VI.
IMPACTO DE LA
TEORÍA DEL PECADO ORIGINAL EN LA CULTURA OCCIDENTAL. VISIÓN DE CONJUNTO
La polémica sobre el PO mantenida entre Agustín y los
pelagianos, desde la perspectiva general de nuestro estudio, podemos
calificarla como un conflicto entre dos humanismos, ambos de intención y
estructura básicamente cristiana: el humanismo de talante optimista, cultivado
por los pelagianos (Julián de Eclana), y el humanismo de talante pesimista,
propuesto por Agustín. Es indudable que la visión julianea del hombre está
basada en la idea bíblica del hombre creado a imagen y semejanza de Dios,
dotado por el Creador de una naturaleza sana, íntegra, inocente. Agustín, por
su parte, expresamente afirma y reitera que le resulta grato este discurso
pelagiano sobre la “dignidad/santidad” de la naturaleza humana tal como salió
de las manos del Creador (dignitas
naturae conditae, sancta natura!). Pero añade, con notable reiteración y
pasión polémica: ¡Eso fue antes! In illo
tempore, ¡en el jardín del Edén! Desgraciadamente, el pecado de Adán
trastornó la obra del Creador y la naturaleza humana, objeto de nuestra
experiencia. Ésta, ¡tal como ahora es!,
está viciada, corrompida, enferma. El humanismo de Agustín, inicialmente
optimista y hasta sublimado, idealizado, se ha tornado crudamente pesimista. Y
ello bajo la influencia de su teoría del PO). Teoría que Agustín defendía como
refinadamente cristiana; pero que, en realidad, es de indudable origen pagano,
y contiene una estructura gnóstica y residualmente maniquea, como se ha expuesto.
El pesimista humanismo agustiniano, con su nutrido
acompañamiento de antecedentes, concomitantes y consiguientes, triunfó
plenamente en el Occidente cristiano. Pero, pasados los oscuros siglos de la
primera Edad Media, en el siglo XIII surge un nuevo humanismo secular, menos
pesimista, más cristiano. Nos interesa tenerlo en cuenta.
1.La filosofía,
¿viciada por el pecado original?
Se habla aquí de la filosofía como cumbre y cifra de la
más alta cultura secular/humanista, tal como era reconocida en la época de la
que vamos a hablar.
Tensiones en la primera Edad Media.
Ya desde la primera Edad Media era conocida en Occidente la dialéctica, la
lógica de Aristóteles. Su utilización por parte de los teólogos llevaba consigo
una gran confianza, un optimismo innegable en el poder de la razón humana para
profundizar en los misterios de la fe. Pedro Damiano (1007-1072) simboliza y
protagoniza la lucha contra los dialécticos y su ‘vana curiosidad’ por
investigar los misterios de la fe. La devota ‘sabiduría cristiana’ de los
círculos monacales se inquietaba ante esta pretensión de los dialécticos que
querían comprender los misterios de la fe confiando más (al menos así parecía)
en el vigor de su inteligencia que en la unción del Espíritu Santo. Aparte de
que era innegable en ellos un afán desmedido en hacer preguntas interminables
sobre sobre las verdades de la fe. Aparece la tensión entre ‘curiosidad’ (curiositas), el ‘deseo de saber’ (desiderium sciendi) de los dialécticos
(filósofos) y el ‘deseo de Dios’ (desiderium
Dei) de los varones devotos. El
prototipo de los dialécticos, movidos
por el ‘deseo de saber’ todo lo imaginable sobre Dios, sobre el mundo, sobre
las realidades y acontecimientos, podría ser Abelardo (1079-1142), llamado ‘el
primer hombre moderno’. El devoto san
Bernardo (1090-1153) podría ser el símbolo de los que buscan sólo la ciencia de
Dios y de las cosas divinas, movidos por el ‘deseo de Dios’ (desiderium Dei). Incompatible, para
ellos, con el ‘deseo de saber’ (desiderium
sciendi).
Surge un nuevo humanismo cristiano. Tomás de
Aquino, J. Duns Escoto. Desde comienzos del siglo XIII irrumpe en
Occidente el ‘Corpus aristotelicum’:
el conocimiento de las obras completas del Estagirita. Surge así un nuevo
humanismo intensamente naturalista, secularizante, que diríamos hoy, basado en
el pensamiento integral del Filósofo. Hombres como Siger de Brabante
(1240-1284) y Boecio de Dacia (siglo XIII) proponen esta filosofía como la
máxima ciencia humana posible y relegan a un segundo plano y hasta marginan del
todo a la tradicional ‘sabiduría
cristiana’. Esta irrupción del humanismo aristotélico provocó un notable
impacto en el tradicional humanismo teológico de configuración agustiniana.
Aristóteles, en efecto, reflexiona sobre el ser humano desde la experiencia
sensible, empírica, desde abajo. Desconoce la idea de una raza humana
congénitamente viciada, caída desde un estado más perfecto. Sea la mítica edad
de oro, sea la mansión celeste platónica, sea el primitivo paraíso de los
cristianos. El alma humana es, por sí misma, ‘forma’ del cuerpo. No está en el
cuerpo material como de paso y forzada a vivir en él como en una cárcel,
castigada por algún ‘viejo pecado’. El alma está en el cuerpo como en su
propio, único espacio vital, como en su propia casa. La idea agustiniana de una
naturaleza ‘viciada/corrompida’ por ‘un
acto’ de ‘un’ individuo humano,
en ‘un’ momento concreto de la
historia, resulta aceptable sólo para una mente de estructura mítica, arcaica.
No para una filosofía seria. Así lo pensaba ya, cargado de razón, Julián de
Eclana, y los filósofos aristotélicos del siglo XIII.
Dos teólogos medievales de máximo prestigio, Tomás de
Aquino (1225-1272) y Duns Escoto (1266-1308), en diversos grados y con matices,
en sus reflexiones sobre los datos de fe adoptaron la epistemología, la
antropología, la metafísica, la ética y la política del Estagirita. Mediante
esta filosofía realizan un esfuerzo de ‘transculturación’ y de nueva
‘inculturación’ del Mensaje. Intentan liberarlo de las viejas categorías agustiniano-platónicas
y lo quieren ‘inculturar’ en la nueva circunstancia vital/cultural que se había
creado. Este acontecimiento cultural no pudo menos de afectar a su concepción
cristiana del hombre. Concretamente, la nueva cultura cristiana, más humanista y
optimista, afectó fuertemente al modo de exponer el tema agustiniano del PO,
con la visión del hombre que le es inherente. Indicamos algunos puntos
concretos de este cambio. Es una novedad queme parece poco apreciada por los
historiadores de la teología y de la filosofía. Al menos bajo la perspectiva
por nosotros adoptada en este estudio.
En primer lugar, al asumir la filosofía aristotélica como
instrumento para vehicular el Mensaje cristiano entre los hombres del siglo
XIII (al menos entre la alta cultura filosófica del tiempo), elaboraron el
concepto filosófico/teológico preciso de ‘naturaleza’ y el concepto teológico
de ‘sobrenatural’, en sí mismos y en
sus mutuas relaciones. Ni Agustín ni los pelagianos lograron tener ideas claras
y distintas en este problema de las relaciones entre naturaleza y gracia. Un
tema que no estaba maduro para su época. Mediante el
concepto de lo ‘sobrenatural’, Tomás de Aquino y Duns Escoto obtuvieron un
instrumento argumentativo del todo eficaz para explicar la necesidad absoluta
de la gracia y de la correlativa impotencia soteriológica del hombre, sin
acudir a la teoría del PO, tal como lo venía haciendo la teología tradicional
agustiniana. Mediante la ‘teología del sobrenatural’ quedaba desarbolada la más
valiosa argumentación teológica a favor del PO: el que no tiene pecado, no necesita de la obra redentora de Cristo. Si
bien estos grandes teólogos siguieron manteniendo la doctrina del PO, por
fidelidad a la tradición secular de la Iglesia. A mi modo de ver en forma más
bien floja, casi nominal. Y, con toda seguridad, incompatible, en el fondo, con
su propia doctrina sobre el ‘sobrenatural’ y sus lógicas aplicaciones
doctrinales.
Como ya había previsto Julián de Eclana, una correcta
visión cristiana del hombre no permite hablar de una naturaleza congénitamente
viciada, corrompida. Pero tampoco lo permite la filosofía aristotélica o
estoica. Sería un sinsentido dentro de estas filosofías. Junto a este
razonamiento de base filosófica tanto santo Tomás como Escoto utilizaban con firmeza
un axioma tomado de la teología cristiana oriental: “lo que pertenece a la ‘naturaleza’ del hombre permanece íntegro y
sano, a pesar del PO”. O bien este otro de origen escolástico autóctono en
la teología occidental: “la gracia no
destruye, supone y perfecciona la naturaleza”. El llamado núcleo duro de la
teoría del PO, que el hombre nace en ‘desgracia’ ante Dios, en pecado, lo
mantienen también estos teólogos. Pero introducen un cambio en el concepto
aplicado al caso del PO. Éste consistiría en la ‘privación’ de la gracia, o de
la justicia original. Privación que no implicaba ninguna ‘herida’ en la
estructura natural, interna del ser humano. Notable cambio con relación a la
enseñanza agustiniana tradicional. Cambio valioso, pero insuficiente.
Duns Escoto insiste en que la ‘concupiscencia’, las
energías apetitivas del hombre en sus diversas manifestaciones, no ha sido
viciada ni menos castigada por Dios a consecuencia del PO. Permanece íntegra y
sana en su ser natural. Lo que ha sucedido es que al ser desposeído/desvestido el hombre del don gratuito de
la justicia original, la concupiscencia natural ya no está frenada, regulada
por la gracia. Por ello podemos decir ahora que está ‘desenfrenada’. Pero,
incluso en el ‘hombre caído’, su
actividad pasional no está congénita y antecedentemente ‘viciada’, corrompida. Y menos aún se podrá decir que su actividad
sea siempre pecaminosa, al menos en algún grado. No se podrá afirmar, con la
tradición agustiniana, que la concupiscencia es hija del pecado y madre del
pecado. Y menos se podrá llamar a la líbido sexual ‘líbido vergonzosa’ por
definición (pudenda libido), como
afirmaba tenazmente el doctor de Hipona. La
concupiscencia es éticamente neutra, inocente. La concupiscencia sólo es mala
cuando la voluntad mala hace de ella un uso malo.
Por su importancia en el campo de la teología católica
posterior, pero también por sus repercusiones en el campo de la cultura
secular, señalemos el hecho de que, especialmente santo Tomás, basado en
Aristóteles, superó el llamado ‘agustinismo político’ que ponía la política, el
gobierno de la sociedad civil, bajo la indispensable tutela de las autoridades
religiosas. Según esta nueva filosofía política tomista, los hombres (incluso ‘caídos’ en PO) son capaces de darse a
sí mismos leyes justas, crear una organización política justa, según las luces
de la mera razón. Este reconocimiento de la autonomía de la razón y de la
libertad humana para actuar dentro de las realidades mundanales, ha tenido una
gran influencia, muy favorable para la posterior historia cultural de
Occidente. Los agustinianos seguían fijos en el agustinismo político, en lo que
E. Pagels llama la ‘política del paraíso’, una de cuyas bases es la teoría del
PO.
Afirma Escoto que el hombre, a
pesar del PO, conserva la posibilidad de amar a Dios sobre todas las cosas; un
deseo natural, óntico, trascendental, de ver a Dios como es en sí, que sería el
punto de empalme con la gracia que Dios le dona para cumplir este deseo.
Parece tema estrictamente teológico, pero tiene importancia
de cara a la forma como haya de presentar el Mensaje cristiano al hombre
moderno, no desde la ‘negatividad’,
la oquedad y ruina que, según se dice, habría dejado en la humanidad el PO,
sino desde la ‘positividad’, desde la
receptividad y apertura positiva hacia el Infinito, que en el hombre implica
este deseo ontológico-natural de amar a Dios sobre todas las cosas, deseo que
Cristo vino a desvelar y cumplir. Volveremos sobre el tema, de indudable
importancia para la presentación del Mensaje de Cristo ante el hombre de alta
cultura y secularizado del siglo XXI.
Finalmente, las llamadas ‘consecuencias del PO’ adquieren
otra valoración en la nueva teología del PO. Agustín es reiterativo e incluso
cargante en repetir que, si los humanos están abrumados con ‘tanta miseria’
desde el seno materno hasta la última ancianidad, ello ocurre ‘como justo castigo’ de Dios por el PO.
Para algunos teólogos medievales, como Abelardo, pero también para Escoto,
estas llamadas consecuencias del PO, en algún sentido, son debidas al PO, pues
aparecen en la historia humana sólo con posterioridad a este acontecimiento y
en conexión con él. Pero no lo son como ‘castigo’
impuesto por la justicia de Dios. Aparecen en cada ser humano connaturalmente e
inevitablemente, una vez que la humanidad ha sido ‘desvestida’, despojada de la santidad y justicia que gratuitamente
había recibido en el paraíso. Son propiedades naturales/connaturales, que se
manifiestan según leyes del ser humano en su condición de espíritu inmerso en
la materia, en el devenir del cosmos y de la sociedad. Llamarlas castigo de
Dios es comprometer, al mismo tiempo, la bondad de Dios y la dignidad del
hombre imagen de Dios.
La reacción del humanismo agustiniano.
Lo que acabamos de exponer sobre el nuevo humanismo se comprenderá mejor si
tenemos a la vista la reacción del humanismo agustiniano tradicional frente al
humanismo de mentalidad aristotélica. Recogemos como significativo, dentro de
una reacción más general, el testimonio del teólogo agustiniano san Buenaventura
(1217-1274). Él, como Ministro general de los Hermanos Menores, mostró una dura
oposición a este humanismo nuevo que él calificaba de muy peligroso. Lo hizo,
especialmente, en las ‘Conferencias sobre
el Hexámeron’, pronunciadas en la universidad de Paris en el año 1273, un
año antes de su muerte. En el interior de la Fraternidad Franciscana se reaviva
la lucha que, tiempo atrás, había estado vigente en recintos monacales: la
tensión entre la búsqueda de Dios (desiderium
Dei) y el deseo de saber (desideriun
sciendi). El Doctor Seráfico, gran teólogo y gran espiritual al mismo
tiempo, no podía menos de oponerse a las desmesuradas pretensiones
secularizantes de la facultad de Artes y de Filosofía. Pero también de algunos
teólogos, excesivamente condescendientes con las nuevas corrientes doctrinales
surgidas de estas facultades. La teología cristiana no podía aceptar una
filosofía con pretensiones de ser una ciencia del todo autónoma, e incluso
superior, que podría suplantar las funciones de la sabiduría perfecta
representadas por la por la teología. Esta pretenciosa filosofía humana haría
innecesaria la doctrina de Cristo, de todo el cristianismo. Delata Buenaventura
los errores básicos de estos filósofos acerca del ejemplarismo, sobre la
eternidad del mundo, sobre la inmortalidad del alma, sobre el sentido último de
la vida humana.
Esta dura crítica a la filosofía separada, secularizada,
la propone Buenaventura ante oyentes teólogos cristianos y, sobre todo, ante
“varones espirituales”: “para que de la
ciencia mundana sean atraídos a la sabiduría cristiana”. Que él ve centrada
en Cristo, Medio y Centro de todo saber humano correcto y valioso para el
hombre; y no basado en la simple y vana curiosidad. Con frases duras, con
expresiones apocalípticas, critica esta filosofía ‘separad’, autónoma, que
tiene pretensiones de ser superior a la propia teología. La filosofía debe
permanecer en su función de sierva/criada de la teología. Pero ahora quiere
erigirse en señora.
En la Edad Media y en toda esta discusión, debemos
entender la filosofía como cumbre y síntesis de todo saber humano. Por ello, la
lucha entre la filosofía secular y la teología entonces planteada, habrá que
interpretarla como una lucha entre la ciencia sagrada (la teología) y la
cultura secular en su generalidad. Las diatribas de Buenaventura contra la
filosofía ‘separada’, secularizada, podemos dejarlas ahora en su propio tamaño.
Lo que aquí interesa es advertir que todos los errores en los que ha caído la
filosofía/cultura separada, autónoma, se deben, según el Doctor Seráfico, al
hecho de que sus cultivadores ignoran, rechazan que la inteligencia humana está
‘viciada, herida, enferma por el PO’.
Y como ignoraban la enfermedad ignoraban también la medicina: Cristo, Médico y
Salvador. Idea del todo agustiniana en sí y en el contexto en que era
proferida.
2.La curiosidad,
“madre del pecado e hija del pecado”
Ya hemos indicado que, a juicio de los defensores del PO,
éste habría corrompido de raíz todo lo
que llamaríamos sistema o fuerzas apetitivas/desiderativas del ser humano: la concupiscencia (libido), en sentido amplio. Pues bien, la concupiscencia/líbido,
tal como ahora existe, tal como la experimentamos actualmente los humanos, está
corrompida radical y universalmente, según los defensores de la teoría del PO.
En consecuencia, también ha de estar corrompida la ‘libido sciendi’, el deseo, la concupiscencia aplicada al conocer.
Explicamos un poco esta afirmación en torno al concepto y uso que se ha hecho
de la palabra ‘curiosidad/curiositas’.
Tema que tiene notable importancia en la historia de la cultura secular de
Occidente y dentro del tema que nos ocupa.
En las lenguas modernas la palabra
‘curiosidad’ tiene variadas acepciones. El deseo de saber y, por ende, la
concupiscencia/líbido de conocer que
se dirija en esta dirección, parece que es un desear del todo irreprensible,
benéfico, indispensable para el progreso humano. En este sentido hay que
aceptar el adagio de que “la curiosidad es madre de la ciencia”. Afirmación no
lejana de la que hace Aristóteles en el comienzo de su metafísica: todos los hombres desean naturalmente saber. Es
decir, que nace como inclinación innata, y que tal deseo es de suyo
irreprensible y fecundo. La pasión por el pensamiento, el deseo de saber, el ‘sapere aude’ que Kant proclamó como
ideal de la Ilustración y, dentro de ella, la ‘curiosidad’ por conocer es una
de las características más nobles y creadoras del hombre occidental. Con esa
amplitud y tenacidad no se encuentra en otros círculos culturales. Muchos
profesantes de la teoría del PO han combatido sistemáticamente esta curiosidad,
esta pasión por saberlo y razonarlo todo que, desde Atenas, impregna los
mejores momentos de la historia cultural de Occidente.
Pero la curiosidad
(curiositas) ha tenido otro sentido y uso más banal, el expresado en el
prurito de ver, observar, conocer cualquier tipo de cosas y acontecimientos que
merecen ser tildados de insustanciales, innecesarios. Esta curiosidad es la
presentada como madre de innumerables males. De ella se ha dicho algo similar a
lo que se ha dicho de la concupiscencia: la curiosidad, tal como ahora l a
experimentamos, es “madre del pecado (en Eva) e hija del pecado”, en los demás
hombres (cf. DS 1515).
El testimonio más antiguo sobre esta ‘curiosidad malsana’
tal vez haya que señalarlo en la tradición mítica y en la filosofía platónica.
Según Platón, las almas eran felices en la contemplación de las ideas eternas,
especialmente la idea del Bien. Pero se entibiaron en esta contemplación y
miraron ‘curiosamente’ hacia las
realidades inferiores a ellas. Por esta curiosidad y ligereza en mirar hacia
abajo, cayeron de la región celeste, fueron encerradas en cuerpos materiales y,
dentro de ellos, obligadas a alimentarse de las realidades sensibles,
fantasmagóricas, según dice el mito platónico de la caverna. Un mito hebreo
dice que Adán pecó por haber dirigido su ‘curiosa
mirada’ hacia las cosas que estaban fuera del paraíso.
El teólogo cristiano Orígenes también explica la caída de
las almas en relación con la curiosidad. Desde los primeros siglos, los
escritores cristianos señalaban en la curiosidad de Eva el momento de la
entrada en el mundo de El Pecado, y
de todos los males con él.
Desde entonces se ha hecho proverbial el dicho antes
mencionado de que la curiosidad es la madre del pecado de Eva e hija del pecado
en los demás hombres. El mito bíblico de la curiosidad de Eva se unió con el
mito helénico de Pandora. La cual, al abrir imprudente y curiosamente la caja
-ánfora-, habría dado rienda suelta a todos los males que eran desparramados
por nuestro mundo.
En plano ya más sistemático y que expresaría toda una
mentalidad, dice Tertuliano que los cristianos “no necesitamos la curiosidad
después de Cristo ni las investigaciones después del Evangelio”. En esta línea, y en
su sentido peyorativo, la curiosidad (curiositas)
ocupa un puesto importante en los escritos de san Agustín. Ciertamente, el
Doctor de Hipona no se opone al deseo humano de conocer, en su generalidad. El
saber es alimentado del espíritu, cuando el entendimiento se alimenta de
verdades eternas, divinas, éstas le ayudan a vigorizarse y crecer. Pero, si se
alimenta de las realidades sensibles. Inferiores, materiales, entonces en mayor
o menos medida, se degrada su dignidad. Esta es la curiosidad que Agustín
critica. La incluye en la triada de pecados mencionada en 1Jn 2,15: “Todo lo que hay en el mundo: concupiscencia
de la carne, concupiscencia de los ojos, soberbia de la vida”. Acusa de
torpe curiosidad a los maniqueos en su afán incansable por conocer las
realidades materiales, el mundo sensible, los movimientos de los astros. Esta
curiosidad aparta de la consideración de las cosas divinas e inclina
peligrosamente hacia el mundo, hacia los problemas y asuntos mundanales.
Implica un alejamiento y hasta una secreta rebelión del espíritu contra Dios.
Y, en consecuencia, una degradación del espíritu por efecto del PO.
En el siglo XI, Pedro Damiano, en su lucha contra los
dialécticos, dice que “la curiosidad es
la cabeza y madre de todos los vicios”. La equipara a la concupiscencia de
la que habla el NT (Nuevo Testamento). La llamada ‘teología monástica’ hacía de
la crítica a la curiosidad (curiositas)
una de las bases de su crítica a la teología académica y especulativa. Y a la
filosofía aristotélica. Se la calificaba de ‘mundana curiosidad’, porque se
ocupaba de las realidades y problemas de este mundo corrupto, en lugar de
buscar alimentarse con el conocimiento de las verdades eternas, según
propugnaba el agustinismo tradicional.
En esta línea hay que leer la crítica que san Buenaventura
hace de la ‘curiosidad’, defecto
fundamental de la filosofía por él criticada. Comentando el texto de la
Vulgata, “Dios dio a los hombres esta
pésima ocupación” (Qo. 1,13), dice Buenaventura que el mundo, (la sabiduría
mundana) pretendiendo dar la verdadera sabiduría, estimula la soberbia, como el
vino dulce fomenta la gula y, en consecuencia, la lujuria. La curiosidad todo
lo quiere saber e indagar sutilmente. Pésima ocupación que Dios da a los
hombres: “Por justo juicio de Dios, por
el pecado del primer hombre ocurre que nuestra razón se deleita (luxuriatur)
con tanto agrado en las cosas terrenas… La curiosidad es un acto lujurioso, una
prostitución de la mente humana, que se abraza continuamente a cualquier verdad
y adultera con ella, puesto que su verdadera esposa es la Verdad eterna”.
Para los escritores espirituales de todos los siglos
resulta tópico criticar la curiosidad científica, la ocupación y la
preocupación por la cultura secular, mundana, como un serio peligro para la
vida del espíritu. Es uno de los aspectos de del ‘contemptus mundi’ (desprecio del mundo). Actitud que impregna toda
la historia de la espiritualidad cristiana, especialmente la monacal.
Lo que interesa en nuestro contexto es señalar el hecho de
que el deseo natural de saber, cuando no versa sobre Dios y las realidades
divinas, se torna curiosidad pecaminosa [Según parece
se olvidaba aquí que toda la creación en cuanto salida de las manos de Dios es
divina, siempre que se la contemple divinamente]. El caso paradigmático
es Eva, cuya curiosidad introdujo El Pecado y la miseria en la historia humana.
Esta crítica a la curiosidad, tan poco matizada, masiva y dura en ocasiones, ha
tenido repercusiones desfavorables dentro del problema general de las
relaciones entre el Evangelio y la cultura. En Occidente, los grupos cristianos
en los que la creencia en el PO ha estado más arraigada, se han mostrado más
críticos y opuestos a la cultura secular, humanista. La consideraban, por
principio, viciada, corrupta, como creación de una naturaleza deteriorada por
el PO y sus consecuencias. Así ocurre con el primer protestantismo, los
jansenistas, los católicos más tradicionales y reaccionarios del siglo XIX,
como J. de Maistre y Donoso Cortés, según veremos.
Por el contrario, la cultura secular humanista valora
desde otra perspectiva el fenómeno de la curiosidad humana. Simbolizándolo en
el mito bíblico de Eva o bien en el mito helénico de Pandora. Habría que decir,
según este relato, que, cuando Eva miró con curiosidad el fruto prohibido y
luego lo gustó, abrió a la humanidad las puertas del progreso, de la
civilización. Puesto que le abrió el camino hacia el conocimiento del bien y
del mal, es decir, hacia el conocimiento sin límites de todo lo que hay en este
universo en el que el hombre vive inmerso. Así interpretan la curiosidad los
hombres de la Ilustración, Kant y otros modernos [E. Fromm, El corazón del hombre, México 1966: “En
ningún lugar hay indicios de que esa desobediencia (la de Adán y Eva) haya
corrompido al hombre. Por el contrario, la desobediencia es la condición para
el conocimiento de sí mismo, por su capacidad de elegir por sí mismo, en último
análisis. El acto de desobediencia es el primer paso del hombre hacia la
libertad”, p. 14. Tema recurrente en otras obras de E. Fromm: “El miedo a la libertad”, “Seréis como
dioses”. Tal vez haya que dar similar interpretación a una leyenda antigua,
que recoge san Agustín: Adán habría nacido con los ojos cerrados, como los
perritos. Al comer del fruto prohibido, se le habrían abierto los ojos para ver
con claridad la realidad suya y la realidad en torno, lo bueno y lo malo que
hay en el mundo. Esta interpretación, tan moderna, tal vez esté prevista en la
explicación de los Ofitas, secta gnóstica, que veneraban a la serpiente porque,
por medio de Eva, había abierto a los humanos la puerta de la ciencia
universal, el conocimiento del bien y del mal. Con la ambivalencia que el hecho
lleva consigo y que la propia serpiente simboliza en los mitos y en la
literatura, hasta nuestros días].
3.Doctrina
protestante sobre el PO y la cultura occidental
Es claro que no podemos entrar aquí en el tema general,
tan amplio, del protestantismo y la cultura moderna. Tema muy estudiado desde
diversas perspectivas con resultados en parte divergentes. Aquí sólo podemos
referirnos al hecho para poner un ejemplo del tema general: interferencias
entre el dogma cristiano del PO y la cultura secular.
A partir del siglo XVI no se puede hablar de la cultura de
Occidente sin hablar de la Reforma protestante. Pero hay que tener en cuenta,
por una parte, que el protestantismo no es una magnitud religiosa, histórica,
cultural uniforme. Hay luteranos, calvinistas, anglicanos y otros grupos
menores. Desde el punto de vista del desarrollo histórico existen, en este
punto, notables diferencias entre el luteranismo ortodoxo de los primeros
siglos y el tiempo posterior a la Ilustración; el idealismo alemán, de talante
marcadamente más humanista, y el protestantismo liberal. Y luego el ‘retorno a
Lutero’ de Kierkegaard y de la teología dialéctica en los inicios del siglo XX.
Como hemos indicado, la teoría del
PO lleva implicada una determinada respuesta a la pregunta de ¿qué es el hombre? El protestantismo
tiene su propia respuesta a la pregunta universal d qué es el hombre. Responde
con esta afirmación nuclear en su dogmática: la naturaleza humana está radical,
congénita, óntica, existencialmente corrompida por el PO. Con esta
afirmación ya se ve que Lutero se encuentra voluntaria y expresamente en
oposición frontal a la cultura humanista de su tiempo y de todos los tiempos.
Implicada en esta calificación de la naturaleza viene la tesis de la ‘libertad
esclava’. También aquí se manifiesta la oposición frontal a la cultura
humanista de su tiempo. Advierten los historiadores que la polémica de Lutero
contra Erasmo sobre la libertad (De
libero arbitrio), es la más dura de las polémicas sostenidas por el
Reformador. Podemos aceptar a Erasmo como uno de los máximos símbolos de la
cultura humanista y de la modernidad europea.
La cultura occidental, sobre todo a partir del
Renacimiento, cultiva una visión del todo optimista sobre la naturaleza humana.
A este hombre occidental no puede menos de resultarle estridente oír hablar de
una naturaleza humana universal y congénitamente corrompida, viciada en todas
sus creaciones más nobles. Igualmente, el hombre moderno ha sentido, como uno
de los máximos estímulos para su lucha por el progreso, la lucha y la defensa
de la libertad en todas sus vertientes: metafísica, moral, social y política;
en el plano doctrinal y a nivel de la vida práctica. Nada más contrario a este
hombre occidental que un discurso sobre la ‘libertad esclava’ en sus funciones
más fundamentales, tal como aparece en los defensores de la teoría del PO, a
partir de san Agustín. Ni puede olvidarse la famosa diatriba de Lutero contra
la filosofía aristotélica, la filosofía por excelencia de su tiempo. Y contra
la razón humana de cuya ‘curiosidad’
pecadora surge la filosofía. A esta razón, a la filosofía natural, la llama
‘ramera’ (Hure Vernunft) porque, con
su hermoso parecer y la vistosidad de sus razonamientos seduce a los teólogos y
les impulsa a estudiar con ahínco a Aristóteles, olvidando la sabiduría de
Cristo crucificado, en quien se contienen todos los tesoros de la verdadera
ciencia (Col 2,3).
Similares improperios hemos encontrado en san Buenaventura
en su lucha contra el averroísmo y la exaltación de la filosofía autónoma,
separada, soberana, que ellos hacían. La prevención de Buenaventura contra la
curiosidad de la sabiduría mundana podría surgir por varios motivos, sin duda.
Pero entre ellos operaba, sobre todo, la creencia en que la naturaleza humana
se encuentra viciada, enferma, a consecuencia del PO. El ser humano es, por
definición, ‘hombre caído’, y corrompido, según san Agustín.
R. Niebuhr ofrece un testimonio muy ilustrativo sobre la
relación del luteranismo, su doctrina del PO, con la cultura. Él tiene la
convicción de que la cultura occidental no puede comprenderse, en su desarrollo
histórico, sin relación al cristianismo. Y, más concretamente, sin concederle
su parte alícuota a la doctrina del PO, doctrina específica del cristianismo occidental. Las variadas relaciones
entre Cristo y la cultura las tipifica Niebuhr bajo estas denominaciones:
Cristo contra la cultura; el Cristo de la cultura; Cristo por encima de la
cultura; Cristo y la cultura en paradoja; Cristo transformador de la cultura.
En cada uno de los momentos de este análisis aparece alguna presencia e
influencia de la teoría del PO. Pero es destacada en el cuarto tipo: Cristo y la cultura en tensión dialéctica,
paradójica. El representante más señero sería M. Lutero, precedido, opina
Niebuhr, por Pablo y Agustín. Y explica esta afirmación. Porque la teología
luterana habla de la corrupción radical, óntica, existencial del ser humano y
de cualquier actividad de su inteligencia y de su libertad. Por tanto, “la cultura está corrompida y la cultura
humana incluye toda obra humana”. La surgida fuera y la surgida dentro de
la Iglesia. “Toda acción humana, toda la cultura está viciada por la impiedad,
que es la esencia del pecado. Todo el edificio de la cultura está resquebrajado
y desesperadamente inclinado”. “Las instituciones de la sociedad cristiana, al
igual que las instituciones de la cultura pagana, en la medida en que sean
aceptables, parecen ideadas, en su opinión (de Lutero), para impedir que el
pecado sea demasiado destructivo, más que para fomentar l a consecución de un
bien positivo”. La afirmación vale también para el propio luteranismo y para
toda su zona de influencia [La doctrina luterana sobre
la corrupción radical de la naturaleza humana implicó, en su tiempo y todavía
hoy, una oposición frontal a la cultura humanista, tan propia de la cultura
europea. Sin embargo, hay otro aspecto básico en le Reforma que
significó una apertura y fuerte impulso hacia la modernidad europea.
Concretamente haber abierto paso franco a la ‘subjetividad’,
que ha venido a constituir una de las bases del progreso del hombre occidental
en los últimos siglos. Por otra parte, la Reforma trajo consigo (lo intentó, al
menos, en serio) la liberación del autoritarismo
opresivo, doctrinal y práctico, ejercido por las jerarquías eclesiásticas, del
peso insoportable de tantas tradiciones humanas muertas, pero ‘supervivientes’
en la Iglesia oficial y en la popular. Luchaban,
asimismo, contra el imperialismo doctrinal de la teología escolástica.
Estimulaban el nacimiento de un sentido crítico que deberá asumirse
proporcional, pero realmente, por toda teología que quiera ser de verdad
científica y moderna].
Dice Nietzsche que los filósofos alemanes tiene sangre de
teólogos. “El pastor protestante es el abuelo de la filosofía alemana y el
propio protestantismo es su pecado original” [El Anticristo, n. 10. Dice Nietzsche que el cristianismo ha
declarado pecaminoso todo lo más elevado del hombre. “El ejemplo más lamentable
es Pascal, quien creía que su razón estaba corrompida por el PO, cuando por lo
que estaba corrompido era precisamente por su cristianismo”]. Claro que el
protestantismo no se reduce a la doctrina del PO, pero sí es un momento clave
en sus sistema de creencias. La creencia en el PO ha dejado su huella en Kant,
con su teoría sobre el mal radical. Schopenhauer hace del ‘dogma’ del PO eje de
su cristianismo. La doctrina luterana del PO constituye una de las raíces
históricas y culturales d la filosofía idealista y trascendental de Hegel. Un
pensamiento tan importante como el de Feuerbach expresamente quiere apoyarse en
Lutero para realizar su tarea de ‘reconversión’ de la teología en antropología.
“Yo soy Lutero II”, dice Feuerbach,
continuador de su obra. Veremos cómo Freud, en su explicación psicoanalítica
del PO, quiere ser un continuador/corrector de la doctrina antropológica de
Lutero. La tensión entre la cultura moderna (modernidad) y la teoría luterana
del PO es aceptada y puesta de relieve todavía en nuestros días por E. Jüngel.
Podría valer como un correctivo la desmesura e insolencia titánica, prometeica
del hombre moderno. El hombre moderno, desde la Ilustración, está en abierta
oposición a esta enseñanza luterana sobre el PO como pecado radical,
existencial.
De todas formas, parece históricamente seguro que fue
precisamente la doctrina protestante sobre el PO la que más excitó la enemistad
de la Ilustración y de toda la modernidad contra un cristianismo que proponía
una visión del hombre como ser corrompido, radical y congénitamente
incapacitado para todo lo bueno y honesto, para todo progreso, si no es bajo la
protección del Evangelio, de la Iglesia, de sus leyes y doctrina. Sólo ella
ofrecería los medios de salvación, pero también los medios para el auténtico
progreso en toda la línea de actividad humana. Los pensadores católicos J. de
Maistre y Donoso Cortés mantenían con vigor estas ideas en el siglo XIX, según
veremos.
4.Desvaloracoión y repulsa de la religión y ética natural
desde la doctrina protestante sobre el pecado original
El tema ha sido muy estudiado. Aquí nos basta una simple
mención del hecho. La desvaloración total de la ética ‘natural’ y de la
religiosidad ‘natural’ podría resumirse en estas proposiciones, por lo demás,
bien conocidas:
-
Negación de toda
legitimidad a la ‘teología natural’, es decir, negación de todo conocimiento
correcto de Dios por las solas fuerzas de la razón humana, sin la ayuda de la
revelación.
-
Con no menos énfasis
niegan la religión ‘natural’, no sólo como algo legítimo, sino que la tachan de
una auténtica idolatría. Cuando el hombre ‘natural’ piensa que habla de Dios,
en realidad está creando ídolos a imagen y semejanza de sí mismo.
-
No tendría sentido
hablar de una ‘ética natural’, de una honradez natural del hombre. Porque la
libertad del hombre caído, convertida en libertad esclava de El Pecado (cf. Rom 6-7), no vale sino
para pecar, hasta que haya recibido la gracia de la justificación, hasta que no
sea cristiano. Todas las obras de los infieles son pecado. Las virtudes de los
no cristianos serían “espléndidos vicios”, como ya lo proclamó en su día san
Agustín.
Estos temas han sido ampliamente
discutidos entre católicos y protestantes a lo largo del siglo XX, con motivo
del renacimiento de la teología reformada por obra de la ‘teología dialéctica’ (K. Barth, E. Brunner) y del existencialismo
en el campo de la filosofía. No se puede decir que sean sólo temas de lejana
importancia teológica, son importantes en la vida concreta de la sociedad y de
la convivencia humana. Los primeros colonizadores protestantes de Norteamérica,
además de otros motivos no religiosos, se apoyaban en sus ideas protestantes
sobre las culturas y religiones de los indios como productos corrompidos para
exterminarlas “religiosamente”. Algunos calvinistas de Sudáfrica se apoyaban en
estos prejuicios religiosos/protestantes para mantener el ‘apartheid’ hasta
fecha reciente.
En estos últimos decenios desde todos los puntos del
planeta se siente la urgencia de establecer un diálogo generoso, abierto, entre
las diversas grandes religiones del mundo. Parece que hay que dar la razón a H.
Kung y otros que hablan del diálogo interreligioso como de una necesidad
primordial para logara la paz espiritual, política y social y, por derivación,
hasta económica del mundo. Si el teólogo cristiano que acude al diálogo, viene
imbuido por sus prejuicios teológicos de que toda religiosidad y ética
‘natural’ (no cristiana) está radical y universalmente viciada, corrompida pro
el PO, no se ve la posibilidad de llegar a un diálogo constructivo y pacífico.
Estas ideas desvalorizadoras de la religión y de la ética natural, basadas en
el hecho de que el PO las habría corrompido, abren un sendero peligroso para
cualquier tipo de fundamentalismo y de ‘imperialismo religioso’ y, por
derivación, cultural, político y social.
El disenso y la polémica en torno al valor de la ética y la
religiosidad natural, tanto a nivel doctrinal como a nivel práctico pastoral,
viene de lejos. En la polémica con Agustín, el pelagiano Julián de la Eclana,
precisamente por su negativa a admitir la teoría del PO, tenía él una visión
optimista, positiva sobre la realidad y el hecho de una vida éticamente honrada
entre los mejores de los paganos. Las corrupciones que
en ellos y en la sociedad contemporánea aparecían, los pelagianos eran los
primeros en denunciarlas con tanta energía como Agustín. Pero no las atribuían
a que los hombres estuviesen congénitamente viciados desde el seno materno, a
que estuviesen ‘castigados’ a cargar con una naturaleza viciada de nacimiento.
Los vicios individuales y sociales son fruto de las malas costumbres (consuetudo) individuales y sociales. En última
instancia de la libertad individual y comunitaria. Los austeros moralistas
estoicos también eran de esta opinión [Dice Suetonio: “En vano se queja de su naturaleza el género humano atribuyendo a la
naturaleza o al azar la corrupción moral y política”. No es así. “La verdad es que el alma es rectora y
dominadora de los mortales… Se acusa de debilidad a la naturaleza: los que así
obran transfieren a las circunstancias su propia culpa”, Jugurta, pról.]. Agustín,
como consecuencia de su teoría del PO, tiene frases muy duras y
descalificadoras de la pretendida bondad moral de estos sabios y héroes
paganos. Sus ponderadas virtudes serían, en realidad, “espléndidos vicios”. Si
bien en otros momentos de su vida daba gracias a Dios porque la filosofía
neoplatónica le había ayudado a acercarse a la Verdad cristiana.
En este punto, como en toda la
doctrina del PO, Agustín rompió con la mejor tradición cristiana precedente, al
menos oriental. En efecto, la relación de la religión y, especialmente, de la
filosofía/sabiduría pagana y su valoración positiva ante el Mensaje evangélico
había estado presidida en el Oriente cristiano por la teoría de las ‘Semillas
del Verbo’, que implicaba la convicción de que la sabiduría pagana, en sus
mejores representantes, había servido, en manos de la Providencia, como
‘preparación evangélica’. El Logos, ya antes de su entrada personal en la
historia humana, había sembrado semillas/fragmentos de verdad en el alma de los
sabios y de los héroes paganos. Esto pudieron decirlo Justino, Clemente de
Alejandría, Orígenes, los Capadocios porque no sabían nada del venenoso PO que
habría viciado, ya desde el seno materno, toda actividad inteligente y volitiva
de cada individuo humano (pero Agustín no sabía griego, aunque podía haber
puesto más atención a las homilías de su maestro Ambrosio, que traducía a
Orígenes del griego al latín).
Por fortuna, el cristianismo católico ha superado del todo
la vieja teoría de la ‘naturaleza viciada’ que produce, por necesidad, una
ética y una religiosidad inevitablemente viciada/corrompida. Sobre todo a
partir del Vaticano II la moral natural y la religión natural en su plano
pueden ser preparación para la moral y la religión evangélica. Más aún, pueden
ser valoradas como caminos positivos de salvación, preparatorios, subsidiarios,
sustitutorios, para aquellos que, con rectitud de conciencia, las profesan y
practican, aunque ignoren a Cristo.
El tema aquí mencionado está en relación con afirmaciones
teológicas graves, que han tenido desfavorables repercusiones culturales y
sociales, además de religiosas: la forma de entender el axioma “fuera de la Iglesia no hay salvación”.
Conectado con este otro “la voluntad
salvífica de Dios respecto a todo el género humano”. Los profesantes de la
teoría del PO daban a ambos enunciados una interpretación rígida, restrictiva:
el que no entre en la Iglesia por el bautismo, no recibe la gracia de Cristo y,
como nace en PO, se encuentra en camino derecho hacia la condenación eterna. De
forma similar, la voluntad salvífica de Dios, universal, sincera y operosa
respecto a todo ser humano, al pecar ‘en’
Adán toda la humanidad y convertirse en masa de pecado y de perdición, aquella
generosa voluntad salvífica inicial, queda restringida a unos pocos (Agustín).
La inmensa mayoría, por justo juicio de Dios, irá a la condenación eterna. Con
espléndida y dolorosa claridad y tenacidad renunciaban a creer en la
universalidad de la gracia y de la voluntad salvífica de Dios en beneficio de
tortuoso ‘teologúmeno’ del PO, que
ellos proponían como perteneciente a la entraña del Evangelio.
5.El jansenismo, el
pecado original y la cultura occidental
El jansenismo es un fenómeno teológico específico del
cristianismo occidental. Podemos mencionarlo dentro del estudio que estamos
haciendo, a medio camino entre la doctrina protestante y la doctrina del
catolicismo postridentino. Es importante en la historia religiosa de Francia y,
por derivación, en otros países europeos. Hemos encontrado interesantes datos
para nuestro estudio sobre la presencia del PO en al cultura europea en la obra
de L. Kolakowski, “Dios no nos debe
nada”.
El concepto jansenista del hombre, e naturaleza humana,
era poco menos pesimista que el concepto protestante. Similar su concepto de
libertad. La voluntad carece de libertad, de indiferencia, para elegir entre el
bien y el mal. Sin la gracia no puede hacer otra cosa más que pecar, elegir lo
malo. La indiferencia hacia el bien o hacia el mal es un invento de los
filósofos estoicos y de los pelagianos. Las personas actúan según la ley del
‘siervo albedrío’, de una ‘voluntad esclava’; ya sea esclava de la
concupiscencia, ya lo sea de la gracia. Su rigorismo moral, su espiritualidad
dura y rígidamente disciplinada, estaba obsesionada por la idea del PO que
corrompió a todo el ser humano, y por la idea de un Dios justiciero que castiga
en esta vida y en la otra. “Una piedad
que estaba centrada en la doctrina del PO, de la corrupción humana y en el día
del juicio final; la imagen de un Dios, ante todo, como juez severo”. “El
jansenismo era una religión desprovista de arte e incluso de inteligencia… Era
una religiosidad triste y opresiva, concentrada en una única tarea, a pesar de
su inutilidad, teniendo en cuanta las condiciones culturales del momento:
anular la corrupta naturaleza humana”. Condenaba, como pecaminoso, el amor a
las artes y alegrías profanas. El deseo de saber, ‘la curiosidad por conocer’, que estaba tan de moda en aquella
sociedad, la condenaban como ‘lujuria del saber’ (libido sciendi). El afán de discutir, de informarse, de oír
novedades, lo condenaban como efecto pernicioso del pecado de la curiosidad
perversa. La concepción pesimista de la naturaleza corrompida influía en el
sistema de educación: si la naturaleza está corrompida, si ella es enemiga
natural de Dios, si es despreciable, habrá que destruirla, o reprimirla al
máximo. ¿Es educable el hombre? Sólo con violencia y rigor, no con paciencia.
La educación correcta, de talante humanista, trataría de promocionar,
perfeccionar la naturaleza, pero no de negarla y reprimirla. Valorar lo humano
natural para perfeccionarlo, como pensaba Julián de Eclana. Es conocida la
aversión de A. Arnauld y de Saint Cyran a la filosofía, y al estudio de las
humanidades.
Según Jansenio, sin una luz nueva y especial de Dios, nada
correcto puede saber la inteligencia natural del hombre. Tenía absoluto
desprecio por la razón y por la historia. Para Jansenio la memoria era el órgano real de la teología, no el trabajo de la
inteligencia. Se oponía a la educación humanista, secular y artística. Llamaba
pelagianos a los jesuitas, por la importancia que daban a la formación
humanística, al considerarla valiosa, incluso como disposición positiva para la
educación religiosa y teológica. Luchaban contra la curiosidad intelectual, contra las diversiones, el teatro, los
espectáculos. Retrasaban el progreso de Europa con estas teorías: “Si Europa hubiera vivido
indefinidamente bajo el paraguas de
la tradición agustiniana (jansenista), las mentes más importantes y las
maravillosas creaciones de los siglos modernos seguramente no hubieran
aparecido jamás. Esta tradición condenaba el pecado de la curiosidad de forma
coherente y frecuente”.
La convicción de que la libertad
está viciada ha justificado “cualquier tipo de coerción que priva a los
individuos de su habilidad para tomar una decisión; ha justificado la idea
opresiva y potencialmente totalitaria de que podemos y debemos ser buenos por
obligación. El concepto mismo de la libertad religiosa es impensable en
términos agustinianos (jansenistas)”. Porque sería abrir la puerta a toda
corrupción moral pública y privada.
La concepción jansenista de la corrupción humana por el PO
les lleva a una comprensión rígida del axioma “fuera de la Iglesia no hay
salvación”, expresión de un eclesiocentrismo
estrecho. Primero, en el campo religioso, pero también en el campo cultural
y político. Este eclesiocentrismo les impulsaba connaturalmente a acumular
todos los poderes en la mano de la Iglesia. La constituían en juez ‘infalible’ de lo doctrinal y lo moral,
pero también en todo el campo de lo cultural. Por eso era lógico emplear y
fomentar una natural maquinaria de coerción. Para eliminar, lo más posible, el
número de acciones humanas que ofenden a Dios. Con ello se ponían en un plano
inclinado hacia la teocracia, tanto a nivel doctrinal como político. Para los
jansenistas, la modernidad de entonces estaba representada por los jesuitas, a
quienes acusaban de pelagianos. Y no se olvide que todas estas afirmaciones
estaban en ellos recubiertas, en forma más o menos explícita, por su doctrina
teológica sobre el PO. La creación de ‘la
Inquisición’ en el recinto de la Iglesia occidental tiene su trasfondo y
justificación ‘teológica’ (dejando
aparte factores políticos y sociales) en la creencia en el dogma ‘occidental’
del PO.
6.La religión
triste de Pascal
Aunque no parece estar del todo dentro, pero sí hay que
colocar en las inmediaciones del jansenismo a la egregia figura de B. Pascal.
L. Kalokowski, dedica una amplia reflexión a “La religión triste de Pascal”.
Esta “religión triste” impregna de melancolía, de cierto aire pesimista, toda
su teología, su filosofía y las demás creaciones culturales que de ellas se
derivan. Y todo ello sombreado por5 la larga figura del PO. Como pensador
profundo le impresionaba extremadamente la finitud, fugacidad y endeblez del
ser humano, ‘caña pensante’, mota de polvo perdido en la inmensidad del
universo infinito, frío, indiferente. Pero esa fragilidad óntica se transforma
en ‘miseria’ (misère) profunda por
efecto del PO. Su concepción del cristianismo, como la
de Agustín, gira en torno a dos hombres: Adán y Cristo: “Toda la religión consiste en Jesucristo y en Adán; y toda la moral en
la concupiscencia y en la gracia”. Y, nominalmente, su concepción del
hombre. Es asombroso que “el misterio más
alejado de nuestro conocimiento, que es la transmisión del pecado, sea una cosa
sin la cual no podemos tener ningún conocimiento de nosotros mismos… El hombre
es más inconcebible sin este misterio que este misterio es inconcebible sin el
hombre”. Su obra ‘Pensamientos’
es una apología/defensa del cristianismo. El punto de partida para mostrar la
necesidad de la Revelación es la situación de ‘miseria’ en la que el hombre se
encuentra. Un punto de partida ‘hamartiocéntrico’:
el hombre tiene necesidad de Cristo porque es un ‘hombre caído’ por efecto del
pecado de Adán. Pascal es uno de los insignes cultivadores de la ‘apologética de la negatividad y del gusano’,
de la que hablaremos. Un insuperable sentimiento de culpabilidad impregna toda
su vida y su obra. Pascal abomina de todo lo corporal en forma morbosa. Sin
duda influía en él el hecho de tener un cuerpo enfermizo. Pero recubría esta
sensación con ideas teológicas. La ‘líbido del saber’ y el amor propio
corrompen al alma. Esta afirmación pascaliana “eres miserable”, irritaba
sobremanera a los grandes escritores de la Ilustración francesa, especialmente
a Voltaire. Quien dice que no todos somos tan miserables como dice este
“sublime misántropo”. “Pascal siempre habla como un
hombre enfermo que quiere que el mundo entero sufra”.
7.Filosofía de la
historia y pecado original
Es otra de las zonas de nuestra cultura occidental
afectada por la mancha del PO. San Agustín es el iniciador insigne y modélico
en esta rama del saber humano. Y es el mismo que dota de configuración, tamaño
y densidad a la teoría del PO. Pues bien, es claro que la teología de la
historia esbozada en ‘La Ciudad de Dios’
tiene como una de sus líneas de fuerza la doctrina del PO, presentado como
fuerza de pecado permanente a lo largo de la actual historia de la raza
adánica. El egoísmo radical, el amor a sí mismo que lleva hasta el desprecio de
Dios es el que crea y alimenta la ‘ciudad de los hombres’. Esta impostación ‘hamartiocéntrica’, pesimista de la
teología/filosofía de la historia está cargada de consecuencias desfavorables
para una ecuánime valoración de los diversos avatares del acontecer humano.
En este contexto, será pertinente e ilustrador un texto
del filósofo R. G. Collinghood. Dice él que “el cristianismo echó por la borda
dos nociones capitales de la historiografía grecorromana, a saber: a) la idea
optimista de la naturaleza humana; b) la idea substancialista de realidades
eternas…”. Lo primero lo hizo mediante la idea agustiniana del PO. Del cual son
inseparables, como hemos comentado, la idea de libertad degenerada, convertida
de señora en sierva, y la convicción de la invencible, permanente
‘concupiscencia’ que domina el comportamiento humano en la historia, frente a
la omnipotencia de la gracia. Visto así, el hombre y su historia se tornan en
campo de batalla de dos fuerzas extra-humanas. Perspectiva que nos recuerda de
cerca la visión maniquea de la historia, que tanto ha dado que pensar y
deplorar.
8.La Ilustración
‘versus’ el pecado original
Desde mediados del siglo XVII las élites
intelectuales/culturales de toda Europa, pero sobre todo de Centroeuropa,
aparecen dominadas por el amplio movimiento filosófico, cultural y
socio-político de la Ilustración. La
relación de este fenómeno histórico cultural con la doctrina cristiana sobre el
PO lo resume certeramente el historiador de la filosofía E. Cassirer, clásico
en el tema: “La idea del PO es el enemigo
común para combatir al cual confluyen las diversas corrientes fundamentales de
la filosofía ilustrada. Hume se colocó al lado del deísmo inglés y Rousseau al
lado de Voltaire y la unidad del fin perseguido por la Ilustración parece
superar, durante cierto tiempo, todas las diferencias respecto a los medios que
se creen conducentes”.
El PO que los Ilustrados tenían a la vista en sus ataques
no era tanto el blando, casi inofensivo PO de los teólogos católicos de la
Contrarreforma. La mayoría de éstos aceptaron la influencia del robusto
humanismo renacentista. Recuérdese el fenómeno del erasmismo y su penetración
en medios católicos, en su espiritualidad y en su teología. No es fácil pensar
que los defensores de la libertad en la disputa ‘de Auxiliis’ pensasen en la libertad como el ‘siervo albedrío’ a
estilo luterano y ni siquiera agustiniano. A estos teólogos, su talante barroco,
su optimismo y visión triunfal de la vida y de la experiencia humana, les
libraba de los excesos del rígido agustinismo jansenista y, sobre todo, del
extremismo protestante, apenas mal superado por el jansenismo de ciertos
católicos y de un hombre como Pascal. Al propio tiempo, debemos tener a la
vista que en Centroeuropa dominaba la religiosidad (cristianismo) de estructura
y mentalidad protestante; o bien la jansenista, en Francia. Pero los Ilustrados
envolvían en su crítica a todas las Iglesias cristianas. Pues todas, en
diversos grados de intensidad, cultivaban la doctrina del PO.
Los motivos fundamentales de esta oposición de la
Ilustración y luego de toda la modernidad al dogma del PO, podemos señalarlas,
siguiendo al mismo Cassirer. O bien deducirlas de la visión del hombre que
ellos propugnaban.
La teoría del PO en nada
contribuía a resolver el problema del mal, el problema de la teodicea, la roca de la irreligiosidad de los
Ilustrados y de los pensadores ateos de todos los siglos. La doctrina del PO,
lejos de ser una etiología aceptable como explicación de la gran miseria que
aqueja al género humano, agrava extraordinariamente el problema sobre el origen
e índole de esta ‘gran miseria’. Porque, se decía que Dios, por ‘un’ pecado de ‘un’ solo hombre, cometido en los lejanísimos y nebulosos albores
de la historia humana, castiga de forma tan dura y universal a ‘todos’ los seres humanos por los siglos
de los siglos. Tal Dios parece un dios ‘sádico’, vengativo y cruel. Un ‘Deus terribilis’. Especialmente si, a
la miseria terrenal, añadimos la perspectiva de la eterna condenación para la
inmensa mayoría, la casi totalidad de los hombres, según predicaban las
Iglesias cristianas de entonces. Además, visto el PO desde la antropología
humanista, decir que un hombre es pecador y culpable antes de cualquier
ejercicio de su libertad personal, desde el seno materno, es echar por tierra
el concepto racional y razonable de culpa moral, y el concepto de pecado que
los propios teólogos católicos se esforzaban en esclarecer.
Tal vez lo más intolerable para un Ilustrado era la idea de la ‘libertad esclava’, pregonada como
verdad básica por los defensores del PO, protestantes, jansenistas y
agustinianos. Junto con la idea de la ceguera connatural de la mente para conocer
las verdades más elementales del orden ético y político. Sobre todo, teniendo a
la vista las consecuencias prácticas de tal verdad teológica: el ejercicio del
autoritarismo doctrinal y hasta despotismo intelectual que se quería imponer en
todos los sectores de la vida social. Los Ilustrados, además de una ‘teodicea’,
querían cultivar una ‘antropodicea’: una defensa decidida de los derechos del
ser humano, de la inalienable dignidad de la naturaleza humana. Lema de todos
los humanismos que han surgido en la cultura occidental desde Grecia, desde la
aparición del cristianismo y hasta nuestros días.
La idea de un PO, ‘natural’,
ligado en forma misteriosa e irrompible al proceso de generación biológica, y
que se propagaría de generación en generación, y ‘por la generación biológica’, hasta el final de los siglos, hasta
el acabamiento de los seres humanos, a Pascal l e parecía un misterio abismal
que había que aceptar, precisamente porque repugna y es absurdo para la razón.
A la inteligencia de los Ilustrados, seguro que con mejor criterio, les parecía
una afirmación propia de mentalidades arcaizantes, primitivas, tribales. Si se
habla de pecado, que se hable del pecado personal que cada hombre adulto comete
bajo su responsabilidad, en forma consciente y libre. Pero un pecado
heredado/hereditario es una atentado contra la más elemental moral/ética
humana. No lo puede aceptar una razón humana que no sea esclava de nacimiento.
O bien se encuentre esclavizada bajo la presión de autoritarismos doctrinales
inveterados y hereditarios.
En el fondo, los Ilustrados, sin saberlo ellos,
actualizaban las mismas objeciones fundamentales que el humanismo cristiano de
Julián de Eclana había propuesto a la teoría agustiniana del PO. Que era un
atentado real y ostentoso, aunque fuese involuntario, contra la justicia del
Dios del Evangelio y contra la dignidad del hombre creado libre e inteligente,
a imagen de Dios.
Por otra parte, la teoría del PO, si se proseguía en forma
consecuente y sin salirse de su lógica interna, invalidaba el trabajo de los
Ilustrados en su misma fuente: en su ‘curiosidad
intelectual’, en su pasión por saber: el ‘sapere aude’ («atrévete a
saber»; «ten el valor de usar tu
propia razón») que Kant propone como lema de la Ilustración. Lema que
estaba en frontal oposición a la curiosidad malsana, a la enfermiza ‘líbido de
saber’, una de las actividades de la líbido general viciada por el PO. Los
teólogos dogmáticos de siglos pasados y los ‘devotos’
proscriben esta ‘vana curiosidad’, como soberbia intelectual provenida de la
Caída. Pero ahora, la Ilustración la reclama como derecho connatural,
irrenunciable de la mente humana no agobiada por dogmatismos de tipo y soporte
religioso. Ya antes hablamos de la relación del PO con la ‘curiosidad’.
9.El
existencialismo y la teoría del pecado original
El existencialismo filosófico, teológico y cultural ha
tenido amplio influjo en la cultura occidental contemporánea. Un movimiento de
múltiples raíces y ramificaciones. Nos interesa el existencialismo teológico,
que nace de las teología protestante/luterana y, una vez crecido, le sirve de
soporte mental y medio de expresión.
En este contexto parece inevitable hablar de S.
Kierkegaard como el máximo iniciador del existencialismo teológico. Ahora bien,
es patente que el existencialismo de Kierkegaard, a parte de ciertos apoyos que
le parecía encontrar en la Biblia, tiene su respaldo doctrinal en al teoría
luterana del hombre corrompido por el PO. En este sentido es ilustrador el
recuerdo que Kierkegaard tiene del pecado de su padre y de la serie de
desgracias familiares. Tal pecado ejerce sobre él una función similar a la que
ejercía en los antiguos el pecado ancestral y en los cristianos el pecado
adánico: “Alguna culpa debía pesar sobre la familia
entera, un castigo de Dios estaba suspendido sobre ella: había de desaparecer,
aniquilada por la divina omnipotencia, borrada como una tentativa fallida”.
En su estudio sobre ‘la
angustia’ existencial parece identificar a ésta con el PO. El discurso
existencialista sobre el hombre arrojado a la existencia, sobre la angustia
profunda que lo asedia y determina estructuralmente, no es sino una
secularización de la caída y corrupción radical del hombre de la que habla
cierta teología cristiana occidental, especialmente protestante. Por eso,
algunos teólogos, para describir la situación miserable en la que el hombre
histórico se encuentra y deducir de tal hecho la existencia de un PO
(originante y originado), utilizan con naturalidad, y como quien se encuentra
en su propia casa, las experiencias tomadas de los escritos y lenguaje del
existencialismo filosófico.
Los estudiosos de la filosofía de Hegel señalan
insistentemente el hecho de que su inmenso e influyente edificio filosófico se
eleva, en forma destacada, sobre la teología luterana de la reconciliación
(Versöhnung) del hombre alienado de sí mismo y de Dios por el PO. Una versión
secularizada de la tesis teológica, y dotada de un estatuto metafísico,
trascendental, como puede apreciarse en sus escritos.
La filosofía idealista alemana hizo también objeto
importante de su reflexión la doctrina teológica/luterana sobre el PO. El
motivo ya lo hemos indicado: tal doctrina implica una determinada concepción de
la naturaleza humana, una respuesta peculiar a la pregunta ineludible de toda
filosofía: ¿qué es el hombre? La
filosofía idealista encuentra elementos para una respuesta en la doctrina
religiosa del PO.
El influjo de la doctrina luterana sobre el PO, su idea de
la corrupción existencial de la naturaleza humana ha influido profundamente en
al concepción del hombre que subyace en el existencialismo del siglo XX. El
hecho ha sido resaltado con frecuencia. En realidad el
existencialismo sería, en gran parte, una secularización de la teoría
protestante sobre el PO. Para M. Heidegger la culpa del hombre es
ontológica, no meramente histórica, como proponen los católicos y el mismo
Pascal. Esta intercomunicación tiene algún reflejo en el modo cómo el Vaticano
II presenta el tema del PO al hombre de hoy. Utiliza un lenguaje del todo
similar al del existencialismo filosófico y al de Pascal. Parte del hombre que
se experimenta a sí mismo como ser profundamente dividido en sí mismo,
inauténtico, ‘alienado’, para señalar el origen del fenómeno de la doctrina
tradicional sobre el PO. Los teólogos romanos M. Flick y Z. Alseghy, que han
dedicado muchos estudios al tema del PO, también utilizan el lenguaje del
existencialismo del siglo XX, en su visión de la naturaleza humana, para
confirmar sus razonamientos teológicos a favor de la tesis del PO. Si bien ellos
atenuaban la dureza de la doctrina tradicional en puntos importantes.
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