre que, sin colaboración ninguna nuestra, sin demérito personal, nos haya constituido pecadores reales en Adán. Se lesiona la dignidad y primacía de Cristo al decir que entra en la historia de salvación como 'sustituto' de Adán, cabeza primordial de la humanidad. Sólo 'de ocasión' (como 'bonum occasionatum', dirá Duns Escoto) entra Jesús de Nazaret en nuestra historia para salvarnos. 'Sucesor', aunque aventajado, del fracaso de Adán.
Al Adán genesíaco y paulino le queda la representación que corresponde a un símbolo, a un personaje de parábola. Él es el paradigma, el prototipo del hombre pecador. Siempre que a estas palabras no les ponga encima la insoportable carga de la metafísica platónica y gnóstica. 'Adán somos todos', repite la tradición, incluidos varios padres de Trento. Pero incluso esta función de gran símbolo del hombre pecador, ha de compartirla con otros símbolos bíblicos no menos significativos. El de Caín, que mata al hermano, puede aspirar a ser el símbolo siniestro de todo pecado humano. Así cabe interpretar las palabras de 1Jn 3,12-13. El cristiano encontrará en la tradición de Judas el pecado prototípico, símbolo de todo pecado humano. Estos personajes pueden aspirar a ser pecadores “originantes” con tantos “merecimientos” como los que pueda presentar el viejo Adán [A nivel de la alta ciencia escriturística y teológica puede conservar apreciable interés histórico-crítico la reflexión sobre “los dos Adanes”, sobre “Cristo, segundo Adán”. Porque, lejos del habla de la teología escolar en el lenguaje coloquial, popular español, en las conversaciones de la gente, la mención de Adán, con frecuencia va acompañada de connotaciones poco gratas. Ser un “Adán” es ser un hombre descuidado, sucio, apático. O bien se le hace al padre Adán tema de comentarios, en parte hilarantes y en parte enfadados por la enorme insensatez que cometió al comer de la manzana, para perdición de todos sus descendientes. El periodista A. Ussía opina que, en última instancia, es preferible aceptar la hipótesis de que procedamos del mono antes que de Adán. Porque, sugiere él, nuestra ascendencia animalesca podemos pensar que se ha purificado y sigue purificándose tras millones de años de ascendente evolución biológica. Pero la necedad de Adán  que nos perdió por comer de una manzana, es ano tiene cura. Y puede ser contagiosa].
Podemos concluir esta consideración sobre el PO en el NT, reafirmando: a) los predicadores de la Buenanueva interpelan a una humanidad en oscura situación religiosa de pecado [De todas formas, se ha observado con frecuencia que el Jesús del Evangelio no tiene una visión tan sombría de la humanidad. Aunque sí que siente una inmensa conmiseración por la debilidad y abandono espiritual en que se encuentran sus oyentes. Pablo mismo dirige una diatriba de oscuros y duros rasgos a judíos y griegos, en los primeros capítulos de la carta a los Romanos. Pero luego esa misma carta y todo su epistolario pone constantemente en primer plano la luminosidad, la sobreabundancia y la fuerza vivificante de la Gracia. En realidad, Rm 5, 12-21 goza de un espléndido aislamiento en todo el contexto del NT. Por lo demás, es obvio que Rm 5, 12-21 es una de las perícopas más enrevesadas, en fondo y forma, de toda la Biblia. Sobre el evangelio de Lucas tenemos este testimonio de F. Bovon: “Su antropología optimista (¿podríamos decir su humanismo?) le impide hacer suya la concepción de la voluntad humana esclava del pecado, tal como la expone Pablo en la carta a los Romanos]; b) se les hace ver a los oyentes la imposibilidad total en que se encuentran para liberarse de tal situación pecadora; c) en Cristo ha puesto Dios la salvación para todos los hombres. Profundizando en la virtualidad de estas verdades fundantes de su fe, el pensar y el sentir de los creyentes dedujo la conclusión de que todo hombre entra en la vida 'manchado' con el PO. La teología crítica, atenta a la problemática y a la sensibilidad religiosa de los cristianos de nuestro tiempo, se ve precisada a reiterar la conocida pregunta de doble filo:
1)para mantener en toda su ortodoxia y ortopraxis el dogma básico de la redención obrada por Cristo ¿es necesario decir que en todo hombre nace el PO, como si de otra manera no pudiera ser beneficiario de esa redención?; 2) para mantener la radical 'impotencia soteriológica' del hombre ¿es necesario decir que en todo hombre nace el PO, como si de otra manera no pudiese quedar clara aquella innegable capacidad salvífica? Aquí se centra, en la actualidad, la discusión teológica en torno al PO. Nuestra propuesta de un 'Cristianismo sin PO' no sólo salvaguarda sino que mejora la explicación teológica que de aquellos dogmas troncales venían ofreciendo los mantenedores de la teoría del PO y toda la Iglesia universal.



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