lunes, 1 de abril de 2019

EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA Y EL DOGMA DEL PECADO ORIGINAL


III.
EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA Y EL DOGMA DEL PECADO ORIGINAL

Quien no esté familiarizado con los problemas de fondo que, desde algunos decenios, vienen discutiéndose en torno al PO, tanto en su vertiente histórica como en su contenido interno, podría sorprenderse de que, bajo un mismo epígrafe, se hable del PO como tema de convergencia entre la mitología, la filosofía, la teología y el dogma católico. Como si, en cada uno de estos momentos, se hablase de una misma realidad, aunque fuera bajo diversas denominaciones y formas de presentación. Pues así es, efectivamente, en última instancia. En las páginas que siguen intentamos fundamentar y aclarar esta afirmación.
Partiendo de los mitos de los orígenes hasta culminar en la ‘canonización’ y ‘dogmatización’ de las doctrina del PO por parte del Magisterio de la Iglesia católica, se puede detectar un hilo conductor, un eje diamantino en torno al cual giran problemas y se ofrecen soluciones similares y homologables, aunque no sean del todo idénticas. Se trataría de los diversos avatares y como reencarnaciones que la magnitud religioso-cultural del PO, la figura del ‘hombre caído’, ha sufrido a lo largo de la historia de Occidente, ‘el hábitat’ donde el mito del ‘hombre caído’ y la creencia cristiana en el PO han germinado y florecido.

1.Origen del problema: unos textos provocadores

El impulso más inmediato para reflexionar sobre el tema de este capítulo y para hacerlo en la dirección en que lo hacemos. Ha surgido desde diversos puntos de información. Recojo los más significativos y cargados de interés, tanto histórico como sistemático.

Leyendo a san Agustín. Polemizaba el obispo de Hipona con el obispo Julián de Eclana, destacado teólogo pelagiano. Defendía éste que todo hombre, al entrar en la existencia, recibe del Creador bueno una naturaleza buena, sana, inocente. Estaba seguro de tener a su favor la tradición cristiana, sobre todo la oriental. Pero, como hombre de gran cultura filosófica y humanística, pensaba que la filosofía pagana, aristotélica y estoica, también favorecía este su optimismo en la visión cristiana del hombre.
Ante el recurso de Julián a la filosofía secular, Agustín se decide también a buscar en los sabios paganos apoyos para su teoría sobre la naturaleza humana, congénitamente viciada por el PO: “No parecen estar alejados de la fe cristiana aquellos sabios que opinan que esta vida, llena de ilusiones y miserias, es efecto del juicio divino, rindiendo así culto a la justicia del Creador uy Gobernador del universo”. [Y añade: “Los que estos sentimientos expresan ¿no han conocido mejor que tú (Julián) que un pesado yugo oprime a los hijos de Adán, y el poder de la justicia divina, aunque no han conocido la gracia liberadora del Mediador de los hombres…? La evidencia de esta miseria forzó a los filósofos paganos, que nada sabían del pecado del primer hombre, a pensar que nacemos para expiar crímenes cometidos en una existencia anterior y que las almas están sometidas a los cuerpos corruptibles, con un tormento parecido al que los salteadores etruscos infligían a sus cautivos, atando vivos con muertos”].
Aduce a su favor testimonios de Cicerón, de Aristóteles y de otros. El ‘teólogo del PO’ no tuvo inconveniente en reconocer el parentesco histórico y cultural entre el mito y filosofía pagana de la caída y su ‘cristianísimo’ dogma del PO. Esta figura la encontraba él ya diseñada, siquiera fuese con trazos rudos, imprecisos, en los escritos de los filósofos y mitógrafos paganos.

La figura del ‘antiguo pecado’. Explicando Agustín su ‘cristianísima’ doctrina del PO, con toda espontaneidad habla de él como de “el viejo, antiguo, ancestral, paternal pecado”. Pecado que pervive de padres a hijos desde los orígenes primeros de la raza humana. Recuérdense los textos que acabamos de citar. Con esta misma terminología expresaban los escritores paganos la persistencia de una ‘culpa ancestral’ que pasa de generación en generación: “expías, romano, sin merecerlo, la culpa de los antepasados” [Horacio, Odas lib. III, 6. Y este otro texto: “la pena, compañera inseparable de la culpa”, Odas lib. III. IV,5.]
La continuidad terminológica delata la continuidad de la realidad significada. La teología cristiana cristianizó/bautizó y, de paso, creyó perfeccionar aquellas imprecisas intuiciones paganas referentes al origen del mal en el mundo, por efecto del comportamiento de los hombres primeros.

La figura del pecado antecedente. Similar proximidad entre el mito de la caída originaria y el teologúmeno del PO se descubre recordando la figura del ‘pecado antecedente’, bien conocida por los mitólogos e historiadores de la historia de las religiones primitivas. Poseemos numerosos testimonios de los escritores greco-romanos sobre una cierta, indefinible, pero operante culpa primigenia, cometida por los antepasados, que sería anterior a la ‘actual’ historia humana, pero que sería la causa originaria, primordial y, como tal, persistente, de la mísera condición humana. También al pecado de Adán se le atribuyen, al máximo, estas propiedades.

La mancha del PO. La teología, la predicación, la liturgia, el lenguaje popular cristiano, durante siglos, vienen hablando de la ‘mancha del PO’. ‘La mancha’ es el símbolo privilegiado para hablar de este enigmático y secretísimo pecado. Esta designación lingüística ejerce la función de hilo rojo que mantiene la continuidad entre el ancestral mito de la caída original y el dogma cristiano del PO. El pecado de Adán fue tan enorme, tan intenso que corrompió/manchó, hasta biológicamente, la semilla corporal en él y en todos los varones de la especie ‘homo’. Su semilla se tornó ‘infecciosa’ (el ‘semen infectum’ de los teólogos escolásticos) para el alma, cuando ésta en contacto con la materia en el primer instante de la generación de un nuevo ser humano.
Esta bizarra teoría hunde sus raíces en los tiempos y experiencias primordiales de la humanidad. La contemplación de las ‘inmundicias biológicas’ que acompañan a la generación y alumbramiento de un nuevo ser humano, junto con los llantos de los bebés, excitaron la imaginación de los primitivos y les llevaron a pensar que todo ser humano entra en la existencia ‘manchado/contagiado’ con alguna culpa de sus antepasados. De la mancha biológica se elevaron a imaginar (sospechar) una mancha ética y hasta religiosa en todo embrión humano. El investigador R. Petazzoni dice que “sobre estos datos elementales reposa la idea del PO”. P. Ricoeur hace suya esta afirmación de Petazzoni, y ofrece un largo y minucioso estudio sobre la ‘mancha’ como símbolo del PO. Este lenguaje, que todavía hoy mismo se utiliza hablando del PO, debería hacer reflexionar a los usuarios del mismo, que el dogma del PO no es una verdad caída perpendicularmente del cielo. Ha surgido, tiene su génesis en los limos primordiales de la madre tierra. Vale decir, en las experiencias elementales y universales de la biología y de la psique humana.

El PO, mito pagano. Esta podría ser la conclusión global de lo dicho en los últimos parágrafos. El conocido filósofo, teólogo y buen conocedor de la historia de las religiones, R. Panikkar, expresamente califica a la doctrina del PO como una doctrina de indudable raíz pagana: “Es inútil recordar que el mito del PO es originariamente pagano. El hecho cristiano es el hecho de la Cruz, la cual se aplica sobre el mito. Aunque estamos lejos todavía de una aproximación íntima”.
 El Mensaje de la Cruz se proclamaba ante un hombre, una humanidad supuestamente ‘caída’; ante un ‘hombre caído’ en honda miseria (homo lapsus), por una mítica culpa primordial. Lo cierto es que, como hemos expuesto en tantas ocasiones, el hombre necesita de la fuerza de la Cruz y la recibe, antes e independientemente de que haya caído en cualquier pecado. Necesita de la Gracia para que, desde la pura y nuda naturaleza en que nace, ‘sea elevado’ al consorcio de la divina naturaleza, desde el comienzo de su existencia.

2.Mito de la caída y el PO en su estructura interna

Estudiado el tema en su origen histórico cultural, se impone ahora la tarea de analizar, siquiera sea brevemente, los elementos estructurales, componentes constantes del mito y de la teoría de la caída original. Aquellos que, a lo largo de las visibles transformaciones históricas, han permanecido básicamente inalterados. Estos elementos estructurales, comunes al mito pagano de la caída original y al dogma cristiano del PO, son, según pienso, los siguientes:
1)paraíso; 2) transgresión; 3) expulsión; 4 (miseria humana; 5) índole etiológica del relato; 6) intención soteriológica; 7) el mito y la teología de la pena. Comentamos un poco cada uno de estos elementos en sí mismos y en su función dentro del conjunto.
El paraíso. Durante milenios los hombres, a la humanidad primera, la imaginaban siempre en un estado de felicidad, en una edad de oro, en una morada celeste, en un jardín/paraíso de delicias, en el estado de santidad y justicia de los teólogos cristianos. Cada grupo cultural describe esta situación según sus deseos, paradigmas, presupuestos religiosos y culturales.
La transgresión/culpa primera. Los mitógrafos, los sabios paganos no saben precisar bien lo que ocurrió ‘en aquel tiempo’ (in illo tempore). Pero tienen por cierto que la felicidad primera se pierde por una desventura, un fallo humano, por la desmesura de un comportamiento que traspasa los límites de la humanidad (la hybris, de la que hablan los griegos). Los teólogos cristianos creen saber algo más concreto sobre el tema: dicen que el motivo de la pérdida del paraíso fue la malsana ‘curiosidad’ de la primera mujer y ‘el enorme pecado’ del padre Adán.
Pérdida/expulsión del paraíso. La edad de oro deja paso a la edad de bronce, de hierro, de barro. Las almas pierden la mansión celeste y son encerradas en cuerpos de materia grosera (Platón). Más dramáticos, los teólogos cristianos, sin abandonar del todo las mencionadas ideas míticas, órficas y platónicas, afirman que ‘la justa ira de Dios castiga a la humanidad culpable a vivir en adelante en el planeta tierra’ transformado, de paraíso de delicias. En valle de lágrimas para los desterrados hijos de Eva, según rezan con devoción y pena los fieles católicos. Esta expulsión fulminante la expresan con energía tantas representaciones artísticas. Por ejemplo, el famoso fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
La mísera condición humana. Es la consecuencia global de haber sido expulsado el hombre del paraíso. Una vez más cada grupo cultural describe la ‘miseria humana’ con unos u otros rasgos. Agustín, genio religioso profundo y pesimista, contempla a la humanidad convertida en masa de pecado, sujeta a la ‘dura necesidad de pecar’, merecedora de eterna condenación, como castigo de la caída/pecado primordial.
Índole etiológica de los relatos. Los mitos, la filosofía, la teología quieren dar una explicación de por qué el hombre histórico, objeto de nuestra experiencia, está sumido en ‘tanta miseria’. Quieren ofrecer una ‘etiología’ (explicación causal) de lo que ocurre ahora mismo. Y la encuentran todos en lo que sucedió ‘en aquel entonces’ (in illo tempore), en los prestigiosos, divinales orígenes de la humanidad.
La intención soteriológica de los relatos. Como señala M. Eliade, el mito, sobre todo el mito por excelencia, el de los orígenes, tiene la intención de liberar del tiempo profano al oyente y celebrante del mito y llevarlo al tiempo originario que es, por definición, sagrado, regenerador, dador de nueva vida. Agudamente dice Agustín, en el texto citado, que la superioridad del relato cristiano de la caída original sobre los correspondientes relatos paganos estriba en que el cristianismo ofrece un Salvador, y el paganismo no lo ofrece. Como decía Panikkar, el hecho cristiano es el hecho de la Cruz, no los otros eventos que el mito cuenta, antes que los teólogos. Interesa sobremanera no perder este dato.
El mito de la pena. En el fondo de los textos míticos, filosóficos, teológicos que hablan de la caída original, encontramos vigente y operante el mito de la pena. Es decir, que para dotar de racionalidad, desvelar el ‘logos’ que encierra el mito cuando relata el hecho abrumador, trágico, del paso desde la felicidad primera a la miseria actual, en todos los relatos se recurre a la ‘teología de la pena’: “crimen y castigo, culpa y pena son inexorables e inseparables. Has cometido una culpa, luego has de sufrir un castigo (¡algo habrá hecho!) Si sufres es porque cometiste una culpa”. Esta mentalidad arcaica la expresa bien este verso de Horacio: “el castigo acompaña inexorablemente a la culpa”. Casi a la letra utilizaba Agustín este apotegma cuando dice en forma reiterada, tajante: “sufren los niños, luego son culpables de un pecado ancestral, original”.


3.Desde el mito de la caída al dogma del PO

Los momentos de un proceso. El proceso mediante el cual se pasó desde el mito pagano de la caída al dogma cristiano del PO, pienso que pueda ser designado, en forma esquemática, como un proceso de historificación, ontologización, teologización, dogmatización por obra de los teólogos cristianos de un material preexistente en el fondo cultural pagano.
La historificación consistió en que los relatos del mitro y las reflexiones de la filosofía pagana sobre los orígenes fueron calificados (descalificados) como fábulas imaginativas, poéticas, insustanciales. En cambio, Gn 2-3 narraría ‘la verdadera historia’ de aquellos transcendentales acontecimientos originarios.
La ontologización ocurre cuando el individuo Adán es dotado de densidad ontológica, de una especie de estatuto metafísico similar al del “Anthropos” del platonismo y al del “Hombre Primordial” (Ur-mensch) de la mitología irano-persa, maniquea y gnóstica. Los teólogos cristianos dicen que el Adán Bíblico es la ‘naturaleza humana’, y que su pecado es un pecado de la naturaleza (peccatum naturae). En esta explicación, Adán, más que como un hombre de la especie ‘homo sapiens’, consustancial con nosotros, aparece como un inmenso monstruo celeste y supramundano, pero aparecido en el planeta tierra. Similar a alguno de los arcontes de la metafísica gnóstica que hubiese bajado/expulsado de su mundo celeste.
La teologización consistió en que, en todo el drama de los orígenes, los teólogos cristianos hacen intervenir a un Dios personal que tiene un proyecto providencial sobre el hombre. Y éste aparece como oyente, obediente y desobediente, de la palabra de Dios. Se destierra la idea de fatalidad, de ciego Destino como rectores de la historia.
La dogmatización se logra cuando una enseñanza que, al principio, pudo circular como opinión de teólogos respetables (un teologúmeno), el Magisterio eclesiástico la declara doctrina obligatoria, la impone como ‘precepto doctrinal’ para toda la Comunidad de los creyentes. Como lo hizo el Concilio de Trento en el siglo XVI.
Un caso paradigmático de inculturación del Mensaje. Los primeros predicadores del mensaje de Cristo como Salvador único del género humano se vieron, como es obvio, en la necesidad de aculturar/inculturar el Mensaje de la Cruz salvadora, dentro de la sensibilidad humana y religiosa, de la mentalidad, cultura y problemática del hombre de su tiempo. Con la misma energía con que proclamaban la necesidad del salvador, tenían que proclamar y proclamaban la ‘impotencia soteriológica’ del hombre para conseguir por sí solo la salvación, por ser un hombre ‘caído’ en profunda miseria. Vieron en esta situación de ‘hombre caído’, universalmente reconocida, un campo abonado para sembrar la Palabra, una preparación providencial para el Evangelio: la ‘Buena y Alegre Noticia’ del Salvador definitivo.
Al ir cumpliendo la tarea de inculturar el Mensaje de la Cruz en aquel mundo, los elementos todos que integraban el ‘mito de la caída’ fueron profundamente transformados hasta culminar en la teología y en el dogma del PO.
-La ‘feliz edad de oro’ es despojada de sus vaguedades informativas y es dotada de las incontables y seguras prerrogativas que integran el ‘estado de santidad y justicia’ de la primera pareja, según la teología cristiana.
-El ‘infortunio, desventura original’, pierde su vaguedad y resulta ser el enorme, inconmensurable pecado de Adán. Se pone en circulación un concepto religioso, teológico, de ‘pecado’, desconocido por el paganismo, al calificar la caída primitiva. La teología católica actual también rechaza la figura de este inconmensurablemente grande pecado de Adán. Figura mítica y simbólica, pero carente en absoluto de realidad histórica.
-La ‘expulsión/pérdida del paraíso’ no se explica como un evento ocurrido dentro de las leyes inmanentes de la naturaleza humana, sino como un ‘castigo’ positivo infligido por Dios.
-La ‘miseria humana’ resultante de la caída, que comporta la muerte y los sufrimientos, ya la preveían los mitos, pero la teología cristiana desvela su última profundidad al presentar a la humanidad como ‘masa de pecado, de condenación’, según dichos nefastos de san Agustín.
-La ‘índole etiológica’ del relato de Gn 2-3 ha sido resaltada con insistencia por los exégetas católicos actuales. Allí se ofrecería una explicación de por qué existe tan pesado yugo de miserias sobre la raza humana.
-La ‘novedad y originalidad del cristianismo’ la constituye su mensaje sobre Cristo Salvador, como agudamente indicaba san Agustín y recordaba Panikkar. Ya hemos señalado que es ‘el Mensaje de la Cruz’ el que lo transforma todo. Incluso el mismo planteamiento primero de la cuestión. Porque no se demora el Mensaje en preguntar de dónde vendrá el mal. Señala, pregona más bien, ‘de dónde esta viniendo la salvación’. Ofrece, sencillamente, al Salvador. Al recibirlo, queda el hombre liberado dl mal, sea cual fuere su origen concreto. Esa es la ‘solución’ al problema del mal: ofrecer un liberador. Que es lo que en el fondo interesaba a todos.

La teología de la pena. La conexión ‘lógica’/razonada entre la culpa y el castigo la establecían los textos paganos mediante el ‘mito de la pena’, tal como lo expresaban las palabras del poeta Horacio: “la pena, compañera inseparable de la culpa”. A esta fatal conexión entre culpa y pena de que habla el mito, los teólogos la transforman en la ‘teología de la pena’, al hablar del castigo del pecado como una exigencia de la justicia divina. Todo pecado llevaría consigo, se dice, el doble reato de culpa y de pena. Una formulación temprana de esta ‘teología de la pena’ la encontramos en san Agustín: “Si no paga la deuda practicando la justicia, pagará sufriendo la pena… a fin de que ni por un momento se perturbe la belleza del universo, como ocurriría si existiese en ella la fealdad del pecado, sin la belleza de la venganza”. “Toda iniquidad pequeña o grande debe ser castigada, o por el hombre que se arrepiente o por Dios que la castiga, porque el que se arrepiente se castiga a sí mismo. Por eso, hermanos, castiguemos nuestros pecados. En absoluto, o castigas o castiga. ¿Quieres no ser castigado? Castiga tú… Porque el pecado no puede quedar impune”.
San Anselmo consolidó esta teología de la pena en el cristianismo occidental: “Todavía no has comprendido bien cuan grave es el pecado”. “No es conveniente que Dios deje el pecado sin castigo”. Sería un atentado contra el buen orden y belleza del universo. “Es indispensable que se restituya a Dios el honor conculcado, o que se cumpla el castigo”. El no castigar Dios el pecado, implicaría un atentado contra el orden y belleza del universo, como ya decía Agustín.
Estos textos de Agustín y de Anselmo no puede dejarse pasar sin alguna glosa que señale sus ambigüedades y hasta desaciertos. No parece aceptable decir que todo pecado exige un castigo. O bien que todo pecado importa un reato de pena. Esto pudo afirmarlo Horacio en la frase antes citada, “la pena sigue inseparable a la culpa”. Podrá tener su validez en el campo de las transgresiones a nivel jurídico y ético, pero no es admisible referida a la culpa/pecado en sentido religioso-teológico de la culpa. El pecado no exige ser castigado no desde la perspectiva del pecador ni desde la perspectiva de Dios ofendido. Cuando el pecador siente ‘pen’, dolor del alma por haber ofendido a Dios, no se debe decir que se esté castigando a sí mismo (Agustín). Excepto en aquellos que descarguen sobre su culpa inconscientes instintos de sadismo o que estén afectados por un sentimiento morboso de culpabilidad. Por parte del pecador, lo que pide y exige su pecado es arrepentimiento, dolor del alma; pero no exige que el pecador se autocastigue.
Por parte de Dios, no se debe decir que la justicia de Dios ‘exige’ que el pecador satisfaga por su culpa en forma personal por mediación de otro. Sería como si Dios mismo estuviese sometido a una especie de ‘trascendental ley del talión’. La justicia de Dios sólo pide un corazón contrito y humillado. Dios puede dejar al pecador en su pecado, pero nunca le impone un castigo positivo. Ante el pecador arrepentido, la justicia de Dios se resuelve en gracia de perdón. En una oración de la Iglesia se dice: “Oh Dios, que manifiestas tu omnipotencia sobre todo perdonando y teniendo misericordia” [domingo XXVI T.O.]. No castigando, ni exigiendo satisfacción que no sea la ‘pena y dolor’ que siente un corazón arrepentido.
Esta teología de la pena es decisiva en todo el proceso argumentativo a favor de la teoría del PO. Sin embargo, la cultura occidental moderna, al mismo tiempo que rechaza la teoría del PO, rechaza también la teología de la pena que le sirve de apoyo argumentativo. Recogemos unas palabras de Paul Ricoeur al respecto: “Si nos hemos reunido aquí para hablar del mito de la pena es a causa de la teología de la pena. Más concretamente de la muerte de esta teología penal: en la predicación cristiana y en toda nuestra cultura. El hombre moderno no comprende en absoluto de qué se habla cuando se define el PO como crimen jurídicamente imputable masivamente a toda la humanidad; pertenecer a una ‘masa de perdición’ culpable y punible según la ley jurídica del castigo… Esta teología de la pena parece inseparable del cristianismo, al menos a primera vista… La muerte del Justo es interpretada como el sacrificio sustitutorio que satisface la ley de la pena”.
Si la lectura de este capítulo nos permite llegar a alguna conclusión sería esta: está plenamente justificada la afirmación que hemos recogido de R. Panikkar y de los mitólogos e historiadores de las religiones, en general: “el dogma ‘cristianísimo’ del PO, tiene sus primeras, perceptibles, innegables raíces en la mitología y filosofía del paganismo greco-romano”. No las tiene en la Biblia ni en la Tradición cristiana más antigua. El obispo de Hipona y sus seguidores, con comprensible celo misionero, pensaron que el mito pagano de la caída original era una excelente “preparación para el Evangelio del Salvador” (praeparatio evangelica). Sin embargo, al menos con el correr de los siglos, se ha visto que, en realidad, era una auténtica ‘perturbación del Evangelio’ (perturbatio Evangelii). Pues oscurecía la ‘Buena y Alegre Noticia’ de Jesús. Salvador de todo hombre desde el momento en que éste entra en el mundo.

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