miércoles, 3 de abril de 2019

PRESENTACIÓN




CRISTIANISMO SIN PECADO ORIGINAL
Fr. Alejandro de Villalmonte, OFM Cap.

PRESENTACIÓN
Hace algunos años hacíamos un análisis detenido de la situación en la que, por aquel entonces, 1950-1975, se encontraba la doctrina del pecado original (PO). Constatada la situación de confusión y de positiva decadencia en la que dicha doctrina se encontraba, avanzábamos la conclusión: en este terreno y para un futuro inmediato, a la teología católica se le ofrece una tarea urgente, pero complicada: elaborar una sistematización de la doctrina sagrada, rigurosa y armónica que evite todo compromiso interno y buscado con la creencia en el PO. Si vale la expresión, presentar un “Cristianismo limpio de toda mancha de pecado original”. Posteriormente hemos dado algunos pasos en esa dirección, ampliando y concretando aquella sugerencia. Al final, se percibirán, esperaba y espero, las beneficiosas consecuencias que para la ortodoxia y para la ortopraxis cristiana podrán derivarse del abandono de aquella secular creencia.
Entretanto, pienso haber cumplido con creces el consejo que Horacio da a los poetas ganosos de publicar sus poemas: que dejen reposar nueve años los pergaminos en el escritorio, antes de ofrecerlos al público. Obviamente el teólogo, sobre todo en este caso, debe conceder a sus ideas un reposo incluso más prolongado. Porque a cualquiera se le alcanza que la tarea propuesta ha de ser prolija y arriscada. Más que nadie lo juzgará así quien se considere bien informado sobre el tema del PO.
La cuestión del PO viene abrumada de dificultades y discusiones desde hace más de quince siglos. No es posible ignorarlas. Por otra parte, sería excesivo pedir que una creencia, vieja de quince siglos, pueda ser superada en pocos años de forma generalizada, indiscutida y fácil. La arduidad de la empresa es notable, tanto 'cuantitativamente', atendida la multitud de temas agrupados en torno a la figura del PO, como 'cualitativamente', por las solemnes certidumbres que venían cobijando, durante siglos, a esta enseñanza. Mirando a la 'cantidad', encontramos el hecho de que la creencia en el PO no se ciñe a un enunciado o proposición simple. La enseñanza clásica está integrada por una auténtica 'constelación de afirmaciones' antecedentes, concomitantes y consiguientes que enmarcan y contextualizan esta afirmación mantenida como sustantiva: «todo ser humano, al entrar en la existencia, antes de cualquier decisión personal, consciente y libre, se encuentra ya en situación teologal de pecado, específicamente denominado pecado “original”».
'Antecedente indispensable' para comprender esta situación teologal lo afirmaban el grupo de afirmaciones de la llamada 'teología de Adán', en la que éste era presentado como el padre del género humano, constituido por Dios en santidad y justicia paradisíacas; reo, luego, de un enorme pecado, 'originante' de aquella situación pecadora en que todo hombre habría de nacer, DS 1511.
'Concomitantes' de la afirmación central, matizando e intensificando su contenido, encontramos estas expresiones: todo hombre nace en muerte espiritual, muerte del alma, bajo la ira de Dios, alejado de su gracia y amistad, esclavo de Satanás, reo de eterna condenación, DS 1511-1513.
'Las consecuencias del PO' han sido tema inagotable de la reflexión de los teólogos, de las prédicas de los pastores, de las conversaciones de la gente cristiana, durante siglos. Tendremos oportunidad de constatar y someter a examen la omnipresencia del PO en la dogmática, la moral, la vida cotidiana de los cristianos de Occidente. Incluso la cultura secular surgida en esta zona del planeta, es incomprensible sin la referencia, amigable u hostil, a la creencia en el PO. En este contexto es comprensible y aceptable la observación de H. Haag: «Si eliminamos la doctrina del pecado original, no eliminamos únicamente un capítulo del Catecismo, habría que escribirlo todo de nuevo».
Es la tarea que en este libro nos hemos impuesto: buscar un 'Cristianismo sin pecado original'. Y luego, como consecuencia, se podría escribir un Catecismo que refleje esta ausencia. Los profesantes del dogma del PO pensarán que la tarea es pretenciosa, peligrosa, irreverente. Tales calificativos, enfáticos y medrosos, podrían ladearse si pensamos en la urgencia y en los resultados beneficiosos que el cumplimiento de la tarea comporta para la ortodoxia y ortopraxis de los cristianos. Para los creyentes de nuestros días, al menos.

«El P. Valensín decía confidencialmente a su amigo Teilhard de Chardin que el dogma del PO era para él una arqueta cerrada, en cuyo interior creo que hay algo porque la Iglesia lo dice, pero estaría dispuesto a esperar trescientos años antes de saber lo que es. Pero es seguro que Teilhard no se conformaba con verdades sagradas encerradas en una arqueta. Una verdad sin reacción vital, eficaz, actual, es inexistente y nula. En la actualidad son muchos los cristianos, teólogos o no, que no se conforman en creer una verdad encerrada en rico cofre sacral: quieren romper el enigma, su hechizo, el embrujo que parece se le otorga en ocasiones al presentarlo dentro de eso que los teólogos llaman “misterio del pecado original”. Quieren saber a qué atenerse sobre un asunto sentido, pensado y hablado tan profusamente durante siglos».

Durante más de veinticinco años mi ocupación con el 'misterio del PO' ha sido persistente, intensa. Dicho esto, tengo que añadir que tal preocupación por el PO ha sido subordinada y subsidiaria de otra de más radical y decisiva importancia para un teólogo y para un creyente: profundizar -intelectual y vivencialmente- en el 'misterio de Cristo': Ef 1, 1-15; 3, 14-19; Rom 5, 12-21. Y, por lo que he podido ver, el 'misterio del PO' oscurece claramente -valga la paradoja- el esplendor del 'misterio de Cristo' y todo el Cristianismo que sobre él se levanta. Y ello, no sólo al nivel de la alta reflexión teológica, sino sobre todo, a la hora de comunicar el Mensaje sobre Cristo Salvador a las personas de nuestro tiempo, tan lejanas de aquellas a las que hablaba Agustín o los teólogos escolásticos. Por eso, como he propuesto en trabajos anteriores, me parece razonable y madura la opción que he tomado a favor de 'Cristianismo sin PO'. Y, por cierto, bajo la misma consigna y preocupación rigurosamente teológica, cristológica bajo la cual realizó Agustín su tenaz defensa del PO: “No desvirtuar la Cruz de Cristo”. Si bien nosotros realizamos el empeño en dirección contraria y con menos dogmatismo que Agustín. Porque hablamos del estado de “Gracia Original” en el recién nacido 'para no desvirtuar la gracia salvadora de la Cruz de Cristo'... Mientras que Agustín y sus seguidores, también para no desvirtuar la Cruz de Cristo, se creían obligados a decir que todo ser humano nace en PO.
Acabamos de mencionar la 'constelación del problema' dentro de la cual está enmarcado el tema específico 'PO', tanto desde la perspectiva de la historia como desde una perspectiva sistemática. A comienzos del siglo XVI constataba M. Lutero: “Sobre el PO fabula la turbamulta de los teólogos de muchas maneras”. Él mismo no se privó de 'fabular' ampliamente sobre el tema. Al finalizar el siglo XX, nos hallamos abrumados por una vivaz controversia en la cual, sobre el rescoldo de viejas hogueras, se encienden nuevos problemas insospechados en tiempos anteriores.
En consecuencia, tenemos que caminar por una 'exuberante selva de opiniones; objeciones viejas y nuevas'; preguntas y respuestas de encontrada procedencia y dirección; críticas y rectificaciones de forma y fondo; negaciones veladas o explícitas de la doctrina clásica. En esta situación, la brevedad deberá ser norma obligada. Por motivos de tipo práctico no era aconsejable escribir un grueso volumen sobre el PO. Por otra parte, en problema tan abundosamente discutido, el ser breve puede resultar más convincente y podría ser mejor recibido. A ello anima también el conocido dicho de B. Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Pero sin olvidar el temor expresado por el viejo preceptor Horacio: “Trato de ser breve, resulto oscuro” (Brevis esse laboro, obscurus fio). De todas formas la oscuridad que se encuentre en la explicación nuestra podrá disiparla el lector interesado recurriendo a las referencias que, en momentos cruciales y puntuales, hacemos a estudios propios y ajenos. Finalmente terminada la redacción  y, en su caso, la lectura de este escrito, el tema del PO continúa 'abierto a todo viento de opiniones'. Nuestra teología es el saber de un viandante. Y, como decía Cervantes, 'mejor es el campo que la posada'. Para el teólogo 'viador' mejor es la inquietud que el reposo sobre el lecho de la historia.
El talante intelectual, el tono vital desde el cual nuestras prolongadas reflexiones sobre el PO han ido tomando cuerpo, sintonizan, es decir, están en armonía con lo que intentan decir estos antiguos maestros:
         “Mucho hicieron los que vivieron antes que nosotros, pero no culminaron (la tarea)... Todavía queda y quedará mucho (por hacer). Y a ningún nacido, pasados miles de años, se le priva de la oportunidad de añadir algo” (Séneca).
         “Amo y, por cierto, efusivamente; pero también juzgo y, por cierto, con tanto más rigor cuanto más intensamente amo” (Plinio).
         “Pues qué, ¿condenamos a los antiguos? En modo alguno. Sino que, después de ellos, trabajamos lo que podemos en la casa del Señor” (S. Jerónimo).
         “Se lee que la Iglesia ha mudado muchas veces sus costumbres... y que, según los diversos tiempos, ha variado su estilo el Espíritu Santo” (A, de Halverberg).
         “Por amor a  aquel en quien cree, desea (el teólogo) tener razones (para su fe)” (S. Buenaventura).
         “En la exaltación de Cristo prefiero excederme antes que faltar a la alabanza que le es debida sí, por ignorancia, hubiera de caer en uno de los extremos” (Bto. J. Duns Escoto).

Ya su primer teólogo, Agustín de Hipona, elevó el tema del PO a una notable altura especulativa, presentándolo dentro de una enmarañada urdimbre de cuestiones lógicas, metafísicas, teológicas y pastorales. Los teólogos sistemáticos, durante siglos, han mantenido el tema en este alto enredo intelectual. En la segunda mitad del siglo XX la complicación racional ha crecido: han surgido numerosos problemas colaterales, subsidiarios desconocidos en siglos pasados. Por eso, un estudio teológico serio no puede rebajar el nivel adquirido y hacer fácil y ligero el desarrollo.
Respondiendo a esta situación objetiva, mi ocupación y preocupación por el tema del PO no pudo menos de adoptar las características de un estudio teológico científico, crítico, especulativo, sistemático. En este contexto -desde mi modestia y lejanía- me permito hacer a los lectores el ruego que a los suyos hacía, en alguna ocasión, san Buenaventura: “El desarrollo de estas especulaciones no se ha de seguir apresuradamente, a la ligera, sino que se ha de reflexionar sobre ellas con extremada morosidad”.


¿CUÁL ES LA SITUACIÓN TEOLOGAL DEL HOMBRE AL LLEGAR A LA EXISTENCIA?



CAPÍTULO  I

¿CUÁL ES LA SITUACIÓN TEOLOGAL DEL HOMBRE AL LLEGAR A LA EXISTENCIA?

Con humor, con cierta connotación irónica, se ha dicho que el teólogo es un hombre profesionalmente atareado en buscar respuestas profundas e intrincadas a preguntas que nadie ha formulado. Reconozcamos, con similar humor, que el riesgo de que así suceda es real y que, con frecuencia, no ha sido satisfactoriamente superado. La pregunta que encabeza este apartado es básica para nosotros: 'es el punto de acceso, es el modo específico en que, creemos, ha de ser iniciado hoy el estudio de esa constelación de afirmaciones que integran la teoría del PO'. No quisiera que, de entrada, la pregunta fuese tachada de irrelevante, de ociosa. Porque en su respuesta se decide sobre un problema de elevado interés, al menos histórico: la existencia o no existencia del PO. 'Dogma' famoso, preocupante para el teólogo para el pastor de almas, para todo creyente. Incluso para cualquier hombre que viva en el ambiente religioso-cultural del Occidente cristiano.
Por otra parte, tampoco quisiera enfatizar ni solemnizar la importancia de la pregunta propuesta. Por eso, juzgo un deber de honestidad científica comenzar fijando los límites objetivos -tanto cognoscitivos como valorativos- del problema y de las soluciones que al mismo pudieran, razonablemente, aportarse.

1. UNA PREGUNTA QUE HAY QUE JUSTIFICAR

En nuestros días al menos, parece existe la convicción generalizada de que, tanto los autores como los destinatarios inmediatos de la Escritura, no tuvieron preocupación ninguna apreciable por conocer la situación teologal en la que podría encontrarse cada individuo humano al entrar en la existencia. Este preciso momento, inaccesible a la experiencia y enigmático, de la relación del incipiente ser humano con su Hacedor, pudo quedar desatendido. No se ve, de entrada, qué importancia podía tener para la vida religiosa del adulto -el verdadero oyente de la Palabra-, el saber algo concreto sobre un momento tan oscuro de la vida humana. Pero tenemos el hecho de que, la preocupación por la situación teologal del hombre recién llegado a la existencia, no ha dejado de inquietar, con pertinacia y desde diversas perspectivas, durante siglos, a los cristianos, teólogos y no teólogos. Preocupación que, en casos, ha podido adquirir rasgos de morbosidad.
Desde una perspectiva que diríamos 'cuantitativa', la pregunta no podría ser calificada de mera 'curiosidad'. Se creía tener base objetiva para una razonable preocupación al reflexionar sobre estos datos de la experiencia incentivada por la fe:
         Parece estadísticamente seguro que, a lo largo de su multimilenaria historia, la inmensa mayoría de los seres humanos han muerto en 'edad infantil'. Dudo mucho que la pregunta sea 'vital' para nuestra fe o para nuestra teología. Pero no tacharía de impertinente la pregunta que tantos creyentes se han hecho una y otra vez, ¿cuál será el destino final de esta inmensa y silenciosa mayoría de la humanidad, prematura e inmaduramente fenecida?
         La pregunta adquiere agudo mordiente para el cristiano que trata de coordinar estos datos que su fe le ofrece: que Dios/vida eterna es el destino final, 'único' para cada ser humano; que Cristo es el 'único' Mediador de esta salvación; que fuera de la Iglesia de Cristo no hay salvación; que en la Iglesia sólo se entra por el bautismo; bautismo que sólo una mínima parte de la humanidad, infantil o adulta, ha logrado recibir.

La preocupación por la 'humanidad infantil' ha tomado cuerpo en diversos momentos de la exposición sistemática del credo católico:
         al hablar de la extensión y eficacia operativa de la voluntad salvífica de Dios, ¿alcanza también a esa mayoritaria 'humanidad infantil'? Es la variante teológica del problema.
         Al explicar la universalidad absoluta de la acción salvadora de Cristo, ¿alcanza a todo hombre que llega a este mundo y desde que llega a este mundo?: vertiente 'cristológica'.
         La vertiente 'mariológica' ha surgido, en la historia, al lado de la cristológica y subsidiaria de ella. Durante siglos, los católicos mostraron ardoroso interés por conocer la situación teologal de la Virgen María al entrar en la existencia. No juzgaban vana curiosidad este empeño, ni quedaron tranquilos hasta que se les dijo, en forma del todo segura y solemne, que la Madre del Señor fue 'llena de Gracia' desde el primer instante de su ser, que no se encontró nunca en situación teologal de PO, como se decía de los demás hombres. El caso de María es 'provocador', ¿por qué no preocuparse, en forma proporcional, análoga, por la situación teologal de cada ser humano al entraren la existencia? Al fin y al cabo todos somos hermanos de Ella y estamos en idéntica 'economía de gracia', en la misma concreta historia de salvación. La solución dada al caso de María podría ser paradigmática para responder a la misma pregunta formulada respecto de los demás hombres.
         'clara es también la dimensión eclesiológica': fuera de la Iglesia y sin el bautismo que ella otorga, no hay salvación, ¿cuál será el destino sobrenatural de esa incontable humanidad infantil que muere fuera de la Iglesia y de su bautismo? La respuesta será muy distinta según se admita o se niegue la existencia en ellos del PO.

Pero, cuando la teología cristiana ha hablado largo y tendido sobre la situación del hombre al entrar en la vida, ha sido al elaborar una 'Antropología teológica' en la que se sintetice todo lo más importante que la Palabra de Dios nos dice sobre el hombre. En ella se propone como punto de partida, como una de las primeras y basilares esta afirmación: 'todo hombre, al llegar a la existencia, se encuentra en situación teologal de pecado original'. Y la cosa no queda ahí, todo a lo largo y ancho de esa 'visión cristiana' del hombre, topamos con el inevitable 'hombre caído' (= homo lapsus), verdadero árbol caído, del cual los teólogos cristianos nunca terminan de hacer leña. Y, a partir de ahí, se abre paso a la mencionada constelación de afirmaciones antecedentes, concomitantes y consiguientes que acompañan a la figura del PO como al viajero su sombra. Compararíamos a la teoría del PO con un cono invertido que, arrancando de un punto mínimo, se despliega en un abanico de afirmaciones que llegan a sombrear todo el sistema de creencias y vivencias de la Cristiandad occidental. O bien es semejante al grano de mostaza que ha crecido hasta hacerse como un árbol, en  cuyo ramaje anida toda clase de pájaros voladores. Vale decir, de incontables cuestiones crecidas desde la virtualidad de un poderoso germen primero: la creencia en el PO.
Además de la mera, dura y neta afirmación del hecho del PO, sorprende la seguridad y solemnidad con que se proponía y se mantenía el 'dogma' de que todo hombre, en el primer instante de su ser, antes e independientemente de cualquier posible uso de su libertad personal, 'es -ya- pecador' ante Dios, situado fuera de su graciosa amistad, sujeto de su ira. Esta proclamación ha resultado siempre hiriente para la sensibilidad de cualquier hombre moral y religiosamente sano: respetuoso con la bondad de Dios, con la dignidad del hombre creado a imagen de Dios, consecuente con su creencia en la sobreabundancia de la acción salvadora de Cristo. En nuestros días, la desazón, malestar y positiva repulsa de tan descomunal propuesta no ha hecho más que crecer y manifestarse. Muchos cristianos tienden hoy a pensar que se hallan ante un creencia 'increíble'. La escasa credibilidad y hasta rechazo de que disfruta la vieja creencia en el PO es el dato experiencial, la fuerza psicológica más honda y operativa que nos ha movido a plantearnos, con viveza, estas preguntas:
         ¿Es seguro que todo hombre entra en la existencia en situación teologal de pecado, de pecado 'original'?
         ¿O, más bien, habría que decir que comienza su existencia en estado de “Gracia y originaria amistad” con Dios?
         ¿O, tal vez, podría buscarse otra tercera o cuarta propuesta?
         ¿O, por fin, tal vez se debería optar por marginar el tema como irrelevante para nuestra ortodoxia y ortopraxis cristiana: una 'curiosidad' que no tendría que ser satisfecha por una teología científica, seria?

2. PARA UNA JUSTA VALORACIÓN DE CUALQUIER PREVISIBLE RESPUESTAS

Me parece que a un creyente de nuestros días, libre de prejuicios doctrinales, de hipotecas culturales, de la rutina de la historia que se arrastra, pero no se vive, si a alguien hoy y 'de hoy' le hiciera esta pregunta, ¿cuál piensas tú que es la situación teologal del hombre al entrar en la existencia?, se sorprendería por lo lejano y curioso de la pregunta. Porque ¿qué interés podría tener el saber eso para la correcta profesión, vivencia y comunicación de nuestra fe cristiana? Juzgo del todo justificada esta extrañeza y reserva. Con cierta mesura, podría aplicarse a este caso lo que señala esta sentenciosa frase: “Nada hay tan increíble como una respuesta a una pregunta que nadie ha formulado” (R. Niebuhr). Dentro de la jerarquía de verdades de nuestro Credo, es 'evidente' que, cualquier afirmación sobre la situación teologal del hombre al entrar en la vida, por su propia índole, vista en su propio tamaño y peso específico (= 'ex natura rei', que dirían los clásicos), ha de ser calificada como una verdad subsidiaria, colateral, marginal, ancilar al servicio de verdades de mayor entidad y enjundia. Deducida si fuere preciso, mediante raciocinios siempre laboriosos, de principios teológicos más altos; ordenada a explicarlos y comunicarlos en un determinado momento histórico.
Lo hemos ya indicado: la Palabra de Dios cuando se dirige al hombre, lo hace para informarle de lo que es necesario saber en orden a la salvación, no para satisfacer curiosidades. El destinatario inmediato y constante es el hombre ya hecho, el hombre adulto, capaz de responder libre, personalmente en la fe, esperanza y amor. Fijémonos en el anuncio/pregón de salvación de Jesús: “ya ha llegado el reino de Dios. Convertíos y creed a la Buenanueva”, Mc 1,15 y par. El que acepte el mensaje y sea bautizado será sacado de su vieja forma de vivir, transformado en nueva criatura, hombre nuevo, recreado en santidad y justicia. Es obvio que esta urgente invitación sólo puede ser dirigida al individuo humano adulto, ya maduro: ser consciente y libre, 'persona' en el sentido más pleno de la palabra.
Hablando con rigor y precisión teológica, es decir, hablando en consonancia con lo que Dios dice y no más, parece que sólo un individuo adulto puede ser llamado justo/santo, si obedece a la llamada de Dios; o bien pecador, si voluntariamente la desoye. En este punto insiste mucho A. Vanneste, según veremos. Pero ¿qué decir de esa inmensa multitud que constituye la 'humanidad infantil' que no puede oír ni desoír la llamada de Dios? 'Si fuera necesario' llegar a hablar de la situación teologal de cada individuo humano al llegar a la existencia, será inevitable el recurso a principios más altos, distintos de la llamada a la conversión, para denominarles sea pecadores, sea justos. ¿Existen esas altas verdades de fe, desde las cuales haya paso obligado, lógico, razonable y razonado para hablar de pecado o de gracia en el recién llegado a la existencia?
Desde la altura a la que ha llegado nuestra reflexión debemos mantener nuestra honradez y sobriedad intelectual y decir: el calificar de “pecado” o de “gracia” la situación teologal del recién nacido, 'por su propia naturaleza', no podrá aspirar a ser más que una 'conclusión teológica', un “teologúmeno” modesto e inseguro, de nuestro acervo de “teorías” teológicas, continuamente necesitado de un renovado apoyo cognoscitivo, argumentativo en verdades de fe más básica, más claras. Por eso, cuando la teología cristiana 'occidental' propone, en forma pertinaz, perentoria y solemne que todo hombre es concebido en pecado, de momento y hasta que por otros caminos no nos vengan mayores seguridades, hay que calificar tamaña afirmación de desmesura intelectual, de pretensión voluntariosa y enfática y, en casos, de sospechosa arbitrariedad. Como la Palabra de Dios deja sin respuesta, intocada la pregunta que nos hemos hecho, cabrían diversas hipótesis/teorías para llenar ese vacío informativo que parece preocupó mucho en tiempos pasados. Por eso, podría tacharse de desmesura el hecho de que una simple deducción, conclusión y explicación de algún dogma básico, se le magnifique hasta convertirla en una verdad por sí misma valiosa, de importancia primordial, arropada con certidumbres definitivas.
Leyendo entre líneas los innumerables textos que durante siglos sobre el PO se han escrito y en el subconsciente de los que produjeron tales textos, se advierte una disonancia entre la mínima y difusa realidad objetiva y la ostentosa solemnidad de las expresiones verbales, Menciono un punto neurálgico: han sido y son interminables los intentos por explicar la índole del pecado en que se considera incursos a los recién nacidos. El evento/fenómeno/acontecimiento se califica siempre de “pecado”, pero, siempre también, de pecado peculiarísimo. Si alguien busca mayor concretez sobre esta peculiaridad, no la encontraría. Los incontables ensayos para explicar la esencia del PO termina siempre hablando de que es inexplicable. Y, en seguida, se busca protección y prestigio en la zona de lo inefable, bajo el dosel sagrado del “misterio del PO”. Aunque el lector reflexivo siempre queda con la duda de si ese misterio lo propuso Dios o se lo crearon los teólogos para supropio servicio, fatigados en el empeño de explicar lo inexplicable. ¿No será que el PO es inexplicable por ser inexistente?

3. EL PECADO ORIGINAL, ¿COSA DE NIÑOS?

Los teólogos que, todavía en nuestros días, conservan la teoría del PO, no dejan de percibir lo estridente de la afirmación de que todo hombre haya sido concebido en pecado. Cierto es que, inmediatamente, se esfuerzan en quitar hierro a la afirmación aplicando al evento el calificativo de 'original'. Se trataría, pues, de un pecado verdadero, real y formalmente tal, pero “analógico”, por extensión de significado, por metonimia. Magro consuelo, porque, en dicha fórmula, pecado es lo sustantivo y fuerte, y lo de 'original' es adjetivo, adveniente. Inclusive, bajo ciertos aspectos, el denominado “original” es recalificarlo como el máximo pecado humano, a juzgar por la solemnidad con que se le hace entrar en la historia y por las nefastas consecuencias que acarrea para cada individuo y para la humanidad entera, por los siglos de los siglos el PO: originante y originado.
Para rehuir la estridencia que resulta de llamar pecador a boca llena al recién concebido, varios teólogos actuales, de primera intención al menos, dejan intocados a los niños al hablar del omnipresente PO y concentran todo el peso de la acusación de ser 'pecador' en el hombre adulto. Sólo en forma derivada, extensiva, marginal, extrapolando conceptos y situaciones, como un tema fronterizo, como un 'caso límite' se podría hablar del PO en los niños. El PO es algo del todo serio. ¡El PO no es cosa de niños!
Esta dirección culmina, en cuanto yo conozco, en un texto de J. I. González Faus, muy tajante y expresivo. Critica él el proceso por el que, sobre todo desde Agustín y durante quince siglos, el problema del PO se ha centrado en torno a los niños. «Lo trágico del proceso que acabamos de describir es que “convirtió lo que es un caso límite (a saber: en qué sentido puede el niño tener PO), en el primer analogado de la definición del PO”. Y la teología del PO  ha cojeado siempre de este defecto de conceptualización: haber querido edificarla y deducirla a partir de los infantes. Hasta el mismo Tridentino, como ya vimos, se encuentra prisionero de esta hipotética historia. El error es comparable al que se cometería si se quisiera aplicar el concepto de persona al recién nacido. El concepto de persona sólo se realiza plenamente en el adulto, por derivación y como caso extremo, en los niños. Habría sido más sencillo decir que el niño sólo puede ser pecador en la misma manera deficiente e incoativa y dinámica en que es persona. Y que, por tanto, cuando el PO se predica de los niños, tiene un sentido totalmente análogo, no sólo al pecado personal, sino incluso respecto del PO, cuando se predica de los adultos. El niño ha entrado en esta historia de deterioro que él, en uno u otro grado, ratificará y hará suya con sus pecados personales» (J.I.G. Faus; 'Proyecto de Hermano. Visión creyente del hombre'). No puedo detenerme a comentar por extenso esta opinión (La explicación de G. Faus sobre el PO mejora en varios momentos importantes la explicación tradicional, especialmente cuando elimina la teología de Adán. Pero, tal vez, se aproxima demasiado a la postura luterana que habla del PO como de una corrupción existencial de la natura humana y le concede el rango y fuerza de 'pecado permanente' en la vida humana). Propongo la mía de forma más esquemática:
         Plenamente de acuerdo con los que denuncian como notable y hasta trágico error el haber llamado pecadores a los niños recién llamados a la existencia. Y añado: error por partida doble, a) por el duro y mero hecho de llamarles pecadores; b) por el empecinamiento y solemnidad con que  lo hicieron durante más de quince siglos.
         Algunos, veremos pronto, optan por dejar a los niños en una especie de 'ínterim', o tierra de nadie, entre el pecado y la gracia: tales conceptos no serían aplicables a los recién nacidos, a los no-adultos.
         En esta línea González Faus ofrece una auténtica novedad. Se dice, desde siglos, que el concepto de pecado, por ser una acción mala perpetrada consciente y libremente, sólo se aplica al adulto. Del niño, por derivación y analogía, por cierto muy estirada y difusa. Repetido esto, González Faus añade por su cuenta que, incluso en referencia al PO, el primordial sujeto del mismo, el primer analogado, sería el adulto. Se hablará de PO en el niño sólo por derivación, por extensión .de significado y abusivamente, al parecer.
         Esta afirmación me parece un 'novum absoluto' en la historia de la doctrina católica sobre el PO. En san Agustín, en los escolásticos medievales, en la teología tridentina, en los neoescolásticos, el PO, en cuanto era una magnitud teológica diferenciada y contradistinta del 'pecado personal', tenía su realización 'única y exclusiva en los niños'; era 'achaque de niños'. Los adultos no tienen PO. Lo afirma el Tridentino respecto a los adultos bautizados. Respecto a cualquier adulto afirma santo Tomás, sin que nadie le contradijese que, llegado a la edad de la deliberación, o bien el adulto se adhiere a Dios por el acto del amor y entra en estado de gracia, o bien rechaza a Dios y entra en estado de pecado personal (DS 1515; Sto. Tomás en Summa Theol., I-II. 89, a.6; De Veritate, q.24, a.12.2m.; De malo, q.5,a.2,8m; q.q. 10,8m).

Podrá el adulto tener muchos pecados, pero el PO, ese tipo de pecado no lo tiene.. Cierto que, según dicen, sufre más que los niños las sedicentes presuntas consecuencias del PO. Pero ningún adulto tiene PO. Aunque siga penando por haberlo tenido. Tanto si es bautizado como si no lo es. Cierto, la afirmación es difícil de compaginar con la sinceridad del perdón otorgado por Dios. Pero ahí ha estado, inhiesta y rígida, resistiendo los siglos. Por lo demás, afirmar que el PO se encuentra de suyo primordialmente en los adultos, sólo podrá mantenerlo quien identifique el PO con la concupiscencia. Sea en forma dura y expresa, como los protestantes, sea en forma implícita, como los jansenistas.
         Una vez más, a lo largo de su milenaria historia, el PO cambia el rostro de su 'misteriosa' y hasta camaleónica figura. Me parece que se quiere dar paso a “otro PO”, desconocido pro la tradición 'católica', acercándose a la doctrina protestante sobre el PO, como 'natura corrupta'. Corrupción más densa y vivaz en el adulto que en el niño, como es obvio. Los modernos teólogos protestantes hablan del “Wesensünde”: pecado esencial; o del “Ursünde”: pecado radical, que cobra su pleno vigor en el adulto. En el recién nacido apenas tendría sentido hablar de PO como de una forma específica de pecado, porque los teólogos protestantes ven la entera existencia humana como un 'existir-en-pecado'. Por tanto, tiene poco interés el distinguir entre pecado grave/leve; mortal/venial; personal/original; actual/habitual, como hacen los moralistas católicos. Para la antropología protestante ningún ser humano es 'inocente' en el sentido teológico de la palabra.

Finalmente, hablando del PO pienso que hay que decir, siguiendo la tradición, que 'los niños son el caso paradigmático, prototípico del PO'. En riguroso decir teológico son el caso 'exclusivo'. Ningún adulto tiene PO, aunque sean ellos los que sufren las peores consecuencias del mismo. Cuando proponemos que todo hombre entra en la existencia en Gracia y amistad de Dios nos alejamos de todo PO, en niños y adultos.

Terminadas de leer las anteriores páginas no debe quedar la impresión de que la gran teología cristiana occidental y sus más excelentes teólogos, al discutir sobre el PO, habrían discutido una cuestión infantil, vale decir marginal, secundaria, periférica dentro del Cristianismo. Menos aún se debería hablar de una cuestión bizantina. Desde luego, para ellos no lo fue. Le dieron relevancia de primer grado por motivos que se verán aflorar a lo largo de la exposición. Ya ahora los adelantamos en esquema, para completar el presente capítulo y preparar el siguiente.
Ejemplo paradigmático san Agustín, reconocido universalmente como el teólogo del PO, incluso como su “inventor”.
         Le parecía imposible a Agustín superar el pelagianismo y el maniqueísmo, si no se admitía que todo ser humano entra en la existencia en situación teologal de PO. En treinta años de polémica antipelagiana fue reiterativo y hasta cargante en expresar esta convicción.
         En dirección antimaniquea explicaba: la gran miseria que sufren los niños ya al nacer, es incompatible con la justicia de Dios, si no se admite en ellos el congénito PO.
         En dirección antipelagiana sostiene: imposible salvaguardar la plena, universal eficacia de la redención de Cristo, si no se afirma que los niños, al ser bautizados, son redimidos del PO, por la virtud de la Cruz de Cristo, también del PO.
         Pensó que la eclesiología cristiana (la suya, al menos) sufriría un duro quebranto si los niños no entran en la Iglesia por el rito bautismal que les limpia del PO contraído al entrar en la existencia.
         Su experiencia de hombre, de pastor de almas (y el texto de Rom 7) le convencen de que existe en el hombre histórico  la dura necesidad de pecar (= peccandi duta necessitas). Hecho inexplicable, si no se admite que tal necesidad está ahí, como castigo divino por el PO, originante y originado.
Brevemente, a san Agustín y sus seguidores (más bien rutinarios) durante siglos se les venía abajo todo su Cristianismo, si les quitaba su punto de apoyo en el PO [Podría pensarse que san Agustín encontró el PO en la raza humana como consecuencia de sus lecturas de la Biblia y de la Tradición. Me parece históricamente seguro que no fue así. Agustín llega a la conclusión de que existe el PO por otros caminos lógicos-cognoscitivos; por su experiencia de hombre y de pastor de almas, por su interés contra 'herejes' de varios tipos. Y, como llevaba la idea de la caída y corrupción de la humanidad en la mente, por su formación tanto humanista-filosófica como cristiana, le resultó fácil encontrar apoyos en la Escritura y Tradición. Utilizó un método/camino muy recorrido por los teólogos especulativos-sistemáticos hasta hoy mismo: convicciones teológicas, adquiridas por otros procesos, se las intenta corroborar con 'dichos' de la Escritura. En vez de seguir el proceso inverso: hacer a la Palabra de Dios el inicio, juez y criterio de las conclusiones y convicciones teológicas previamente adquiridas].
La afirmación de que todo hombre nace en el PO, al ser presentada dentro de este cuadro de verdades solemnes, segurísimas y apuntada por ellas, es sacada de la marginalidad que le es propia y es, por muchos teólogos, elevada a la categoría de evento -eje de la actual historia y economía de la salvación y de la reflexión teológica que sobre ella se ejerce.
Pero una teología que quiera ser crítica y radical, es decir, que estudie el problema desde sus raíces, no puede menos -en la situación actual de la discusión- de hacerse esta única, pero bifaz pregunta:
         ¿Es que para mantener esas altas y segurísimas verdades es necesario llegar a decir que todo hombre nace en PO?
         ¿No es más cierto que, al afirmar y mantener que todo hombre entra en la existencia en amistad y Gracia de Dios, aquellas solemnes y segurísimas verdades reciben una explicación más católica, más cumplida y más razonable, dentro de la analogía de la fe?

Pregunta bifronte que reiteraremos a lo largo de nuestra exposición. Es claro ya que la respuesta a la misma depende el ser o no ser de la teoría/hipótesis del PO. Pasamos ya a la exposición sistemática de nuestra decisión. Es decir, una exposición que parta y razone desde principios seguros para todos los teólogos. Al menos en la hodierna situación de la teología católica.



BUSQUEMOS UN ADECUADO PUNTO DE PARTIDA



CAPÍTULO  II

BUSQUEMOS UN ADECUADO PUNTO DE PARTIDA
A tenor de lo indicado, cualquier afirmación sobre la situación teologal del hombre al entrar en la existencia, por su propio eso interno, por su contenido específico, no podrá aspirar a ser más que una modesta afirmación secundaria, marginal, deducida, como 'conclusión' de principios más altos y firmes de nuestra fe. Desde ellos hay que partir para decir algo serio sobre la situación teologal de niños y adultos, sea de pecado, sea de gracia. Nominalmente para seguir manteniendo la atrevida afirmación de que alguien nace en pecado.

1. HAY QUE EMPEZAR DESDE CRISTO

Por mi parte, también en el problema que nos ocupa, creo pertinente seguir el consejo/consigna que san Buenaventura da a todo investigador teológico: 'Incipiendum est a Christo = hay que comenzar por Cristo'. Que se vea claro que Él tiene el primado de todo, Col 1,18: en la realidad objetiva de las cosas y en el pensar teológico. Incluso cuando éste se decida a hablar del oscuro e inefable PO.
El misterio de Cristo debe ser el punto de partida, de referencia sostenida en toda reflexión creyente sobre el misterio del hombre, en cualquiera de sus vertientes de gracia o pecado, y en cualquiera de sus momentos -de niñez o adultez- en que haya de ser contemplado. Recordamos aquí las conocidas palabras del Vaticano II: 'el misterio del hombre sólo en el misterio del Verbo encarnado puede ser plenamente esclarecido' (GS 22).
Por otra parte, después de tantas discusiones, oscilaciones, explicaciones divergentes y encontradas sobre el PO, se ha llegado a un 'consenso' en este punto: el problema del PO sólo desde el misterio de 'Cristo Salvador' puede/debe ser propuesto y, en lo posible, esclarecido. Conservadores de la teoría clásica, reformuladores de la misma, negadores explícitos de dicha teoría, todos apoyan sus respectivas y encontradas opciones sobre las exigencias que conlleva la mejor confesión y vivencia de un dogma nuclear de nuestra fe: la necesidad radical, absoluta que todo ser humano, en cualquier momento de su existencia, tiene del Salvador; si ha de ser grato a Dios y obtener la vida eterna. Desde esta visión decidida y expresamente 'cristocéntrica' se nos podrá desvelar la auténtica dimensión teológica y antropológica del enojoso problema del PO. Terminado cualquier largo platicar se trata de ver si, desde el misterio de 'Cristo Salvador', es necesario y pertinente decir algo 'concreto' sobre la situación teologal de cada hombre al llegar a la existencia, ¿situación de pecado?, ¿situación de gracia?, ¿o hay que desistir del empeño?

2. LLAMADA DEL HOMBRE A LA VIDA ETERNA EN CRISTO

Según frase de G. Marcel, en referencia al hombre, más y antes de hablar de 'naturaleza' habría que hablar de 'vocación'. En perspectiva teológica rigurosa ha de ser así: la 'naturaleza' del hombre -siempre que sea preciso utilizar este concepto filosófico-teológico- viene determinada por la 'vocación': por el destino último para el que Dios le ha creado. La estructura ontológica del ser humano viene configurada según lo exige la finalidad a la que el Artífice divino le destina: participación en la vida íntima de la Trinidad. Por ser forma “beatificable” (= forma beatificabilis), por eso Dios lo pone en la existencia como ser espiritual, capaz de vida inmortal, capaz de Dios por conocimiento y el amor; capaz de oír la llamada de Dios, de aceptarla o de rechazarla, creado a su imagen y semejanza. Todo lo que el hombre es, lo que hace y lo que le acontece hay que mirarlo, en última instancia, desde este alto punto de mira. Él es la clave hermenéutica para leer los eventos todos, de gracia o de perdición, que el hombre le ocurren en la 'actual y única economía que Cristo preside y cualifica'.
Es oportuno recordar y utilizar aquí la doctrina que juzgamos más adecuada y completa sobre el primado de Cristo en el designio divino que preside la actual economía e historia de salvación. Es ella un comentario teológico-expeculativo a los textos neotestamentarios sobre Cristo a quien el Padre dio el primado en todo, Col 1, 18; Ef 1, 3-14.
Porque Dios es Amor infinitamente liberal (= Ágape) quiere que Alguien distinto de Sí, Cristo, le ame con el máximo amor posible. Quiere, después, que otros le amen al lado de Cristo  (= vult habere alios condiligentes): quiere multitud de hombres para la corte celestial. Luego, quiere todo el mundo de los seres para el bien del hombre, gloria de Cristo, de la Trinidad. Por eso, en el orden de la ejecución, Dios llama al universo material, al hombre del no-ser al ser en Cristo, cf. Gn 1-2. Llama/crea al pueblo de Israel; entra en la historia el Hijo de Dios; es creada la Iglesia. Las diversas alternancias de acontecimientos de gracia y de perdón, de pecado y de perdón ocurridos a la comunidad humana y a cada hombre, hay que contemplarlos desde esta perspectiva decididamente cristocéntrica. Advirtiendo que Cristo y su gracia son genética y cualitativamente primero que el pecado y que la 'des-gracia'. Los cuales advienen y sobrevienen con posterioridad -incluso cronológica/histórica- a la gracia inicial recibida en Cristo.
Si este enfoque cristocéntrico y “caritológico” lo proseguimos en forma consecuente, hay que decir que la reflexión del teólogo sobre la situación teologal del recién llegado a la existencia ha de ser iniciarse, continuarse y concluirse desde la realidad y operatividad de Cristo 'Salvador'. Este alto punto de mira es adoptado por san Pablo cuando quiere expresar su conocimiento más profundo de los acontecimientos ocurrentes en la 'actual', concreta, 'única' economía e historia de salvación. También el Vaticano II acude a estos textos paulinos cuando quiere que nos fijemos en la profundidad última de los diversos acontecimientos de la historia de salvación ( Ef 1, 3-23; Rom 8, 28-30; 1Cor 2,7; Col1, 15-19; LG 2-3; DV, 2; Ad Gentes, 2-5). Si en algún momento de ella fuere necesario llegar a hablar del PO en el recién nacido, que se haga según la medida de Cristo. No, directamente, para refutar herejes de signo maniqueo o pelagiano. O bien poner freno al orgullo prometeico y autosuficiente de cualquiera humanismo moderno.

3. VOLUNTAD SALVÍFICA UNIVERSAL DE DIOS Y PECADO ORIGINAL

Proseguimos y reforzamos la misma idea desde otra perspectiva, ahora más directa y explícitamente 'teocéntrica'. El recuerdo de este dogma nuclear de nuestro Cristianismo lo creo justificado desde un doble punto de vista: histórico y sistemático. Este dogma constituye el fundamento de nuestra argumentación 'sistemática' a favor de 'Gracia inicial en todo hombre' al entrar en la existencia. 'Desde el punto de vista histórico' convendrá recordar esto: una de las razones decisivas (no la única) que llevó a san Agustín a recurrir a la teoría del PO, ya antes de la controversia pelagiana, fue la idea angosta y restringida que tenía sobre la voluntad salvífica de Dios, 'en la actual economías/historia de salvación'. Para salvaguardar la alta idea que sobre la gratuidad absoluta de la Gracia él tenía, creyó indispensable afirmar que, en esta 'actual' economía de gracia en que el hombre histórico está inmerso, la elección divina para la vida eterna se concede a muy pocos. De lo contrario, es decir, si la elección fuese para la mayoría o para todos, ya no sería propiamente elección-selección-predilección, sino una especie de destino connatural, exigencia inseparable de todo hombre. Por otra parte, el cargante pesimismo de la época y de la cultura en que le tocó vivir, las cotidianas experiencias pastorales de una Cristiandad notablemente tibia, relajada pudieron enmarcar este pesimismo del obispo de Hipona. En todo caso, surge la pregunta -recurrente a lo largo de la tradición cristiana, ¿cómo salvaguardamos la bondad y justicia del Creador ante el hecho de la salvación de 'muy pocos'? Querían que la elección/predilección divina de 'unos pocos' no apareciera arbitraria, hiriente aceptación de personas, divino favoritismo, sino expresión de la omnímoda gratuidad y libertad de Dios en la concesión de sus dones. Para ello les pareció imprescindible explicar esta drástica restricción en el número de elegidos, dentro de este esquema:
El originario primer proyecto divino de comunicar su vida divina al género humano no tenía límites, era absolutamente universal. El proyecto que estaba en el corazón del Padre antes de la creación del mundo (Ef 1, 1-15) quedó historificado, tomó cuerpo en la persona del Adán paradisíaco, cabeza física, moral, sobrenatural en quien toda su descendencia estaba agraciada y puesta en camino abierto y seguro de salvación. Pero Adán pecó, fue infiel a su misión: 'con, en y por'  él todos pecaron. La entera raza humana quedó convertida en masa de pecado, en masa de perdición y condenación. Por tanto, lo que esta raza perdida y cada individuo humano merece es la condenación eterna, por justísimo juicio de Dios contra ese tropel de hombres corrompidos por 'el viejo pecado'. Sin embargo, de esa “masa de perdidos” selecciona unos 'pocos' para la vida eterna. Cuando los pocos son elegidos, pura gracia divina es; cuando los 'muchos' son dejados en su condición de vasos de ira, es justo castigo de Dios por razón del universal pecado que contrajeron en Adán.

«Con razón esta doctrina agustiniana se juzga hoy ruda e inaceptable al pensar y al sentir cristiano. Sin embargo, estuvo en vigor -con atenuaciones más bien irrelevantes- a lo largo de siglos en la Cristianada 'occidental'. En el siglo XVI los protestantes llevaron al paroxismo esta convicción, especialmente los calvinistas, con su propuesta del horrible doble decreto correlativo de salvación o condenación. Impactaron estas ideas a grupos católicos, como bayanos y jansenistas. En todos los casos se reconoce este hecho: las restricciones impuestas a la voluntad salvífica de Dios marchan en simbiosis, son correlativas a la dureza con que se cree en la doctrina del PO. Siempre bajo idéntica perspectiva: la raza humana, globalmente considerada, es una humanidad “caída-corrompida-perdida” por el PO, fuente irrestañable de otros pecados. La figura del inevitable, asenderado 'hombre caído' (= homo lapsus) de la antropología 'católica occidental', aparece al lado del hombre “totalmente corrompido”, según propone la teología protestante ortodoxa. Se cultiva una visión radical e intensamente infralapsaria, hamartiocéntrica, “pecadorista” de la 'actual' historia de salvación, con las consecuencias que iremos viendo en nuestra exposición y que, por lo demás, son demasiado conocidas» (W. Simonis).

En el siglo XVI, la Cristianada católica descubre el continente americano y los demás continentes como un inmenso campo de evangelización. A ampliarse el horizonte ecuménico, la eclosión misionera de los mejores “conquistadores”, provoca una ampliación generosa, una intensificación del concepto de la voluntad salvífica de Dios. El proceso culmina en la rica e ilimitada visión que de la voluntad salvífica ha logrado la teología católica a finales del siglo XX. Nuestra reflexión toma como punto de partida esta amplia y fecunda idea de la voluntad salvadora de Dios y hacemos una aplicación concreta al al tema del PO.. Precisamente, la teoría del PO tuvo un influjo nefasto a la hora de limitar la universalidad real de la voluntad salvífica de Dios. Logró el PO empañar y oscurecer, en forma notable y desagradable, este dogma nuclear de nuestra fe. Vamos a hacer algunas reflexiones actuales sobre el mismo. Luego nos preguntaremos si el 'dogma' de la voluntad salvífica de Dios tolera que a su lado se siga diciendo que todo hombre nace en PO. Subrayamos un par de rasgos de esta voluntad salvífica.
Recordamos en primer término, 'la universalidad omnímoda' del designio salvador del Padre, Ef 1, 3-14 y par. No hay motivo para imponer restricciones a esta afirmación de Pablo: 'Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad' (1 Tim 2,4). Me parece que la teología antigua tergiversaba y restringía la universalidad propuesta por san Pablo por querer salvaguardar su 'teoría del PO'. Porque, explicaban, existió una primera, originaria, paradisíaca, “adamocéntrica”, supralapsaria economía de gracia en la cual el designio salvador del Padre abarcaba, sin limitaciones, a todo ser humano y era del todo efectivo. Pero, el grandioso pecado de Adán provocó la liquidación del proyecto primero y ocasionó la puesta en marcha de otra economía de gracia: hamartiocéntrica, infralapsaria, restringida en su efectividad respecto a la posibilidad real de salvarse los hombres. Nominalmente el recién llegado a la existencia queda desatendido por la voluntad salvadora de Dios. Al menos en la forma personal y próxima que veremos en seguida.
Todavía una matización sobre esta universalidad del designio salvador del Padre. No hay que entenderla como referida principal -y menos exclusivamente- al género humano como si fuese un inmenso colectivo, un universal indiferenciado y abstracto que englobase a los seres humanos en forma anónima, en masa, en tropel. Dios no conoce por ideas 'universales', como sería la de humanidad; elige y ama a cada hombre en su individualidad concretísima, en su singularidad personal. A cada uno de los suyos (que son todos los hombres) lo llama por su nombre; cf. Apo 2,17; 3,5; Jn 10,3; Sal 146, 4. Lo llama por su nombre del no-ser al ser, y del ser creatural al ser en Cristo. Distributivamente, contados uno a uno cada hombre es beneficiario de la voluntad salvadora de Dios y porque tiene 'en' Cristo un único destino de salvación, por eso forma ante el Padre una sola familia, un solo pueblo. Es pura fabulación mítica pensar en el Adán paradisíaco como centro unificador del género humano, ni para la gracia ni para la desgracia. Se estaba glorificando a un imaginario Adán, pero se oscurecía la gloria de Cristo, Mediador único de toda gracia.
La teología católica actual enriquece su concepto de la voluntad salvadora de Dios diciendo que es una 'voluntad seria, sincera, creadora, operativa, eficiente'. Cualidades que no son fruto de omnipotente infantil deseo de cariño paterno y celeste, sino que se funda sobre la firme realidad histórica del amor de Cristo, que se entrega y resucita por todos.

4. VOLUNTAD SALVADORA DEL PADRE MANIFESTADA EN CRISTO

Las mencionadas cualidades que a la voluntad salvadora atribuimos no se les tache de apriorismos. El sentir y el pensar cristianos los han decidido al contacto intelectual y volitivo de los hechos que han tenido lugar en nuestra historia terrenal. La decisión salvadora que estaba en el corazón del Padre antes de la creación del mundo, se ha encarnado, ha tomado cuerpo, se ha hecho tangible en Jesús, el Cristo. La encarnación, vida, muerte, resurrección, glorificación de Jesús son la señal visible, el 'Sacramento' que manifiesta aquel misterio escondido desde los siglos en Dios. Cuando el Verbo asume a sí y hace suyo al individuo Jesús de Nazaret, eleva hasta sí y asume, en cierto modo, a todo ser humano. Todos aquellos seres que sean discernibles como consanguíneos, concorpóreos del Hombre Jesús de Nazaret, quedan ungidos por la presencia e influencia vivificante del Verbo. El cual, al llegar al mundo, ilumina a todo hombre, Jn 1,9; recibe un bautismo de sangre por todos, Lc 12,50; se consagra al Padre por todos, Jn 17, 19-20; en él todos son con-resucitados y co-asentados a la derecha del Padre, Ef 2, 5-6.
La teología contemporánea habla de esta universal, originaria, radial influencia vivificadora de Cristo al proponerle a él como 'Sacramento universal/radical de salvación'. Sin que sea permitido hablar de limitaciones epocales, grupales, circunstanciales. Cristo es el Tiempo (= kairós/oportunidad de salvación) de Dios para nosotros (K. Barth). Por eso, todo el tiempo de nuestro vivir humano -individual y comunitario- es tiempo de Dios y tiempo de Cristo para nosotros: desde el primero hasta el último latido vital. Desde el inicio al final de la historia.
Mencionamos -y no es preciso hacer más- algunas cuestiones colaterales en relación con el tema de la universal voluntad salvadora del Padre manifestada en Cristo:
         Como es voluntad, calificada de sincera/operativa, se concreta en cada individuo humano, en cada momento de la historia religiosa de cada hombre y de la humanidad, es incognoscible para nosotros. La teología clásica habla, con razón, de los insondables caminos que Dios sigue en la 'distribución de la gracia', cf. Rom 9.
         La voluntad salvadora de Dios sincera/operativa no implica el que, de hecho, todo hombre llegue a la vida eterna. La libertad humana conserva la 'posibilidad' real de decir 'no' a la invitación divina y autoexcluirse de la vida eterna. Pero es del todo inadmisible para nuestra fe católica el que alguien, sin culpa personal, quede excluido de la Vida ni en el tiempo ni en al eternidad.
         La mediación y sacramentalidad de Cristo en la realización de la voluntad salvadora del Padre se continúa en la Comunidad de los creyentes, la Iglesia. Por desgracia los cultivadores seculares de la teoría del PO malentendieron el axioma “fuera de Cristo/de su Iglesia no hay salvación” precisamente bajo la nefasta influencia de la teoría del PO.

Desde estos altos y seguros principios dogmáticos surge la pregunta que nos ocupa, ¿cómo se concreta la voluntad salvadora del Padre respecto al hombre recién llegado a la existencia?, ¿cuál es su relación personal con Cristo, Sacramento universal de salvación? En una palabra, ¿cuál es la situación teologal del hombre al llegar a la existencia? Pregunta que, si somos un poco críticos, ha de retrotraerse a otras ya anteriormente hechas: ¿merece la pena hacerse semejante pregunta?, ¿es posible encontrar una respuesta satisfactoria?, ¿qué valor y qué consecuencias van inherentes a cada una de las posibles respuestas?

POSIBLES RESPUESTAS A LA PREGUNTA SOBRE LA SITUACIÓN TEOLOGAL DEL HOMBRE AL ENTRAR EN LA EXISTENCIA


CAPÍTULO III    

POSIBLES RESPUESTAS A LA PREGUNTA SOBRE LA SITUACIÓN TEOLOGAL DEL HOMBRE AL ENTRAR EN LA EXISTENCIA

No es  usual preguntar por la existencia o no existencia del PO desde la perspectiva en que aquí lo hacemos. Sin embargo, juzgamos ventajoso iniciar toda la inmensa problemática que acompaña al PO desde el punto de partida ahora elegido, consecuentes con la índole sistemática que queremos imprimir en este estudio. Ya de entrada quitamos a los profesantes de las doctrina del PO la solemnidad y dogmatismo con que proponían que todo hombre, al entrar en la vida, se encuentra contagiado-ya con la mancha del PO. Al oír tamaña afirmación, surge la inevitable pregunta, ¿cómo, sobre un momento oscuro, marginal, impreciso de la historia religiosa de cada hombre, han logrado los teólogos cristianos adquirir certezas tan elevadas, tan cargadas de antecedentes, concomitantes y consecuencias -claramente siniestras-, para el concepto y vivencia creyente de Dios, del Salvador, del hombre imagen de Dios? Ya se suele decir que, en temas de protología y escatología, los teólogos -siguiendo el camino de los creadores de mitos-, han dado muestra de excesiva imaginación, escasa sobriedad y de cierta pretenciosa sabihondez en preguntas y en respuestas.
Más adelante diremos algo sobre los senderos por los que se acarreaban los materiales para elevar la grandiosa teología del PO, ajenos sus constructores a toda labor crítica sobre la tarea que iban realizando. Pasamos ya a mencionar las respuestas que realmente pueda recibir la pregunta formulada. Las resumimos en estas cinco que a continuación comentamos.


1. UN PROBLEMA SECUNDARIO, MARGINAL, IRRELEVANTE EN EL CONJUNTO DE NUESTRO SISTEMA CRISTIANO DE CREENCIAS

Parece la propuesta más obvia, desde el punto de vista de la teología sistemática. Insistíamos antes en ello: el destinatario de la Palabra de Dios es la comunidad de hombres 'adultos'. Ellos son los únicos, inmediatos, directos oyentes de la Palabra y los únicos respondientes de la misma en la fe, esperanza y amor. Sin embargo, la historia de la teología occidental no puede escribirse sin encontrarla, en diversos momentos, llena de aguda preocupación y haciendo largos discursos sobre la situación teologal de la humanidad infantil. Nominalmente, la afirmación de que todo hombre es concebido en PO cobró una importancia histórica de primer grado. Al entrar en el tercer milenio podremos alejarnos reposadamente de tal teoría pero no podemos menos de discutir la pregunta y la respuesta que daba la teología tradicional. Hoy mismo, la pastoral cristiana está preocupada por la dignidad y respeto que al niño se le debe como real, aunque inicial 'persona humana', a nivel natural. Su personalidad/dignidad sobrenatural/teológica también ha de ser objeto de reflexión. Sobriamente, y en el contexto de las otras verdades de fe, piadosamente, como aconseja el Vaticano I, DS 3016.

2. SITUACIÓN INDIFERENCIADA ENTRE GRACIA Y PECADO

Varios teólogos contemporáneos se ven precisados a hablar de la situación teologal del recién nacido, porque el estudio de la secular creencia en el PO obliga a ello. Pero rehuyen hablar de “pecado original” en los niños, al modo como lo hicieron san Agustín y toda la teología clásica. Pero, por otra parte, tampoco les parece justificado hablar en ellos de 'estado de gracia' y amistad divina en el sentido teológico, propio de la palabra. Optan, pues, por proponer para el recién nacido una especie de estado(situación intermedia, aunque ellos no usen esta expresión: situación neutra, indiferenciada e indiferenciable entre la gracia y el pecado.
Mencionamos, en primer término, a E. Guttwenger. Como acabamos de hacer nosotros, también Guttwenger parte del hecho de que todo hombre está llamado a la participación de la vida divina por la incorporación a Cristo. Por eso, al entrar en la existencia entra acogido -ya al amor y providencia sobrenatural de Dios-, en la “zona de influencia” -si vale la expresión- de Cristo Salvador. Siendo real esta influencia y presencia del Salvador en todo hombre, no parece admisible hablar de 'pecado' original, en el sentido tradicional, fuerte de la palabra. Tampoco habría motivo para hablar de un estado de gracia que implique una incorporación real -ya a Cristo: la recepción de una gracia santificante y transformante del hombre. El recién nacido estaría, por tanto, en situación de tgodavía-no de la gracia e incorporación a 'Cristo, Sacramento universal de salvación'. La razón es que el infante 'todavía-no' ha podido tomar una decisión personal, libre a favor o en contra de Cristo, en la fe y el amor. La vieja expresión “pecado original”, de tener algún sentido aceptable, quería expresar esta mera ausencia, mera carencia de relación libre, personal, positiva del recién nacido a Cristo sea pro la fe, sea por el sacramento de la fe. El recién nacido no puede ser ni formal/propiamente justo, ni formal/propiamente pecador. Tampoco se encuentra en relación meramente neutra o negativa respecto a Cristo. Está en tensión dinámica, progresiva, en ordenación interna, tensional hacia Cristo; aunque no llegue a estar positiva y personalmente incorporado a él. Por eso hemos hablado de un 'estado intermedio' del niño respecto a la gracia y el pecado.
No lejos de esta posición encontramos a K. Rahner. Contempla éste al recién nacido en tensión dialéctica entre gracia y pecado; envuelto en un 'existencial de perdición'; pero también en un 'existencial de gracia/salvación'. El existencial de gracia no conlleva el que el infante se encuentre ya formal y personalmente justificado/agraciado; pero sí que se encuentre “situacionado” por la Gracia, en positiva tensión dinámica hacia la futura deificación formal, interna, personal. Ésta se realizará e historificará por un acto personal de amor a Dios o por un sacramento. Pero, simultáneamente y con pareja intensidad, el recién venido al mundo se encuentra “situacionado” por ese existencial de perdición que llamamos el 'pecado del mundo'. Y este existencial de perdición sería lo predominante y denominante de la situación teologal del hombre al entrar en la vida. Y hasta que un sacramento o la decisión personal no le incorpore plenamente a Cristo. Este hecho es lo que querría subrayar el lenguaje tradicional cuando habla del 'pecado original', de enemistad con Dios en el recién nacido.
Tal vez se A. Vanneste quien, con mayor vigor, insiste en alejar del recién nacido tanto el calificativo de justo, como el de pecador:
«Estrictamente hablando no tiene sentido ninguno el hablar sea de estado de gracia, sea del estado de pecado en un ser humano que aún no es verdaderamente hombre, en un niño que todavía no ha llegado a la existencia humana en el sentido pleno de la palabra; es decir, en alguien que todavía no ha podido tomar conscientemente una postura a favor o en contra de Dios. Estado de pecado y estado de gracia son términos mediante los cuales se califican las relaciones personales existentes entre Dios y el hombre consciente, que ama a su Creador o bien rehúsa abrirle el corazón. Sólo por extrapolación se pueden aplicar dichas categorías al caso del recién nacido... considerado en el momento en que todavía no se es capaz de ningún acto humano, el hombre se encuentra, como hemos dicho, en un estado preteologal. Estrictamente hablando nuestras categorías no se aplican más que a los adultos, a los hombres conscientes».
Éste y otros textos de A. Vanneste nos advierten con firmeza de que el recién nacido sólo en sentido impropio, germinal, traslaticio, metafórico, por denominación extrínseca puede ser denominado “pecador”, o “justo”. Si hablásemos en rigor, deberíamos hablar de una situación pre-teologal, palabra sin duda muy expresiva. Por eso, en este contexto no tendría mucho sentido la pregunta que viene ocupándonos últimamente, ¿cuál es la situación teologal del ser humano al entrar en la existencia? Sería casi un apriorismo, puesto que no hay tal “situación teologal”, sino una “pre-teologal”. Situación que al teólogo serio sólo marginalmente, en caso extremo, casi sólo por curiosidad profesional, debería interesarle.
La propuesta de A. Vanneste debería desilusionar a los conservadores de la doctrina tradicional sobre el PO en el recién nacido. Durante siglos acarrearon material para elevar un grandioso monumento doctrinal al PO. Una cuestión que, por su propia naturaleza, era fronteriza entre la ciencia teológica seria y la vagorosidad de lo mítico, fue transformada en 'dogma básico' sobre el que hacían girar toda la 'actual' historia y economía de la salvación. Ya antes hice alusión a la desmesura, intelectiva y volitiva, de semejante solemnización.
Cuando, más adelante, 'con toda seriedad teológica', expongo mi convicción de que todo hombre nace en 'Gracia original', tendré a la vista la opinión de estos autores, a fin de no buscar para mi propuesta ninguna solemnidad inmerecida. Pero, ya desde ahora advierto que, si bien una correcta teología 'católica' no debe aplicar la categoría (en este caso, 'acusación') de “pecado” a un recién nacido, sin embargo la categoría de agraciado/justo sí que puede aplicarse a un niño, incluso a un “nasciturus”. Debemos evitar cualquier fatal paralelismo entre “pecado” y “gracia”: un recién llegado a la existencia es 'capaz de gracia'; pero es del todo 'incapaz de pecado'. En la actual teología existe unanimidad para afirmar que no se da, ni en el individuo ni en la comunidad humana, una situación teologal de pura y mera naturaleza. No hay una situación religiosa real del hombre que se pueda decir neutra respecto a la gracia y al pecado.
Respecto al niño, no veo motivo específico para hablar de él como sólo virtualmente pecador o virtualmente justo. Todo viador, sin distinción de niño o adulto, es o bien formalmente pecador bien formalmente justo. Aunque, dada la imperfección e inseguridad del viador, podría decirse que todo justo es virtualmente pecador y todo pecador es virtualmente justo. Es el sentido aceptable, católico del famoso dicho (de origen luterano), 'simul iustus et peccator' = todo hombre es simultáneamente justo y pecador. El niño y el adulto sin distinción de fondo Más adelante tenemos que explicar nuestra opción por la Gracia original, real y propia, del recién nacido. Y atender a las dificultades que los mencionados teólogos encuentran en nuestra propuesta.

3. UNA MENCIÓN DE LOS 'INEVITABLES' PELAGIANOS

Sí, son 'inevitables' los pelagianos siempre que se hable del PO. Pensaba san Agustín que no hay forma de refutar adecuadamente la enseñanza pelagiana sobre la gracia, si no se admite el PO en el recién nacido, con toda la carga de fatales consecuencias que el PO conlleva para la historia religiosa de cada individuo y de la humanidad. Por consiguiente, aunque en aquella época no se tematizó0 el problema, dentro del marco en que ahora lo hacemos, ambos contendientes tenían su peculiar opinión sobre la situación teologal del recién llegado a la vida. Situación inicial que afectará toda la vida ulterior del hombre.
Es conocida la oposición tajante de los pelagianos a admitir la tesis agustiniana de que el hombre reciba, al ser concebido, una naturaleza corrupta, en pecado y muerte espiritual. El gran contrincante de Agustín, el obispo Julián de Eclana dice que, hablar de pecado en los niños, es una 'auténtica barbaridad' (= probata barbaries); un 'monstruoso invento' (= prodigiale commentum). Apenas se puede manifestar mayor repulsa a la idea de PO. Pero, eliminado tan decididamente el PO, no dejaban al recién nacido en estado de pura y mera naturaleza, neutra ante la gracia o el pecado, como podría hacer un filósofo humanista de cualquier época. Para ellos, la naturaleza es ya un un don-gracia de Dios. Por eso, la contemplan sana, recta, 'santa', incorrupta, equipada por el buen Creador de la posibilidad real (= posibilitas) para todo lo recto. Acogida, sin duda alguna, dentro de una economía de salvación centrada en Cristo. Su gracia, dicen nos ayuda de muchas maneras. Si bien no llegaron a tener las ideas claras sobre la fuerza interior del Espíritu Santo que ayuda y eleva desde el interior y transforma al hombre desde lo profundo. Nunca hablan de la gracia deificante, elevadora de la 'buena' naturaleza.
En este contexto, los pelagianos no podían hablar de un estado de gracia 'sobrenatural' al estilo católico. Pero con especial energía se oponen a la idea de pecado original-congénito-natural en el niño. Por lo tanto, la  situación del recién nacido sería un estado “sui generis”, intermedio: lejos del 'pecado', pero también de la gracia en sentido católico, que ignoraban o positivamente rechazaban [Agustín y los pelagianos comparten una deficiencia fundamental: desconocen la teología del “natural/sobrenatural” en sí y en sus relaciones mutuas. Al menos tal como se ha cultivado por los teólogos católicos a partir del siglo XIII. Con su teoría del PO, Agustín mutila la 'naturaleza' a fin de que aparezca bien necesitada de la Gracia. Los pelagianos pensaban que una naturaleza no viciada no tenía necesidad, al menos absoluta, de la Gracia. Ambos explican mal la índole y raíz primera de la impotencia soteriológica del hombre y la correlativa necesidad absoluta de gracia. Pensaban, equivocadamente, que toda la cuestión se resolvía en torno a la afirmación o negación del PO. Volveremos sobre el tema en el cap. X, sobre todo].

4. LA OPINIÓN COMÚN DURANTE QUINCE SIGLOS

Aunque, según las épocas, partía de variados presupuestos culturales, religiosos y teológicos, la teología occidental, bajo el magisterio de san Agustín, sostenía unánime que todo hombre, al entrar en la existencia, se encuentra en situación teologal de verdadero, formal y propio pecado: muerte del alma, lejanía y aversión de Dios; como consecuencia/castigo del pecado de Adán. Si bien al sustantivo pecado se le añadía el adjetivo 'original', que lo cargaba de peculiaridad, oscuridad, misteriosidad. Además, creían saber todo esto con absoluta, dogmática seguridad, como Palabra de Dios. Sólo a partir de la segunda mitad del siglo XX, han comenzado a conmoverse los cimientos de tan grandioso, granítico edificio doctrinal. Elevado, dicen los críticos, sobre movediza arena. En seguida volveremos sobre el tema.

5. LA ÚLTIMA DE LAS RESPUESTAS POR NOSOTROS PREVISTA

En forma sintética, que hemos de explicar, podríamos enunciar la propuesta con estas palabras: «Todo hombre, al entrar en la existencia, se encuentra en situación teologal de Gracia y amistad de Dios, incorporado ya a Cristo, Sacramento universal de salvación: en estado de 'gracia original'».
Podemos, por ende, dejar abierta la posibilidad de llegar a hablar de un 'Cristianismo sin pecado original', ni en niños, ni en adultos.
Dentro del contexto en que venimos hablando es fácil comprender que, al realizar esta opción, no queremos protegerla con certidumbres absolutas , con seguridades dogmáticas. Se trata de ofrecer una 'conclusión teológica' que se desprende con fluidez del concepto católico de Dios, de Cristo Salvador, del hombre imagen de Dios. Evitamos la descalificación inmisericorde con la que, a toda raza humana, se la proclama raza pecadora y corrupta desde el primer instante de su ser. Seguro que es más evangélico anunciarle a todo 'hombre' la Enhorabuena de que ha nacido en Gracia, en vez de la tradicional 'Enhoramala' de que ha sido concebido en pecado. Sin saber “por qué ley, justicia o razón”, como diría el poeta.
Estamos, pues convocados al estudio detenido de estas dos últimas propuestas. Nuestra postura respecto a la 'opinión común' (tradicional) es radicalmente crítica, negadora: tanto respecto al contenido de la misma, como respecto al dogmatismo con que viene siendo propuesta. Pero nuestra opción por la 'Gracia original' concedida por Dios a todo hombre, es constructiva. No dejamos al recién nacido en un vacío espiritual-teológico, pendiente entre el cielo y la tierra. Ni un equívoco 'sí-es no-es' agraciado de Dios. “Es-ya”, en nuestra opinión, desde el primer instante de su ser, 'hijo de Dios en el Hijo' Jesucristo.