sábado, 30 de marzo de 2019

GLORIFICACIÓN DEL PECADO ORIGINAL EN EL CRISTIANISMO OCCIDENTAL


X.  
GLORIFICACIÓN DEL PECADO ORIGINAL EN EL CRISTIANISMO OCCIDENTAL

A lo largo de nuestra exposición v a quedando clara la presencia e influencia y hasta la centralidad de la doctrina del PO en la cristiandad occidental y, por derivación y proporcionalmente, en toda la cultura que ha crecido en su zona de influencia. Damos unos datos más y hacemos un intento de sistematización dl fenómeno que, bajo diversos nombres, llamamos ‘exaltación, glorificación, sublimación, engrandecimiento’ de la realidad del PO y, en forma colateral y consecuente, de la realidad del pecado en general. Provocando el fenómeno socio-religioso al que hemos designado como ‘obsesión morbosa de pecado’, en casos y momentos reconocidos.

1.El tema en perspectiva histórica

Suele decirse, según hemos citado, que ha sido el cristianismo (la religión bíblica en general) quien ha revelado al hombre su condición de pecador. Esta constatación se intensifica en un texto de Pascal: “Ninguna religión, excepto la nuestra, ha enseñado que el hombre nace en pecado; ninguna secta de filósofos lo ha dicho, ninguna, por lo tanto, ha dicho la verdad” [Cierto, cualquier filosofía desconoce en absoluto el PO. La filosofía de occidente, desde el siglo XVIII, combate con rigor esta creencia. También es cierto que cualquier otra religión desconoce del todo algo similar a la teoría del PO. Pero este desconocimiento significaba, en este punto concreto, una superioridad sobre el cristianismo ‘occidental’ que ‘inventó’, sobrevaloró y hasta ‘glorificó’ el PO. Al modo indicado].
Es verdad, sólo el cristianismo (occidental) conoce la figura del PO. Pero, salva reverencia a tan gran pensador y tan gran cristiano, me permito afirmar que la enseñanza sobre el PO no debería ser presentada como un timbre de gloria, de excelencia, de superioridad sobre las demás religiones y filosofías. Sin necesidad de hablar de ‘error’ ni de criticar a nadie, sí me parece oportuno hablar, en el caso del PO, de un auténtico ‘infortunio’, de una ‘desventura’ doctrinal dentro de nuestro cristianismo occidental. E incluso podría decirse que las otras religiones y filosofías han tenido la fortuna (o el feliz acierto, el buen gusto, como diría Nietzsche) de no haber afirmado nunca que el hombre entra en el mundo bajo la ira de la Divinidad; convertido en masa de pecado, reo de eterna condenación. [Quizá en esto podemos ver cómo la cultura dominante se impone a la ciencia]

La repulsa del islamismo a la doctrina cristiana del PO es firme, tajante, enfática, y lleva ventaja (en esto) sobre el cristianismo, obsesionado por el PO y por el tropel de pecados que le acompaña, como al viajero su sombra: “El Islam repudia absolutamente la doctrina del PO. La depravación hereditaria y el ‘estado natural de pecado’ se niega con especial énfasis. Todo hijo de hombre nace puro”, según el Islam.
La enseñanza sobre el PO no es la verdad cristiana por excelencia. Ni siquiera es verdad cristiana. Pascal y tantos doctores cristianos cuando no sólo han dicho, sino proclamado, con solemnidad y constancia, que todo hombre nace en PO, no han dicho la verdad a los hombres. Ya hemos dicho que el calificar (descalificar) a la especie humana de ‘hombre caído’ (homo lapsus) en cuanto a su contenido, es una denominación de origen pagano, no cristiano. Si bien los paganos, cuando hablan del hombre caído, no le conceden a la frase ninguna gravedad teológica. Al hombre que conoce el cristianismo auténtico hay que calificarle como ‘hombre elevado’ (sobrenaturalizado), hombre que entra en la existencia en situación de ‘Gracia original’ ante Dios. La verdad específica más verdadera del cristianismo ha sido la proclamación de la Buena Nueva (Eu-aggelion), de que Dios tiene el proyecto de hacer a todos los hombres participantes de su vida en Cristo (Ef 1, 15). Por eso, en fuerza de este universal plan divino de salvación, ‘todo hombre entra en la existencia en situación de Gracia original’. Hablar del PO, es mantener una creencia residualmente pagana y maniquea, cristianizada de forma rápida y forzada, y que resultó perjudicial para el cristianismo auténtico.
La exaltación, engrandecimiento desmesurado, del PO comenzó muy temprano en el cristianismo. El pecado de Adán fue presentado como un pecado de dimensiones inconmensurables. Tomamos como testigo cualificado (no único) de este fenómeno a san Agustín. En polémica con Julián de Eclana presenta el pecado del primer hombre como merecedor de un inmenso y justo castigo por parte de Dios. Por tanto, el pecado hubo de ser inmensamente grande: un enorme pecado, el mayor de todos los pecados humanos, a los que sobrepasa en malicia y profundidad. En estas explicación, el Adán pecador, más que un hombre de nuestra raza, se asemeja a un arconte de la metafísica gnóstica, un ‘semidios’ rebelándose contra el Dios supremo. Con notable realismo y sensatez, advertía Julián de Eclana que según la Escritura, el pecado de Caín, de Sodoma y Gomorra, el de los idólatras israelitas son (para la Biblia) mucho mayor pecado que el de Adán. Y añade, con notable mordacidad: “más grande que el pecado de Adán es el pecado de Agustín al defender la doctrina del PO”. [En contra de la acusación ‘retórica’ de Julián de Eclana, podemos estar seguros de que el santo obispo Agustín, defensor de la Gracia, no cometió ningún pecado, ni siquiera venial, al proponer su teoría del PO con tanto ardor, pasión y hasta agresividad retórica. Sin embargo, si es pertinente afirmar que cometió, involuntariamente, un ‘inmenso error’ de nefastas consecuencias históricas. Y aquí, como en otros casos, se cumple el dicho de que, -en la vertiente cultural, social de los actos humanos-, un ‘error’ puede ser peor que un ‘pecado’. Salva reverencia, podríamos aplicar al doctor Agustín lo que él dice en una ocasión de los doctores neoplatónicos, por lo demás tan admirados por él: “son estos, hermanos, grandes delirios de los grandes doctores”].
Por la época de Agustín, o poco después, aparecías en Occidente el himno de la Vigilia Pascual “Exultet”. En él encontramos una emotiva exaltación del pecado de Adán: ¡feliz culpa, que mereció tal Redentor! Es uno de los momentos históricos en los que la exaltación del PO llegó a su cumbre más alta y más visible, al menos en una primera lectura.
Otro momento importante en el cual el PO ha sido engrandecido hasta regiones de lo infinito se encuentra en el libro de Anselmo de Canterbury: ¿Por qué Dios se hace hombre? (Cur Deus homo?). Comienza mencionando las objeciones de los infieles contra el hecho de la Encarnación. Piensan que es poco razonable, desproporcionado el que, para librar al hombre del pecado, se haga intervenir a una persona divina, el Hijo de Dios y su muerte en la cruz. Es claro que, por otros caminos menos cargados de milagros, más llanos, se podría haber realizado la redención de la humanidad caída. O, simplemente, que Dios condenase al hombre su pecado. Para Anselmo esto no es posible, no sería justo, sería indigno de la justicia de Dios. La ofensa infinita exige una satisfacción infinita, la cual sólo una persona divina podía ofrecerla a la majestad eterna del Padre [Lo que nos hace preguntarnos, ¿si fuel el hombre el que ofendió infinitamente, qué le impide satisfacer infinitamente, pues si no puede lo último, por qué habría podido lo primero? No ofende quien quiere, sino quien puede. Nuestro querido arzobispo no deja en sus razonamientos de ser un señor feudal como prior de su monasterio benedictino]. La clave para interpretar la encarnación del Hijo de Dios está en la grandeza inconmensurable del pecado humano, que provoca la necesidad ineludible de la satisfacción. Ésta ha de ser proporcionada a la gravedad infinita de la ofensa. Esta implica una culpabilidad moral inconmensurable. Es una deshonra infinita a la infinita majestad de Dios. Se exige una satisfacción infinita, que sólo una persona divina puede ofrecer. Esta argumentación anselmiana, basada en el mito/teología de la pena, me parece del todo insostenible, aunque haya durado siglos.
Los textos de Anselmo son el testimonio de la vida y cultura cristiana medieval dominada por una exacerbada conciencia de pecado (cultura contra revelación bíblica -ciencia teológica en cuanto salvaguarda de las herejías que pueden llegar a proceder como es el caso del mismo Magisterio de la Iglesia, y sobre esto algún día tendrá que pedir perdón). En el mismo sentido recogemos un texto de J. Le Goff, gran conocedor de la espiritualidad de la Edad Media: «Los hombres y mujeres de la Edad Media vivían subyugados por el pecado. La concepción del tiempo, la organización del espacio, la antropología, la noción del saber, la idea del trabajo, las relaciones con Dios, la construcción de los lazos sociales, la institución de las prácticas rituales, toda la visión de la vida y del mundo medieval giran en torno a la presencia del pecado… El tiempo histórico es un tiempo medido por la noción del pecado: existe un antes y un después de la Caída; existe un antes y un después de la venida de Cristo, un antes y un después del Juicio Final. Las fases de la historia de la humanidad se suceden siguiendo los acontecimientos cruciales de la historia del pecado. El acto de desobediencia a Dios, cometido por Adán y Eva, señala el paso de un estado original de perfección a una condición dominada por la presencia del pecado. La encarnación pone en marcha un proceso de salvación, de liberación del pecado. El fin de los tiempos marca la condena definitiva de los pecadores y la gloria eterna de los no pecadores… No sólo de la historia universal, la historia individual también está enmarcada por el pecado… El tiempo individual comienza con la falta, cuando, al nacer, el ser humano contrae el pecado original; prosigue después del bautismo cuando, al librarse de la mancha original, adquiere la capacidad de luchar contra los innumerables pecados que lo rodean, y acaba con la muerte física, momento en el que, según los pecados cometidos, logrará salvarse o condenarse por toda la eternidad… El pecado está también en el origen de una serie de prácticas rituales individuales y colectivas: el bautismo, la confesión el ayuno, el castigo corporal, la oración, la peregrinación, instituidas con la finalidad precisa de limitar el poder y la extensión de los pecados en el mundo. El pecado determina las relaciones del hombre con el mundo sensible, que se ha rebelado contra él por el PO; las tensas relaciones del cuerpo y el alma; las pluriformes relaciones entre varón y mujer; el ejercicio del poder; la actividad económica y laboral. El Dios al que el ser humano se dirige es un Dios que se manifiesta ante él para prohibir, castigar, perdonar todos los pecados… La figura de Satanás como agente de la justicia divina es omnipresente en aquellos siglos. Al fondo, la figura del PO como fuente irrestañable de incesante pecar humano. Y la visión de todas las miserias e infortunios de la vida como castigo por el PO».
La cita ha sido larga, pero nos ofrece un testimonio impresionante y fehaciente para el tema que estamos tratando. Y viene avalado por un hombre de indudable autoridad, por sus estudios sobre el cristianismo medieval.
En esta enumeración de ‘glorificaciones’ del PO llegamos a Martín Lutero y su dicho: “hay que magnificar grandemente el pecado” [Citado por G. Freund, Sünde im Erbe. Para los Reformadores, dice, carece de importancia la distinción entre pecado ‘original’ y pecado ‘personal’. Recoge una aguda y peligrosa objeción de Nietzsche: que el cristianismo necesita seres enfermos y degradados para poder proclamar su mensaje de salvación. La objeción alcanza de lleno a los católicos que afirman que, de no haber pecado Adán, el Hijo de Dios no hubiese venido a salvarnos]. Frase que está en la línea del famoso dicho luterano: “peca fuerte, pero cree con más fuerza” (pecca fortiter, sed crede fortius). No te preocupes de tu pecado si tienes gran confianza en Dios. El pecado humano es el estimulante, provocador de la inagotable misericordia de Dios. Por tanto, cuanto más profundo sea el pecar humano, más grande será la acción de la Gracia. No se trata de impulsar a que los hombres pequen sin medida, a fin de que, por así decirlo, Dios tenga materia para ejercer su misericordia, para que perdone sin medida. Como decía Pablo no hay que pecar para sobreabunde la gracia. Quiere decirse que nunca comprenderemos el misterio de la gracia (su absoluta necesidad y gratuidad) si no tenemos en cuenta la gran miseria provocada por el PO y sus secuelas. Como si, de no ser pecador,   el hombre no necesitase de la Gracia, del auxilio y gratuita benevolencia divina, para conseguir la vida eterna.
Esta exaltación del PO era también clara en el jansenismo y su ambiente. Conocemos las palabras de Pascal proponiendo al PO como la gran verdad del cristianismo. Y hemos oído decir a Donoso Cortés que el pecado de Adán es el mayor de los pecados humanos posibles.
Semejante exaltación de la necesidad del pecado para que se manifieste la gracia, provocaba las duras frases de Nietzsche contra el cristianismo: “El cristianismo tiene necesidad de enfermedad… de hacer enfermos, a fin de que pueda ponerse en marcha todo el sistema y proceso de salvación de la Iglesia”. Nietzsche es excesivo e injusto, pero mejor era no haberle dado texto y pretexto en forma tan gratuita. La mayoría de los teólogos han pensado durante siglos que, si la humanidad no hubiese sido previamente viciada, enfermada, hecha masa de pecado y de condenación por el pecado de Adán, el Verbo no se hubiese encarnado. Al fino y malévolo psicólogo que era Nietzsche, ante esta afirmación le era fácil deducir: era necesaria la inmensa corrupción universal para que el Médico divino bajase del cielo y apareciese en el mundo. Es lo que, sin malicia ninguna, pero con ingenuidad decía san Agustín. No concibe él que Cristo sea Redentor universal, incluso de los niños, si no se proclama, con anterioridad y en forma solemne e impositiva, que los niños entran en la existencia como seres enfermos, viciados ya por el PO. Piensan que la función primera de Cristo es la de ser Médico del género humano universal e incurablemente enfermo. Anselmo de Canterbury no sabía justificar ante los paganos la venida del Hijo de Dios al mundo sino por la necesidad de satisfacer por el infinitamente grande pecado de la humanidad, el PO y sus secuelas. Como si Cristo fuese, en frase de Bonhoeffer, el “Tapahuecos” que los teólogos cristianos han encontrado para cubrir los fallos y debilidades del ‘hombre caído’.
La maliciosa, pero no del todo infundada objeción del ‘maestro de la sospecha’, F. Nietzsche, podría haberse evitado, o bien resolverse con facilidad, sin comprometer al Cristianismo, si se hubiese dicho la verdad de lo que pasó: que el Hijo de Dios vino al mundo ante todo, y siempre como finalidad principal, para elevar, promocionar, completar la bondad natural con la que Dios dotó al hombre al crearlo.

2.Una temprana protesta contra la glorificación del pecado original: Isaac de Nínive

El cristianismo oriental, como es lógico y esperado entro de su Tradición, no participa de esta campaña de Occidente en pro de la glorificación del PO y del pecado en general.
Isaac de Nínive (ca. 640-700) ofrece un testimonio de notable interés para el tema que tratamos. Considerando al economía de los misterios y de la cruz en que murió el Hijo de Dios dice: «No debemos pensar que hubo otro motivo sino el dar conocimiento al mundo del amor que le tiene, a fin de que el mundo sea cautivado por su amor, y se manifestase así, por la muerte del Hijo de Dios, la máxima fuerza del reino, que es el amor. En modo alguno ocurrió la muerte de nuestro Dios para redimirnos de nuestros pecados, ni por otro motivo, sino tan sólo para que el mundo experimentase el amor que Dios tiene a la creación. La remisión de los pecados podría haberla hecho de otros modos. Pero se sometió a la cruz, aunque no era necesario, lo cual se comprende cuando oímos de su boca, "tanto amó Dios al mundo que le dio a su Unigénito Hijo"... Y, ¿no nos avergüenza el despojar de esta idea al misterio de la economía del Señor, y a la muerte de Cristo y a su venida al mundo le atribuyamos la razón de ser para la redención de nuestros pecados? En ese caso, si no fuésemos pecadores, no habría venido el Señor, ni hubiese muerto el Señor... Decir que el Verbo de Dios asumió nuestro cuerpo por los pecados del mundo, es ver tan sólo lo exterior de la Escritura. Con ello se privaría a los hombres y a los ángeles de grandes bienes. Y ¿por qué vituperar el pecado que nos trajo tantos bienes?... Cuales son la pasión y muerte del Señor para librarnos de la condenación... Todas estas maravillas habría que atribuirlas al pecado, pues, de no estar sujetos a su esclavitud, careceríamos de todas ellas... No es así. Lejos de nosotros el contemplar la economía del Señor y los misterios tan eficaces para darnos confianza, como si fuésemos niños. Sería quedarse en la superficie de las Escrituras que de ellos nos hablan».
Texto de notable interés para el tema que tratamos. Como la mente de este teólogo oriental no estaba oscurecida ni manchada por la creencia en el PO, no podía participar en la tarea d la glorificación del PO realizada por los teólogos de Occidente. Expresamente, con energía, rechaza, como ‘superficial, infantil y vergonzosa’, la teoría de que el Hijo de Dios se hubiera encarnado por motivo del pecado humano. Acontecimiento que daría pretexto para la glorificación del pecado. Como de hecho se ha cumplido en amplios sectores del cristianismo occidental. Según el editor del texto, Isaac de Nínive sería un “precursor de la teoría escotista sobre el motivo de la encarnación”. Cierto que lo es, en cuanto al contenido. Si bien no es ni siquiera verosímil un contacto literario del beato J. Duns Escoto con este lejano texto, descubierto a mediados del siglo XX.
Como un testigo de la tradición occidental recordamos la enseñanza de Duns Escoto al respecto. Él excluye al pecado de Adán, como motivo primero, determinante de la encarnación del Verbo. La existencia de Cristo y de su acción salvadora no pueden estar supeditados al hecho de que Adán, ser mítico y simbólico, peque o deje de pecar. Escoto llama ‘muy irrazonable’ a esta teoría. La máxima glorificación del PO ocurre cuando tantos religiosos occidentales colocan el evento del PO en el punto de partida, eje y centro de ‘la actual’ historia y economía de salvación. Cuando el fundamento único, puesto por Dios es Jesucristo (Cf. 1Cor 3,11).


3.La apologética de la negatividad y el pecado original

Es conocida la denuncia de D. Bonhoeffer hace de tantos apologistas, defensores y predicadores del Evangelio, que quieren convencer al hombre moderno de la necesidad que tiene de Dios, de la gracia desde ‘la negatividad’, sacando a relucir lo más innoble y bajo que hay en el hombre. Es decir, desde el hecho que el hombre es un ser caído, degenerado por el PO. Por5 tanto, según hemos visto en páginas anteriores, incapaz de gobernarse por sí mismo, de crear valores culturales sanos, de promover el progreso de la humanidad sin la ayuda gratuita y sobreveniente de Dios, administrada por medio del cristianismo, de la Iglesia, del Papado. De Maistre, papista desmesurado, dice que el Papa es “el Demiurgo d toda civilización”. Donoso Cortés, algo menos papista, dice que el progreso sólo ocurre “bajo el imperio de la teología católica, de la Iglesia católica”.
Lo que decimos en el lenguaje más selecto, hablando de la ‘apologética de la negatividad’ podríamos expresarlo también en un lenguaje más cotidiano hablando de la “Teología de gusano”, que consiste en querer convencer al oyente del Mensaje de que es un ser enfermo radical, tarado, que dispone únicamente de una naturaleza viciada, agusanada, carente de medios para desarrollar sus propias potencialidades. Por eso necesita de Cristo y su gracia. Aquí tiene una importancia primera la tesis del PO. Esta tesis justifica la afirmación de que la naturaleza está viciada, enferma, y por ello, lo que más necesita es un médico. Cierto es que, estos apologistas del cristianismo, después d inculcarle al hombre su condición de pecador congénito y profundo, le anuncian que Dios lo eleva a ser ‘partícipe de la naturaleza divina’. Pero, se puede preguntar si, para elevar al hombre a los confines de la vida divina, era indispensable hacerle pasar antes por las horcas caudinas del PO y de toda la miseria y degeneración que este pecado dicen que produce y que el obispo de Hipona y sus seguidores se complacen en airear.
Sin embargo, existe y merece cultivarse ‘la apologética de la positividad’, la que parte de lo bueno, sano y más noble que hay en el hombre para, desde allí, decirle que necesita de Cristo para llevar a su última perfección, desarrollar los gérmenes de grandeza que tiene ya como dados por el Creador. Como ejemplo de esta apologética, defensa y oferta desde la positividad habría que señalar la teoría de los Padres Alejandrinos, sobre las ‘semillas del Logos’, que éste habría sembrado en la filosofía/cultura pagana como disposición para su aparición personal en la historia: la cultura/filosofía como preparación para el Evangelio. Es difícil que esta valoración positiva de la cultura pagana, pudiese germinar en hombres convencidos de la teoría del PO. Efectivamente, estos Padres orientales desconocían la teoría occidental del PO. Los defensores de la teorías de ‘las semillas del Logos’ en la cultura pagana, podrían apoyarse con facilidad en la actitud que Pablo descubre en su discurso en el Aerópago: “Vengo a hablaros con claridad, del Dios que ya vosotros buscabais a tientas” (Hch 17, 22-31).
En esta línea de ‘apologética de la positividad’ citábamos el ejemplo de los dos más relevantes teólogos de la Edad Medias, Tomás de Aquino y Duns Escoto. En aquellos años, como hemos indicado, un tipo de humanismo secularizante extremo, el averroísmo latino, hablaba de la suficiencia plena de la filosofía (aristotélica, en el caso) para llevar al hombre a la perfección última posible para el ser humano. Para mostrarles a estos filósofos la necesidad de la revelación, no recurren a decirles que su mente está viciada, corrompida por el PO, y que, por tanto, no podrá razonar correctamente en el campo de los valores y verdades naturales. Sería cultivar la que hemos llamado apologética de la negatividad/del gusano. Recurren a desvelar aquello que hay de más noble en el hombre: ‘su capacidad para recibir al Infinito’. Verdad es que, sobre todo Duns escoto, quieren hacérsela comprender a los filósofos. En efecto, la mente humana, según pueden ellos saber, tiene capacidad positiva para captar el ser como ser. Lo cual es signo de que puede recibir la noticia del Ser Infinito: ‘capax entis, capax Dei’. En lenguaje teológico, significa que el hombre tiene un destino, ordenación ‘deseo natural’ de ver a Dios. Pero que, por ser tal visión un bien que excede en absoluto las posibilidades connaturales del hombre (es ‘sobrenatural’), necesita, además de una inteligencia sana, un nuevo poder y auxilio: la gracia de Dios. Por eso, antes e independientemente de que el ser finito llegue a pecar y aunque, por hipótesis, no llegase (que sí llegará a pecar), se encuentra ya con anterioridad en absoluta necesidad de la gracia. Si ha de conseguir la última perfección de su ser, de aquella nobleza, dignidad y posibilidades con que Dios le dotó al nacer. Por tanto, es innoble y falso decirle que necesita de Dios, en última instancia por motivo de la oquedad/vacío que en él ha dejado el PO, que habría viciado, degradado la naturaleza, imposibilitándola para cualquier acción buena, para cualquier progreso sano, valioso. Lo noble y correcto es decirle al hombre que necesita de Dios precisamente desde aquello que tiene de más positivo, noble y generoso: su apertura a la trascendencia, a la perfección, al progreso ilimitado, al desarrollo de las posibilidades naturales que posee por haber sido creado a imagen de Dios. Esto, en el lenguaje teológico, se expresa diciendo que el hombre necesita de la Gracia (de la revelación) para conocer y realizar el fin último de su vida, aquel para el que Dios le ha creado. Por ser el hombre una “forma beatificable”, dice en su lenguaje escolástico san Buenaventura.
Hay en todo este razonar una aplicación del famoso y tradicional principio: la gracia no destruye ni supone destruida la naturaleza, la perfecciona. Es decir, la gracia no actúa porque la naturaleza esté corrompida, sino que, incluso aunque sabe que el hombre entra en la existencia sin vicio, sano y bueno, quiere hacerlo mejor, elevándolo y deificándolo ya entonces mismo. En frase magnífica y certera de Julián de Eclana “aquellos a quienes el Creador hizo buenos, el bautismo de Cristo los hace mejores”. En esta perspectiva no hubiera tenido cabida la objeción de Nietzsche: que el Cristianismo tiene necesidad de hacer enfermo al hombre, para poder proclamar ante él la necesidad del Salvador. Los defensores del PO así lo han pensado, pero no es verdad. Imprudentemente le han dado a Nietzsche un pretexto del todo gratuito pata atacar al cristianismo.

4.La lírica, la mística y la metafísica del pecado original

La llegada de la figura del PO a la teología cristiana del siglo V traía consigo una transformación profunda en el concepto tradicional de pecado y de la voluntariedad, de la libertad que lo comete. Y, en forma consiguiente, implicaba un cambio destacado en el concepto de ‘naturaleza humana’, según hemos explicado. Pero, avanzando más, el PO ha sido constituido en el punto de partida, el eje en torno al cual se dice que gira ‘la actual’ economía e historia de salvación. Por eso, pienso que con toda justicia la hemos calificado de ‘hamartiocéntrica’ (centrada en el pecado), en neta distinción con otra visión más ‘caritocéntrica’ (centrada en la gracia), centrada en Cristo (cristocéntrica). Y por ello más cristiana. Esta centralidad concedida al PO significaba una ‘glorificación del pecado’, como advertía Isaac de Nínive. En claro desdoro de la excelencia de Cristo.
Damos a continuación algún testimonio más de esta glorificación del PO y sus consecuencias:

La glorificación lírica del pecado original. Ya hemos encontrado antes este texto: “Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado con la muerte de Cristo. Feliz culpa, que ha merecido tan gran Redentor” (himno “Exultet” de la vigilia de Pascua).
En la celebración litúrgica más importante del año el poeta sagrado se desata en alabanza lírica al pecado de adán. Movido por la “sobria ebriedad del Espíritu”, considera como un evento felicísimo el pecado del primer hombre. Evidentemente, no por lo que tal pecado sea de por sí, sino por las gratísimas consecuencias que (a su juicio) habría traído para la humanidad pecadora. Algunos teólogos escolásticos, siempre dentro de la Iglesia occidental, han querido ver aquí una confirmación de la tesis de aquellos que ven en el pecado de Adán el motivo primero de la encarnación del Verbo. Me parece que se hace una extrapolación de un texto lírico-poético para reforzar una tesis de teología especulativa.
El poeta del “Exultet” trabaja sobre un supuesto de experiencia cotidiana: un fracaso importante, con frecuencia (pero no siempre, ni automáticamente) estimula y pone en actividad resortes espirituales del sujeto, que antes parecían adormecidos. Entonces el fracaso inicial lo juzgamos ‘feliz’. Pero en tanto en cuanto provocó una nueva y mejor situación espiritual. Sin descartar esta lectura, el “Exultet” celebra el hecho de la venida del Hijo de Dios a redimirnos, a sacarnos de las tinieblas a la luz y de libertad. Este hecho ha despertado en él nueva sensibilidad para descubrir aspectos recónditos del ‘amor del Padre’, que “ha entregado al Hijo para redimir al esclavo”. Su proyecto, puesto en marcha antes de la constitución del mundo, antes de la creación de adán, de llevar a todos los ho0mbres a la vida eterna en Cristo (cf. Ef 1, 1-14), no se ha mudado. El Padre envía a su Hijo al mundo a pesar del pecado de adán. “¡Qué asombroso beneficio de tu amor para con nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad!”, exclama el poeta. El amor del Padre es tal que, incluso ‘después del pecado de Adán’, no ha abandonado a los hombres. Más aún, según la predicación constante de la Iglesia, Jesucristo habría traído a la humanidad muchos más bienes que los perdido en Adán. El Hijo vino al mundo, no motivado por el pecado de Adán, sino a pesar del pecado de Adán. Vino movido por el amor, porque “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito” (Jn 3,10), como recordaba Isaac de Nínive.

La mística del pecado original. La “sobria ebriedad del Espíritu” que inspiraba al poeta del “Exultet” parece que no fue mantenida en las palabras del Reformador: “hay que plantar, reafirmar y engrandecer el pecado”. Esta idea del Reformador, mantenida en la tradición luterana, ha preparado el camino para hablar de lo que hoy día se llama ‘la mística del pecado’.
El calificativo ‘místico’ encierra un amplio y más bien difuso campo de significados. Aquí lo utilizamos como equivalente a secreto, misterioso, recóndito. Se quiere decir, por los usuarios de este lenguaje, que el PO y sus hijuelos, los pecados personales, parecen disponer de una inesperada energía, de una secreta fuerza impulsiva, para propiciar la comprensión que el hombre ha de tener sobre sí mismo y sobre sus posibilidades. Según el concepto luterano del hombre, éste no se comprende bien a sí mismo si no se comprende como alguien que es, al mismo tiempo, ‘pecador y justo’: un pecador que, sin dejar de serlo, está justificado, declarado justo por Dios. Posteriormente, la idea se secularizó, recibió una explicación extensiva, más general: el hombre, la humanidad, cada individuo, no lograría su madurez, la plena realización de sus posibilidades como ser humano, si no pasa por la experiencia del pecado. Los caminos hacia abajo, se transforman en caminos hacia arriba, hacia la mejor realización y desarrollo del ser humano.
Esta fuerza mística, recóndita, del PO se aplica, en primer término, a la interpretación del mito de la caída en Gn 2-3. En manos de los primeros teólogos cristianos, en lucha contra la gnosis y su fatalismo psicológico-moral, el relato de Gn 2-3 recibe una interpretación humanista de signo positivo: el comportamiento de adán muestra que Dios hizo al hombre libre, capaz de elegir entre el bien y el mal. Para san Agustín la conducta de Adán implica una inmensa rebeldía, un pecado de malignidad inconmensurable, que arruina el destino posterior de la humanidad que de él desciende. Pero los comentaristas seculares y secularistas de Gn 2-3 interpretan la conducta de Adán como el primer acto de libertad ejercido por el hombre, el primer acto característicamente humano mediante el cual el hombre adquiere conciencia de su autonomía y comienza a ejercerla. Será el momento de mítica grandeza en que el hombre toma en su mano su propio destino, traza su propio camino. Que, aunque sea doloroso, es el suyo. Paradójicamente, cuanto más ejerce el hombre su libertad, incluso frente a Dios, más se asemeja a Él. Porque la semejanza con Dios consiste, sobre todo, en la libertad para amar al Sumo Bien, y ello implica la posibilidad de elegir cómo comportarse, de un modo u otro. Volvemos al conocido ¡feliz culpa!, interpretado por la filosofía de Hegel (que es pura literatura, y además de la mala) y otros. El PO (originante y originado) sería el caso paradigmático, simbólico en que el pecar del hombre despierta en él fuerzas secretas, inesperadas, para desarrollar sus posibilidades más recónditas. Ya vimos como el poeta del ‘Exultet’ dice del pecado de Adán que ‘mereció’ un excelentísimo Redentor. La infinita miseria del hombre caído, provocó al infinita misericordia de Dios a que se rebajase hasta la infinita miseria del hombre, según decía el teólogo medieval san Buenaventura.
En esta línea de la ‘mística del pecado’, L. Scheffczyk recoge algún interesante testimonio. Cita unas palabras del maestro Eckhart: “Dios te concede lo que más ama Él, lo ha cargado previamente de pecados. Porque, ¿cómo sería posible la redención, sin el pecado de Adán? ¿De qué habríamos de ser redimidos si pudiéramos evitar el pecado?” Es el tema de la feliz culpa de la liturgia pascual. “Es sabido que, sin pecado, no es posible el arrepentimiento y sin el arrepentimiento no es posible la gracia redentora. Más aún, si el pecado original no hubiera tenido lugar, no habría entrado en nuestra historia el Redentor”. Pero nosotros ya hemos comentado que este razonamiento se basa en un concepto “superficial, diminutivo e infantil” de la acción salvadora de Cristo (I, de Nínive). Es una visión infralapsaria y mítica de la actual historia de salvación.
Dentro de esta ‘mística del pecado’ hay que mencionar este hecho: que la mística del pecado fue motivada, según explican sus defensores, como antídoto contra la soberbia farisaica de las obras, contra el empeño pertinazmente humano de justificarse por sus propios méritos, contra el fariseísmo, el pelagianismo, el humanismo radical de todos los tiempos y culturas. Y también, contra el ‘orgullo de las obras’, tentación perenne de las personas ‘buenas’.
Pero es seguro que también existe un ‘orgullo del pecado’, la figura del hombre que se enorgullece de ser pecador. El escritor Milán Kundera tiene, a este propósito, una observación que me parece genial: “Éste es nuestro único deseo profundo en la vida: que todos nos consideremos grandes pecadores. Que nuestros vicios sean comparados con los chaparrones, las tormentas, los huracanes” (La inmortalidad, Barcelona 1990). El teólogo y psicoanalista J. Pohier tiene esta afirmación de notable finura psicológica: “La culpabilidad es, sin duda, el terreno privilegiado para la afirmación megalómana de sí mismo; pues la afirmación y proclamación de sí mismo, y el hacerse culpable es siempre y ante todo un afirmarse a sí mismo”.
U. von Balthasar desarrolla el tema del orgullo de ser pecador centrado en la figura de Luzbel, tan atrayente para todos los rebeldes y orgullosos pecadores de la época romántica del siglo XIX y de otras. Por lo demás, es sabido cómo los marxistas más teóricos han exaltado a Prometeo, proponiendo su rebeldía contra Zeus, como prototipo del comportamiento humano. También se ha hablado de Adán como un ‘Prometeo bíblico’, que lograba su libertad rebelándose contra el precepto de YHWH. Habría logrado en tal acto su plena realización como hombre libre.

La metafísica del pecado original en Hegel. Con esta expresión aludimos a la función que la doctrina teológica del PO, en su forma luterana, recibe en sistema filosófico de Hegel, cuya importancia dentro de la cultura moderna europea no es posible desconocer [-si bien dentro del ‘materialismo filosófico’ Hegel queda a la altura del betún al no ser su filosofía más que una construcción literaria y además de mala calidad-]. Hacemos una rápida mención y no más. Se trataría de explicar la relación entre dos temas cada uno de ellos extremadamente complicado: el tema del PO y la filosofía de Hegel. Remitimos a estudios monográficos sobre el tema.
La utilización hegeliana del trema del PO presupone la ortodoxia luterana al respecto. Y sobre ella realiza una valoración que, al mismo tiempo, tiene a la vista la realizada por la Ilustración y por Kant. ‘Prescinde del todo de la teología de Adán’, y va directamente a dar una interpretación racional, histórico-cultural desmitizada del relato de Gn 2-3 y, en general, de los mitos de la edad de oro, a los que homologa con la narración bíblica. En ella se describiría el estado de inocencia infantil, natural del hombre. Al comer del fruto del árbol del bien y del mal se pasa al estado propiamente humano, al ser consciente y libre, señor autónomo de sus actos. La narración de Gn 2-3 no significa una caída desde un estado real, histórico, más alto y perfecto a otro más bajo. Es, más bien el paso indispensable hacia un estado superior. Este paso hacia arriba se verifica mediante un rompimiento con la situación anterior. Escisión, división interior que podrá ser calificada de dolorosa, pero que es indispensable para que el hombre llegue a ser plenamente humano. Si se califica de ‘culpa’ hay que añadir que será una ‘feliz culpa’.
Recordemos que Hegel tiene una visión evolutiva, procesual de todo el campo del ser. Naturaleza, espíritu humano, espíritu Absoluto. La triada ‘inocencia’ (indiferenciación original), ‘escisión/pecado’ y ‘reconciliación’, describe el proceso de realización del espíritu finito. Tendría su correspondencia en conocida triada hegeliana de tesis, antítesis y síntesis que describe la realización/manifestación del Espíritu Absoluto. Por esta referencia al Absoluto del evento del PO (secularizado) es por lo que hemos hablado de la ‘metafísica del PO’.


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