¿CUÁL ES LA SITUACIÓN
TEOLOGAL DEL HOMBRE AL LLEGAR A LA EXISTENCIA?
Con humor, con cierta connotación irónica, se ha dicho que
el teólogo es un hombre profesionalmente atareado en buscar respuestas
profundas e intrincadas a preguntas que nadie ha formulado. Reconozcamos, con
similar humor, que el riesgo de que así suceda es real y que, con frecuencia,
no ha sido satisfactoriamente superado. La pregunta que encabeza este apartado
es básica para nosotros: 'es el punto de acceso, es el modo específico en
que, creemos, ha de ser iniciado hoy el estudio de esa constelación de
afirmaciones que integran la teoría del PO'. No quisiera que, de entrada,
la pregunta fuese tachada de irrelevante, de ociosa. Porque en su respuesta se
decide sobre un problema de elevado interés, al menos histórico: la existencia
o no existencia del PO. 'Dogma' famoso, preocupante para el teólogo para
el pastor de almas, para todo creyente. Incluso para cualquier hombre que viva
en el ambiente religioso-cultural del Occidente cristiano.
Por otra parte, tampoco quisiera enfatizar ni solemnizar la
importancia de la pregunta propuesta. Por eso, juzgo un deber de honestidad
científica comenzar fijando los límites objetivos -tanto cognoscitivos como
valorativos- del problema y de las soluciones que al mismo pudieran,
razonablemente, aportarse.
1. UNA PREGUNTA QUE HAY QUE JUSTIFICAR
En nuestros días al menos, parece existe la convicción
generalizada de que, tanto los autores como los destinatarios inmediatos de la
Escritura, no tuvieron preocupación ninguna apreciable por conocer la situación
teologal en la que podría encontrarse cada individuo humano al entrar en la
existencia. Este preciso momento, inaccesible a la experiencia y enigmático, de
la relación del incipiente ser humano con su Hacedor, pudo quedar desatendido.
No se ve, de entrada, qué importancia podía tener para la vida religiosa del
adulto -el verdadero oyente de la Palabra-, el saber algo concreto sobre un
momento tan oscuro de la vida humana. Pero tenemos el hecho de que, la
preocupación por la situación teologal del hombre recién llegado a la
existencia, no ha dejado de inquietar, con pertinacia y desde diversas
perspectivas, durante siglos, a los cristianos, teólogos y no teólogos.
Preocupación que, en casos, ha podido adquirir rasgos de morbosidad.
Desde una perspectiva que diríamos 'cuantitativa',
la pregunta no podría ser calificada de mera 'curiosidad'. Se creía
tener base objetiva para una razonable preocupación al reflexionar sobre estos
datos de la experiencia incentivada por la fe:
–
Parece estadísticamente seguro que, a lo largo
de su multimilenaria historia, la inmensa mayoría de los seres humanos han
muerto en 'edad infantil'. Dudo mucho que la pregunta sea 'vital' para
nuestra fe o para nuestra teología. Pero no tacharía de impertinente la
pregunta que tantos creyentes se han hecho una y otra vez, ¿cuál será el
destino final de esta inmensa y silenciosa mayoría de la humanidad, prematura e
inmaduramente fenecida?
–
La pregunta adquiere agudo mordiente para el
cristiano que trata de coordinar estos datos que su fe le ofrece: que Dios/vida
eterna es el destino final, 'único' para cada ser humano; que Cristo es
el 'único' Mediador de esta salvación; que fuera de la Iglesia de Cristo
no hay salvación; que en la Iglesia sólo se entra por el bautismo; bautismo que
sólo una mínima parte de la humanidad, infantil o adulta, ha logrado recibir.
La preocupación por la 'humanidad infantil' ha
tomado cuerpo en diversos momentos de la exposición sistemática del credo
católico:
–
al hablar de la extensión y eficacia operativa
de la voluntad salvífica de Dios, ¿alcanza también a esa mayoritaria 'humanidad
infantil'? Es la variante teológica del problema.
–
Al explicar la universalidad absoluta de la
acción salvadora de Cristo, ¿alcanza a todo hombre que llega a este mundo y
desde que llega a este mundo?: vertiente 'cristológica'.
–
La vertiente 'mariológica' ha surgido, en
la historia, al lado de la cristológica y subsidiaria de ella. Durante siglos,
los católicos mostraron ardoroso interés por conocer la situación teologal de
la Virgen María al entrar en la existencia. No juzgaban vana curiosidad este
empeño, ni quedaron tranquilos hasta que se les dijo, en forma del todo segura
y solemne, que la Madre del Señor fue 'llena de Gracia' desde el primer
instante de su ser, que no se encontró nunca en situación teologal de PO, como
se decía de los demás hombres. El caso de María es 'provocador', ¿por
qué no preocuparse, en forma proporcional, análoga, por la situación teologal
de cada ser humano al entraren la existencia? Al fin y al cabo todos somos
hermanos de Ella y estamos en idéntica 'economía de gracia', en la misma
concreta historia de salvación. La solución dada al caso de María podría ser
paradigmática para responder a la misma pregunta formulada respecto de los
demás hombres.
–
'clara es también la dimensión eclesiológica':
fuera de la Iglesia y sin el bautismo que ella otorga, no hay salvación, ¿cuál
será el destino sobrenatural de esa incontable humanidad infantil que muere
fuera de la Iglesia y de su bautismo? La respuesta será muy distinta según se
admita o se niegue la existencia en ellos del PO.
Pero, cuando la teología cristiana ha hablado largo y
tendido sobre la situación del hombre al entrar en la vida, ha sido al elaborar
una 'Antropología teológica' en la que se sintetice todo lo más
importante que la Palabra de Dios nos dice sobre el hombre. En ella se propone
como punto de partida, como una de las primeras y basilares esta afirmación: 'todo
hombre, al llegar a la existencia, se encuentra en situación teologal de pecado
original'. Y la cosa no queda ahí, todo a lo largo y ancho de esa 'visión
cristiana' del hombre, topamos con el inevitable 'hombre caído' (=
homo lapsus), verdadero árbol caído, del cual los teólogos cristianos nunca
terminan de hacer leña. Y, a partir de ahí, se abre paso a la mencionada
constelación de afirmaciones antecedentes, concomitantes y consiguientes que
acompañan a la figura del PO como al viajero su sombra. Compararíamos a la
teoría del PO con un cono invertido que, arrancando de un punto mínimo, se
despliega en un abanico de afirmaciones que llegan a sombrear todo el sistema
de creencias y vivencias de la Cristiandad occidental. O bien es semejante al
grano de mostaza que ha crecido hasta hacerse como un árbol, en cuyo ramaje anida toda clase de pájaros
voladores. Vale decir, de incontables cuestiones crecidas desde la virtualidad
de un poderoso germen primero: la creencia en el PO.
Además de la mera, dura y neta afirmación del hecho del PO,
sorprende la seguridad y solemnidad con que se
proponía y se mantenía el 'dogma' de que todo hombre, en el primer
instante de su ser, antes e independientemente de cualquier posible uso de su
libertad personal, 'es -ya- pecador' ante Dios, situado fuera de su
graciosa amistad, sujeto de su ira. Esta proclamación ha resultado
siempre hiriente para la sensibilidad de cualquier hombre moral y
religiosamente sano: respetuoso con la bondad de Dios, con la dignidad del
hombre creado a imagen de Dios, consecuente con su creencia en la
sobreabundancia de la acción salvadora de Cristo. En nuestros días, la desazón,
malestar y positiva repulsa de tan descomunal propuesta no ha hecho más que
crecer y manifestarse. Muchos cristianos tienden hoy a pensar que se hallan
ante un creencia 'increíble'. La escasa credibilidad y hasta rechazo de
que disfruta la vieja creencia en el PO es el dato experiencial, la fuerza
psicológica más honda y operativa que nos ha movido a plantearnos, con viveza,
estas preguntas:
–
¿Es seguro que todo hombre entra en la
existencia en situación teologal de pecado, de pecado 'original'?
–
¿O, más bien, habría que decir que comienza su
existencia en estado de “Gracia y originaria amistad” con Dios?
–
¿O, tal vez, podría buscarse otra tercera o
cuarta propuesta?
–
¿O, por fin, tal vez se debería optar por
marginar el tema como irrelevante para nuestra ortodoxia y ortopraxis
cristiana: una 'curiosidad' que no tendría que ser satisfecha por una
teología científica, seria?
2. PARA UNA JUSTA VALORACIÓN DE CUALQUIER PREVISIBLE
RESPUESTAS
Me parece que a un creyente de nuestros días, libre de
prejuicios doctrinales, de hipotecas culturales, de la rutina de la historia
que se arrastra, pero no se vive, si a alguien hoy y 'de hoy' le hiciera esta
pregunta, ¿cuál piensas tú que es la situación teologal del hombre al entrar en
la existencia?, se sorprendería por lo lejano y curioso de la pregunta. Porque
¿qué interés podría tener el saber eso para la correcta profesión, vivencia y
comunicación de nuestra fe cristiana? Juzgo del todo justificada esta extrañeza
y reserva. Con cierta mesura, podría aplicarse a este caso lo que señala esta
sentenciosa frase: “Nada hay tan increíble como una respuesta a una pregunta
que nadie ha formulado” (R. Niebuhr). Dentro de la jerarquía de verdades de
nuestro Credo, es 'evidente' que, cualquier afirmación sobre la
situación teologal del hombre al entrar en la vida, por su propia índole, vista
en su propio tamaño y peso específico (= 'ex natura rei', que dirían los
clásicos), ha de ser calificada como una verdad subsidiaria, colateral,
marginal, ancilar al servicio de verdades de mayor entidad y enjundia. Deducida
si fuere preciso, mediante raciocinios siempre laboriosos, de principios
teológicos más altos; ordenada a explicarlos y comunicarlos en un determinado
momento histórico.
Lo hemos ya indicado: la Palabra de Dios cuando se dirige
al hombre, lo hace para informarle de lo que es necesario saber en orden a la
salvación, no para satisfacer curiosidades. El destinatario inmediato y
constante es el hombre ya hecho, el hombre adulto, capaz de responder libre,
personalmente en la fe, esperanza y amor. Fijémonos en el anuncio/pregón de
salvación de Jesús: “ya ha llegado el reino de Dios. Convertíos y creed a la
Buenanueva”, Mc 1,15 y par. El que acepte el mensaje y sea bautizado será
sacado de su vieja forma de vivir, transformado en nueva criatura, hombre
nuevo, recreado en santidad y justicia. Es obvio que esta urgente invitación
sólo puede ser dirigida al individuo humano adulto, ya maduro: ser consciente y
libre, 'persona' en el sentido más pleno de la palabra.
Hablando con rigor y precisión teológica, es decir,
hablando en consonancia con lo que Dios dice y no más, parece que sólo un
individuo adulto puede ser llamado justo/santo, si obedece a la llamada de
Dios; o bien pecador, si voluntariamente la desoye. En este punto insiste mucho
A. Vanneste, según veremos. Pero ¿qué decir de esa inmensa multitud que
constituye la 'humanidad infantil' que no puede oír ni desoír la llamada
de Dios? 'Si fuera necesario' llegar a hablar de la situación teologal
de cada individuo humano al llegar a la existencia, será inevitable el recurso
a principios más altos, distintos de la llamada a la conversión, para
denominarles sea pecadores, sea justos. ¿Existen esas altas verdades de fe,
desde las cuales haya paso obligado, lógico, razonable y razonado para hablar
de pecado o de gracia en el recién llegado a la existencia?
Desde la altura a la que ha llegado nuestra reflexión
debemos mantener nuestra honradez y sobriedad intelectual y decir: el calificar
de “pecado” o de “gracia” la situación teologal del recién nacido, 'por su
propia naturaleza', no podrá aspirar a ser más que una 'conclusión
teológica', un “teologúmeno” modesto e inseguro, de nuestro acervo de “teorías”
teológicas, continuamente necesitado de un renovado apoyo cognoscitivo,
argumentativo en verdades de fe más básica, más claras. Por eso, cuando la
teología cristiana 'occidental' propone, en forma pertinaz, perentoria y
solemne que todo hombre es concebido en pecado, de momento y hasta que por
otros caminos no nos vengan mayores seguridades, hay que calificar tamaña
afirmación de desmesura intelectual, de pretensión voluntariosa y enfática y,
en casos, de sospechosa arbitrariedad. Como la Palabra de Dios deja sin
respuesta, intocada la pregunta que nos hemos hecho, cabrían diversas
hipótesis/teorías para llenar ese vacío informativo que parece preocupó mucho
en tiempos pasados. Por eso, podría tacharse de desmesura el hecho de que una
simple deducción, conclusión y explicación de algún dogma básico, se le
magnifique hasta convertirla en una verdad por sí misma valiosa, de importancia
primordial, arropada con certidumbres definitivas.
Leyendo entre líneas los innumerables textos que durante
siglos sobre el PO se han escrito y en el subconsciente de los que produjeron
tales textos, se advierte una disonancia entre la mínima y difusa realidad
objetiva y la ostentosa solemnidad de las expresiones verbales, Menciono un
punto neurálgico: han sido y son interminables los intentos por explicar la
índole del pecado en que se considera incursos a los recién nacidos. El
evento/fenómeno/acontecimiento se califica siempre de “pecado”, pero, siempre
también, de pecado peculiarísimo. Si alguien busca mayor concretez sobre esta
peculiaridad, no la encontraría. Los incontables ensayos para explicar la
esencia del PO termina siempre hablando de que es inexplicable. Y, en seguida,
se busca protección y prestigio en la zona de lo inefable, bajo el dosel
sagrado del “misterio del PO”. Aunque el lector reflexivo siempre queda con la
duda de si ese misterio lo propuso Dios o se lo crearon los teólogos para
supropio servicio, fatigados en el empeño de explicar lo inexplicable. ¿No será
que el PO es inexplicable por ser inexistente?
3. EL PECADO ORIGINAL, ¿COSA DE NIÑOS?
Los teólogos que, todavía en nuestros días, conservan la
teoría del PO, no dejan de percibir lo estridente de la afirmación de que todo
hombre haya sido concebido en pecado. Cierto es que, inmediatamente, se esfuerzan
en quitar hierro a la afirmación aplicando al evento el calificativo de 'original'.
Se trataría, pues, de un pecado verdadero, real y formalmente tal, pero
“analógico”, por extensión de significado, por metonimia. Magro consuelo,
porque, en dicha fórmula, pecado es lo sustantivo y fuerte, y lo de 'original'
es adjetivo, adveniente. Inclusive, bajo ciertos aspectos, el denominado
“original” es recalificarlo como el máximo pecado humano, a juzgar por la
solemnidad con que se le hace entrar en la historia y por las nefastas
consecuencias que acarrea para cada individuo y para la humanidad entera, por
los siglos de los siglos el PO: originante y originado.
Para rehuir la estridencia que resulta de llamar pecador a
boca llena al recién concebido, varios teólogos actuales, de primera intención
al menos, dejan intocados a los niños al hablar del omnipresente PO y
concentran todo el peso de la acusación de ser 'pecador' en el hombre
adulto. Sólo en forma derivada, extensiva, marginal, extrapolando conceptos y
situaciones, como un tema fronterizo, como un 'caso límite' se podría hablar
del PO en los niños. El PO es algo del todo serio. ¡El PO no es cosa de niños!
Esta dirección culmina, en cuanto yo conozco, en un texto
de J. I. González Faus, muy tajante y expresivo. Critica él el proceso por el
que, sobre todo desde Agustín y durante quince siglos, el problema del PO se ha
centrado en torno a los niños. «Lo trágico del proceso que acabamos de
describir es que “convirtió lo que es un caso límite (a saber: en qué
sentido puede el niño tener PO), en el primer analogado de la definición del
PO”. Y la teología del PO ha cojeado
siempre de este defecto de conceptualización: haber querido edificarla y
deducirla a partir de los infantes. Hasta el mismo Tridentino, como ya vimos,
se encuentra prisionero de esta hipotética historia. El error es comparable al
que se cometería si se quisiera aplicar el concepto de persona al recién
nacido. El concepto de persona sólo se realiza plenamente en el adulto, por
derivación y como caso extremo, en los niños. Habría sido más sencillo decir
que el niño sólo puede ser pecador en la misma manera deficiente e incoativa y
dinámica en que es persona. Y que, por tanto, cuando el PO se predica de los
niños, tiene un sentido totalmente análogo, no sólo al pecado personal, sino
incluso respecto del PO, cuando se predica de los adultos. El niño ha entrado
en esta historia de deterioro que él, en uno u otro grado, ratificará y hará
suya con sus pecados personales» (J.I.G. Faus; 'Proyecto de Hermano. Visión
creyente del hombre'). No puedo detenerme a comentar por extenso esta opinión
(La explicación de G. Faus sobre el PO mejora en varios momentos importantes la
explicación tradicional, especialmente cuando elimina la teología de Adán. Pero,
tal vez, se aproxima demasiado a la postura luterana que habla del PO como de
una corrupción existencial de la natura humana y le concede el rango y fuerza
de 'pecado permanente' en la vida humana). Propongo la mía de forma más
esquemática:
–
Plenamente de acuerdo con los que denuncian como
notable y hasta trágico error el haber llamado pecadores a los niños recién
llamados a la existencia. Y añado: error por partida doble, a) por el duro y
mero hecho de llamarles pecadores; b) por el empecinamiento y solemnidad con
que lo hicieron durante más de quince
siglos.
–
Algunos, veremos pronto, optan por dejar a los
niños en una especie de 'ínterim', o tierra de nadie, entre el pecado y
la gracia: tales conceptos no serían aplicables a los recién nacidos, a los
no-adultos.
–
En esta línea González Faus ofrece una auténtica
novedad. Se dice, desde siglos, que el concepto de pecado, por ser una acción
mala perpetrada consciente y libremente, sólo se aplica al adulto. Del niño,
por derivación y analogía, por cierto muy estirada y difusa. Repetido esto,
González Faus añade por su cuenta que, incluso en referencia al PO, el
primordial sujeto del mismo, el primer analogado, sería el adulto. Se hablará
de PO en el niño sólo por derivación, por extensión .de significado y abusivamente,
al parecer.
–
Esta afirmación me parece un 'novum absoluto'
en la historia de la doctrina católica sobre el PO. En san Agustín, en los
escolásticos medievales, en la teología tridentina, en los neoescolásticos, el
PO, en cuanto era una magnitud teológica diferenciada y contradistinta del
'pecado personal', tenía su realización 'única y exclusiva en los niños';
era 'achaque de niños'. Los adultos no tienen PO. Lo afirma el Tridentino
respecto a los adultos bautizados. Respecto a cualquier adulto afirma santo
Tomás, sin que nadie le contradijese que, llegado a la edad de la deliberación,
o bien el adulto se adhiere a Dios por el acto del amor y entra en estado de
gracia, o bien rechaza a Dios y entra en estado de pecado personal (DS 1515;
Sto. Tomás en Summa Theol., I-II. 89, a.6; De Veritate, q.24, a.12.2m.; De
malo, q.5,a.2,8m; q.q. 10,8m).
Podrá el adulto tener muchos pecados, pero el PO, ese tipo
de pecado no lo tiene.. Cierto que, según dicen, sufre más que los niños las
sedicentes presuntas consecuencias del PO. Pero ningún adulto tiene PO. Aunque
siga penando por haberlo tenido. Tanto si es bautizado como si no lo es.
Cierto, la afirmación es difícil de compaginar con la sinceridad del perdón
otorgado por Dios. Pero ahí ha estado, inhiesta y rígida, resistiendo los
siglos. Por lo demás, afirmar que el PO se encuentra de suyo primordialmente en
los adultos, sólo podrá mantenerlo quien identifique el PO con la
concupiscencia. Sea en forma dura y expresa, como los protestantes, sea en
forma implícita, como los jansenistas.
–
Una vez más, a lo largo de su milenaria
historia, el PO cambia el rostro de su 'misteriosa' y hasta camaleónica figura.
Me parece que se quiere dar paso a “otro PO”, desconocido pro la tradición 'católica',
acercándose a la doctrina protestante sobre el PO, como 'natura corrupta'.
Corrupción más densa y vivaz en el adulto que en el niño, como es obvio. Los
modernos teólogos protestantes hablan del “Wesensünde”: pecado esencial; o del
“Ursünde”: pecado radical, que cobra su pleno vigor en el adulto. En el recién
nacido apenas tendría sentido hablar de PO como de una forma específica de
pecado, porque los teólogos protestantes ven la entera existencia humana como
un 'existir-en-pecado'. Por tanto, tiene poco interés el distinguir
entre pecado grave/leve; mortal/venial; personal/original; actual/habitual,
como hacen los moralistas católicos. Para la antropología protestante ningún
ser humano es 'inocente' en el sentido teológico de la palabra.
Finalmente, hablando del PO pienso que hay que decir,
siguiendo la tradición, que 'los niños son el caso paradigmático,
prototípico del PO'. En riguroso decir teológico son el caso 'exclusivo'.
Ningún adulto tiene PO, aunque sean ellos los que sufren las peores
consecuencias del mismo. Cuando proponemos que todo hombre entra en la
existencia en Gracia y amistad de Dios nos alejamos de todo PO, en niños y
adultos.
Terminadas de leer las anteriores páginas no debe quedar la
impresión de que la gran teología cristiana occidental y sus más excelentes
teólogos, al discutir sobre el PO, habrían discutido una cuestión infantil,
vale decir marginal, secundaria, periférica dentro del Cristianismo. Menos aún
se debería hablar de una cuestión bizantina. Desde luego, para ellos no lo fue.
Le dieron relevancia de primer grado por motivos que se verán aflorar a lo
largo de la exposición. Ya ahora los adelantamos en esquema, para completar el
presente capítulo y preparar el siguiente.
Ejemplo paradigmático san Agustín, reconocido
universalmente como el teólogo del PO, incluso como su “inventor”.
–
Le parecía imposible a Agustín superar el
pelagianismo y el maniqueísmo, si no se admitía que todo ser humano entra en la
existencia en situación teologal de PO. En treinta años de polémica
antipelagiana fue reiterativo y hasta cargante en expresar esta convicción.
–
En dirección antimaniquea explicaba: la gran
miseria que sufren los niños ya al nacer, es incompatible con la justicia de
Dios, si no se admite en ellos el congénito PO.
–
En dirección antipelagiana sostiene: imposible salvaguardar
la plena, universal eficacia de la redención de Cristo, si no se afirma que los
niños, al ser bautizados, son redimidos del PO, por la virtud de la Cruz de
Cristo, también del PO.
–
Pensó que la eclesiología cristiana (la suya, al
menos) sufriría un duro quebranto si los niños no entran en la Iglesia por el
rito bautismal que les limpia del PO contraído al entrar en la existencia.
–
Su experiencia de hombre, de pastor de almas (y
el texto de Rom 7) le convencen de que existe en el hombre histórico la dura necesidad de pecar (= peccandi duta
necessitas). Hecho inexplicable, si no se admite que tal necesidad está ahí,
como castigo divino por el PO, originante y originado.
Brevemente, a san Agustín y sus seguidores (más bien
rutinarios) durante siglos se les venía abajo todo su Cristianismo, si les
quitaba su punto de apoyo en el PO [Podría pensarse que san Agustín encontró el
PO en la raza humana como consecuencia de sus lecturas de la Biblia y de la
Tradición. Me parece históricamente seguro que no fue así. Agustín llega a la
conclusión de que existe el PO por otros caminos lógicos-cognoscitivos; por su
experiencia de hombre y de pastor de almas, por su interés contra 'herejes' de
varios tipos. Y, como llevaba la idea de la caída y corrupción de la humanidad
en la mente, por su formación tanto humanista-filosófica como cristiana, le
resultó fácil encontrar apoyos en la Escritura y Tradición. Utilizó un
método/camino muy recorrido por los teólogos especulativos-sistemáticos hasta
hoy mismo: convicciones teológicas, adquiridas por otros procesos, se las
intenta corroborar con 'dichos' de la Escritura. En vez de seguir el proceso
inverso: hacer a la Palabra de Dios el inicio, juez y criterio de las
conclusiones y convicciones teológicas previamente adquiridas].
La afirmación de que todo hombre nace en el PO, al ser
presentada dentro de este cuadro de verdades solemnes, segurísimas y apuntada
por ellas, es sacada de la marginalidad que le es propia y es, por muchos
teólogos, elevada a la categoría de evento -eje de la actual historia y
economía de la salvación y de la reflexión teológica que sobre ella se ejerce.
Pero una teología que quiera ser crítica y radical, es
decir, que estudie el problema desde sus raíces, no puede menos -en la
situación actual de la discusión- de hacerse esta única, pero bifaz pregunta:
–
¿Es que para mantener esas altas y segurísimas
verdades es necesario llegar a decir que todo hombre nace en PO?
–
¿No es más cierto que, al afirmar y mantener que
todo hombre entra en la existencia en amistad y Gracia de Dios, aquellas
solemnes y segurísimas verdades reciben una explicación más católica, más
cumplida y más razonable, dentro de la analogía de la fe?
Pregunta bifronte que reiteraremos a lo largo de nuestra
exposición. Es claro ya que la respuesta a la misma depende el ser o no ser de
la teoría/hipótesis del PO. Pasamos ya a la exposición sistemática de nuestra
decisión. Es decir, una exposición que parta y razone desde principios seguros
para todos los teólogos. Al menos en la hodierna situación de la teología
católica.
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