III.
EL MITO, LA
FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA Y EL DOGMA DEL PECADO ORIGINAL
Quien no esté familiarizado con los problemas de fondo que,
desde algunos decenios, vienen discutiéndose en torno al PO, tanto en su
vertiente histórica como en su contenido interno, podría sorprenderse de que,
bajo un mismo epígrafe, se hable del PO como tema de convergencia entre la
mitología, la filosofía, la teología y el dogma católico. Como si, en cada uno
de estos momentos, se hablase de una misma realidad, aunque fuera bajo diversas
denominaciones y formas de presentación. Pues así es, efectivamente, en última
instancia. En las páginas que siguen intentamos fundamentar y aclarar esta
afirmación.
Partiendo de los mitos de los orígenes hasta culminar en la
‘canonización’ y ‘dogmatización’ de las doctrina del PO por parte del
Magisterio de la Iglesia católica, se puede detectar un hilo conductor, un eje
diamantino en torno al cual giran problemas y se ofrecen soluciones similares y
homologables, aunque no sean del todo idénticas. Se trataría de los diversos
avatares y como reencarnaciones que la magnitud religioso-cultural del PO, la
figura del ‘hombre caído’, ha sufrido a lo largo de la historia de Occidente, ‘el hábitat’ donde el mito del ‘hombre
caído’ y la creencia cristiana en el PO han germinado y florecido.
1.Origen del
problema: unos textos provocadores
El impulso más inmediato para reflexionar sobre el tema de
este capítulo y para hacerlo en la dirección en que lo hacemos. Ha surgido
desde diversos puntos de información. Recojo los más significativos y cargados
de interés, tanto histórico como sistemático.
Leyendo a san Agustín. Polemizaba el obispo de Hipona con el
obispo Julián de Eclana, destacado teólogo pelagiano. Defendía éste que todo
hombre, al entrar en la existencia, recibe del Creador bueno una naturaleza
buena, sana, inocente. Estaba seguro de tener a su favor la tradición cristiana,
sobre todo la oriental. Pero, como hombre de gran cultura filosófica y
humanística, pensaba que la filosofía pagana, aristotélica y estoica, también
favorecía este su optimismo en la visión cristiana del hombre.
Ante el recurso de Julián a la filosofía secular, Agustín
se decide también a buscar en los sabios paganos apoyos para su teoría sobre la
naturaleza humana, congénitamente viciada por el PO: “No parecen estar alejados de la fe cristiana aquellos sabios que
opinan que esta vida, llena de ilusiones y miserias, es efecto del juicio
divino, rindiendo así culto a la justicia del Creador uy Gobernador del
universo”. [Y añade: “Los que estos sentimientos expresan ¿no han conocido
mejor que tú (Julián) que un pesado yugo oprime a los hijos de Adán, y el poder
de la justicia divina, aunque no han conocido la gracia liberadora del Mediador
de los hombres…? La evidencia de esta miseria forzó a los filósofos paganos,
que nada sabían del pecado del primer hombre, a pensar que nacemos para expiar
crímenes cometidos en una existencia anterior y que las almas están sometidas a
los cuerpos corruptibles, con un tormento parecido al que los salteadores
etruscos infligían a sus cautivos, atando vivos con muertos”].
Aduce a su favor testimonios de Cicerón, de Aristóteles y
de otros. El ‘teólogo del PO’ no tuvo inconveniente en reconocer el parentesco
histórico y cultural entre el mito y filosofía pagana de la caída y su ‘cristianísimo’ dogma del PO. Esta
figura la encontraba él ya diseñada, siquiera fuese con trazos rudos,
imprecisos, en los escritos de los filósofos y mitógrafos paganos.
La figura del ‘antiguo pecado’. Explicando Agustín su
‘cristianísima’ doctrina del PO, con toda espontaneidad habla de él como de “el
viejo, antiguo, ancestral, paternal pecado”. Pecado que pervive de padres a
hijos desde los orígenes primeros de la raza humana. Recuérdense los textos que
acabamos de citar. Con esta misma terminología expresaban los escritores
paganos la persistencia de una ‘culpa ancestral’ que pasa de generación en generación:
“expías, romano, sin merecerlo, la culpa
de los antepasados” [Horacio, Odas lib. III, 6. Y este otro texto: “la pena, compañera inseparable de la culpa”,
Odas lib. III. IV,5.]
La continuidad terminológica delata la continuidad de la
realidad significada. La teología cristiana cristianizó/bautizó y, de paso,
creyó perfeccionar aquellas imprecisas intuiciones paganas referentes al origen
del mal en el mundo, por efecto del comportamiento de los hombres primeros.
La figura del pecado antecedente. Similar proximidad entre el
mito de la caída originaria y el teologúmeno del PO se descubre recordando la
figura del ‘pecado antecedente’, bien conocida por los mitólogos e
historiadores de la historia de las religiones primitivas. Poseemos numerosos
testimonios de los escritores greco-romanos sobre una cierta, indefinible, pero
operante culpa primigenia, cometida por los antepasados, que sería anterior a
la ‘actual’ historia humana, pero que sería la causa originaria, primordial y,
como tal, persistente, de la mísera condición humana. También al pecado de Adán
se le atribuyen, al máximo, estas propiedades.
La mancha del PO. La teología, la predicación, la liturgia, el
lenguaje popular cristiano, durante siglos, vienen hablando de la ‘mancha del
PO’. ‘La mancha’ es el símbolo
privilegiado para hablar de este enigmático y secretísimo pecado. Esta
designación lingüística ejerce la función de hilo rojo que mantiene la
continuidad entre el ancestral mito de la caída original y el dogma cristiano
del PO. El pecado de Adán fue tan enorme, tan intenso que corrompió/manchó, hasta biológicamente, la semilla
corporal en él y en todos los varones de la especie ‘homo’. Su semilla se tornó
‘infecciosa’ (el ‘semen infectum’ de
los teólogos escolásticos) para el alma, cuando ésta en contacto con la materia
en el primer instante de la generación de un nuevo ser humano.
Esta bizarra teoría hunde sus raíces en los tiempos y
experiencias primordiales de la humanidad. La contemplación de las ‘inmundicias
biológicas’ que acompañan a la generación y alumbramiento de un nuevo ser
humano, junto con los llantos de los bebés, excitaron la imaginación de los
primitivos y les llevaron a pensar que todo ser humano entra en la existencia ‘manchado/contagiado’ con alguna culpa
de sus antepasados. De la mancha biológica se elevaron a imaginar (sospechar)
una mancha ética y hasta religiosa en todo embrión humano. El investigador R.
Petazzoni dice que “sobre estos datos
elementales reposa la idea del PO”. P. Ricoeur hace suya esta afirmación de
Petazzoni, y ofrece un largo y minucioso estudio sobre la ‘mancha’ como símbolo del PO. Este lenguaje, que todavía hoy mismo
se utiliza hablando del PO, debería hacer reflexionar a los usuarios del mismo,
que el dogma del PO no es una verdad caída perpendicularmente del cielo. Ha
surgido, tiene su génesis en los limos primordiales de la madre tierra. Vale
decir, en las experiencias elementales y universales de la biología y de la
psique humana.
El PO, mito pagano. Esta podría ser la conclusión global de lo
dicho en los últimos parágrafos. El conocido filósofo, teólogo y buen conocedor
de la historia de las religiones, R. Panikkar, expresamente califica a la
doctrina del PO como una doctrina de indudable raíz pagana: “Es inútil recordar que el mito del PO es
originariamente pagano. El hecho cristiano es el hecho de la Cruz, la cual se
aplica sobre el mito. Aunque estamos lejos todavía de una aproximación íntima”.
El Mensaje de la
Cruz se proclamaba ante un hombre, una humanidad supuestamente ‘caída’; ante un
‘hombre caído’ en honda miseria (homo
lapsus), por una mítica culpa primordial. Lo cierto es que, como hemos
expuesto en tantas ocasiones, el hombre necesita de la fuerza de la Cruz y la
recibe, antes e independientemente de que haya caído en cualquier pecado.
Necesita de la Gracia para que, desde la pura y nuda naturaleza en que nace, ‘sea elevado’ al consorcio de la divina
naturaleza, desde el comienzo de su existencia.
2.Mito de la caída y
el PO en su estructura interna
Estudiado el tema en su origen histórico cultural, se
impone ahora la tarea de analizar, siquiera sea brevemente, los elementos
estructurales, componentes constantes del mito y de la teoría de la caída
original. Aquellos que, a lo largo de las visibles transformaciones históricas,
han permanecido básicamente inalterados. Estos elementos estructurales, comunes
al mito pagano de la caída original y al dogma cristiano del PO, son, según
pienso, los siguientes:
1)paraíso; 2) transgresión; 3) expulsión; 4 (miseria
humana; 5) índole etiológica del relato; 6) intención soteriológica; 7) el mito
y la teología de la pena. Comentamos un poco cada uno de estos elementos en sí
mismos y en su función dentro del conjunto.
El paraíso. Durante milenios los hombres, a la humanidad
primera, la imaginaban siempre en un estado de felicidad, en una edad de oro,
en una morada celeste, en un jardín/paraíso de delicias, en el estado de
santidad y justicia de los teólogos cristianos. Cada grupo cultural describe
esta situación según sus deseos, paradigmas, presupuestos religiosos y
culturales.
La transgresión/culpa primera. Los mitógrafos, los sabios
paganos no saben precisar bien lo que ocurrió ‘en aquel tiempo’ (in illo
tempore). Pero tienen por cierto que la felicidad primera se pierde por una
desventura, un fallo humano, por la desmesura de un comportamiento que traspasa
los límites de la humanidad (la hybris,
de la que hablan los griegos). Los teólogos cristianos creen saber algo más
concreto sobre el tema: dicen que el motivo de la pérdida del paraíso fue la
malsana ‘curiosidad’ de la primera mujer y ‘el enorme pecado’ del padre Adán.
Pérdida/expulsión del paraíso. La edad de oro deja paso a la
edad de bronce, de hierro, de barro. Las almas pierden la mansión celeste y son
encerradas en cuerpos de materia grosera (Platón). Más dramáticos, los teólogos
cristianos, sin abandonar del todo las mencionadas ideas míticas, órficas y
platónicas, afirman que ‘la justa ira de
Dios castiga a la humanidad culpable a vivir en adelante en el planeta tierra’
transformado, de paraíso de delicias. En valle de lágrimas para los desterrados
hijos de Eva, según rezan con devoción y pena los fieles católicos. Esta
expulsión fulminante la expresan con energía tantas representaciones
artísticas. Por ejemplo, el famoso fresco de Miguel Ángel en la Capilla
Sixtina.
La mísera condición humana. Es la consecuencia global de haber
sido expulsado el hombre del paraíso. Una vez más cada grupo cultural describe
la ‘miseria humana’ con unos u otros
rasgos. Agustín, genio religioso profundo y pesimista, contempla a la humanidad
convertida en masa de pecado, sujeta a la ‘dura necesidad de pecar’, merecedora
de eterna condenación, como castigo de la caída/pecado primordial.
Índole etiológica de los relatos. Los mitos, la filosofía, la
teología quieren dar una explicación de por qué el hombre histórico, objeto de
nuestra experiencia, está sumido en ‘tanta miseria’. Quieren ofrecer una
‘etiología’ (explicación causal) de lo que ocurre ahora mismo. Y la encuentran
todos en lo que sucedió ‘en aquel entonces’ (in illo tempore), en los prestigiosos, divinales orígenes de la
humanidad.
La intención soteriológica de los relatos. Como señala M.
Eliade, el mito, sobre todo el mito por excelencia, el de los orígenes, tiene
la intención de liberar del tiempo profano al oyente y celebrante del mito y
llevarlo al tiempo originario que es, por definición, sagrado, regenerador,
dador de nueva vida. Agudamente dice Agustín, en el texto citado, que la
superioridad del relato cristiano de la caída original sobre los
correspondientes relatos paganos estriba en que el cristianismo ofrece un
Salvador, y el paganismo no lo ofrece. Como decía Panikkar, el hecho cristiano
es el hecho de la Cruz, no los otros eventos que el mito cuenta, antes que los
teólogos. Interesa sobremanera no perder este dato.
El mito de la pena. En el fondo de los textos míticos,
filosóficos, teológicos que hablan de la caída original, encontramos vigente y
operante el mito de la pena. Es decir, que para dotar de racionalidad, desvelar
el ‘logos’ que encierra el mito cuando relata el hecho abrumador, trágico, del
paso desde la felicidad primera a la miseria actual, en todos los relatos se
recurre a la ‘teología de la pena’: “crimen
y castigo, culpa y pena son inexorables e inseparables. Has cometido una culpa,
luego has de sufrir un castigo (¡algo habrá hecho!) Si sufres es porque
cometiste una culpa”. Esta mentalidad arcaica la expresa bien este verso de
Horacio: “el castigo acompaña
inexorablemente a la culpa”. Casi a la letra utilizaba Agustín este
apotegma cuando dice en forma reiterada, tajante: “sufren los niños, luego son culpables de un pecado ancestral,
original”.
3.Desde el mito de
la caída al dogma del PO
Los momentos de un proceso. El proceso mediante el cual se pasó
desde el mito pagano de la caída al dogma cristiano del PO, pienso que pueda
ser designado, en forma esquemática, como un proceso de historificación,
ontologización, teologización, dogmatización por obra de los teólogos
cristianos de un material preexistente en el fondo cultural pagano.
La historificación consistió en que los relatos del mitro y las
reflexiones de la filosofía pagana sobre los orígenes fueron calificados
(descalificados) como fábulas imaginativas, poéticas, insustanciales. En
cambio, Gn 2-3 narraría ‘la verdadera historia’ de aquellos transcendentales
acontecimientos originarios.
La ontologización ocurre cuando el individuo Adán es dotado de
densidad ontológica, de una especie de estatuto metafísico similar al del
“Anthropos” del platonismo y al del “Hombre Primordial” (Ur-mensch) de la mitología irano-persa, maniquea y gnóstica. Los
teólogos cristianos dicen que el Adán Bíblico es la ‘naturaleza humana’, y que
su pecado es un pecado de la naturaleza (peccatum
naturae). En esta explicación, Adán, más que como un hombre de la especie ‘homo sapiens’, consustancial con
nosotros, aparece como un inmenso monstruo celeste y supramundano, pero
aparecido en el planeta tierra. Similar a alguno de los arcontes de la
metafísica gnóstica que hubiese bajado/expulsado de su mundo celeste.
La teologización consistió en que, en todo el drama de los
orígenes, los teólogos cristianos hacen intervenir a un Dios personal que tiene
un proyecto providencial sobre el hombre. Y éste aparece como oyente, obediente
y desobediente, de la palabra de Dios. Se destierra la idea de fatalidad, de
ciego Destino como rectores de la historia.
La dogmatización se logra cuando una enseñanza que, al
principio, pudo circular como opinión de teólogos respetables (un teologúmeno),
el Magisterio eclesiástico la declara doctrina obligatoria, la impone como
‘precepto doctrinal’ para toda la Comunidad de los creyentes. Como lo hizo el
Concilio de Trento en el siglo XVI.
Un caso paradigmático de inculturación del Mensaje. Los
primeros predicadores del mensaje de Cristo como Salvador único del género
humano se vieron, como es obvio, en la necesidad de aculturar/inculturar el
Mensaje de la Cruz salvadora, dentro de la sensibilidad humana y religiosa, de
la mentalidad, cultura y problemática del hombre de su tiempo. Con la misma
energía con que proclamaban la necesidad del salvador, tenían que proclamar y
proclamaban la ‘impotencia soteriológica’
del hombre para conseguir por sí solo la salvación, por ser un hombre ‘caído’ en profunda miseria. Vieron en
esta situación de ‘hombre caído’, universalmente reconocida, un campo abonado
para sembrar la Palabra, una preparación providencial para el Evangelio: la
‘Buena y Alegre Noticia’ del Salvador definitivo.
Al ir cumpliendo la tarea de inculturar el Mensaje de la
Cruz en aquel mundo, los elementos todos que integraban el ‘mito de la caída’
fueron profundamente transformados hasta culminar en la teología y en el dogma
del PO.
-La ‘feliz edad de oro’ es despojada de
sus vaguedades informativas y es dotada de las incontables y seguras
prerrogativas que integran el ‘estado de santidad y justicia’ de la primera
pareja, según la teología cristiana.
-El ‘infortunio, desventura original’,
pierde su vaguedad y resulta ser el enorme, inconmensurable pecado de Adán. Se
pone en circulación un concepto religioso, teológico, de ‘pecado’, desconocido
por el paganismo, al calificar la caída primitiva. La teología católica actual
también rechaza la figura de este inconmensurablemente grande pecado de Adán.
Figura mítica y simbólica, pero carente en absoluto de realidad histórica.
-La ‘expulsión/pérdida del paraíso’ no
se explica como un evento ocurrido dentro de las leyes inmanentes de la
naturaleza humana, sino como un ‘castigo’
positivo infligido por Dios.
-La ‘miseria humana’ resultante de la
caída, que comporta la muerte y los sufrimientos, ya la preveían los mitos,
pero la teología cristiana desvela su última profundidad al presentar a la
humanidad como ‘masa de pecado, de condenación’, según dichos nefastos de san
Agustín.
-La ‘índole etiológica’ del relato de Gn
2-3 ha sido resaltada con insistencia por los exégetas católicos actuales. Allí
se ofrecería una explicación de por qué existe tan pesado yugo de miserias
sobre la raza humana.
-La ‘novedad y originalidad del cristianismo’
la constituye su mensaje sobre Cristo Salvador, como agudamente indicaba san
Agustín y recordaba Panikkar. Ya hemos señalado que es ‘el Mensaje de la Cruz’
el que lo transforma todo. Incluso el mismo planteamiento primero de la
cuestión. Porque no se demora el Mensaje en preguntar de dónde vendrá el mal.
Señala, pregona más bien, ‘de dónde esta
viniendo la salvación’. Ofrece, sencillamente, al Salvador. Al recibirlo,
queda el hombre liberado dl mal, sea cual fuere su origen concreto. Esa es la ‘solución’ al problema del mal: ofrecer
un liberador. Que es lo que en el fondo interesaba a todos.
La teología de la pena. La conexión
‘lógica’/razonada entre la culpa y el castigo la establecían los textos paganos
mediante el ‘mito de la pena’, tal como lo expresaban las palabras del poeta
Horacio: “la pena, compañera inseparable de la culpa”. A esta fatal conexión
entre culpa y pena de que habla el mito, los teólogos la transforman en la
‘teología de la pena’, al hablar del castigo del pecado como una exigencia de
la justicia divina. Todo pecado llevaría consigo, se dice, el doble reato de
culpa y de pena. Una formulación temprana de esta ‘teología de la pena’ la
encontramos en san Agustín: “Si no paga
la deuda practicando la justicia, pagará sufriendo la pena… a fin de que ni por
un momento se perturbe la belleza del universo, como ocurriría si existiese en
ella la fealdad del pecado, sin la belleza de la venganza”. “Toda iniquidad pequeña o grande debe ser
castigada, o por el hombre que se arrepiente o por Dios que la castiga, porque
el que se arrepiente se castiga a sí mismo. Por eso, hermanos, castiguemos
nuestros pecados. En absoluto, o castigas o castiga. ¿Quieres no ser castigado?
Castiga tú… Porque el pecado no puede quedar impune”.
San Anselmo consolidó esta teología de la pena en el
cristianismo occidental: “Todavía no has
comprendido bien cuan grave es el pecado”. “No es conveniente que Dios deje el
pecado sin castigo”. Sería un atentado contra el buen orden y belleza del
universo. “Es indispensable que se
restituya a Dios el honor conculcado, o que se cumpla el castigo”. El no
castigar Dios el pecado, implicaría un atentado contra el orden y belleza del
universo, como ya decía Agustín.
Estos textos de Agustín y de Anselmo no puede dejarse pasar
sin alguna glosa que señale sus ambigüedades y hasta desaciertos. No parece
aceptable decir que todo pecado exige un castigo. O bien que todo pecado
importa un reato de pena. Esto pudo afirmarlo Horacio en la frase antes citada,
“la pena sigue inseparable a la culpa”. Podrá tener su validez en el campo de
las transgresiones a nivel jurídico y ético, pero no es admisible referida a la
culpa/pecado en sentido religioso-teológico de la culpa. El pecado no exige ser
castigado no desde la perspectiva del pecador ni desde la perspectiva de Dios
ofendido. Cuando el pecador siente ‘pen’, dolor del alma por haber ofendido a
Dios, no se debe decir que se esté castigando a sí mismo (Agustín). Excepto en
aquellos que descarguen sobre su culpa inconscientes instintos de sadismo o que
estén afectados por un sentimiento morboso de culpabilidad. Por parte del
pecador, lo que pide y exige su pecado es arrepentimiento, dolor del alma; pero
no exige que el pecador se autocastigue.
Por parte de Dios, no se debe decir que la justicia de Dios
‘exige’ que el pecador satisfaga por su culpa en forma personal por mediación
de otro. Sería como si Dios mismo estuviese sometido a una especie de ‘trascendental ley del talión’. La
justicia de Dios sólo pide un corazón contrito y humillado. Dios puede dejar al
pecador en su pecado, pero nunca le impone un castigo positivo. Ante el pecador
arrepentido, la justicia de Dios se resuelve en gracia de perdón. En una
oración de la Iglesia se dice: “Oh Dios,
que manifiestas tu omnipotencia sobre todo perdonando y teniendo misericordia” [domingo
XXVI T.O.]. No castigando, ni exigiendo satisfacción que no sea la ‘pena y
dolor’ que siente un corazón arrepentido.
Esta teología de la pena es decisiva en todo el proceso
argumentativo a favor de la teoría del PO. Sin embargo, la cultura occidental
moderna, al mismo tiempo que rechaza la teoría del PO, rechaza también la
teología de la pena que le sirve de apoyo argumentativo. Recogemos unas
palabras de Paul Ricoeur al respecto: “Si
nos hemos reunido aquí para hablar del mito de la pena es a causa de la
teología de la pena. Más concretamente de la muerte de esta teología penal: en
la predicación cristiana y en toda nuestra cultura. El hombre moderno no
comprende en absoluto de qué se habla cuando se define el PO como crimen
jurídicamente imputable masivamente a toda la humanidad; pertenecer a una ‘masa
de perdición’ culpable y punible según la ley jurídica del castigo… Esta
teología de la pena parece inseparable del cristianismo, al menos a primera
vista… La muerte del Justo es interpretada como el sacrificio sustitutorio que
satisface la ley de la pena”.
Si la lectura de este capítulo nos permite llegar a alguna
conclusión sería esta: está plenamente justificada la afirmación que hemos
recogido de R. Panikkar y de los mitólogos e historiadores de las religiones,
en general: “el dogma ‘cristianísimo’ del
PO, tiene sus primeras, perceptibles, innegables raíces en la mitología y
filosofía del paganismo greco-romano”. No las tiene en la Biblia ni en la
Tradición cristiana más antigua. El obispo de Hipona y sus seguidores, con
comprensible celo misionero, pensaron que el mito pagano de la caída original
era una excelente “preparación para el Evangelio del Salvador” (praeparatio evangelica). Sin embargo, al
menos con el correr de los siglos, se ha visto que, en realidad, era una
auténtica ‘perturbación del Evangelio’ (perturbatio
Evangelii). Pues oscurecía la ‘Buena y Alegre Noticia’ de Jesús. Salvador
de todo hombre desde el momento en que éste entra en el mundo.
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